Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

lunes, 7 de octubre de 2013

Ciudadanos del mundo


¿En qué se diferencian esos seres de nosotros? Esos que con una mirada triste, tenue, pusilánime, mendigan nuestra voluntad. Esos que extienden la mano a cambio de una monedita para comer. ¿En qué estatus estamos para ignorarlos cuando pasamos a su lado, para hacer oídos sordos cuando  nos ruegan una limosna? ¿En qué nos diferenciamos? ¿En un título universitario? ¿Un trabajo? ¿Un techo bajo el que refugiarnos? Sin techos, indigentes, vagabundos…y otros muchos términos que los diferencian. ¿De quiénes? De nosotros. Los que tenemos que comer cada día, donde dormir e incluso tiempo para quejarnos de lo que no tenemos y deseamos conseguir. Pero luego ya en nuestra cama, dormidos plácidamente, olvidamos eso banales caprichos con los que podemos vivir aunque no queramos.
¿Quiénes mientes y quiénes dicen la verdad? ¿Quién vive de la mendicidad y quién la usa para engañar o estafar a los pobres ciudadanos para que se ablanden y le den una migajita de lo que te sobra? Drogadictos, están en la calle porque se lo han buscado. ¿Y si no lo han buscado sino la vida los buscó a ellos? ¿Y si no saben cómo vivir de otra forma?
Ciudadanos del mundo me gusta llamarlos a mí. Ciudadano de a pie; el que cuida las calles, porque vive en ellas; el que entiende su idioma, porque la escucha. Los de cama de cartón y manta de plástico, los de ningún lugar y de todos a la vez. Los de restaurantes caros y contenedores cercanos. Ciudadanos del mundo que viven a ras de él, pasando su frío y su hambre y recibiendo sus golpes, también. Ciudadanos humillados, ninguneados y maltratados por los de cartera llena pero solidaridad escasa. Los que por fingida moral les da un euro y refunfuña entre dientes. Los que se cambian de acera para no verlos de frente. Unos siete millones de habitantes de los cuales otros tantos millones son ciudadanos del mundo, de la calle, del aquí y ahora. De los que no tienen que comer. Algunos mienten, sí. Otros fingen, también. Pero no por ser ciudadanos del mundo. Lo hacen porque son seres humanos que mienten, ¡qué mentimos! Mienten los ricos y los pobres, los listos y los tontos. Mienten los guapos y los feos, los presidentes, los ministros, los médicos y los enfermos. Mienten porque nos alimentamos de mentiras. Fingimos porque no sabemos quiénes somos y nos asustan unos pobres ciudadanos del mundo que extienden su mano y sonríen sin dientes, males olientes, desnutridos, cabizbajos y aburridos. También cobardes por seguir luchando por el euro diario de algún alma caritativa que se apiade de él o ella. Porque también hay ellas. En lugar de acabar con todo y subir a mendigarle a ese Dios, todo poderoso, que ha decidido en su libro del destino que el suyo sea ser esoeso repudiado por la gente. De los que nos alejamos. A los que les subimos las ventanillas del coche cuando en algún semáforo se nos acercan. De los que nos limpian los cristales del coche, para nuestra facilidad visual, y sólo extienden la mano, esa mano tantas veces alargada y tantas otras rechazada. Porque nosotros, los de cartera, los de vivienda, vehículo, trabajo, ayuda del Estado, los universitarios y empresarios, los artistas y protagonistas, escritores y lectores, somos algo más que ciudadanos del mundo. Somos ciudadanos muertos de miedo, con la soga al cuello, deudas y mentiras de una vida fingida. Pobres infelices aparentando tranquilidad. Pero aterrados por ser uno más de ellos, un ciudadano del mundo que puede acabar abriendo la mano y agachando la mirada esperando que el canto de una moneda la acaricie. Acaso, ¿no es lo que hacemos? ¿No agachamos la cabeza y aguantamos “La que está cayendo”? Me declaro ciudadana del mundo que vino sin nada, a quien no le pertenece nada y quien se marchará igual… ¡Sin nada!