Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

martes, 3 de septiembre de 2013

Antología de una prostituta 4



Los días de otoño entristecen el alma, el gris del cielo, en el que queda lejano el azul, amenaza con expulsar y dejar fluir el llanto reprimido. Pero se abstiene, se envalentona y no llora, como tampoco lo hace ella. Está sentada en un banco del parque viendo como las hojas de los árboles se suicidan. Se le antojan cobardes, lanzándose al vacío. Si ella fuera hoja se agarraría a las ramas y no habría fuerza de la gravedad ni ley de la naturaleza que la obligara a quedar a ras del suelo donde ser pisoteada por esos gigantes e inhumanos transeúntes. Son las ocho de la tarde y empieza el movimiento, las ve llegar, ligeras de ropa, sin clase ni otro oficio que el mercadeo de su propio cuerpo. Algunas van semidesnudas, en tanga y sujetador. Parecen un rebaño de ovejas sueltas, buscando un pastor que les indique el camino, que las meta en vereda. Los coches se acercan y se lanzan sobre ellos, suplicando un polvo, un mísero polvo por el que sacar unos eurillos que le den calor a su frío y desesperado bolsillo. Algunas tienen suerte, suben al coche y se alejan. Hoy seguro que comerán. Otras, en cambio, no son tan afortunadas. Se burlan de ellas y les tiran piedras. Las llaman putas, una simple palabra de cinco letras que te puede estigmatizar de por vida. Se sientan en el bordillo de la acera, sacan un cigarro y pasan el tiempo observando como el humo se mezcla con el gélido aire otoñal. Otras, sin pudor, sacan una bolsa de polvos blancos, separan una raya con ayuda del carnet de identidad y la inhalan, empatizo con ellas, hay que tener mucho estómago y cero escrúpulos para elegir esta profesión (o la necesidad de comer y sobrevivir en este mundo donde ya no queda nada para los pobres). Ve acercarse una furgoneta, les lanzan (como si fueran perros), unas bolsas con comida y preservativos. Probablemente trabajen para alguna mafia, esclavizadas, vendiendo su cuerpo para llevarse un mísero porcentaje. Se levanta y se va. Ya ha visto demasiado, es una puta con suerte. Trabaja para ella y establece sus normas. Además cuenta con el hostal y no tiene que estar en plena calle, como carne de carroña. ¡No! Ella no acabará así. Su teléfono sonaba de forma incesante. No quería responder, necesitaba pensar. Era de esos días en los que el ánimo se solapa con el clima. De esos días en los que te vuelves gris. ¿Qué había pasado con sus sueños e ilusiones? ¿Se habían desvanecido para siempre o sólo estaban aparcados? Caminando sin rumbo llegó a la calle del hospital. Allí estaba, reconocería ese maletín entre mil. Ese maletín del que sacó la pomada con la que le curó el labio el día que se la folló de esa forma tan animal.  De pelo rubio y complexión fuerte. Era él, no había duda y era médico. Se agachó para esconderse detrás de un coche y esperó a perderlo de vista.
-¿Buscas algo?-. Le dijo una voz familiar. Se volvió sobre sus pasos y allí estaba. Le tendió la mano para ayudarla a incorporarse pero Vicio la rechazó.
-¡Qué alegría verte!-. Le dijo.
-Yo no le conozco de nada-. Intentó recomponerse y huir de su lasciva mirada.
-¿Ah no? No importa, yo te refresco la memoria. Cuarto sesenta y nueve, tú y yo. Un castigo y mucho placer-. Y aprovechó para atraerla hacia él.
-¡No me toques! No volveré a darte ningún servicio. Las normas las pongo yo, para eso es mi negocio.
-¿Y dónde tienes el negocio? ¿Entre las piernas?
-Si te vuelves a acercar a mí, gritaré.
-Vicio, por favor, ¿a quién van a creer, a una puta o a un respetado médico?
Tenía razón, sólo era una puta, para los ojos de la sociedad no era más que una vulgar mujer sin estudios y sin derecho a respeto porque se acostaba con hombres por dinero. Y los hombres que demandaban sus servicios, ¿qué eran? Seguían siendo respetados médicos, abogados… ¿Qué papel ocupaban en esta clasista sociedad?
-Por cierto, tienes que explicarme cómo llegué a mi casa y por qué tenía benzodiacepina en mi organismo-. La miró y arqueó una ceja.
-¡Joder, joder! Que es médico, seguro que me va a denunciar-. Pensó. –A mí qué me cuentas. Tú sabrás qué más vicios tienes sin ser yo.
La agarró por los dos brazos y se apretó contra ella. A Vicio le flaquearon las piernas. ¿Qué le pasaba con aquel hombre que la humedecía simplemente con su presencia?
-Anda, vamos a mi casa. Sólo una mamadita-. Tenía la voz rota por el deseo. El teléfono de Vicio seguía sonando, se separó de él y contestó.
-¿Alo?
-Con Vicio, por favor.
-Habla usted con ella, papacito.
-Quiero contratar sus servicios durante veinticuatro horas-. Le dijo una voz madura. Se podía adivinar que era alguien culto. La trataba de usted. La respetaba.
-Muy bien, papi, pero eso es más caro. Si usted quiere que le haga compañía todito un día  son trescientos euros, si quiere sexo sube a quinientos papacito y la ropa de gala la paga usted. Mire que yo no tengo plata.

-No se preocupe, mi chofer la recogerá mañana a primera hora delante del hotel Máximo Confort y la llevará de compras. Necesitará un vestido de gala, un bikini y ropa de deporte. No se retrase.
Se cortó la comunicación y a Vicio le volaron mariposas en el estómago al saber que ganaría quinientos euros. El médico (que seguía allí) abrió la cartera y le enseñó dos billetes de quinientos.
-Yo no te retendré veinticuatro horas, pero te daré esto-. Y movió los billetes en el aire. Vicio retrocedió, era tentador pero su raciocinio la invitaba a alejarse. Aquel hombre era peligroso y no porque le gustara el sadomasoquismo, sino porque podía enamorarla. Se dio la vuelta y se fue sin volver la vista atrás.  Mañana sería un gran día y debía estar radiante. 


                 Les recomiendo escuchar la canción mientras leen la historia de Vicio.