Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

sábado, 18 de mayo de 2013

Mensaje en una botella 3



Esperaba nervioso en la sala que le había indicado la eficiente secretaria de la editora. Era un lugar acogedor, una pequeña editorial que se había hecho famosa por descubrir a jóvenes y nóveles escritores que intentaban hacerse un hueco en la literatura. Pensó en Lucia, ella también estuvo sentada en aquella familiar sala, ansiosa, tal vez con su primera novela impresa dentro del bolso, con mariposas revoloteando en su estómago y un sueño por cumplir. Se la imaginó allí, sentada en aquel sillón de mimbre, con el balcón a su derecha desde el que podía ver la Avenida Marítima y el extenso mar. Le gustaba el mar y la luna, siempre los nombraba en sus novelas. Había pasado noches en vela leyendo sus obras y acrecentando con ello el deseo de encontrarla. Habían muchas flores en la estancia, geranios, jazmines y una orquídea, la orquídea era la flor preferida de Lucia, o eso intuyó en su novela, “Lazos de amor”, donde la protagonista era una joven musulmana que había huido de su país y de las rigurosas doctrinas religiosas que obligaban a las mujeres a doblegarse ante los hombres. La joven llegó a España y se cambió la identidad, abrió una floristería en la que solo vendía orquídeas, las más hermosas jamás vistas y que escondían el secreto del amor eterno.
-Señor, señor, ¿me escucha?
La voz de la secretaria lo trajo de vuelta al presente.
-La señora Margarita lo espera, ya puede pasar.
Avanzó por un pasillo y llegó al pequeño despacho. De pie, detrás del escritorio encontró a una mujer de unos cincuenta y siente años, con el pelo rubio cardado, gafas de pasta y un impoluto vestido rosa. Le tendió la mano y con un gesto le indicó que podía sentarse.
-Bueno, Jaime, cuénteme qué le trae por aquí y en qué puedo ayudarle. Mi nombre es Margarita.
-Encantado. Como ya le comenté en nuestra conversación telefónica, trabajo para el periódico “Al día”, sé que el catorce de febrero se cumplieron veinticinco años de la desaparición de la escritora peruana Lucia León. He leído sus obras y me gustaría hacer un reportaje acerca de ella y de su literatura. Tal vez usted pueda hablarme un poco de lo sucedido, de cómo la conoció y qué relación tenía con la escritora.
-¡Ay! Aquello me supuso una tragedia, querido, ya no solo económicamente porque a pesar de que no era una escritora conocida a nivel internacional, que lo hubiese llegado a ser, pero a nivel nacional tenía bastante éxito y nos hacía ganar una modesta suma de dinero con cada una de sus obras. Pero el dolor fue personal. Recuerdo que llegó aquí un tres de abril de mil novecientos ochenta y cinco, tendría unos veintiséis años. Entró en el edificio empapada, ya sabes que en abril aguas mil, y a todos nos sorprendió aquella mañana un torrente de agua que nos cogió desprevenidos y con el paraguas guardado en casa. Le di una toalla para que se secase. Era muy hermosa, tenía una larga melena negra y unos ojos brillantes cargados de sueños. Su manuscrito estaba mojado, lo traía dentro del bolso, pero aun así no quedó protegido de la lluvia. Lo pusimos a secar frente al ventilador mientras nos tomábamos una taza de té para entrar en calor. Charlamos durante más de una hora acerca de su libro y no tuve que leérmelo para saber que quería apostar por él, nació ahí una gran amistad, no solo profesional sino también personal. Las cosas le iban muy bien, tenía éxito en su trabajo y todo el mundo la quería, hasta que apareció él.
-¿Quién es él?
