Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Soñar

Era un gran orador. Aquellos, que embelesados lo escuchaban narrar con lujo de detalles las experiencias jamás vividas, dirían que era un hombre de mundo. Podía describir un amanecer y conseguir que se dibujara ante tus pupilas, con sus cálidos colores bañando el mar. Transmitía, con convicción, cada uno de los hechos que relataba, como una tarde de otoño con el cielo anaranjado, el olor a humedad causado por las primeras lluvias que empapaba la tierra. El aire frío recorriendo tu cuerpo y colándose por las costuras de la ropa. Tenía un don para transmitir imágenes que convertía en historia, imágenes que no había visto, porque él era ciego. Jamás vio un amanecer, nunca observó sentado en el banco de algún parque como las hojas secas de algún lustroso árbol se despedían de él lanzándose al vacío, para luego ser parte del viento y viajar a otros lugares arrastradas por esa fuerza de la naturaleza. Aun así, si te sentabas a su lado y le pedías que te contara cómo brilla la luna en el alto cielo, era capaz de describirte: Es un hermoso círculo blanco que se impone en el cielo haciéndoles perder el brillo a las estrellas, pero no su belleza. Se derrama sobre el mar en forma de manto blanco que le da claridad a los náufragos perdidos en medio del inmenso océano. Pero no debemos olvidar que él, era ciego.
MORALEJA: No dejes de soñar aunque no veas hecho realidad lo que sueñas.

lunes, 27 de agosto de 2012

Tabú

Ya lo cantaba Mecano por aquella época…”nada tienen de especial, dos mujeres que se dan la mano, el matiz viene después, cuando lo hacen por debajo del mantel…”  Y en aquella situación estaban ellas. Dos mujeres con la sensibilidad a flor de piel, con fuego que les ardía en el pecho y convertía en brasas sus corazones. Cuerpos deseosos de descubrir a su semejante, a la que veía tan distinta. Pero no podían, era pecado, dos mujeres experimentando el placer sexual, conocedoras mejor que ningún hombre de lo que podía satisfacerlas.
Y en la oscuridad absoluta de la noche, sumergidas en las paredes de la habitación, enredadas entre las sábanas, ajenas al mundo y el mundo ajeno a ellas, se redescubrían en cada beso, en cada caricia que les erizaba la piel llevándolas a conocer la electricidad. Entre miradas tiernas y largas, besos y susurros llegaban al orgasmo angelical para ellas y sucio para la sociedad. Cuando salía el sol se quitaban el disfraz de amantes clandestinas, de quien sólo era testigo la luna, que las observaba sin juicio ni reproche, y se disfrazaban de amigas heterosexuales, infelices por fingir ser lo que se esperaba de ellas.  Y un día tras otro, en el trabajo o en las cenas con amigos, sus miradas huidizas se cruzaban y se decían mucho sin hablar.
El tiempo pasaba, el amor crecía y las ganas de disimular disminuían. Pero no podían salir a la calle y gritar a los cuatro vientos que eran dos mujeres que se amaban sin reserva ni culpabilidad.
-No podemos seguir así. Comentó Julia una noche después de hacer el amor, mientras fumaban en la penumbra del cuarto veintiséis de un hotel de carretera, donde solían esconderse para saciar las ansias de sus sexos.
-Y qué propones que hagamos. ¿Salir y contarlo? Perderíamos nuestros trabajos, nuestros amigos y nuestras vidas. Julia, vivimos en una sociedad con la mente aún en la dictadura.
-Susana he conocido a un hombre. Le gusto y quiere formar una familia, tiene un buen trabajo en el ejército. Me ha pedido que me case con él y he aceptado. Susana guardó silencio durante unos segundos.
-¿Y nosotras? Preguntó Susana con voz temblorosa.
-Ya no habrá nosotras, es mejor así. Se vistió y salió del cuarto veintiséis con lágrimas en los ojos.
Los años pasaron. Julia se casó y tuvo un hermoso bebé. Susana continúo su vida en soledad colaborando con los más necesitados. Rara vez coincidían por la calle, y si lo hacían miraban hacia otro lado. Aún, cuando se veían en la lejanía, mariposas recorrían sus muslos, calentaban su sexo y aceleraban su corazón. Siempre se amarían, porque el verdadero amor es para siempre.
Una mañana de octubre, el cielo gris parecía predecir una catástrofe natural, el viento arrastraba con todo, dejando las calles limpias y desiertas. Julia caminaba deprisa, refugiándose del frío. Se quedó paralizada al ver de lejos a una mujer, que a pesar de su estado se intuía que había sido hermosa. Llevaba la cabeza cubierta por un gorro de lana, que dejaba ver que no tenía pelo. Su extrema delgadez le impedía caminar erguida y de su tez había desaparecido el color y el brillo. Pero a pesar de ese deterioro supo al instante que era Susana. Se acercó temblorosa. El silencio se instaló entre ellas y las palabras no hicieron falta. Se abrazaron y lloraron juntas. Susana estaba enferma de cáncer, no tenía ninguna posibilidad de vivir. Sus días se consumían con la misma velocidad que lo hacía ella. Julia abandonó a su marido, que nunca fue un príncipe azul, pero si un sapo. Y pasó los últimos días de Susana, a su lado, con su verdadera princesa. Ahora, años después, cuando la sociedad tiene la mente demasiado abierta, cuando ser gay, lesbiana o bisexual es la moda del siglo veintiuno, puedes ver a una anciana señora poner flores cada sábado en la tumba del amor de su vida, en la que se puede leer:  requiescat in pace una mujer, amiga y amante verdadera. Susana Navarro Fuentes. 1969-1999.

El amor nunca es un tabú