Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

lunes, 7 de mayo de 2012

Prohibido enamorarse



 

-Shhhh, nos van a oír. Le decía mientras subían la escalera entre risas y besos furtivos.
-Soy parrandero, arriando velas…Cantaba José a viva voz.
-Shhhh, que vivo en comunidad. Insistía Cristina riendo.
Justo antes de llegar al último tramo de escaleras que conducía al piso de ella tropezaron cayendo y quedando una encima del otro. No pudieron guardar la compostura y estallaron en una carcajada que despertó a la señora Sofía, una anciana que vivía al lado de Cristina y que tenía muy malas pulgas. Encendió la luz del rellano y empezó a darles una charla de buenos modales y comportamiento.
-Pero Cristina, qué haces en el suelo encima de un hombre y borracha, desde luego mi alma, no te he enseñado nada. Mira que te quiero como una hija pero no puedo seguir consintiendo que estés una noche tras otra bebiendo y trayendo esos hombres a tu casa. ¡Qué eres una señorita mi alma! Al oír aquello José miró confundido a Cristina. ¿Otros hombres? ¿Llevaba a otros hombres a su casa y borracha? ¿Qué clase de mujer era?
-Tiene razón doña Sofía, le prometo que esta será la última vez, y dejando a la anciana con cara de pocos amigos entró en su casa arrastrando a José por la hebilla del cinturón.
Lo empujó y este quedó recostado en el cursi sofá fucsia del salón, ella empezó a mordisquearle el cuello, a desabrocharle la camisa y a jugar con sus pezones.
-Sintonizando frecuencia…Jugaba mientras le mordía los pezones y comenzaban a ponerse rígidos. Pero José no lograba concentrarse, las palabras de aquella señora retumbaban en su cabeza.
-Pero José, ¿qué ha pasado? El soldadito ha deshecho la caseta de campaña. Se burlaba ella al ver como disminuía la excitación de él.
-A ver Cristina, explícame una cosa. ¿Traes cada noche a un hombre a tu casa y borracha? José estaba molesto, llevaba ocho años trabajando con ella, siempre la había amado en silencio. La consoló cuando su novio la abandonó por una jovencita que aún iba al instituto, la apoyó cuando decidió vivir su vida loca, pero aquello era demasiado. Pensar que podía ser uno más que compartía algunos mojitos con ella y buen sexo le dolió.
-¿Qué te pasa buen samaritano? ¿Acaso tú eres virgen? Le respondió ella molesta. Se había prometido a si misma que ningún hombre volvería a decirle lo qué debía hacer, para luego dejarla compuesta y sin novio por alguna jovencita.
-Sólo me preocupo por ti, eso se llama alcoholismo y ninfomanía. Contestó él intentando quitarle hierro al asunto.
-Bueno pues déjame a mí con mis traumas y contribuye a mi rehabilitación. Le insistió ella mientras se desabrochaba el sujetador.
Pero José no pudo, era su sueño, tenerla desnuda para él, hacerle el amor como siempre había deseado, amarla, protegerla y dormir abrazado a ella respirando su olor. Pero no iba a participar en aquel absurdo juego de aquí te pillo aquí te mato.
-No Cristina, yo me voy, ya encontrarás alguno con quien superar tus traumas. Recogió su camisa y salió a medio vestir. Y allí se quedó ella, semidesnuda, ardiente de pasión y maldiciendo la bocaza de su vecina. Tampoco habían sido tantos, bueno a lo mejor unos seis o siete ligues, pero no uno cada noche. Se levantó y se sirvió una copa de vino, se daría un baño relajante, lo necesitaba después de aquel desplante.
     El viento le golpeaba la cara mientras aumentaba la velocidad, metió primera, segunda, tercera y acelerando se perdió en el tráfico de la noche. De sus ojos salían lágrimas por la velocidad, pero al parar en un semáforo se dio cuenta que eran de rabia y tal vez de dolor. Estaba enamorado de ella, la deseaba, pero le había quedado claro que simplemente sería un polvo más. Cristina había dicho muy en serio lo de no volver a enamorarse cuando él la consolaba por su ruptura con el imbécil de su ex. Pero José era diferente, quería hacerla feliz. El semáforo de puso en verde y él arrancó su moto a todo velocidad.
     Dentro de la bañera pensaba en lo sucedido. Estaba molesta y enfadada, cuando volviese a la oficina no lo miraría, no le hablaría, la había humillado. Dejarla allí, con aquel calentón, a ella, que cualquier hombre estaría dispuesto a pasar una noche a su lado. Pero era algo más que eso, no era sólo orgullo femenino. José había estado siempre a su lado, la había consolado en sus innumerables peleas con Jaime, su ex, también la ayudo cuando Jaime la abandonó. Además siempre le había atraído su masculinidad, su voz ronca susurrándole que él estaría siempre a su lado. De repente se alertó, estaba enamorada de él. Salió de la bañera y sin secarse empezó a caminar desnuda por la casa. -Esto no puede ser cierto, no puedo estar enamorada de él, no, no, no, el amor no se ha hecho para mí. Jamás volveré a hipotecar mi vida por nadie-, se repetía. -Pero tal vez José sea diferente, es diferente me lo ha demostrado-. Pero se negaba a ablandar su corazón, le había costado mucho prepararlo a prueba de balas.
-Decididamente no-. Fue hasta su bolso, sacó su móvil, consultó su agenda…Una señal de llamada, dos, tres… -¿Ramón? Hola soy Cristina, qué haces esta noche, estoy muy juguetona…



