Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Lazos de amor

     Marta se miró al espejo y vio el reflejo de una mujer madura. Algunas líneas acariciaban su rostro sin restarle belleza, esa belleza que siempre la acompañó, que provocaba las calientes miradas de los hombres al verla pasar.
A sus cuarenta y nueve años empezaba a cuestionarse el sentido de su vida. Llevaba más de veinte años casada, con Paulino, un hombre adusto y apático que a pesar de su discapacidad para demostrar sus sentimientos la amaba locamente. Pero para ella nunca era suficiente. Ella quería corazones y flores, susurros de amor en medio de la oscura noche, miradas largas y tiernas y paseos a la luz de la luna. Por desgracia, Paulino no conocía de romanticismo ni de caricias que contaban secretos impronunciables. Había intentado ser un buen marido y un buen padre de una hija que no era suya.
Marta tenía una hija de veintidós años, fruto de su amor con Javier, el hombre que la enseñó a amar y a sufrir. Por quien pasaba las noches en vela empapando la almohada con sus lágrimas, el que le erizaba la piel con solo mirarla y el que la abandonó sin darle la oportunidad de contarle que estaba esperando un hijo.
Javier se fue con su padre a recorrer el mundo en busca de fortuna, y ella se quedó con una barriga y sin reputación. Pero apareció Paulino y la salvó de que las lenguas de las vecinas la lapidaran con sus chismes con los que acompañaban el buchito de café. De aquello hacía ya veinte años, y su pequeña princesa estaba a punto de presentarles a los padres de quien había elegido como marido.
            Se retocó el rímel y se dio unos pequeños golpecitos con las yemas de los dedos en los pliegues que se le habían formado alrededor de los ojos.
En la terraza la esperaba un impaciente Paulino con las manos en los bolsillos paseando de un lado a otro.
-¿Estás nervioso?
-Claro Marta, esa chiquilla es como mi hija, y se ha empeñado en jugar a las amas de casa con solo veinte años. ¡Válgame Dios! Debería ir a la universidad como cualquier hija de vecino.
-Es lo que ella ha elegido y pienso respetarla.
-Sinceramente Marta, ¿no te hubiese gustado terminar la carrera, viajar, vivir un poco, antes de verte envuelta entre fogones, pañales y compotas?
-Laura es lo mejor que me ha pasado en la vida. Miró al frente y esperó la llegada de su joven hija y su equivocado futuro.
El timbre asustó el silencio que se había instalado entre ellos. La animada voz de su hija los puso tensos, había llegado el momento de conocer a su futuro marido y a sus padres. De la mano de Laura entró un joven muchacho de físico atlético y unos dominantes ojos azules. Los seguía una extravagante mujer de unos cincuenta años, sin ninguna línea de expresión dibujada en la cara, señal de que había dado con un buen cirujano. De repente se sintió aún más vieja, fea e insignificante que al mirarse al espejo por la mañana. Su hija hizo las presentaciones con entusiasmo.
-Mamá, él es Marcos, mi futuro marido y ella es Doret, su madre. Se saludaron con efusivos besos y palabras de agradecimiento. –Mira mamá, ahí viene su padre-. Gritó la joven. Por el camino del jardín adornado con azahar y jazmín entró un atractivo hombre de cincuenta y cinco años, con el pelo corto y brillante por el reflejo de las canas. Sus ojos verdes resaltaban sobre su piel morena. Marta palideció, era él, era Javier, el padre de su hija, el amor de su vida y el progenitor de su futuro yerno. Se saludaron con dos torpes besos, no sabían cómo reaccionar ante aquel encuentro. Había tenido un hijo que estaba comprometido con su hija, quienes se amaban y estaban descubriendo sus cuerpos.
-Mamá estás pálida-. Fueron las últimas palabras que escuchó antes de derrumbarse en las manos de Paulino. Cuando despertó intentó incorporarse con rapidez ante las miradas preocupadas que la escrutaban.
-¿Te encuentras mejor? Le preguntó la madre de su yerno.
-¿Dónde está mi marido?
-Ha ido a la cocina con Javier.
Marta no necesitó saber la conversación que estaban teniendo los dos hombres de su vida. La relación de sus hijos no podía seguir adelante y ella se encargaría de separarlos.