Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Huida hacia el señor 3




Los meses se le habían hecho eternos encerrada en aquel horrible lugar. Se equivocó al creer que en la casa de Dios encontraría la salvación a su dolor.  Había oído horribles historias de curas y monjas que abusaban o maltrataban a niños, pero esas historias le quedaban lejanas en el tiempo en forma de siglos pasados. Necesitaba creer en algo, agarrarse a algo en la cruel sociedad en la que vivía y creyó que arropada por la fe sanaría sus heridas, pero erró. Cómo podía sacar fuerzas cada mañana para levantarse si había descubierto que ni siquiera la senda del señor era honesta. Que la benevolencia, mansedumbre y ternura que nos vendía la iglesia era mentira. Se había condenado a sí misma a la clausura en un lugar más corrupto que la propia calle, con las decepciones del día a día y los golpes de la vida. Su rutina en el convento era orar y seguir los horarios de las demás hermanas, aun le faltaban dos meses para entrar en el periodo de noviciado, que consistía en un año de preparación intenso en el ámbito espiritual para poder tomar sus primeros votos. Permanecía el día dentro de su celda pidiéndole clemencia a Dios, ya no le rogaba que borraras las penas de su corazón ni que la ayudara a olvidar los dolores del alma. Ahora le pedía que le diera fuerza para sobrellevar el castigo que se había autoimpuesto. “Señor, tú también sufriste por la maldad ajena y no te rendiste. Ese era tu destino y tal vez este sea el mío. Dame fuerzas para continuar”.
Sonia decidió ingresar en el convento de Las Hermanas Marianas una tarde de invierno, cansada de que le apalearan el corazón, se burlaran de sus sentimientos o traicionaran su confianza, culpándola de cometer errores. No podía ni quería verse luchando en una guerra de palabras que no la conduciría a ningún sitio, tener que gritar para ser escuchada y que su propia voz solo le resonara a ella. Sin mirar atrás subió a un taxi que la condujo al lugar en el que se encontraba ahora. Nunca olvidaría los ojos del taxista cuando le preguntó si estaba segura de lo que iba a hacer, parecía que aquel apuesto joven sabía que con su decisión estaba suicidando el alma, pero dejando al cuerpo con vida para que sintiera dolor. Alguien tocó en su puerta, era la hermana Asunción.
-La madre superiora quiere que vayas a su celda.
-Gracias, hermana, ahora mismo voy.
Sonia sintió arcadas al saber que tendría que volver a encarar con esa horrible mujer, con el mismísimo demonio disfrazado de monja jugando a ser un ángel. La hermana superiora era una mujer de unos sesenta años con unos repulsivos gustos sádicos que quería que le saciase ella. Cansada de las dos monjas que le bailaban el agua, había encontrado en Sonia el candor de la carne inocente de la que ella necesitaba alimentarse para sentirse más viva.
-Pase-. Le dijo la monja cuando sintió que tocaban en la puerta de su celda.
-¿Quería verme madre?
La madre superiora sonrió con depravación al ver a la joven. Se levantó y le agarró con fuerza la cara pasándole la lengua por la boca. Sonia sintió deseos de empujarla, de golpearla hasta que aquel animal dejara de respirar. Pero tenía miedo, la hermana Asunción le había contado horribles historias de monjas que se habían resistido a sus vileza y habían acabado en el exilio o condenadas por sacrilegio. Así que aguantaba las aberraciones de aquel demonio, infligiéndose a si misma la penitencia. La puerta de la celda se cerró. La madre superiora se quitó el hábito, mutó la piel y se transformó en Belcebú y Sonia en su víctima.
Había oscurecido cuando regresaba a su mazmorra, la hermana Asunción la esperaba.
-Cierra la puerta, que no se enteren de que estoy aquí y no enciendas la luz-. Le dijo en susurros. –Te lo ha vuelto a hacer, ¿verdad?
Asunción también había sido víctima de las perversiones de la madre superiora. Ella se había criado en aquel lugar y no conocía cómo era la vida en el exterior. La abandonaron cuando era un bebé en la puerta del convento, fue criada por las hermanas de la congregación y víctima del ansia animal de la madre superiora.
-Sonia, tienes que salir de aquí, hija mía. No mereces estar pasando por esto. No sé cómo es el mundo ahí afuera, pero seguro que no tan cruel como lo que estás pasando ahora.
-¿Y cómo? Si no nos permiten salir de aquí. Este es mi destino, tal vez tengo que pagar por los pecados que he cometido o por el daño que le haya podido ocasionar a alguien. Es mi penitencia.
-Nadie merece pagar una penitencia de este tipo, hija mía, quien único debe decidir nuestro castigo es Dios, y eso lo hará cuando entres en su reino.