lunes, 23 de abril de 2012

El diario

María y Fernando, 2 de enero de 1898



Miércoles, 3 de febrero de 1898
Querido diario:
Me encanta dormirme sobre él, ir adormeciéndome seducida por la nana que me canta su corazón al golpear contra su pecho.  Dulce melodía cargada de vida y amor. Respirar su aroma, dejar grabado en mi memoria su olor, inconfundible, seductor, único. Luego me deshago entre sus manos, lo dejo enredarse en mi pelo y así, sumidos en un placer sano, lejos de lo carnal, amarnos en silencio, sin movernos, sin prisa y con pasión.
-Mamá que bajes, Ramón ha llegado. María escondió tan rápido como pudo su diario ante la repentina intromisión de su hermana menor en su cuarto. Con los ojos llorosos por lo que acababa de escuchar maldijo su suerte. Miró una vez más la foto desgastada de su amado. Él en la mili con la cabeza rapada y de cuclillas apoyado sobre el fusil le transmitía con su tierna mirada que volvería a por ella. Pero se estaba demorando demasiado y su madre, mujer autoritaria acostumbrada a mandar y ser obedecida, ya la había vendido como si formara parte de un trueque en el que sólo ella salía perdiendo.  Se levantó del tocador y se alisó el ahuecado vestido dividido en dos piezas de color coral, se miró al espejo, el corsé estilizaba aun más su delicada figura, la falda, con bordados de encajes en color blanco acentuaban la belleza de la indumentaria de aquella época, muy importante para distinguir la clase social a la que pertenecías. Con paso lento bajó la escalera de mármol. al final la esperaba Ramón, con una sonrisa dibujada en la cara que ella empezaba a aborrecer. Haciendo alusión a su buena educación ella también sonrió e hizo una reverencia que le fue devuelta con un volteo de sombrero.
-Estás muy hermosa. La aduló Ramón, quien era conocedor de no ser correspondido en aquel compromiso.
-Gracias. Le contestó María intentando evitar el contacto con sus ojos por temor a que su madre, doña Eulalia, pudiese adivinar su rechazo.
Pasearon por el jardín del pequeño palacete. Hablaron de cosas banales, admiraron el atardecer, pero María estaba muy lejos de aquel lugar, ella se encontraba en alguna tienda de campaña perdida en algún desierto esperando que explotara una bomba anunciando el comienzo de la guerra. Se imaginó al lado de Fernando, acariciando su cara, secando el sudor de su frente y alentándolo a resistir, a combatir por su patria y a sobrevivir. Soñó despierta, soñó que una mañana venía a buscarla con su uniforme de soldado valiente, que en brazos la sacaba de aquella enorme y solitaria casa, de la tiranía de su madre, y lo más importante, la rescataría de casarse con un hombre al que no amaba.
-¿Te encentras bien? Le preguntó Ramón sintiéndose algo incómodo por la indiferencia de María.
-Estoy un poco mareada, me gustaría tumbarme un rato. Espero no incomodarte. Y María se retiró a su cuarto a llorar por el amor ausente y por el amor forzado.
Doña Eulalia entró en el cuarto poseída por la furia, de un empujón despertó a su hija y cuando apenas había abierto los ojos le propinó un bofetón que la sacó del letargo en el que estaba sumida.
-¡Cómo te atreves a ofender de esa forma a Ramón! María, que aun no entendía lo qué sucedía, miró a su madre con horror.
-Pero, ¿qué ha sucedi…No le dio tiempo de contestar porque su madre le arreó otro bofetón que la despertó por completo.
-Escúchame bien, vete asumiendo que en menos de una semana serás la mujer de Ramón. El linaje de su familia es el más antiguo de la comarca, nuestro patrimonio se verá incrementado con tu boda. ¡No seas estúpida!
-El patrimonio de quién madre, el mío o el suyo. Usted sólo piensa en sus beneficios, yo no estoy enamorada de Ramón, yo amo a Fernando. Su madre volvió a golpearla con más furia.
-¡Escúchame bien! No vuelvas a nombrar a ese don nadie, bastardo sin nombre, linaje, ni dinero. ¡Antes prefiero estar muerta a ver a una de mis hijas casada con un miserable! Y tras la amenaza salió del cuarto como alma que llevaba el diablo. Su hermana pequeña, consiente de cuál sería su futuro, consoló a María, quien lloró hasta quedar agotada y seca.
El antiguo reloj de pared, herencia de una abuela que había sido condesa, marcaba las tres de la madrugada. María vagaba por la casa con su largo camisón de franela, sumida en la tristeza había caído en el abismo de la desdicha y dolor. Entró en el cuarto de su hermana, tan frágil, tan pequeña. Contaba con tan sólo once años y sabía que desde que se convirtiera en mujer la ira de su madre recaería sobre ella y tendría que casarse con alguien de buena familia al que no amaba. Le acarició el pelo y le pidió a Dios que prolongará un poco más su infancia.
-Esto también lo hago por ti. Le susurró al oído. Sigilosamente salió de la habitación.
El aire estaba frío, allí en lo alto de la torre más elevada del palacete se sintió libre por primera vez en mucho tiempo. Recordó sus tardes recostada sobre Fernando, su corazón bailando en el pecho al son de los latidos y fue feliz, abrió los brazos y miró al frente. La noche sin luna la saludó, invitándola a terminar con aquella situación y a encontrarse con Fernando, quien no vendría a rescatarla, ya que había muerto semanas atrás al pisar una mina. Abrió aun más los brazos y se lanzó al vacío con una sonrisa.


Querido Fernando:
Amor mío, no sé si vendrás a por mí, si lo haces no me encontrarás, esta noche he decidido reunirme con Dios antes de pasar a ser de otro hombre que no seas tú. Mi madre me ha obligado a casarme con Ramón. En pocas semanas pasaré a ser su mujer, y amor mío con el dolor de tu ausencia puedo vivir, pero prefiero morir a ser de otro hombre. Si regresas y no estoy cuida de mi hermana, sé que le espera el mismo futuro que a mí. Esto también lo hago por ella, lucho para que cambien las cosas. No estoy triste por lo que voy a hacer. Me despido de este mundo con el recuerdo de mi pelo enredado en tus dedos y de haberte sentido mío.
Tu amada
María
                Y María murió por amor. No fue enterrada en camposanto, una suicida no era digna de ello. La carta fue encontrada años después, cuando Rocío, la hermana pequeña de María, se quedó viuda y volvió al pequeño palacete. Doña Eulalia también murió, afectada por el cólera, una enfermedad que llegó a Europa desde la India en el S.XIX. Rocío encontró la carta, el diario y la foto de Fernando. Decidió quedárselo y viajar por el mundo. De esta forma sabía que su hermana y su cuñado viajarían con ella.

