Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Una historia mágica



Eran de colores. Algunas tenían círculos. Otras estrellas, y las más atrevidas, purpurina. Haciendo gala de la fiesta que celebraban en ese momento. Al menos ella visualizaba así a las mariposas que revoloteaban, hiperactivas, en su aparato digestivo.
Un poco de rímel, al ritmo de la música. Dejó de cantar, en su inglés particular, la canción de Bruce Springsteen “The River” (that sends me down to the river tonight down to the river my baby and I oh down to the river we ride) para ponerse carmín. Dos toquecitos en los labios y posturita en el espejo. Miró el reloj. Las siete y media. Las mariposas volvieron a hacer acto de presencia. En media hora, en menos de media hora por fin podría…
Se levantó del sofá y agarró a su fiel compañero de los últimos tiempos. Ese que lo apoyaba y en quien se apoyaba él. Pero era un compañero silencioso, frío y poco empático. Aunque seguro y fiel. Anduvo, junto a él, por la casa. Abrió la puerta derecha del ropero, donde estaban las camisas. Cogió una. No le importó el color. Abrió la puerta izquierda. Cogió un pantalón. Incoloro para sus ojos. Daba igual. Se aseguró de que fuese largo. Aún hacía frío. Se vistió y salió en su busca, dispuesto a mirar la vida con los ojos del corazón.
(Tres meses atrás)
            Navegaba por la red aburrida, hastiada y abatida. – ¿No hay nadie normal en este mundo?-Pensó. -Sólo quiero conocer a alguien que sepa escuchar. Que mire la vida con otros ojos. ¿Seré yo la complicada?-. Entró en el foro “Locos por las letras”, estaban comentando el libro “El laberinto de la felicidad” de Francesc Miralles y Alex Rovira. Un libro que te invitaba a hacer un viaje interior de la mano de la protagonista Ariadna, una mujer de treinta y tres años perdida en un laberinto donde, para escapar, debía hallar respuestas a las cuestiones existenciales que dormían en su interior: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿para qué vivo? Había opiniones de todos los gustos, pero en especial le llamó la atención el comentario de alguien que se llamaba: veoatravesdetusojos.com, hacía una reflexión acerca de quiénes somos, haciendo hincapié en que somos un solo ser y todos estamos conectados desde que venimos a este mundo, rompiendo esta magia cuando nos alejamos de nuestro centro y caemos en las manos del ego. Pensaba exactamente igual ella. Lo agregó al Messenger y comenzaron así una rutina de conversaciones nocturnas, que comenzaron con temas literarios y terminaron por dejar hablar al corazón. Citas que ambos esperaban, ansiosos, cada noche. Citas que hacían que el corazón diera un vuelco cuando abrían el ordenador y al iniciar sesión aparecía un círculo verde que les indicaba que el interlocutor estaba listo para dar y recibir.
-¿Por qué no nos ponemos cara de una vez?-. Insistió ella, deseosa por poder estar cerca de ese joven que aceleraba los latidos de su corazón y enlentecía el recorrido de las agujas del reloj, que vagas, trabajaban durante el día.
-Porque tal vez no te guste. O Quizá, no te mire como tú quieres que lo haga.
-¡No seas estúpido! No quieres conocerme, es eso, ¿verdad?
Y como dice el dicho: tanto fue el cántaro a la fuente que se enamoró del agua.
Llegó primero. O eso intuyó. No la vio por ningún lado. Tampoco podía. Llevaba su seña de identidad. Una flor roja (al menos esperaba que el florista que se la vendió lo hiciera de ese color, él sólo podía confiar). De repente lo sintió (al miedo). Muy cerca. A su lado. Demasiado cerca. Dentro de su pecho. Quiso huir. Tanteo a su alrededor. ¿Dónde estaba su fiel compañero?
            Cada vez estaba más cerca. Ufff, no sólo le revoloteaban las mariposas en el estómago. También le sudaban las manos y le fallaban las rodillas. Su abuela, que Dios la tuviera en los reinos de la gloria, le diría que estaba enferma. La arroparía en la cama y le traería un caldo, hasta que el virus se fuera. Pero ella tenía otro virus. Difícil de curar y en ocasiones letal. Sufría de amor irracional, tal vez la peor de las dolencias de esa enfermedad. Miró el reloj. Las ocho y diez. Iba con retraso. ¿Y si se cansaba de esperar y se marchaba? Comenzó a correr.
            Encontró a su amigo. Lo agarró fuerte. Se levantó y se dirigió a la salida. Huir. Huir. Era lo que debía hacer. Aquello no estaba bien. ¿Una cita a ciegas? Nunca mejor dicho (en su caso). Debía escapar de allí y quedarse con el recuerdo de sus conversaciones. De esas mágicas noches. No quería escuchar una falsa excusa, pretextos carentes de sentido que alejaban a la gente de él. Se abrió la puerta. Entró como un rayo, a la misma velocidad que él salía. Chocaron. Su fiel compañero se tambaleó. Cayó al suelo. Ella encima de él. Era ella. Olía a vainilla. Su seña de identidad.
-¡Perdone!-. Le dijo nerviosa. Entonces la vio, la flor roja.
-¿Eres tú? ¿Eres Mika?
-Sí, soy yo. ¿Eres Luz?
-Sí-. Respondió excitada. -¿Eres ciego?
-Sí. Ya has descubierto mi secreto. Ese que tanto insistías en descubrir y en ocasiones desconfiaste de que tuviera una doble vida.
-¡Oh, chico! Es que te ponías tan misterioso cada vez que te proponía una cita.
Mika, rió. Siempre conseguía hacerlo reír. Ella lo miró a los ojos. Unos ojos que no miraban hacia ningún lado pero que escondían la belleza de lo desconocido.
-Ahora entiendo lo de: veoatravesdetusojos.com. ¿Te gustaría ver a través de los míos?
-¿Te gustaría a ti ser mi guía en este desdibujado mundo?
No hizo falta respuesta. Se agarraron la mano. Ella para guiarlo, él para ser guiado. Y juntos para recorrer el camino del amor incondicional.

