Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Un sueño por navidad


Era una noche fría. Encendió la chimenea para darle calidez a la estancia. Una tenue luz del crepitar del fuego iluminaba el salón. Se acercó a la ventana. La fachada del edificio de enfrente estaba iluminada. Trepaban por ella los aguinaldos de colores, culminando en lo alto con el brillo de una imitada estrella fugaz. Fugaz, pensó. Fugaz como fue su amor. 
El pitido de la tetera la alejó de sus traicioneros pensamientos. Caminó hacia la cocina a través de un pasillo de paredes color pastel que una vez fueron testigo de...
La apartó del fuego y se sirvió una taza. El humo que emanaba del cacharro le enrojeció las mejillas. La piel se le humedeció. Regresó al salón y se sentó frente a la chimenea revestida de piedra caliza. Cogió su manta de cuadros verdes, encogió las piernas y se acurrucó. Le gustaba escuchar el quejido de los troncos de árbol al arder. Tomó un sorbo de su infusión y sintió como se le calentaba el alma. Se dejó envolver por los colores anaranjados y amarillos de las llamas que soltaban chiribitas rojas y flotaban en medio de aquella pequeña hoguera controlada. La única que podía controlar, puesto que la hoguera que él encendió un día en ella continuaba ardiendo. Ardiéndole. Arrasando. Calcinando. Quemándole cualquier ilusión que quisiese avivar en las humeantes hectáreas de su corazón. Algún destello verde se atrevió a florecer en medio de tanta ceniza. No sobrevivió. 
Justo cuando la visitaba el sueño, y sus cansados párpados se rendían ante la vigilia, escuchó unos incesantes golpes en la puerta. Gruñó e intentó volver a cerrar los ojos, pero los golpeteos eran persistentes.  Apartó la manta, estiró las piernas y dejó la taza de té caliente sobre la mesa de cristal. (En su fuero interno agradeció a quién se hallase al otro lado que la hubiese salvado de dormirse con la taza en las manos. Ya eran suficiente sus quemaduras internas como para exteriorizarlas vertiéndose el agua por encima). 
Cuando abrió se sorprendió al ver a unos pequeños Papa Noel sonrientes y con las mejillas sonrojadas por el frío.
-¡Venimos a concederte el sueño de esta Navidad!-. Gritó uno de los niños. 
-Pero antes debes darnos dulces, polvorones, mazapanes...¡Vamos, lo que tengas a mano! 
Sonrió ante la perspicacia de la niña que hablaba en ese momento.
-Pero, ¿es esto una nueva moda?-. Les dijo divertida. -Se supone que lo de pedir dulces sólo sucede en carnavales. Ya sé, ¿habéis adelantado la fecha con disfraz navideño para pedir golosinas?
Los niños se miraron extrañados.
-Parece estar más perdida de lo que pensábamos-. Dijo la niña rubia con trenzas, ojos azules y pecas en la nariz, que parecía ser la líder del grupo.
-¿Perdida?-. Preguntó molesta. -¿A qué viene eso, mocosa?-. Le inquirió.
Los niños (al unísono) exclamaron un "oohh" que le hizo sentir culpable.
-No es una cuestión de moda, ¿es que no has escuchado el lema: "Renovarse o morir"? Pues qué sepas que estás muerta en vida, ¡tía!-. Le espetó el niño al que le faltaban las paletas superiores. El grupo de amigos se dio la vuelta y se marchó. 
-¡Eh! ¿Y las golosinas? ¿Y mi deseo de navidad?-. Les gritó desde la puerta. 
La niña de las trenzas (que le recordaba a Pipi Calzaslargas, pero en rubia) se volvió hacia ella con un brillo diferente en sus ojos. 
-Para eso tienes que querer soñar-. Y continuó su camino.
Se sintió herida y a la vez aleccionada. ¿En qué momento dejó de soñar? ¿Quizá cuando descubrió que no volvería a sentir su piel junto a la de ella, cuando asumió que no habría amaneceres de caricias empatadas con la noche anterior o cuando su ausencia se hizo presente en sus labios (ahora huérfanos de sus besos)? ¡Qué más daba ya! Una pequeñaja de metro treinta le había concedido su deseo de navidad. La despertó de su letargo (no onírico) y se olvidó de llevarse a cambio sus dulces. 
Corrió a su cuarto. Se puso su abrigo marrón y unas botas, y salió a la calle, no sin antes llenarse los bolsillos de hojaldres y polvorones. Se adentró en la oscura noche buscando a su hada madrina. Un trato es un trato...y aquella niña (que sólo existía en su interior) se merecía su regalo.