Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Antología de una prostituta 9


Se despertó y la buscó en la cama, pero sólo percibió su olor. Ella no estaba. Hizo un rápido barrido visual por aquel cuarto con número de satisfacción (sesenta y nueve) y creyó intuirla en la ducha al escuchar el agua caer. Se levantó y caminó hacia el baño. Se apoyó en el bastidor y observó (a través de la mampara) las perfectas carreteras de la autopista de su cuerpo. Aquella mujer lo enloquecía, hacía demasiado tiempo que nadie conseguía sacar lo mejor de él (y no referente al sexo) sino a despertar el flagelado corazón, sus emociones, el deseo que creyó dormido. De aquello hacía más de cinco años…Fue en la Facultad de medicina, cuando…

-¿Qué haces ahí? Preguntó Vicio, mientras jugueteaba con su dedo y le indicaba que se acercase a contemplar de cerca y con derecho a roce lo que admiraba desde la distancia. El médico dejó de pensar en su pasado y aceptó la petición indecente de aquella mujer, de aquella puta. Su puta, porque de algo estaba seguro, terminaría siendo suya.

            En las calles andaban todos agitados, estaban ansiosos por escuchar el discurso del nuevo Presidente y rezaban para que hiciera algo honesto (en un país lleno de corruptos) que los ayudara a salir de la crisis. Hasta el momento, la estampa que vendía España era la de millones de parados, cientos de desahucios, ministros que robaban y sindicatos que imitaban a los ministros. Hasta la familia Real había picado el anzuelo de la avaricia, pero claro, las pruebas se perdían, los jueces se compraban y las bocas se cerraban. Y así, los pobres seguían nadando en las arenas movedizas del fango que caía de los de arriba. Rodrigo se paseaba nervioso por el Salón de Actos donde tendría lugar su bautizo y tomaría el nuevo cargo. Repetía una y otra vez en su cabeza lo que debía decir y se prometió ser un hombre justo y honrado (aunque las causas por las que llegó hasta el cargo no lo fueran). Faltaban diez minutos para salir ante miles de personas, que esperaban con su ascenso, la salvación de sus miserables vidas. Pero Rodrigo antes de enfrentarse con su futuro necesitaba hacer una llamada.

            Entre burbujas de jabón y caricias se iban limpiando uno al otro. Suerte que el gel era comestible (es lo que tienen las tiendas eróticas, que ya todo te lo puedes comer) si no probablemente alguno habría acabado envenenado. Volvieron a hacer el amor, y esta vez lo sintieron así. Nada que ver con follar o el sexo duro al que él la tenía acostumbrada. Aquella mañana se despertó el lado más tierno del doctor masoquismo, quien sustituyó los latigazos por caricias, cambió las órdenes por deseos y la pasión por amor. Acaso, ¿era amor lo que sentía? No estaba seguro, pero sí sabía que Vicio había conseguido dominar a la bestia que se desbocó aquella noche, cinco años atrás. En cambio, el sexo es un juego de pareja, y a Vicio aquel repentino cambio, aquel amansamiento de su fiera no le gustó. Pero se dejó llevar, porque al fin y al cabo a nadie le amarga un dulce, siempre que el pastel sea un buen polvo (aunque en esta ocasión, integral).

El teléfono sonaba, al tercer bip saltó el contestador y así todas y cada una de las veces que lo intentó. Seis llamadas perdidas en el teléfono de un receptor ausente.

Se frotó la frente, tendría que enfrentarse a su pueblo, a su nación, su país sin saber la respuesta y ese silencio le daba más miedo que una posible Tercera Guerra Mundial.

            Salieron de la ducha y volvieron a tumbarse en la cama. Ese era el plan, vegetar y comerse a besos, como decía la canción de alguna cantante que había salido nueva al mercado. Pero algo la devolvió a la realidad, cuando miró su teléfono vio que tenía seis llamadas perdidas de Rodrigo y entonces cayó en la cuenta de que no le había dado ninguna respuesta. ¿Cuántos días llevaba encerrada en aquel cuarto que sólo olía a sexo con el médico?

-¿Ocurre algo? Le preguntó intrigado al ver que Vicio palidecía.

-Clientes, ya sabes, trabajo a deshora y siempre estoy de guardia. Creo que deberías irte ya, no te cobraré estos días que hemos pasado juntos porque yo también los he disfrutado mucho, pero debo volver a mi vida, y tú a la tuya. ¿Cuántos pacientes has dejado morir en estos días?-. Felipe (que así se llamaba el matasanos) rió a carcajadas. He tenido una urgencia, señorita y la besó. –En serio, debes irte-. Aquel tono no le gustó. Estaba acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo y ahora lo estaban tirando como agua sucia. Tal y como llevaba él haciendo estos últimos años.