lunes, 16 de abril de 2012

Deseos pecaminosos

Criada entre algodones Laura era la hija que todo padre desea tener, hermosa, elegante, dócil e inteligente. Acababa de empezar la carrera de Derecho, no por voluntad propia, si no inculcada por su padre. Siempre había vivido a su sombra, complaciendo los deseos de aquel hombre que le había dado la vida y que había construido a su antojo la hija ideal. A sus dieciocho años no conocía el amor, a pesar de su belleza, de su piel morena agradecida con el sol, sus grandes ojos negros que invitaban a perderse en un lago oscuro en el que despertar miles de deseos y sueños reprimidos y su físico atlético, aun no había dado su primer beso, sus carnosos labios con forma de corazón seguían siendo vírgenes, porque era una buena chica y las buenas chicas no tienen relaciones esporádicas con adolescentes inconcientes. Las buenas chicas se centran en sus estudios, terminan la carrera, son exitosas profesionalmente y terminan formando una familia. En el siglo XXI quedaban pocas chicas buenas, y Ricardo podía sentirse orgulloso de su hija.
Empezó la Universidad con muchos sueños e ilusiones, rodeada de alocada juventud empezaba a envidiar no poder ser quien deseaba. Fiestas, asaderos y viajes eran el pan de cada día en la facultad, pero ella era una buena chica que sacaba buenas notas y no se dejaba tentar por Dionisio, el Dios de la lujuria y el jolgorio. Entristecida volvía a casa cada viernes mientras escuchaba a sus compañeros contar sus fabulosos planes para el fin de semana, pero ella era una buena chica y las buenas chicas no salen de fiesta. Además tendría un excelente fin de semana, estudiaría e iría a navegar con su padre por el mediterráneo. Pero era joven y quería vivir, sentir, enamorarse y que le rompieran el corazón. Sufrir y hacerse más fuerte, tocar fondo y resurgir de sus cenizas como el ave Fénix. Pero su papá no permitiría que su pequeña saliese de su hermética urna de cristal donde el monstruo de la maldad pudiera atraparla entre sus sucias garras, y quizá por eso, por sus ansias de vivir, de sentir y escapar de su correcta vida de buena chica, quizá por eso la atrapó el monstruo del amor para endulzarla a punto de caramelo y luego comerse su delicado corazón analfabeto en el amor.
Una mañana cualquiera de su día a día entró en clase de Historia del Derecho, aun no conocía a su profesor, según la chismografía de los pasillos universitarios, era un gran nadador y solía ausentarse en época de competición. Fue en ese momento, cuando entró al aula  número ciento veintiuno de la segunda planta de la Facultada de Derecho, cuando su corazón dio un vuelco, cuando cayó al abismo de la inconciencia sin importarle nada más que amar y ser amada por él. Alto, con el pelo rubio y revuelto, unos hermosos ojos azules que despertaban la envidia del océano más cristalino en el que te pudieras bañar, con una sonrisa angelical y una sensibilidad femenina. Él, su profesor de Historia del Derecho, había conseguido despertar el dormido corazoncito desconocedor de los sentimientos que siente una mujer. Mientras hablaba de la Grecia antigua ella fantaseaba con sus manos recorriendo su cuerpo, su boca lamiendo su piel y repitiendo su nombre. Desde ese día la acompañó el insomnio, la música romántica y el deseo. Sus amigas, grandes conocedoras del amor y el sexo, y cuyo objetivo en su primer año de carrera era conseguir que la buena de su amiga perdiera la virginidad, la instruían en el mundo del erotismo y el placer.
-Laura, antes de tener sexo debes experimentar con tu propio cuerpo, si no cómo vas a saber qué te gusta. Le aconsejaba Abigail, quien tuvo su primera experiencia sexual con quince años.
-Venga Laura, cuéntanos quién ha conseguido derretir ese correcto corazón de buena chica. Le insistían sus amigas. Pero ella, sabiendo que era un amor prohibido y pecaminoso les rogaba a sus amigas que entendieran que quisiera guardar el secreto.
-Bueno esta noche cuando llegues a casa llena la bañera de agua caliente, pon música relajante y déjate llevar, descubrirás un mundo nuevo. Le sugirió Abigail con picardía.
Cerró el grifo y metió la mano para asegurarse de que el agua estaba a la temperatura adecuada. Encendió la radio y se metió en la bañera dejándose acariciar por el agua caliente. Apoyó la cabeza en el borde y se relajó. La imagen de su profesor se dibujó encima de ella. Sus perfectas cejas rubias, su barba de tres días, su espalda tallada por el mejor escultor del Renacimiento, y así presa del deseo y las ilusiones empezó a acariciarse, a descubrir lo que le gustaba, a experimentar su primera vez, y esa noche nació una nueva Laura, conciente de su belleza y de su encanto, dispuesta a ser de él, a tentarlo, a provocarlo, a incitarlo a entrar dentro de ella. Los días pasaban con normalidad y Laura estaba cada vez más segura de si misma, había entablado una gran amistada con Cirios, su profesor de Historia del Derecho, con quien había tenido su primera experiencia sexual imaginaria, y con quien esperaba convertirla en realidad. Ser la alumna más aventajada de la clase había jugado a su favor. Cirios la convirtió en su mano derecha y muchas tardes permanecieron en su despacho preparando actividades y trabajos de grupo, y llegó el día en el que sus indirectas, sus continuas insinuaciones y provocaciones agotaron la paciencia del correcto profesor. La apoyó contra la pared de su despacho y la penetró, ella gemía de placer y él le tapó la boca para no despertar las sospechas de sus compañeros, que trabajaban en los despachos contiguos, ajenos a la pasión que se desarrollaba a través de las paredes. Cuando terminaron se tumbaron en medio de folios, exámenes a medio corregir y remordimientos. Él, un importante profesor universitario, correcto, justo, había sucumbido a la sensualidad de aquella buena chica, sensualidad que llevaba semanas desprendiendo a su paso. No fue la única vez que ocurrió. Cada miércoles a las seis de la tarde, Laura tocaba tímidamente en la puerta del despacho de Cirios, como cualquier otra alumna inocente que sólo quería resolver alguna duda de la materia que impartía. Pero la realidad era otra, la realidad es que una vez que aquella puerta se cerraba, ambos se transformaban en dos animales irracionales cuyo único objetivo era saciar el deseo que los mantenía unidos, enganchados a la droga más letal, el placer. Pero ella era una buena chica y él un respetado profesor. ¿Cómo acaba la historia? Cómo podría acabar una historia de una buena chica que debe terminar una carrera, ser profesionalmente exitosa y luego formar una familia si se queda embarazada. O cómo podría acabar la historia de un respetado profesor de Derecho a punto de casarse. Tal vez, Laura terminó la Universidad y se casó con algún joven de su promoción, Cirios se casaría y sería padre. Pero y si las redes sociales unieran nuevamente sus caminos…