Sonia se abrazó a la hermana Asunción y lloró, implorándole a Dios que le mostrara el camino para salir de aquel infierno. Le prometió que si la ayudaba haría todo lo posible para que la madre superiora pagara por sus horribles pecados. Las sorprendió el amanecer tras una larga noche ideando un plan para ponerle fin a aquel infierno con nombre de cielo.
Luis llevaba tres meses dando palos de ciego, había ido al convento haciéndose pasar por periodista con la excusa de admirar la labor que realizaban esas mujeres encomendando su vida a Dios y quería hacer un reportaje, pero siempre le daban la misma contesta a través del interfono: “La madre superiora está enferma de gripe y a penas puede hablar, otro día será”.
-Pero tío, eres imbécil, cómo crees que te van a dejar entrar. Es un convento de clausura, además no creo que les interese que vaya ningún periodista a levantar la liebre. A saber qué cosas ocurren ahí adentro.
-No seas capullo, Mario, es un convento de monjas, qué cosas pueden ocurrir más que rezar y condenar su vida al vacío absoluto.
-Joder, Luis, te hacía más inteligente. Los curas y las monjas son los mayores pederastas y proxenetas que ha habido en la historia. Visten su inmoralidad con un disfraz y aplacan sus remordimientos rezando un padre nuestro. Remóntate siglos atrás, a la época de la Santa Inquisición, cuando los miembros de la iglesia condenaban a muerte a los que consideraban herejes.
-Eso no significa que todas las personas que estén dentro del mundo religioso lo sean.
-No, Luis, no estoy intentando decir que tu querido amor platónico de quien no sabes ni el nombre sea una de ellas, solo quiero que entiendas que no es todo “amor amor” en el mundo de la fe. Tengo la solución, ¿quieres acceder al convento? Hazte pasar por alguien que quiere hacer un jugoso donativo a su congregación, te aseguro que te recibirán con las puertas abiertas, tú podrás encontrarte con tu querido angelito y yo me daré el gusto de demostrarte que son unas vividoras que igual que la mayoría de la sociedad se mueve por dinero y si no el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Mario siempre había sido un nihilista y descreído de toda ideología religiosa. Su padre fue educado en un colegio de curas, sin embargo era un hombre agnóstico y amante de la ciencia, por lo que desde niño mamó la aversión de su padre hacia la teología, adoptándola como suya y llevándola a cabo.
-Pero a mí ya me han visto, tengo la sensación de que a pesar de que se comunicaban conmigo a través del interfono, estaban mirando por la ventana a ver quién era.
-Eso dalo por hecho, no te preocupes. ¿Para qué están los amigos? Iré yo, tú me acompañarás con la excusa de que quiero que la prensa haga un reportaje acerca de mi donativo.
-Pero, ¿qué dinero piensas donar?
-Tranquilo, les diremos que queremos hacer un donativo, que nos gustaría saber qué proyectos llevan a cabo y ver el convento. Cuando tú hayas encontrado a tu princesita y la rescates de su mazmorra nos iremos diciéndole que haremos una trasferencia bancaria y desapareceremos como por arte de magia.
-Tío, eso es una estafa, es retorcido.
-A ver, ¿tú quieres encontrar a Cenicienta? Pues es la única opción que tienes.
-Vale, vale. Nunca he tenido escrúpulos y no voy a empezar a tenerlos ahora.
El sol empezaba a salir, el destino fraguaba a favor de ambos, los planetas se alineaban, pero por el camino, la batalla se apropiaría de alguna vida.












martes, 30 de abril de 2013

Los jardines de la vida



Pasó la mano con suavidad por la estantería mientras leía los títulos de los libros que
descansaban en ella. Se fijó en uno con la portada azul y las letras doradas, lo cogió acariciándolo con cuidado. “El camino de las lágrimas”, leyó en susurros. -¿De verdad crees que un libro ordenará el caos de tu vida?- Se recriminó. Cuando se puso de puntillas para dejarlo en la estantería sintió como alguien le tiraba de la chaqueta color mostaza que llevaba a juego con los zapatos. Al volverse vio a una hermosa niña de unos seis años, aproximadamente, con el pelo rubio cayéndole en forma de tirabuzones encima de los hombros y unos destellantes ojos azules.
-¿Estás llorando?-. Le preguntó sin rodeos.
-Hola, pequeña. No, creo que la estantería tiene algo de polvo y debió entrarme en el ojo.
-Pues mi abuela es la dueña de la librería y siempre dice que la tiene como los chorros del oro. Mi abuela también dice que no se debe mentir. ¿Estás mintiendo? Mira que si mientes se te pone la punta de la nariz roja.
Laura miró a aquella perspicaz pequeña y le sonrió.
-Puede que un poquito, pero no se lo digas a nadie.
-Vale, será nuestro secreto-. Le dijo la niña en susurros mientras le tendía la mano. –¡Vamos!-.
