-Shhhh, nos van a oír. Le decía mientras subían la escalera entre risas y besos furtivos.
-Soy parrandero, arriando velas…Cantaba José a viva voz.
-Shhhh, que vivo en comunidad. Insistía Cristina riendo.
Justo antes de llegar al último tramo de escaleras que conducía al piso de ella tropezaron cayendo y quedando una encima del otro. No pudieron guardar la compostura y estallaron en una carcajada que despertó a la señora Sofía, una anciana que vivía al lado de Cristina y que tenía muy malas pulgas. Encendió la luz del rellano y empezó a darles una charla de buenos modales y comportamiento.
-Pero Cristina, qué haces en el suelo encima de un hombre y borracha, desde luego mi alma, no te he enseñado nada. Mira que te quiero como una hija pero no puedo seguir consintiendo que estés una noche tras otra bebiendo y trayendo esos hombres a tu casa. ¡Qué eres una señorita mi alma! Al oír aquello José miró confundido a Cristina. ¿Otros hombres? ¿Llevaba a otros hombres a su casa y borracha? ¿Qué clase de mujer era?
-Tiene razón doña Sofía, le prometo que esta será la última vez, y dejando a la anciana con cara de pocos amigos entró en su casa arrastrando a José por la hebilla del cinturón.
Lo empujó y este quedó recostado en el cursi sofá fucsia del salón, ella empezó a mordisquearle el cuello, a desabrocharle la camisa y a jugar con sus pezones.
-Sintonizando frecuencia…Jugaba mientras le mordía los pezones y comenzaban a ponerse rígidos. Pero José no lograba concentrarse, las palabras de aquella señora retumbaban en su cabeza.
-Pero José, ¿qué ha pasado? El soldadito ha deshecho la caseta de campaña. Se burlaba ella al ver como disminuía la excitación de él.
-A ver Cristina, explícame una cosa. ¿Traes cada noche a un hombre a tu casa y borracha? José estaba molesto, llevaba ocho años trabajando con ella, siempre la había amado en silencio. La consoló cuando su novio la abandonó por una jovencita que aún iba al instituto, la apoyó cuando decidió vivir su vida loca, pero aquello era demasiado. Pensar que podía ser uno más que compartía algunos mojitos con ella y buen sexo le dolió.
-¿Qué te pasa buen samaritano? ¿Acaso tú eres virgen? Le respondió ella molesta. Se había prometido a si misma que ningún hombre volvería a decirle lo qué debía hacer, para luego dejarla compuesta y sin novio por alguna jovencita.
-Sólo me preocupo por ti, eso se llama alcoholismo y ninfomanía. Contestó él intentando quitarle hierro al asunto.
-Bueno pues déjame a mí con mis traumas y contribuye a mi rehabilitación. Le insistió ella mientras se desabrochaba el sujetador.
Pero José no pudo, era su sueño, tenerla desnuda para él, hacerle el amor como siempre había deseado, amarla, protegerla y dormir abrazado a ella respirando su olor. Pero no iba a participar en aquel absurdo juego de aquí te pillo aquí te mato.
-No Cristina, yo me voy, ya encontrarás alguno con quien superar tus traumas. Recogió su camisa y salió a medio vestir. Y allí se quedó ella, semidesnuda, ardiente de pasión y maldiciendo la bocaza de su vecina. Tampoco habían sido tantos, bueno a lo mejor unos seis o siete ligues, pero no uno cada noche. Se levantó y se sirvió una copa de vino, se daría un baño relajante, lo necesitaba después de aquel desplante.
El viento le golpeaba la cara mientras aumentaba la velocidad, metió primera, segunda, tercera y acelerando se perdió en el tráfico de la noche. De sus ojos salían lágrimas por la velocidad, pero al parar en un semáforo se dio cuenta que eran de rabia y tal vez de dolor. Estaba enamorado de ella, la deseaba, pero le había quedado claro que simplemente sería un polvo más. Cristina había dicho muy en serio lo de no volver a enamorarse cuando él la consolaba por su ruptura con el imbécil de su ex. Pero José era diferente, quería hacerla feliz. El semáforo de puso en verde y él arrancó su moto a todo velocidad.
Dentro de la bañera pensaba en lo sucedido. Estaba molesta y enfadada, cuando volviese a la oficina no lo miraría, no le hablaría, la había humillado. Dejarla allí, con aquel calentón, a ella, que cualquier hombre estaría dispuesto a pasar una noche a su lado. Pero era algo más que eso, no era sólo orgullo femenino. José había estado siempre a su lado, la había consolado en sus innumerables peleas con Jaime, su ex, también la ayudo cuando Jaime la abandonó. Además siempre le había atraído su masculinidad, su voz ronca susurrándole que él estaría siempre a su lado. De repente se alertó, estaba enamorada de él. Salió de la bañera y sin secarse empezó a caminar desnuda por la casa. -Esto no puede ser cierto, no puedo estar enamorada de él, no, no, no, el amor no se ha hecho para mí. Jamás volveré a hipotecar mi vida por nadie-, se repetía. -Pero tal vez José sea diferente, es diferente me lo ha demostrado-. Pero se negaba a ablandar su corazón, le había costado mucho prepararlo a prueba de balas.
-Decididamente no-. Fue hasta su bolso, sacó su móvil, consultó su agenda…Una señal de llamada, dos, tres… -¿Ramón? Hola soy Cristina, qué haces esta noche, estoy muy juguetona…