lunes, 2 de abril de 2012

La muerte

El viento sopla con fuerza,
arrastrando a su paso el dolor,
de perder a quien se quiere,
porque deja de latir su corazón.
Las estrellas dejan de brillar,
los lobos comienzan a aullar,
la luna se viste de gala,
para dar comienzo al funeral.
Las plañideras ataviadas de negro,
lloran tras el ataúd,
fingen haberte amado,
cuando no saben quién eres tú.
El cielo ahoga su pena,
en forma de lluvia serena,
damos paso al funeral,
para enterrar tu cuerpo sin vida.
Luego viene la pena,
de no tenerte a mi vera,
de no escuchar tu voz,
acompasando el latido de mi corazón.
Te ha llevado la muerte,
cruel mujer de risa amarga,
ahora vives con ella,
secuestrado en sus entrañas.
Todos te decimos adiós,
Cruel despedida involuntaria,
por querer tenerte aquí,
para compartir la alegría de vivir.
Mi corazón se queda triste, oscuro y amargado,
nunca volverá a latir,
porque no estás a mi lado.
Adiós corazón adiós,
mándame saludos con el viento,
que cuando se torne violento,
sabré que me mandas recuerdos.


martes, 27 de marzo de 2012

Lo que callas...



Podrá dejar de brillar la luna,
podrá fundirse la luz del sol,
podrá secarse el agua de la tierra,
y marchitar con su sequía
la hermosura de una flor.
Podrán mis ojos derramar las lágrimas,
que necesita el mundo para vivir,
podré ahogarme en un desierto,
y podrán obligarme a mentir.
Pero aunque no brille la luna,
aunque deje de iluminarnos el sol,
secándose nuestra hermosa tierra,
y muriendo cada día una flor,
nunca podrán obligarme a mentir,
a negar lo evidente y lo que me hace sentir,
una caricia en la mejilla,
una mirada sin fin,
un susurro inconfesable,
un deseo por cumplir.
Un te quiero que no escucho,
el anhelo de tu amor,
una frase impronunciable,
que escondes en tu corazón.




lunes, 19 de marzo de 2012

La luna


Ella es la que más secretos guarda, la que más historias de amor ha presenciado. Desde su casa, el cielo, ha acompañado durante sus  millones de años a las parejas de enamorados, quienes bajo su inmensa y plateada luz se dejan acariciar por el romanticismo y se susurran secretos que quedarán guardados por el silencio de la noche y su majestuosidad.

Cómplice de la locura y el amor, del vicio y la pasión, que bajo su hechizo transforma los dormidos y pasivos corazones en ardientes bolas de fuego imposibles de apagar. Guarda más secretos, misterios que encierran la transformación de hombres sencillos, que ante su imponente presencia, se convierten en animales insensibles que le aúllan desafiándola a bajar de su gran trono. Pero ella, ajena a tanta provocación, consciente de su poder de dominación, se engrandece ante semejante desafío y con una solemne sonrisa les recuerda a todos que ella es la reina de los cielos, y aunque a veces pase semanas escondida tras los muros de su palacio, sencillamente repone fuerzas para volver a brillar con más intensidad cuando salga vestida de gala a presidir la noche.

Te anhelo en tu ausencia y maldigo tu presencia.
Deseo dejar de adorarte y estoy condenada a amarte.
Pendes del cielo por hilos de seda,
iluminas la noche con tu belleza serena.
Despiertas las pasiones ahogadas en rincones.
Perturbas las almas de quienes buscan la calma.
Intentando alcanzarte tan sólo para acariciarte,
me condeno a la muerte por no poder adorarte.
Sólo  me queda admirarte y desde la distancia soñarte.
Tan inmensa como el sol, tan blanca y pura como mi amor,
es la luna lunera, dueña de las almas en pena.

Así es ella, la luna que nos guarda nuestros secretos, que nos alumbra el camino y guía nuestros pasos. La que nos enamora y con la que enamoramos. Ese regalo de la naturaleza que nos hace sonreír cuando lo vemos todo gris. A la que le pedimos nuestros ahogados y reprimidos deseos, y en el sigilo de la noche los hace realidad.

