Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

lunes, 18 de junio de 2012

Deseos Pecaminosos, 4ª parte.

          
   Y el ansiado mensaje llegó. Lo leyó varias veces y se sintió segura de sí misma por el efecto causado. Rió nerviosa y alegremente al ver que temía que quisiera chantajearlo. No lo había pensado, sólo se divertía y lo estaba logrando.
            La casa olía a jazmín, le encantaban las velas aromáticas. De fondo se escuchaba la voz de Amy Mcdonald cantando Your time will come., mientras ella paseaba en lencería por la casa barajando que modelito ponerse. Quería impresionar, pero no parecer desesperada. Se decidió por un vestido blanco, ni muy largo ni muy corto. NI muy ceñido ni muy holgado. Con la medida perfecta para impresionar, pero no provocar. Se terminó de arreglar su hermosa melena castaña y se aplicó carmín rojo en sus gruesos labios. Se miró, estaba satisfecha de lo que veía. Sus enormes ojos color miel estaban brillantes por la emoción, igual que un niño cuando despierta la noche de navidad.
            Sentado en aquel exótico local miraba la decoración. Amplios sillones con asimétricas formas decoraban el lugar. Las cortinas blancas y las lámparas de pie hacían que fuera más acogedor. La penumbra, sombra débil entre la luz y la oscuridad, parecía poder tocarse ante aquellas velas que desprendían sugerentes y tentadores olores. La música, de la mano de la decoración, daba un aspecto chillo out al local.
Cirios miraba nervioso el reloj. Habían quedado a las nueve y eran las nueve y media. Los pensamientos en su cabeza habían tomado el mando. –Y si no viene-, -Será todo esto un macabro juego de esa joven mujer que con los años ha embellecido-. Le torturaba la duda.
Pensó en Lena, su esposa. Se sentía un poco culpable. Ella creía que su correcto esposo estaba jugando al pádel. Desesperado por la tensión de la situación le pidió la cuenta al camarero. Apenas  había tomado un sorbo del daiquiri de piña y coco que pidió. Justo cuando se decidía a levantarse del sillón en forma de mano que lo sujetaba, Laura hizo su aparición con la misma elegancia que una actriz de cine desfilando por la alfombra roja, segura de que recibirá un Oscar.
-¿A dónde vas con tanta prisa? Le preguntó penetrando en sus asombrados ojos azules, sintiendo que podía llegar a beberse su alma con la fuerza que derrochaba aquella mirada.
-Habíamos quedado a las nueve, señorita, y son las diez menos veinte. Intentó bromear para esconder su impresión y nerviosismo.
Se saludaron con dos cordiales besos en las mejillas, aunque ambos empezaban a notar el calor invadir su cuerpo sin haber probado una gota de alcohol.
Hablaron durante dos horas, ambos se pusieron al día de la vida de su acompañante. Ambos maquillaron la parte que deseaban ocultar de su rutina y enfatizaron en la que querían destacar. Pasado ese tiempo el alcohol de los daiquiris empezó a calentar el ambiente. Cirios miraba deseoso las torneadas y morenas piernas de Laura, que al sentarse, voluntariamente había dejado a la vista recogiéndose algo más de lo normal el vestido. Laura lo miraba. Estaba excitada, era un efecto secundario que le producía el alcohol y que acentuaba la cercana presencia de su antiguo profesor. Empezó a sentirse húmeda y le gustó esa sensación. Ese calor acariciando sus zonas secretas, el hormigueo que la empujaba a acercarse a él y llevar su mano hasta esa humedad. Hizo un cambio de piernas que hubiese envidiado la misma Sharon Stone en Instinto Básico. Esos segundos, ese sencillo juego de piernas hizo que Cirios sintiera como toda la sangre de su cuerpo se le concentraba en la parte media baja. Ambos estaban deseosos de tocarse, arrancarse la ropa y arañarse la piel. Morderse con rabia, por todo el tiempo perdido, por las ausencias y por aquel macabro juego de deseos pecaminosos. Laura quiso ser jinete y cabalgar sobre aquella fiera que veía despertar por su erección, ya imposible de disimular, y los ojos enrojecidos por el deseo y la pasión.
-Hace calor. ¿No crees? Le preguntó Laura mientras se acariciaba el escote y se llevaba el dedo índice a la boca. A aquella carnosa boca, con labios en forma de corazón, que tanto le había hecho disfrutar. De repente ya no estaba Laura ante sus ojos. No Laura la mujer, si no Laura la niña, la de antaño, que con sutileza se acariciaba mientras él aclaraba sus falsas dudas en aquel despacho de la Facultad de Derecho. Aquella niña que despertó el animal que lleva dentro y la embistió salvajemente alimentando el deseo de aquella joven.
Perdido en aquel recuerdo no se dio cuenta que ya Laura no estaba frente a él. Ahora su aliento, el de ella, erizaba el escaso bello de su nuca. Le apretó el muslo y la deseó para él esa noche. Esa y todas las que estuvieran por venir. De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo haciéndolo estremecerse, la voz de Laura, tan sensual, le susurraba algo al oído que no comprendió hasta que la vio salir por la puerta del local.
-Shhh, relájate querido. Estamos en los entrantes. No quieras llegar tan rápido al postre. Te puede sentar mal la comida. Hasta la próxima. Le besó el cuello y se levantó. Cuando había avanzado escasos pasos se volvió, -invitas tú-. Le guiñó un ojo y se fue con una amplia sonrisa, sabiendo quién marcaba las normas de aquel juego.
En aquel mundo, su mundo, el de ambos, qué más daba la cuota de locura que Cirios había decidido pagar por aquel juego. Sólo tenía una cosa clara. Seguiría jugando.