Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Conversaciones con la luna

Desde que amaneció supo que ese día también iba a llorar. Cuando los primeros rayos de sol empezaron a entrar por el amplio ventanal que hacía de pared en su dormitorio maldijo al amanecer. Un nuevo día significaba seguir sintiendo, tener que aguantar otras quince horas de luz y desasosiego. Se había hecho amiga de la noche. Del silencio y la oscuridad. Se había hecho amiga del fin. Deseó estar aún más lejos de lo que estaba. Deseó volverse pequeña y desaparecer por completo. Miró como el sol nacía un nuevo día sin importarle como de larga hubiese sido la noche. Resurgía cada día brillando en lo alto sin importarle un carajo las sombras que pudiese haber en el resto del mundo. Deseó ser como el sol, nacer cada día como si fuera el primero y brillar allá en lo alto. Pero hay cosas imposibles, hay demasiadas cosas imposibles. Ella era más amiga de la luna, con la que solía tener largas conversaciones que quedaban en nada, porque el dolor lo llevaba ella por dentro. Huyese a donde huyese el dolor permanecería a su lado, hasta que se hiciese inmune o hasta que se acostumbrara a vivir con él. Hace muchos años pasó por ahí, metió al dolor en casa, lo sentó en el sofá y lo invitó a café, fue un gran error, porque desde aquel día, desde aquel inadecuado café, permanecieron juntos de la mano durante años. Ella creía ser feliz, lo tenía de su lado y ya no se volvería en su contra. Pero lo traicionó. Un día la felicidad le tocó en la puerta y la dejó entrar. Fue un tiempo hermoso, demasiado hermoso. Volvió a nacer la luz, las flores eran de colores y la música más pegadiza que de costumbre. Traicionó al dolor, le dio la espalda y llegó a decirle que no lo quería más en su vida, que había descubierto algo mejor. Él, sintiéndose traicionado, esperó paciente, porque sabía que más tarde o más temprano, la felicidad, mujer falsa y dañina que desaparece como por arte de magia, se iría y sólo quedaría él. Permanecería a su lado en cada noche de soledad y lágrimas, volvería con más fuerza, porque con el paso del tiempo los dolores del alma se vuelven más fuertes e imposibles de superar. Y llegó ese día, la alegría se fue con la música a otra parte y ella se quedó sola en una bonita casa en medio del desierto, rodeada de silencio y dolor. Y allí estaba él. Poco a poco se fue acercando hasta abrazarla y envolverla por completo en un ansiado abrazo de quien menos lo deseaba. Se rindió, se sumió al dolor y le prometió no volver a abandonarlo nunca. Él le prometió lo mismo, y el dolor jamás rompe sus promesas.
Como había augurado desde que vio los primeros rayos de sol, lloró. Lloró por ella y por él, más por él que por ella misma. Lloró por lo fácil que hubiese podido ser todo y lo complicado que resultó. Lloró por no ser escuchada, por no creer en su filosofía del amor. No hay rosa sin espina, no hay amor sin dolor, sin sacrificio y sin lucha. No hay amores fáciles, eso no son amores. El amor se tiene que luchar en la más temida de las guerras, para que cuando lo tengas entre tus manos sepas valorar y saborear cada una de las cosas que te puede aportar. Del amor no se puede huir, porque empezará a perseguirte y acabará encontrándote cuando menos lo esperes. Es mejor abandonarse a él, entregarse sin reservas, sin miedos y con pasión. Lloró por no haber sido correspondida. Lloró por el ayer, por el hoy y el mañana. Lloró por la hostilidad que recibía, porque la lapidaran por sus errores y su propio verdugo saliera impune de los suyos.
Se levantó de la cama, se puso una chaqueta encima del pijama y salió a pasear por los alrededores de su casa. Olía a humedad y a amanecer. A hierba fresca y a recuerdos. Ya había estado allí un año atrás, acompañada. Ya había paseado por las recónditas calles de aquel recóndito lugar, acompañada. La única vez que se fue lejos, acompañada.
Intentaría desmayarse emocionalmente y despertar cuando fuera de noche. Se calentaría un té y se sentaría en la terraza. Escucharía a los grillos y el suave balanceo de los árboles mecidos por el viento. Miraría a lo lejos pero no podría ver nada. La noche ocultaría las montañas que le hacían de escudo del mundo durante el día. Luego alzaría la vista al cielo y allí estaría ella, elegante y confidente de sus secretos, para que tuviera conversaciones, conversaciones con la luna.