domingo, 11 de marzo de 2012

Un secreto compartido


Las musas lo despertaron con un delicado susurro al oído. Él, que pensaba que lo habían abandonado, fue abriendo los ojos lentamente para disfrutar de la dulce melodía que salía de las apetecibles bocas de aquellas mujeres. Como si hubiese dormido tres días se sintió descansado, y por una vez desde hacía mucho tiempo con ilusión. Buscó sus gafas con un tanteo rápido por la mesa de noche y miró a su alrededor. No vio a nadie, sabía que no habría nadie, que aquellas mujeres de extravagantes curvas, delicada voz y maestras en despertar la imaginación dormida sólo existían en su cabeza.  En penumbra se sentó frente al ordenador, miró a su alrededor buscando algo en lo que inspirarse, pero se encontró con una habitación desordenada, latas de cerveza por el suelo, ropa sucia sobre una vieja silla, un cenicero echando humo y latas de comida precocinada. No era el mejor escenario para empezar su historia. Cerró los ojos y suspiró. La delicada voz de una mujer que no estaba le dijo algo en susurros y se despidió mordiéndole el lóbulo de la oreja. Él se estremeció y como si aquel mordisco hubiese despertado todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo empezó a escribir de forma descontrolada. Los renglones iban tomando forma, las rimas y los versos decoraban la inmaculada hoja, y abatido por el esfuerzo cayó sobre el teclado.
            Cinco días tuvieron que pasar para que los huéspedes del hostal se alarmaran por el hedor que salía del cuarto del viejo huraño. La dueña, una vieja y rechoncha mujer a la que no le gustaba trabajar y a la que le ponía de mal humor que la interrumpieran mientras veía la novela tocó varias veces en la puerta del viejo huraño. Los huéspedes, ansiosos por averiguar el secreto que se escondía tras aquella puerta y desesperados por acabar con aquel mal olor, esperaban ansiosos el desenlace de aquella micro novela basada en la realidad. Sofía, la dueña, abrió lentamente la puerta. Un aire caliente y un purulento olor ahogaron a los noveleros. Allí estaba el viejo huraño, sentado en la silla junto a su ordenador, parecía descansar plácidamente, y es que realmente descansaba plácidamente con la cabeza reposando sobre el teclado. Nadie sintió pena al ver el cadáver de aquel hombre, pero aquella imagen y los versos que decoraban la hoja en blanco del Word, que deseaban ansiosos ser leídos, se quedarían grabados para siempre en su retina.

Una vida no es suficiente para aprender,
que los mismos errores no se deben volver a cometer.
Vivo con el remordimiento a flor de piel,
por los secretos que guardo y jamás conté.
Sé que algo me está acechando,
 aunque huyo siempre me acaba encontrando.
Es mi pasado que no me perdona,
que haya dañado a tantas personas.
Un último deseo antes de exhalar,
un último suspiro y buscar la paz,
Buscad a Amparo y decidle la verdad,
yo maté a su marido y lo arrojé al mar.
           
El hedor desapareció o quedó grabado en sus pituitarias en compañía de aquellas letras que se dibujaban ante sus pupilas desvelando que habían convivido con un asesino. Quién era Amparo, y si tal vez fuera una broma del viejo huraño, al que le encantaba escribir y fantasear con historias. No lo sabrían nunca, o tal vez sí. Puede que el ser conocedores de esa verdad les cambiara la vida…




viernes, 9 de marzo de 2012

Dedicado a mis alumnos

Los años pasan y uno envejece. Adquiere sabiduría o la pierde. Madura o se queda estancado en alguna etapa o estadio de la vida. Da lecciones y las recibe. Y aquí es donde entro yo. Se supone que en eso consiste mi profesión, en dar lecciones día a día transformándome en un reproductor que repite la misma canción constantemente.
            Y pasa el verano y regresan mis alumnos con miles de aventuras que contar, pocas ganas de empezar, mucho por aprender y más aún por enseñar. ¿A quién? A mí. Esos pequeñajos de voz estridente, ojos despiertos y mentes audaces hacen que mis tardes se colmen de alegría.
            Y me enfado, me enfado mucho, se han olvidado de todo, el verano ha causado estragos, dejando huecas esas cabecitas por las que revolotean miles de pájaros.
Ya no estoy enfadada, sonrío. Alguno ha tenido la brillante idea de contarme uno de sus graciosos chistes:
-¿Por qué las jirafas tienen el cuello tan largo?-Para no olerse las patas-.
Y todos ríen, la clase se convierte en una fiesta en la que suena una preciosa melodía de carcajadas variadas. Finjo enfadarme, y lo hago muy bien. Nace el silencio, vuelven a sus asientos y clavan la mirada en la hoja cuadriculada que tienen delante. Hoy toca trabajar el trazo. Exploto en una carcajada, ahora soy yo quien rompe el silencio. Me miran divertidos y ríen también.
            Ellos son así, transparentes, ingenuos, felices, y me lo contagian…

jueves, 8 de marzo de 2012

Un regalo al cielo, tu sonrisa.

