Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Mi abuela la chamana

Mi abuela era chamana. No. No crean que era de esas brujas con plumas en la cabeza, collares de dientes de elefante y pintadas en la cara con la sangre de algún animal sacrificado. Mi abuela era una chamana de las buenas. De metro cincuenta (albergaba mucha sabiduría en poco espacio). Con el pelo blanco, muy largo, y la cara redonda como la luna llena. Vivía en el centro del bosque, a ella le gustaba llamarlo el centro de "La madre tierra", en una cabaña de roble, donde siempre olía a sahumerio, para honrar su hogar, el que consideraba que estaba vivo.
Mi abuela se dedicaba a devolver el alma al cuerpo de la gente y a sanar los corazones rotos. Yo, a mis diez años, no entendía como alguien sin alma ni corazón (o al menos roto) podían llegar hasta Hamuaguaka (como llamaba mi abuela a su casa). Cuando esto sucedía mi abuela me mandaba a jugar al bosque (pero nunca fui muy obediente) y solía esconderme entre las cañas de bambú del patio y observar lo que sucedía. El desalmado permanecía de pie en un círculo hecho con hojas de laurel. Mi abuela caminaba alrededor de él haciendo gestos de disgusto con la cabeza. Luego se untaba las manos con aceite de lavanda y las colocaba unos segundos en varias partes del cuerpo, algo llamado chakras. Encendía incienso y danzaba dando pequeños saltitos alrededor del enfermo mientras cantaba: LY OLAY ALE LOYA (danza del círculo) a la vez que tocaba el tambor. Cuando estaba en trance cesaba el baile, rezaba para llamar a sus animales de poder; la tortuga de tierra, que aporta serenidad y equilibrio y posee el don de esconderse en su caparazón mientras amaina la tormenta. Y el elefante, cuyo significado es la fuerza, el poder y el honor. Cuando atendían a su llamada, ponía las manos en el pecho del herido y con un golpe le devolvía el alma. Para el corazón roto les hacía beber el elixir del desamor: manzanilla, flor salvaje y diente de león...ayunar once días y los pedazos se recompondrían.
- Abuela, ¿por qué si desde que era niña me decías que el amor es lo más importante de la vida, vienen tantas personas con el corazón roto en busca de tu ayuda?-.
Le pregunté mientras bebíamos nuestra ayahuasca de las siete de la tarde, infusión con la que el espíritu salía de nuestro cuerpo sin que este muriera.
Mi abuela bebió, miró al frente, allí, al corazón de la tierra, donde podías escuchar palpitar las raíces de los árboles.
-El amor, pequeña, es parte de nuestra naturaleza. Es el estado de sentirse felizmente conectado a otro o el acto de llegar a conectarse. Es extender nuestro ser para incluir a otro.
-Entonces, abu, ¿por qué se acaba si es nuestra naturaleza, nuestra razón de ser, el fin último del ser humano?
-La duda es lo que debilita al amor. Cuando aparece la duda sobre la existencia del amor, entonces nace el miedo y con  él muere el amor. El miedo interfiere en el amor porque es lo opuesto a este. Cuando crece el miedo, mengua el amor, pero aumenta la necesidad de ser amado.
-Es todo muy complicado, abu, sigo sin saber qué se debe hacer.
Mi abuela me miró sabiendo que sólo lo entendería en el momento adecuado, aún así continuó hablando.
-Pues amar, aumentar la dosis.
-¿Entonces, abu, para superar el miedo y la duda que genera  el amor, la solución es el amor? ¡Es todo muy raro! ¿Y si es tan simple por qué la gente sigue viniendo con el corazón roto y sin alma?
-Porque dejan de amar.
-Pero no pueden hacerlo, se les ha roto el corazón y se les ha largado el alma.
-Escucha, pequeña, algún día no estaré y te romperán el corazón ahuyentando al alma, sólo podrás solucionarlo amando al dolor y este cesará.
De esa conversación hace más de veinte años. Ahora, aquí, en Hamuaguaka, bebiendo sola nuestra ayahuasca, sin alma y el corazón roto, intento amar al dolor... Pero no puedo, abu,  no puedo. Y pido, que allá adonde hayas ido el día de tu partida (hace ya tanto) encuentres un hueco para devolverme el alma y recomponerme el corazón.