Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

viernes, 31 de enero de 2014

Antología de una prostituta 11

Vicio entró al tanatorio y le robó protagonismo al muerto. Como solía sucederle, las miradas murieron en ella. Despertando el deseo de los hombres y la envidia de las mujeres. Con paso lento pero no vacilante, se acercó a los familiares y les mostró sus condolencias. Había muerto Pepito, el dueño del hostal, con quien tenía un pequeño trato. Ella le alegraba los días (a veces era suficiente un contoneo o algún beso), y él no le cobraba por el cuarto sesenta y nueve. ¿Qué sería ahora de ella? Pensó al verlo allí. Tieso. Amarillento. Muerto.
La viuda la miró con cara de pocos amigos. No la conocía, y no entendía qué hacía allí aquella mujer tan llamativa, tan perfecta. ¿De qué conocía a su marido? Vicio la compadeció. Por su pérdida y por lo perdida que estaba en cuanto a los gustos de su ya difunto marido.
-¡Vicio!-. Se volvió al escuchar su nombre.
-Hola, Guillermo. ¿Qué tal estás?
-Bueno, llevándolo. Quería comentarte algo. Como sabrás, mi tío te tenía cariño. Así que el viejo me pidió antes de morir que te regalase la habitación. Es tuya. Una herencia. Debes ser muy buena en eso que haces de…
-¡Puta! Guillermo. Puedes decirlo, no me vas a ofender. ¿Hay papeles? ¿Lo dejó por escrito?
-No, Vicio. ¿Cómo iba a dejar por escrito en su testamento que le dejaba una habitación a una puta?
-Bueno, entonces no es mía. Pero seguiré usándola, si es la voluntad de tu tío. Estaré algún tiempo sin pasar por allí. Cuídame mi pequeña propiedad.
-Oh, ¡qué lástima! Te echaré de menos. Pensé que tal vez me harías feliz, como a mi tío.
-Guillermo, por favor, no le restes protagonismo al muerto. Ya heredaste el hostal. No pretendas tenerlo todo.
Y con su particular soberbia de gran dama de la calle, se alejó taconeando.
         Rodrigo paseaba nervioso por el salón mirando una y otra vez la hora.
-Jefe, si sigue mirando el reloj, el tiempo se declarará en huelga.
-Ya debería estar aquí. Tendría que haber ido a buscarla. Pero se empeñó en venir sola. Es una mujer muy independiente. Es fantástica.
-Tendrá que serlo, jefe, para que usted haya decidido que sea su mujer. La mujer del Teniente General del Estado.
-Lo es.
La pita de un coche le indicó que por fin había llegado. Rodrigo salió, le pagó al taxista y abrió la puerta de su amada.
-Hola, querida. Estaba ansioso por tu llegada.
-Hola, Rodrigo. Me alegro de volver a verte. Al fin estoy aquí.
-Vayamos dentro. Le diré a tu guardaespaldas que se encargue de tu equipaje.
-¿Tengo una niñera?-. A Vicio no le gustó la idea de estar vigilada constantemente. Tendría que renegociar ese aspecto con su amante.
-¿No querrás andar por ahí sola? Ahora eres la mujer del Teniente General del Estado. Debes estar protegida.
Entraron al gran salón, en el que ya había estado, y lo vio. Vio a su última presa. Aquel hombre que conoció en la calle Molino de Viento. El mismo hombre que fue mal atendido por una vulgar mujercilla aspirante a puta. El mismo a quien ella le quitó el mal sabor de boca, demostrándole que aún hay mujeres expertas en proporcionar placer. ¿Sabría Rodrigo algo de lo ocurrido?

-Martina, él es Cuco. Tu guardaespaldas. Cuco, ella es Martina, mi mujer-. Dijo con orgullo.
-Encantado, señorita.
¿Señorita? ¿Se hacía el sueco? Entonces Rodrigo no sabía nada.
-Hola, mucho gusto.
-Espero que hagan buenas migas. Cuco, tienes que proteger a esta mujer. No sé qué haría sin ella.
-Por supuesto, jefe. No lo dude.
-Rodrigo, cariño, me gustaría darme un baño.
-Claro, querida. Le diré a Margarita que te lo prepare.
         Sola, dándose un baño de espuma. Con música relajante y vino, se preguntaba ¿qué broma le estaba gastando el destino? ¡Cuco su guardaespaldas! ¿Hacer buenas migas? Demasiado tarde. Habían hecho mucho más que eso. Le hizo una mamada mientras conducía y luego tuvieron sexo en un descampado. ¿Se podía considerar buenas migas? Intuía que lo sucedido y tenerlo tan cerca no traería nada bueno.
-¿Has terminado, querida?
-Sí, enseguida estoy.
Vicio salió de la bañera. Se secó y sin vestirse fue hasta su dormitorio, comunicado directamente con el baño. Sabía que debía complacer a su nuevo y permanente hombre.
-Mira, he traído unas cositas-. Vicio sacó del bolso un tubo de chocolate con avellanas y dos dados. En un dado estaban las partes del cuerpo: orejas, labios, cuello, pezón, clítoris y pene. Y en el otro las acciones que debías realizar: lamer, chupar, mordisquear, acariciar, masajear y soplar.
-El juego consiste en lanzar los dados y ver qué debes hacer y en qué zona del cuerpo. Por ejemplo-. Vicio tiró los dados. – Debes lamerme el pezón. Pero antes tienes que untarme chocolate con este pincel.
-¡Joder, querida! Me has puesto a tono. Y esto otro, ¿para qué es?
-Esto son vales sexuales. Mira, este pone: Vale canjeable por una mamada en un lugar público. Si tú lo firmas y me lo das, yo deberé complacerte. Tengo tres meses para hacerlo. Lee aquí: Caduca a los tres meses.  
-Querida, supe desde el primer momento que serías la mujer de mi vida.
-Entonces, ¿jugamos?
-Lanza esos dados, nena.
         Cuco fumaba en el jardín. Estaba molesto. Sabía que su jefe se la estaría tirando. A ella, a su Vicio. A la puta que lo volvió adicto aquella noche…se estremeció al recordarlo. Y ahora debía protegerla y ser leal a su jefe. ¿Podría mantener esa fidelidad? ¿Querría ella que se repitiese lo de aquella noche? Descartó la idea. Era la mujer de su jefe, ¡y puta! ¿Lo sabría Rodrigo? Tal vez la conoció así y se enamoró de ella. Eso no era tan difícil. ¿Se había enamorado también él? Iba a ser complicado tenerla tan cerca sin arrancarle la ropa.
(Calle La Naval)
         Felipe llegó al hostal. –Cerrado por duelo-. Leyó. Seguro que se murió el viejo. Chasqueó la lengua. Quería verla. ¿Dónde demonios estaría? No tardaría en descubrirlo, y de una forma un tanto peculiar.