Llovía como llevaba haciéndolo todo el mes de febrero. Las gotas caían en el cristal de la ventana de la  cocina golpeándolo suavemente. Miró a través de él, ante sus ojos se abría un manto de nubes grises que arropaba al cielo, ocultando su hermoso color azul. La imagen que la naturaleza le ofrecía hizo que evocaran todos los recuerdos de su infancia. Su gélido corazón le dio una tregua. Se vio corriendo alrededor del limonero, alto, fuerte, con sus hojas verdes y aquellas pequeñas joyas del color del oro pendiendo de él. Escuchó su propia risa, y la de su padre, que corría tras ella simulando ser un enorme ogro que intentaba cazar a su presa. Vio como la cogía en brazos y la lanzaba una y otra vez al aire. Pero ella no sentía miedo, aquel hombre le transmitía tanta seguridad que junto a él no conocía el peligro.
            Un rayo iluminó el cielo, dándole un aspecto aterrador, esto la sacó del sopor en el que estaba inmersa. Sin darse cuenta había parado de llover. Aprovechó la ocasión para recoger los últimos recuerdos que su padre había dejado derramados por la casa. Era un desastre, un libro a medio leer en la mesa del salón. Un periódico con fecha uno de febrero en la mesilla de noche. –Qué día es hoy- se preguntó. El estrés de los últimos días le había hecho perder la noción del tiempo. Calcetines,  latas de aquarius, las cartas de poker. Recordó cuando su padre quiso enseñarla a jugar y su madre se lo impidió.
Eso no es un juego para niñas, las señoritas no juegan a esas cosas-. A lo que su padre le contestaba, -tienes razón mi amor-. Y sustituía las cartas de poker por las fichas del dominó, guiñándole un ojo a su hija, que en su código significaba, -cuando se vaya mamá lo retomamos-, respondiéndole ella con su mejor sonrisa de admiración y respeto.
            Su padre era su héroe, su mejor amigo, su confidente. Su madre en cambio era una mujer a la que adoraba, pero había sido educada a la antigua usanza y pretendía adiestrar a su hija con aquellas arcaicas costumbres. La pequeña, que había heredado la rebeldía de su padre se dejaba hacer, sabiendo que su héroe la rescataría de aquellas costumbres medievales.
            Mientras terminaba de empacar los últimos recuerdos de su padre encontró un sobre que ponía,-Para mi pequeña-. Temblorosa, alcanzó una butaca donde él solía lanzar su chaqueta, y con una habilidad innata conseguía que siempre quedara bien colocada. Se sentó, abrió el sobre y comenzó a devorar el contenido.
            Querida hija, si estás leyendo esto significará que habré pasado a mejor vida. Supongo que estarás enfadada, pero antes de quedarte con ese recuerdo déjame que te explique algo. Hace meses que recibí la noticia que un cáncer me consumía por dentro, el final iba a ser el mismo con tratamiento o sin él, pues la muerte me acechaba escondida tras cada esquina que doblaba, por lo que decidí morir de una forma digna y no corrompido por un tratamiento abrasivo. Ya que iba a morir, por lo menos elegir la mejor forma. Perdóname por no decirte nada, pero no quería que la sombra del sufrimiento desdibujara esa hermosa sonrisa que heredaste de tu madre, pues eso acabaría por destrozarme. Siento que hayas tenido que enterarte de mi muerte de esta forma, supongo que no fue agradable que un desconocido tocara en la puerta de tu casa para contarte algo así, pero preferí alejarme cuando sentí el fin cerca y morir sólo. Tal vez lo entiendas, o tal vez no. Te pido perdón. Nada habría cambiado tu presencia, tenerte cerca sólo hubiera hecho que me resistiera a lo que ya estaba decidido, abandonarte a ti y esta vida en la que fui tan feliz. Ahora en mi nuevo viaje tendré de compañera a tu madre, probablemente ya  me esté esperando, la verdad que la he añorado mucho estos años, aunque también sé que se pasará la otra vida dándome órdenes, y será peor, porque la otra vida es eterna. Estoy cansado, últimamente siempre estoy cansado. Por favor pequeña, no me guardes rencor, sólo intentaba protegerte, recuérdame en mis mejores años, en mis mejores momentos. Cuando te perseguía alrededor del limonero del jardín mientras tú reís feliz. Te quiero hija. Te quiero.
            Se llevó la carta al pecho, sumergida en su contenido acabó en el jardín sin darse cuenta. Respiró profundamente y le regaló al cielo su mejor sonrisa. Su padre, que la estaría viendo, sabría interpretarla.

domingo, 4 de marzo de 2012

La guerrera Nuyan


Hace muchos años, en unas lejanas tierras, nació una niña que cambiaría el ciclo de la vida. No era una niña cualquiera, por sus venas corría sangre valiente, sus valores se clavaban como flechas y su coraje doblegaba los ejércitos más armados. Pero esta niña, a la que llamaremos Nuyan, también tenía un corazón noble y lleno de amor.
En aquellas tierras, a las que llamaremos Las Tierras del Sol,  las niñas iban a la escuela para aprender a coser, lavar, cocinar y ser unas maravillosas concubinas expertas en el arte del amor y de satisfacer a sus maridos. No gritaban, nunca se revelaban y siempre le daban la razón a su hombre.  Nuyan, germinada con el coraje de una guerrera y la valentía  de un soldado, veía como un suicidio nacer para convertirse en  esclava de un hombre. Para ella el amor era algo más que obedecer y agachar las orejas como lo hacían los perros que custodiaban el rebaño ante la reprimenda de su pastor. A Nuyan le gustaba galopar en su salvaje caballo con su larga cabellera negra danzando al compás del viento, con su piel trigueña tentando al sol a besarla y con sus fuertes piernas desnudas…-Eso sólo lo hacían las mujeres de vida fácil-. Le recriminaban las reprimidas y frustradas mujeres que caminaban hacia la escuela a encomendarse al diablo y seguir aprendiendo a ser buenas amas de casa. Nuyan estaba negada al amor, al menos al amor que le imponía la cultura de su tierra. Tierra a la que amaba por sus hermosos mantos verdes que mecían a la luna en la noche y mantenían al sol durante el día. Mantos verdes con olor a hierba húmeda al amanecer, colinas en las que podías perderte a escuchar el silencio y la sabiduría que escondía la naturaleza. Cristalinos ríos en los que saciar su sed cansada de galopar e intentar comerse el mundo. Pero esa tierra, esa tierra a la que tanto amaba, la asfixiaba. Sus vecinos de la aldea, los que la vieron crecer y convertirse en una hermosa y rebelde señorita le daban la espalda por querer ser dueña de sí misma.  Y así fue como Nuyan se convirtió en la enemiga de su pueblo y se marchó. Pasó el tiempo, y el ciclo de la vida de Las Tierras del Sol seguía su habitual curso. Las jóvenes adolescentes seguían yendo ansiosas a la escuela esperando el momento en el que algún joven apuesto (si tenían la suerte de que fuera joven y apuesto) las cortejara y las convirtiera en sus sutiles esclavas.
Pero corrían malos tiempos en Las tierras del Sol, se escuchaba que las aldeas vecinas estaban siendo atacadas por un ejército compuesto por cobardes soldados que quemaban las casas y violaban a las mujeres. Los hombres de Las Tierras del Sol, ya no eran jóvenes valientes dispuestos a jugarse la vida en una batalla. Eran hombres entrados en la madurez que volvían del frente para ser sustituidos por la nueva generación. Ellos regresaban cansados de la guerra buscando esposa para terminar con paz los últimos años de su vida. Por esta razón, las jóvenes aprendices de amas de casa, no tenían la suerte de demostrar sus habilidades con muchachos apolíneos que le hicieran más fácil la tarea.
Nuyan, que se encontraba en tierras cercanas adiestrándose en las artes de la guerra y la espiritualidad, oyó que su aldea estaba en peligro. Cabalgó durante cinco días y cuatro noches sin descanso. Cuando llegó vio un paisaje desolador. Casas ardiendo, mujeres llorando desesperadas huyendo de sus verdugos, y hombres cansados intentando hacerles frente a aquellos demoniacos soldados. Nuyan, que había hecho muy buenas amigas en su recorrido por el mundo, tardó una noche en organizar un ejército de mujeres valientes decididas a enfrentarse a un ejército de soldados cobardes que dirigían su ira sobre las mujeres. Una semana duró la batalla. Hubo fuego, algunas muertes, y como en toda guerra un bando ganador. Las valientes mujeres que no se amedrentaban ante ningún hombre vencieron al ejército de los soldados cobardes, ahuyentándolos de la aldea y de cualquier otra cercana.  Desde ese día, los habitantes de Las Tierras del Sol, dejaron de ver a Nuyan como una mujer de vida fácil y la bautizaron como La Guerrera Nuyan. En las escuelas se cambió el método y se adiestraba a las jóvenes en el arte de la guerra, y el hombre que decidiera amarlas tendría que saber que su mujer podría ser igual o superior a él.

