Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

martes, 25 de noviembre de 2014

Siempre hay salida


El infierno de su alma se había convertido en su lugar favorito...allí solía escaparse a tomar café y calentarse con sus propios pensamientos convertidos en brasas. Allí las heridas escocían menos y las palabras malsonantes se derretían fundiéndose con la lava de la mujer que fue algún día. Allí fantaseaba con que su diabla interior tomase de una vez por todas las riendas de su vida...pero sólo eran eso...fantasías.
La puerta se cerró con un golpe seco, ella se sobresaltó y se abrochó los últimos botones de la camisa, no fuese él a creer que iba enseñando de más. Se alejó de la ventana que la mantenía conectada a la realidad y que tantas veces se le antojó como el fin de sus problemas (pero no, ella no era una cobarde) y revolvió el potaje que tenía al fuego.
-¿Otra vez potaje?-. Masculló.
-Sí no lo quieres te preparo otra cosa...balbuceó.
-¿Otra cosa, otra cosa? Sí no sabes hacer nada.
Él abrió la nevera y sacó una cerveza. Le quitó la tapa con los dientes y la escupió al fregadero. Bebió un largo trago, se limpió la boca con la manga de la camisa y salió de la cocina gritando: -Tengo hambre, ¡Muévete!
El infierno de su alma se convirtió en escarcha. Permanecía helada (a pesar de los treinta y dos grados que marcaba el termómetro de la cocina) inmóvil intentaba adivinar qué podía desear para comer, qué le apetecería...pero nunca tuvo dotes de adivina, hechicera o bruja puesto que nunca acertaba en sus cavilaciones. De haberlos tenido habría visto el día de su boda que el príncipe de su cuento tenía escamas en lugar de sangre azul, una mazmorra y no un precioso castillo, y no la llevaría en brazos por el umbral de la puerta sí no que la metería a patadas. No, decididamente, no tenía dotes de adivinación.
-¡Esperanza! ¿ Dónde está la puta comida? 
Con un baile anormal en el pulso de sus manos vertió dos cucharones de potaje en el plato, con sumo cuidado se dirigió al salón y lo dejó sobre la mesa auxiliar donde a él le gustaba comer mientras veía las noticias y criticaba las desgracias del mundo. El silencio se hizo notar como la calma que precede a la tormenta. Perfecto alzó la mirada, -¿otra vez potaje?-. Esperanza no tuvo tiempo de retirar el plato e ir en busca de cualquier otro alimento que lo satisficiera. 
Nunca le gustó el color rojo, siempre lo consideró demasiado llamativo y exhuberante. Ahora salía de su nariz y de su boca (como tantas otras veces) y un surco alrededor de su ojo comenzaba a extenderse a lo largo y ancho de su rostro como un tsunami arrasando con su belleza. Perfecto comía en silencio el potaje mientras veía los resúmenes del fútbol. Volvió a mirarse al espejo, ¡qué mal le sentaba el rojo! Se volvió a refugiar en el infierno de su alma, su diabla interior estaba un poco atolondrada...-¿Pero tú te has visto? El rojo nunca ha sido nuestro color ni el negro, nosotras somos más de rosa y de purpurina, ¿acaso lo has olvidado ya? ¿Cuánto hace que perdiste la esperanza, Esperanza? 
Volvió a mirar hacia el salón, se volvió nuevamente hacia el espejo. Su diabla seguía hablando. -Venga, atrévete, sí lo estàs deseando. Concédenos la libertad que nos merecemos.
Perfecto se acercó a ella cabizbajo.
-Esperanza, perdóname, sabes que no soporto hacerte daño, me pongo muy bruto, no sé que me pasa. ¡ven, siéntate conmigo!-.
-¡Enseguida voy! 
-Venga, Esperanza, hazlo por nosotras, siempre hay salida-. La incitaba su diabla.
Esperanza cogió el jarrón de porcelana que le regaló su madre cuando se casó. Se persignó y le pidió perdón a Dios. Caminó hacia el sofá y lo hizo añicos contra la cabeza de su esposo. Este quedó semiconsciente. Buscó en sus bolsillos y encontró las llaves de la puerta. Abrió con manos temblorosas y salió a la calle. Corría, huía de él y de ella, de su diabla interior que ahora deba palmadas y danzaba feliz, cambiando el tridente por alas y los cuernos por una aureola. Llegó a la policía y se entregó no sabía bien sí como víctima o como verdugo, pero cualquier cárcel sería mejor que el miedo.