https://www.youtube.com/watch?v=nAB4vOkL6cE

lunes, 3 de marzo de 2014

Los hombres también lloran

[…] Siempre tuya.
Arrugó el papel y lo lanzó contra el suelo. Una miserable carta a modo de despedida para decirle que lo abandonaba.
[…]Querido Luis, siento usar este medio tan cobarde para decirte esto. Llevo tiempo dándole vueltas y he llegado a la conclusión de que […]
Paseaba nervioso por el salón. Marcó su número.
“El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”.
-¡Maldita sea!
Nunca imaginó, cuando salió de casa aquella mañana, después de dormir abrazados y amanecer uno al lado del otro, fundidos en el deleite del placer, después de los te quiero… que al regresar encontraría una nota. Una miserable nota cargada de verdades que le demostraban la mentira que había sido su vida.
[…] Estoy enamorada de ti. Eso no lo dudes. Por eso debo alejarme. Te quiero demasiado, tanto que me quema por dentro. No sé cómo demostrarte cuánto te amo. Perdona mi ignorancia, pero no sé hacerlo mejor. Creo que te mereces […]
-¿Enamorada? ¿No se supone que el fin es permanecer al lado de la persona amada?
Al otro lado del teléfono seguía respondiéndole la automatizada voz del contestador. Necesitaba oírla. Tal vez fuese una broma. ¡No podía abandonarlo así!
[…] Algo mejor. Mejor que yo. Que pueda dedicarse enteramente a ti. Sin miedos ni complejos o limitaciones. Sé que tal vez te duela. Por ti, por mí. No quiero que sufras. Yo estaré bien, y tú pronto encontrarás a alguien que te quiera […]
-¿Alguien qué me quiera? Yo quiero que me quieras tú. ¿Miedos? ¿Complejos? ¿Limitaciones? ¿Qué se le había pasado por la cabeza? Tal vez hubiese otro. Sí, esa era la explicación más lógica.
[…] de verdad. Me voy en paz porque me llevo un trocito de ti muy dentro y que permanecerá conmigo de por vida […]
-¿Un trocito de mi? Me deja, ¿y pretende que me crea que no me olvidará jamás?-. Su furia aumentaba.
[…]Sólo espero que tenga tus ojos. Siempre tuya.
-¿Qué tenga mis ojos? ¿Acaso estaba…? ¿Voy a ser padre y me abandona?

Luis lloraba en la soledad de una casa con olor a abandono, con sonido a engaño y sabor de impotencia, la pérdida de la mujer a la que amaba y del hijo que no conocería, pero que tal vez tuviera sus ojos.