jueves, 1 de marzo de 2012

Secretos


En la habitación empezaban a sonar las primeras notas musicales que despertaban el ritmo. El ritmo en él o ella, en la atmosfera, el ritmo en la vida. Era una melodía que despertaba a las fieras dormidas, los sueños ocultos y transformaba las mentiras en verdades. Poco a poco fue saliendo de su entumecimiento, empezó a mover tímidamente sus piernas, con un poco de vergüenza contoneó sus caderas, lo hacía con disimulo como si alguien la o lo estuviera mirando. En su cara se dibujó una sonrisa y mientras aumentaba el ritmo de las notas aumentaba el ritmo de su cuerpo, y así fue desperezándose del que era para convertirse en lo que quería ser.
            Manuel era un hombre culto, discreto y con una visión de la vida aferrada a arcaicos valores morales. Le gustaba el olor a café recién hecho, el tabaco y una copita de whisky los viernes por la noche. En su trabajo como funcionario del Estado era respetado por sus compañeros y criticado por los vecinos, -funcionario cascarrabias-, solían murmurar. Pero él hacía oídos sordos y caminaba con paso firme por la vida haciéndose notar con cada pisada, porque él era un hombre y los hombres no se acobardan ante nada. Pero como todo ser humano, como todo hombre y detrás de esos arcaicos valores morales de verdades inquebrantables, se escondían secretos. Al fin y al cabo, -quién no tenía secretos, se decía-.
            Lola era una alocada mujer de vestidos de lentejuelas, zapatos de una altura vertiginosa, purpurina y sombra de ojos. Le gustaba el olor a café recién hecho, el tabaco y una copita de whisky los viernes por la noche. Cantaba a la vida, al viento, al amor y a la libertad. Andaba por la vida de puntillas, haciéndose notar con cierto disimulo. Salía de noche y se ocultaba de día. Y entre la oscuridad, la negrura y las sombras tejió lo que quería ser.
            Las notas musicales y su euforia iban en aumento, ahora se movía con agilidad. Daba vueltas por la habitación al ritmo de los acordes y cantaba utilizando un cepillo como micrófono. Cuando consiguió sentirse ella se plantó delante del espejo. Borró de su retina lo que era y comenzó a dibujar lo que quería ser. Aplicó su base de maquillaje, sombra de ojos, purpurina, rimel de pestañas, uñas postizas y de pronto en su retina no quedaba resto de la imagen que había sido. Cada vez más segura de si misma y satisfecha con el resultado abrió el armario de par en par y se dejó deslumbrar por los brillos, los encajes y las lentejuelas.
            Dos horas más tarde y terminado el ritual estaba Lola ataviada de pies a cabeza con un elegante vestido negro de gasa con la espalda descubierta, guantes de satén y sofisticados zapatos de tacón. Un último retoque, su larga y pulida melena negra. Se miró al espejo y se lanzó una mirada de aceptación a la que ella misma se respondió con un guiño de ojos. Era la hora, las doce de la noche y para esta cenicienta de cuento al revés comenzaba la aventura.
            Y así era como Manuel dejaba de ser él, abandonaba sus arcaicos valores morales y se convertía en Lola, al fin y al cabo, -quién no tenía secretos-, se decía.
                                                             




miércoles, 29 de febrero de 2012

El amanecer

Después de una larga y plácida noche durmiendo entre estrellas y arropado por el negro manto que cubría el cielo, el amanecer despertó perezoso y algo enfadado. Las nubes temerosas por su mal genio se escondieron y le dieron paso al mejestuoso y valiente sol. Este, que no se acobardaba ante nada ni nadie esperaba paciente la llegada del amanecer para deslumbrarlo con su radiante sonrisa.

Los bostezos del amanecer sonaron en el cielo como los pasos de un gigante en la tierra. Molesto por tener que darle los buenos días al mundo fue abriendo los ojos poco a poco. El sol, que estaba orgulloso de ocupar su puesto, le hizo un guiño de ojos y con uno de sus cálidos rayos ayudó al amanecer a levantarse. Este, maravillado por la calidez y la bondad del sol, le dio esquinazo al mal humor regalándole al mundo un hermoso amanecer.


Y es que a veces sólo tenemos que mirar al sol y sacudirnos el mal humor para recibir con alegría un nuevo día...



