Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Huida hacia el Señor. 1ª parte


            Viajaba en el taxi ahogando el llanto mientras sus lágrimas rodaban por sus mejillas. El taxista, un joven muchacho mujeriego y frío, acostumbrado a romper corazones de jovencitas que lloraban por su amor, se conmovió al ver a aquella preciosidad de pelo cobrizo y ojos verdes llorar con tanto dolor. Sintió una punzada de ira en el estómago al pensar que algún desconsiderado le hubiera roto el corazón. Quiso decirle algo, pero de su boca sólo saldría alguna burrada del tipo “morena ven que yo te quito las penas”. Así que decidió permanecer en silencio y observarla a través del espejo retrovisor.
-Lo siento-. Pronunció por fin la joven. Él estaba perdido en su belleza, el pelo le caía rebelde sobre los hombros, sus enormes ojos verdes estaban enrojecidos por el llanto y apagados por la tristeza.
-No se preocupe-. Le dijo mientras le tendía un pañuelo. –No creo que nadie merezca que una mujer tan bella sufra de esa manera-. Se arrepintió al instante de sus palabras y esperó su reacción a través del espejo. Ella lo miró e intentó devolverle una sonrisa.
-Gire a la derecha y pare donde pueda.
Luis se quedó frío cuando paró el taxi delante del Convento de Clausura de Las Monjas Marianas. Aquella mujer iba a entregar su alma a Dios para el resto de su vida. Era joven, apenas rozaba los veintitrés. Quiso acelerar y alejarla de ese lugar. Hacerle entrar en razón.
-¿Cuánto es? Preguntó Sonia sorbiendo por la nariz.
-Nada.- Contestó con voz ronca. – ¿Está segura de lo que va a hacer? Preguntó esperanzado.
Ella le devolvió una tierna mirada de auxilio y resignación. Suspiró y bajó del taxi. Luis permaneció allí, contemplando las grandes puertas de madera. Los muros de piedra que impedían ver el jardín que intuyó que habría tras ellos. Una anciana ataviada con el hábito de monja abrió el portón y Sonia desapareció.

Llegó a una gran sala con las paredes blancas y una imagen de la virgen María Inmaculada. Otras monjas la esperaban rezando. La Madre Superiora, una monja de avanzada edad exigente y mal humorada, comenzó a hablar.
-El primero paso, la postulación, consiste en un periodo de seis meses a un año, durante el cual  vivirás con nosotras, siguiendo nuestro horario, orando con nosotras y cumpliendo con los deberes y obligaciones de la vida religiosa. ¿Que dejaste un hogar y una familia? Pues ahora tiene un hogar nuevo lleno de corazones alegres y generosos y una nueva familia de compañeras amorosas que pronto llegarás a conocer y a amar. Todo esto es solo la centésima parte de la herencia que Cristo prometió a los que le siguen. ¿Que abandonaste posesiones materiales? Aun cuando esto implica cierto grado de sacrificio, tú ahora te encuentra libre para dedicarte enteramente a la obra del apostolado.
En seguida, si lo considero,  se te dará tu hábito religioso y un nuevo nombre: el de uno de los santos de Dios, así como el de su santa Madre. Entrarás luego en ese periodo formativo conocido como el noviciado, consistente en un intenso año de preparación espiritual para tus primeros votos. Durante este tiempo serás instruida en la vida espiritual, la santa regla y las obligaciones de tus votos. Al finalizar el año, si lo considero, tomarás tus primeros votos de un año y ocuparás tu lugar en el apostolado activo de la Congregación. Sea cual fuere tu deber, te esforzarás por recordar que tu santa regla es ser “las manos visibles de María trabajando en el mundo, esmerándose por ocasionar el reinado de justicia y verdad-.”
      Sonia se mareó, ya no había vuelta atrás. Había condenado su vida por decisión propia a la entrega del Señor, a quien amaba, pero nunca pensó morir en vida de aquella manera. Pero estaba a salvo, y eso la consolaba. Nadie podría volver a romperle el corazón. Jamás volverían a prometerle el cielo, bajarle las estrellas y columpiarla en la luna. Ahora, allí, en aquel convento tenía su corazón a salvo de los depredadores que se lo habían arrancado del pecho y deshecho a mordidas.
-¿Te encuentras bien?- Le preguntó la madre superiora.
-Sí, sólo cansada por el viaje.
-La hermana Asunción te acompañará a tu cuarto. Descansa, llora y despídete de tu vieja vida porque mañana empezarás tu nuevo camino por la senda del Señor.
Sonia caminaba hacia su cuarto acompañada de la otra monja. Miró la puerta que comunicaba con el jardín de la entrada y quiso salir corriendo. Pero su discapacitado corazón, así había quedado después del último golpe, le habló.
-Por favor hazlo por mí. No soportaré otra decepción. Ahí afuera se esconde la maldad. Nos seguirán haciendo daño. No huyas, necesito descansar.
Y Sonia decidió entregarse a una vida vacía pero sin riesgos.
            A kilómetros de allí, Luis aparcaba su taxi y entraba en el bar “La Parada”, no conseguía quitarse aquellos ojos verdes de su cabeza, la última mirada de auxilio de aquella mujer. Su teléfono vibraba en su bolsillo. Tenía una llamada. Era Marta, una mujer de curvas vertiginosas, lengua viperina y vicio en la piel. Una mujer demasiado fácil. Apagó el móvil. No quería sexo. Sólo quería volver a ver aquellos ojos verdes y estaba empezando a idear un plan.