Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

jueves, 8 de enero de 2015

Sufro

["Corán 9:5. Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, MATAD a los ASOCIADORES donde quiera que los encontréis. ¡CAPTURADLES! ¡SITIADLES! ¡TENDEDLES EMBOSCADAS POR TODAS PARTES! Pero si se arrepienten, hacen la AZALÁ y dan el AZAQUE, entonces ¡Dejadles en paz! "Alá es indulgente, misericordioso!"]
A veces me gusta soñar. Quizá esté siempre divagando en el mundo onírico y por eso sufro. Sufro cuando despierto y descubro que la realidad está teñida de sangre, guerra y mentiras. Y que todo es justificable si se hace con el nombre de Dios en la boca y el de Satanás en el corazón. 
Sufro porque con cada vida que apagan los muyahidines para cumplir su: " Decreto religioso de guerra por parte del Corán para extender la ley de Dios"... (De un Dios con cuernos y tridente y los conceptos mal entendidos) apagan un sueño, una sonrisa y las ilusiones de quién lo esperaba en casa para cenar. Apagan la libertad (aunque ellos envueltos en su falacia) creen hacerlo en nombre de ella. 
Apagan el arte, la palabra, el ser sin pertenecer a un Dios que los mal vende, ¿a cambio de qué? ¿De la certeza de entrar en su reino? ¡En un reino maldito!
Con la explosión de cada una de esas bombas vibra algo en todos nosotros (por lejos que estemos). 
Con cada atentado muere una parte de nuestra esencia, que toma consciencia de la cruel realidad que nos baja de la "parra" de creer en un mundo mejor. 
Porque si según Dios todos somos hermanos...¿A quién no le duele el asesinato de un hermano, aunque sea de padres diferentes?
A mí me duele. Me duelen mis hermanos no reconocidos y me duele el mundo en el que vivo. Ya no quiero ser tolerante. ¡No! No se puede tolerar a un Dios llamado Alá que sólo te perdona la vida si le muestras sumisión. 

lunes, 5 de enero de 2015

Colilla

Mi madre siempre me dijo que no me sentara en las aceras. Que eso no era de niñas de bien. Que las niñas correctas que aspiraban a ser alguien en la vida no se tiraban en las aceras, cual colilla mal fumada, que alguien dejó caer a medio consumir para que terminase por destruirse con el paso del tiempo. 
Mi madre también me decía que ella nunca se equivocaba, que le hiciera caso...¡Qué ya se lo agradecería! Que disgusto se llevaría la mujer con su pelo blanco, los dedos consumidos por la artritis intentando terminarme esa bufanda hecha a mano que lleva tres inviernos bordando y nunca termina, si me viese sentada en este bordillo gris donde me dejaste un día. He visto como se consumen las colillas. Es curiosa la vida del cigarro, casi que me recuerda a nuestro amor. Al principio lo enciende el deseo, las ansias de llevártelo a la boca, de sentir entre tus labios su tacto y perpetuar en tu lengua su amargor. Luego lo inhalas y exhalas disfrutando de ese recorrido que hace por tu cuerpo, tan placentero que parece calmarte, devolverte la vida...y llega un momento en el que no sabes cómo ni por qué deja de resultarte agradable y lo lanzas al suelo sin importarte cuántas caladas te quedaban por aprovechar. La colilla cae huérfana de ti, y tú en ocasiones, según el día, la pisoteas con ímpetu para asegurarte de que no haya restos de vida que puedan avivar. Otras veces la dejas que se consuma ella por sí sola, y eso duele más. Fumar mata, pone en las cajas de tabaco, y amar también, lo dice el contrato de la vida, pero en otro idioma, porque yo no lo entendí cuando lo leí  ¡Ya ve, madre! Que ya sabia yo que no iba para niña de bien. Que aquí estoy en una acera tirada como una colilla, agonizando y esperando a que las últimas cenizas que quedan en mi corazón se consuman de una vez...que este invierno tan seco no ayuda, y que estas chiribitas me calientan el alma en las noches de frío. 
Mi madre también me enseñó a permanecer quieta en un lugar hasta que viniesen a buscarme. Quizá por eso aún te espero viendo crecer la hierba en el alquitrán...por ahí leí un día algo así como: "Donde quiera que Dios te plante, FLORECE". Pero es que a mí no me plantó Dios, me plantaste tú aquel diez de enero, cuando el cielo estaba gris (conteniendo el llanto) cuando nevó en el Teide y se hundió un barco. Cuando los soldados volvieron a la guerra, cuando los ciudadanos subían la cuesta (de enero) y los niños ya se habían cansado de jugar con sus recién  estrenados juguetes de Reyes. Me plantaste aquel diez de enero que traía nuestra historia en una melodía... Me plantaste tú, y no sé yo si eso me da derecho a florecer. Lo que sí sé, madre, es que usted nunca se equivocaba.