La Culpa

Al abrir la vieja puerta la invadió el olor del pasado. Olor a tostadas con mermelada, galletas caseras, vacaciones de veranos e historias de terror junto a la chimenea. Cerró la puerta y sólo escuchaba el sonido de sus pasos. Creyó oír las notas traviesas salir del violín de su abuela. Los recuerdos, de forma elegante, la fueron visitando evocando cada momento que pasó en aquella vieja casa de campo. Algunos eran alegres, otros en cambio estaban teñidos por la tristeza. Pero había un sentimiento que no la había abandonado desde que recibió la noticia. Ese sentimiento que la había hecho regresar allí.
El tiempo había dejado su huella en forma de polvo, una espesa capa cubría los muebles de nogal que la vieron crecer, admiró el perfecto orden en el que se encontraba todo,
-cada cosa en su lugar nunca se perderá-, solía decirle cuando era niña.
Isabelita era una mujer de ochenta años, de fuerte físico y envidiable vitalidad. Siempre tenía una afable sonrisa en sus arrugados labios y palabras de aliento cuando te veía desfallecer. Su adorable marido había fallecido cuando aún eran jóvenes, y ella tenía tanto amor por dar que la convirtió en la razón de seguir con vida. A menudo le contaba historias sobre su abuelo, lo hacía con un brillo en los ojos y un calor en el corazón que no había borrado el tiempo ni los metros bajo tierra en los que él descansaba. Un brillo que reflejaba que el verdadero amor existe y perdura aunque estemos lejos de la persona amada. Le gustaba coser, tocar el violín y las flores. Sin embargo cuidar animales no era de su agrado, aunque tenía un mirlo. –Este mirlo morirá conmigo, total no molesta a nadie-, solía decir. Y así fue. Siguió paseando por la estancia acariciando con su dedo índice los muebles, arrastrando el polvo y algún recuerdo. En la sala de estar vio la mecedora y su manta de cuadros roja. Sentada en su falda mientras ella la mecía lloró su primer desamor, y celebró sus éxitos. Volvió aquel sentimiento que no la abandonaba. Había sido tan feliz en aquella casa…
Subió al que había sido su cuarto. Las cortinas rosas que colgaban de la ventana estaban descoloridas por el sol, sobre su cama estaba el último libro que había leído antes de abandonar el nido familiar, “Un lugar en el que nunca he estado”. Todo estaba intacto, su querido peluche Pancete, los pósters de sus grupos favoritos. Sus primeros pintalabios… Una ráfaga de aire frío entró por la ventana, los inviernos allí eran húmedos. Cuando era niña siempre se quejaba del frío que hacía en aquella casa. Una noche su abuela entró en su habitación mientras ella leía. –Mira te he bordado una manta, espero que con esto no pases frío-, le dijo mientras la arropaba. Era preciosa, tenía bordados los colores del arco iris, ese que tanto le gustaba mirar porque anunciaba que la lluvia se había ido y podía salir a jugar entre la hierba húmeda. Echó algo en falta, su viejo álbum de fotos. Eran un recorrido en el paso del tiempo, ella con seis años y algunos dientes de menos, ella de adolescente y algunos granos de más, su graduación, su primer baile escolar…buscó en los armarios de su cuarto, en las cajas en las que guardaba las cartas de amor, pero no lo encontró. De pronto, como si alguien se lo hubiese susurrado al oído se dirigió al dormitorio de su abuela. Allí, sobre su cama estaba la manta que le bordó cuando era niña, y junto a ella su álbum de fotos. Se estremeció. Y aquel sentimiento se volvió más agudo, más cruel y se hizo notar con más fuerza. Era culpabilidad.
Isabelita había llorado la partida de su nieta. Deseó retenerla a su lado hasta el fin de sus días, nunca le había gustado la idea de morir sola. Pero ella también se había enamorado y cuando el corazón dormido despierta a la pasión se desatan guerras desconocidas en las que nos adentramos sin armaduras dispuestos a morir amando. Los días que siguieron a su partida fueron un ir y venir de rutinas. La casa empezó a sumirse en el silencio y ella en la tristeza. Vivió siempre pendiente de una llamada que nunca llegaba y cuando lo hacía era corta. Su corazón cansado le enviaba los mejores deseos, pero su apenada alma le rogaba que volviera.
Pasó la primavera y tras de ella el caluroso verano, más tarde vino el otoño que se despidió elegantemente para darle paso al invierno, y con la llegada de esa fría y desoladora estación Isabelita enfermó. Tal vez porque estaba mayor, o quizá porque su fuerte físico que se había ido debilitando con el tiempo no pudo hacerle frente a una neumonía que se había agarrado a ella para succionarle su vitalidad. También pudo ser la tristeza, que cansada de jugar sola sin poder invitar al amor, a la compañía o el afecto, se aburrió en un rincón esperando a que terminara el juego.
El teléfono sonó a las ocho de la mañana, con una mano torpe y los ojos aún legañosos, lo encontró en la mesilla de noche. No reconoció el número ni la voz de la persona que le habló, no contestó nada y tampoco se despidió. Pero sintió como un aire frío se metió en la cama con ella, se acurrucó en las sábanas y se convirtió en su sombra. Le dio la bienvenida a la culpa, y con una mirada aceptó que viviese con ella.
Susana se había criado con su abuela en una vieja casa de campo, ambas se encontraron porque de una forma diferente habían sido abandonadas. Su abuelo había muerto, dejando sola a una mujer que había nacido con un solo objetivo, amarlo. Y ella también se había quedado sola. Su madre la abandonó para cumplir su objetivo, amar a un hombre al que acababa de conocer que probablemente le duraría lo mismo que los demás. Nada. De esta manera llegó una tarde de verano a aquella casa a la que se adaptó enseguida. Mimada por su abuela creció sin echar en falta a su madre. Isabelita, que era una mujer culta y parlanchina, le enseñó todas las trampas que esconde la vida. Pero Susana creció y aquella vieja casa de campo se le hizo pequeña. Se enamoró y como mismo la abandonó su madre a ella, abandonó ella a su abuela. Y ahora estaba allí, de nuevo, con el corazón roto por una historia de amor que no fue bendecida por Cupido, y sin poder llorar en la falda de su abuela mientras esta la mecía frente a la chimenea.
Llegó a la cocina de azulejos amarillos y vio la jaula del mirlo, por lo menos tendría algo con lo que hablar sin obtener respuesta. Pero al acercarse encontró al animalito boca arriba, yacía allí, en su jaula con los ojos abiertos mirando a la nada. Entonces recordó las palabras de su abuela, -este mirlo morirá conmigo, total no molesta-. Y lloró, lloró por el mirlo y por su abuela. Ahora sólo podía limpiar aquella casa llena de recuerdos para quedarse a vivir con la culpa.