-¿A dónde?-. Le preguntó Laura, mientras la niña le señalaba hacia el libro.
-Tú quieres recorrer ese camino, ¿cierto?-. Laura volvió a leer la portada del libro. –Sé que estás asustada, pero algún día deberías recorrerlo de verdad y no a través de las letras que navegan perdidas en las páginas de un libro. Confía en mí, soy solo una niña, no puedo hacerte daño-. Laura cerró los ojos y se dejó guiar por aquel corazón puro que le agarraba la mano.
Cuando volvió a abrir los ojos se encontró un horrible jardín de flores negras. Al fondo había una fuente oxidada de la que no emanaba agua y por el suelo caminaban horribles insectos que intentaban subirse encima de sus zapatos.
-Laura, ahora mismo estás aquí. Tu corazón se ha convertido en un horrible jardín de flores negras y bichos que se han comido su vitalidad.
-¿Cómo podré salir?
-Cuando alejes ese sentimiento de incomprensión y te abandones al destino. Para evolucionar tienes que dejar aquí la vergüenza de sentir que te ha robado la intimidad dejándote desnuda para que todos te miren. Ese sentimiento no es tuyo, es de otros. Déjalo marchar.
Laura cerró los ojos y exhaló un suspiro, intentando que con él se marchara para siempre y bien lejos la sensación de no tener secretos ni con ella ni con nadie, la sensación de identidad e intimidad perdida. Cuando volvió a abrirlos se encontró en un segundo jardín en el que no había flores de ningún color. Se habían marchitado, ahogado.
-¿Qué ha sucedido en este jardín?
-Con tus lágrimas, las que debes llorar, ahogarás todas las flores negras.
-¿Y los insectos?
-Eso depende de ti. Los insectos son el rencor y el odio que hay en tu corazón. Si quieres que se marchen debes llorar con dolor, para dejarlo ir. No llorar con la impotencia de lo que crees que debería haber sido, porque crecerán.
Las lágrimas resbalaban por la cara de Laura, cayendo al suelo y rompiéndose en pequeños pedazos cristalizados por la sal. Pasó mucho rato así, limpiando su alma y escuchando el ensordecedor sonido que hacían las gotas de su alma cuando caían. Perdió la noción del tiempo y llegaron a un tercer jardín. En él no había flores ni bichos, y se podía ver a lo lejos el sol escondido tímidamente. La tierra olía a humedad y esperaba ser plantada con esmero y cariño.
-Este es el jardín de tu presente. Está listo para ser plantado. Aquí tienes el abono, las flores y las herramientas necesarias. Nacerá lo que resida en tu corazón. ¡Vigila tus sentimientos! Crearás lo que realmente desees crear.
Laura estaba confusa. ¿Qué debía sentir ante los últimos acontecimientos que habían azotado su vida? tal vez era el momento de olvidar. Soltar lastres y sentimientos que no le pertenecían. Quizá había llegado la hora de llenarse de compasión para así entender un poco mejor a los seres con los que se había cruzado en el camino y que no habían evolucionado.
-Esta es nuestra última visita-. Estaban en un hermoso jardín lleno de rosas, azucenas y azahar. Amapolas, margaritas y clavellinas que creaban una danza de fragancias que calmaban el ánimo. El sol secaba las gotas que el relente del amanecer había dejado sobre sus pétalos en forma de gélidos besos. -Solo tú tienes el poder para decidir que este hermoso regalo sea lo que crezca en tu interior en forma de corazón. Da igual quien te odie, tú no tienes porque odiar, no importa cuanto te apabullen, tú no tienes porque amedrentar.
-¿Quién eres y por qué eres tan sabia?
-Soy solo una niña a la que no le han roto la inocencia y ve el mundo de otro color. Busca, mira en tu interior, puede que me conozcas desde siempre.
Un estridente chirrido comenzó a ensordecerla. Todo a su alrededor daba vueltas y empezó a nublársele el sentido. Cuando volvió en sí estaba reclinada sobre un banco de madera mientras una afable anciana le refrescaba el rostro con paños de agua fría.
-Menos mal, chiquilla. ¡Qué susto me has dado!-. Exclamó la señora.
-¿Qué me ha ocurrido?
-Estabas mirando los libros y de repente te has desmayado. Toma se te ha caído este de las manos.
- “El camino de las lágrimas”, susurró. -¿Y la niña?
-¿Qué niña?
-Su nieta, estaba aquí hablando conmigo justo antes de desmayarme.
-¡Ay madre! Te has dado un golpe más fuerte de lo que creía. Yo no tengo ninguna nieta, y aquí no ha entrado ninguna niña. Creo que deberíamos llamar a un médico.
-Pero yo…
No necesitó pensar, ya no había niña, había vuelto a su casa, a su corazón. Se incorporó y se despidió de la anciana.
-Muchas gracias, señora, pero debo irme a plantar un jardín.