-Jaime, casualmente te llamas igual que él. Ese hombre fue su perdición. Se enamoró perdidamente. Pasaba noches en vela llorando por su ausencia. Un mal amor, él nunca la quiso, venía de vez en cuando a regalarle migajas que ella se comía con ansias. Luego volvía a desaparecer largas temporadas, pero regresaba con una orquídea y un lo siento, haciendo que ella cayera rendida ante su hechizo, hasta que desapareció y nunca volvió. Lucia dejó de escribir y se exilió en su casa y un día… ¡Ay! nunca podré perdonármelo.
-¿Qué ocurrió? Jaime estaba perdido en la historia de aquella señora.
-La noche del catorce de febrero de mil novecientos noventa trabajé hasta muy tarde, tenía la presentación del libro de Luis LLoret, una joven promesa por la que decidí apostar y aun sigo obteniendo beneficios. Cuando llegué a casa tenía varias llamadas de Lucia y un mensaje en el contestador: “solo quería darte las gracias y decirte adiós”. Le devolví la llamada al instante, insistí e insistí, pero ya no estaba, desapareció. Al cabo de unos años recibí esta carta-.
Margarita sacó del cajón un sobre amarillento por el paso del tiempo con olor a humedad. Se  la dio y comenzó a leer.
“Hola Margarita, querida amiga, siento mucho haberme ido así. Quise despedirme de ti pero no conseguí localizarte y no podía esperar más para huir del dolor en el que estaba atrapada y que tristemente me ha acompañado a todos los lugares a los que he huido. Cuando me marché estaba embarazada, no sabía qué hacer, Jaime me había abandonado para siempre y no podía soportarlo, di a luz sola una noche de invierno y entregué el bebé en un convento de monjas. Ellas me exigieron no volver a reclamarlo y yo a cambio les pedí que llamaran al niño igual que su padre. He cargado con ese peso todo este tiempo, ahora mi hijo tendrá seis años y nunca podré conocerlo. No volveré a escribir, ni a vivir, moriré en vida y pagaré por ese horrible pecado de abandonar a mi hijo y no luchar por él. Solo espero que haya sido feliz, aunque un hijo que se cría sin su madre jamás podrá ser feliz. Mis mejores deseos para ti y los tuyos, querida amiga”.
-Lo más que me impactó, es el lugar desde donde me envió la carta. Busqué esa dirección en internet y es un centro psiquiátrico que hay en el norte de la isla. Fui hasta allí pero no me dieron ningún tipo de información, al no ser familiar no me facilitaron ningún dato. Les enseñé la carta, la dirección del remitente y no sirvió de nada. Lucia gozaba de muy buena salud mental, ¿por qué iba a encerrarse en un manicomio?
-Por sentimiento de culpa, consiguió decir Jaime con la voz rota. Yo me crié en un convento de monjas, me adoptaron tres familias diferentes y todas acababan llevándome nuevamente con ellas porque no soportaban a un niño insensible que solo quería estar con su verdadera madre que lo abandonó una fría noche de invierno. Me llamo Jaime, ¿quiere más casualidades?
Ambos guardaron silencio.
-No puede ser cierto, eres el hijo de Lucia, cómo es posible que justo tú hayas decidido hacer un artículo de ella, ahora, cómo…
Jaime le enseñó el mensaje que encontró dentro de la botella una tarde en la playa. Las cosas no sucedían porque sí. El destino lo estaba empujando a encontrar a su madre. Pero, ¿para qué? Ella lo había abandonado, lo condenó al vacío existencial, a no sentirse querido. Tal vez por eso sus relaciones no funcionaban, nunca estaba presente, sino divagando por un mundo de fantasías, por su mundo de fantasías. No quería encontrarla, quiso odiarla, pero una fuerza imposible de controlar lo empujaba hacia ella, la misma fuerza que lo obsesionó desde que Conde, su perro, puso en su mano aquella botella con un mensaje del destino para él. Debía encontrarla.
Le dio las gracias a Margarita y se marchó. Antes de que saliera del edificio ella apreció tras él.
-Si necesita ayuda cuenta conmigo, querido, y no la juzgues, lo pasó muy mal.
Jaime la miró, guardó silencio y bajó la escalera dispuesto a escribir el final de la historia.