-No pienso irme, Vicio. Quiero que seas mía y dejes esta porquería de vida. Sabes qué me quieres, empecemos algo juntos. Siento algo muy fuerte hacia ti, eres la única persona que consigues sacar lo mejor de mí. Matar mis monstruos-. Vicio, se quedó helada, era el segundo hombre que le pedía abandonar la prostitución y empezar una vida a su lado. ¿Qué debía hacer? Por una lado estaba Rodrigo, era un buen hombre y tal vez terminaría siendo el nuevo presidente de España (aún no se había hecho eco de la noticia de que Rodrigo ya era el presidente del Gobierno, pues estaba ocupada firmando la paz entre sábanas) no lo quería, pero tal vez con el tiempo consiguiera amarlo. Por otro lado estaba él, Felipe. Le encantaba aquel hombre. Seguro de sí mismo, varonil y con unos hermosos ojos que te obligaban a perderte en un manantial de placer (aunque su último encuentro había sido más bien soso, a ella le gustaba que la odiaran en la cama y la amaran fuera de ella, le iba lo duro) y por último su profesión. ¿A quién quería engañar? A ella le gustaba ser puta, si no hubiese vendido pañuelos en los semáforos o cultivado tomates. Le encantaba que la llamaran y notar el deseo desde la otra línea, deseo por ella. La incertidumbre de quién se encontraría detrás de las puertas. Manos desconocidas tocándola, haciéndola disfrutar y notar el goce que ella proporcionaba en el otro. A veces no eran manjares los platos que llegaban a su cocina, pero otras era verdadero arte culinario…y así es la dieta, a veces lentejas y no te quejas. Le encantaría aceptar ser la mujer del Presidente, seguir viéndose con Felipe y conservar su trabajo de puta. Por qué era todo tan difícil, o tal vez no lo fuera. Recapacitó, si aceptaba ser la mujer de Rodrigo y su grupo de Gobierno descubría que era puta (se salvaría de que la lapidaran gracias a que no se recogía ese castigo en el código penal) y Rodrigo no se merecía una afrenta de ese tipo. Era un buen hombre, aunque fuese político. Pero, si aceptaba la propuesta de Felipe, con lo posesivo que era, tendría mucha menos vía libre para sus quehaceres sexuales, y es que el nombre de Vicio no lo eligió al azar, sabía cuál era su enfermedad.

-Vicio, contéstame. ¿Te vendrías conmigo?-. Aquellos hermosos ojos verdes brillaban y con ese brillo perdió su interés por él. ¿Dónde estaba el tipo duro que casi la conduce a perder la cabeza? No quería un peluche, eso podía conseguirlo con el Presidente, quería un macho, pero Felipe comenzaba a meter el rabo entre las patas.

-No, Felipe. No acepto tu propuesta. Lo siento, me gusta mi vida.

-¿Cómo? Pero seguirás atendiéndome, ¿verdad?

-No lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes? Y la agarró por un brazo, despertando la fiera que llevaba dentro, esa que odiaba ser rechazado, el que marcaba territorio e imponía las normas y Vicio se dio cuenta de cuál era su talón de Aquiles y continuó provocándolo. Fue entonces cuando tomó la decisión que marcaría su vida, pero esa decisión sólo la sabría ella.

-Yo no te quiero, yo nunca querré a nadie, así que si en algún momento tengo hueco y tú un calentón te atenderé-. Abrió la puerta y lo invitó a salir.

Una vez sola encendió el televisor y allí estaba él, dando su primer discurso. Lo había hecho, había asesinado al antiguo presidente y él estaba al mando. Se llevó las manos a la boca. Cogió su teléfono y reenvió la llamada, saltó el contestador.

-Sí, acepto. Dime qué debo hacer.

La vida de Vicio va a dar un giro. Quiere vivir bien, acomodada. Quiere disfrutar del sexo y quiere volver a verlo, a él, a Felipe, pero no al tierno, sino al duro, al que la ata a la cama y la conduce por un peligroso camino donde la única parada es el placer. El que la amordaza y aún así le hace decir las palabras más sucias que jamás se hayan pronunciado. El que le infringía dolor, sí, pero vestido de goce. Tal vez, como decía su abuela, la avaricia rompa el saco, quizá, como solía vaticinar, más vale pájaro en mano que ciento volando, pero también recordó un dicho que se tatuó a fuego en el alma desde muy niña, quien no arriesga, no gana. Y ella quería ganar, y ganaría.

Pero Vicio no sabía lo equivocada que podía llegar a estar, y como la vida es capaz de sonreírte, acariciarte y mecerte en su cuna, para luego dejarte caer al vacío donde las lágrimas serán el consuelo.