Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

sábado, 30 de marzo de 2013

Dónde





Allá, en lo alto de tu montaña,
tras la cual se esconden mis recuerdos,
Ahí, en el interior de tu cumbre,
donde nacen, arden y mueren mis deseos.
Donde empieza la curva de mi ensueño,
y muere la pasión que esconde tu mirada.
Ahí, donde no somos nadie,
donde desnudos nos miramos el alma,
Dentro, donde fraguan nuestros retorcidos pensamientos,
donde envenenamos al ánima y satisfacemos al cuerpo.
Ahí, en la lascivia oculta de tu mirada angelical,
quiero pasar el resto de mis días,
acunado por el terciopelo de tu cueva,
donde el hastío de ti me mate lentamente.




miércoles, 27 de marzo de 2013

A quién deben amar los hombre



Las despedidas están teñidas de todas las emociones sentidas por el ser humano, las hay de todos los
gustos, voluntarias y forzadas. Sin embargo, todas dejan la misma sensación de vacío y melancolía. Las más dolorosas son las forzadas. Cuando debes mirar a alguien a los ojos, ojos que ahora te parecen más hermosos y profundos, y observas en ellos el desconcierto de no entender qué está pasando. Esto te provoca una punzada en el corazón. Te planteas si estás haciendo lo correcto. Pero te convences de que sí. Siempre es mejor una despedida a tiempo que una mirada de decepción. Y ahí, convencido por ese falso argumento, dices adiós. Te tiembla la voz, te sudan las manos y tus ojos se van ahogando en una cascada de lágrimas que amenaza con salir descontrolada. Lo observas a él, su cara se ha desfigurado, la ha atrapado el dolor y lo desforma por momentos. A pesar de que has dicho adiós no te mueves, sigues ahí, estático. Realmente no quieres irte, sabes que desde el momento que te des la vuelta, todo habrá acabado, se habrán roto todos los lazos. Adiós a los besos al amanecer, a los paseos por la orilla del mar en invierno, mientras la brisa helada intentaba enfriar tu cálido corazón. Adiós a las jornadas de pescas, a tumbarte junto a él en la hamaca, abrazados, mientras esperaban impacientes la captura de algún pez. Adiós a los chistes, a las caricias, adiós a esconderse. Pero es mejor así. Lo ves llorar y lloras tú también. Te vas alejando mientras la conciencia te golpea una y otra vez llamándote estúpido por dejar escapar la felicidad, por echarlo de tu vida…
Roberto y Luís llevaban dos años trabajando juntos como Director y adjunto de una importante empresa de marketing, ambos eran apuestos, divertidos y profesionales. Trabajaban codo con codo y conseguían las mejores campañas publicitarias, pero no eran el tema de tertulia durante el café por sus éxitos profesionales, más bien por lo atractivos y deseables que eran para las mujeres de la empresa.
-¿Has visto la camisa que llevaba puesta Roberto? Dios como le marcaba esos pectorales-. Comentaba Lucía, la recepcionista.
-Y qué me dices de Luís, esa barba de tres días, esa cabeza afeitada al cero…Comentaba Margarita, la secretaría de Luís.
-Siempre van juntos, seguro que son unos ligones empedernidos que van por ahí encandilando a chicas bobas como ustedes y luego si te he visto no me acuerdo.
Todas miraron a Julia, siempre estropeaba sus fantasías con algún comentario fuera de lugar.
Lo cierto es que la realidad se alejaba mucho de lo que pensaban de ellos. No sólo eran atractivos, además poseían una gran sensibilidad, eran cariñosos y amables. Y se amaban. Se amaban a escondidas por los pasillos, en el cuarto de la fotocopiadora, en el baño… Se miraban y se decían innumerables frases de amor jamás escritas. Se intercambiaban papeles lentamente, para disfrutar del roce fugaz de sus manos, roce que les erizaba la piel, que les estremecía el corazón y ponía en alerta sus sentidos, desbocando el frenético deseo de acariciar cada escondite de su cuerpo.
Así empezó todo, con miradas furtivas, sonrisas ingenuas que realmente escondían un toque de malicia. Luego pasaron a trabajar durante horas y quedarse solos en la oficina, los besos, las caricias mientras innovaban nuevas estrategias de diseño, terminando juntos en casa de Roberto, explorándose, disfrutando uno del otro y dejando en el cajón de la mesilla de noche la conciencia de Luís.
-¿Otra noche de duro trabajo?-. Preguntó mimosa Amanda, la novia de Luís.
-Sí otra noche dura, me voy a la cama-. Y sin mirarla a los ojos se sumergió en el edredón de pluma, intentando absorber el olor de Roberto, que aún permanecía en su cuerpo.
-Pero es que ya no tienes tiempo para mí, todo es Roberto, Roberto, la empresa…Y yo me pasó las horas muertas en esta inmensa casa. ¡Ya ni me tocas!
-Amanda por favor, estoy cansado.
-Siempre estás cansado-. Replicó ella harta de haber pasado a un segundo plano.
Los sentimientos crecían y la vida de Luís se ponía patas arriba enamorado de un hombre, él que siempre se había considerado un macho, él que había enamorado a cuanta mujer quiso, él que tenía una novia perfecta, una casa perfecta y un trabajo perfecto. Pero se había vuelto a enamorar, de alguien no tan perfecto, de un hombre.
Y los problemas empezaron a surgir, Amanda lo recibía cada noche a las tantas con una tormenta de reproches, Roberto le exigía más, no quería ser el otro, el amante de un homosexual reprimido que seguía fingiendo amar a su novia, de la que tal vez nunca estuvo enamorado. En la empresa empezaban los rumores…
-Ay madre, ay madre, lo que he visto-. Chismoseaba Lucía.
-Suéltalo ya, qué ha pasado, no habrás visto entrar a mi hombre con una mujer-. Preguntaba nerviosa Margarita.
-Resulta que iba yo como siempre en mi mundo, cantando por el pasillo, cuando pasé por el cuarto de la fotocopiadora y escuché risas, y claro como a mí no me gusta perderme ningún chiste entré sin llamar.
-¿Y?-. Preguntaban las demás nerviosas.
-Pues que de un brinco se separaron Luís Y Roberto y a juzgar por sus caras y su comportamiento estaban demasiado pegados y cariñosos.
-¿Y qué pasó luego?-. Cuéntanos, exigía Margarita.
-Luego cogieron las fotocopias y Luís salió como alma que lleva el diablo.
-Dios mío, mi hombre es gay. Tanto tiempo arreglándome frente al espejo cada mañana para llamar su atención, los escotes, las faldas y sin causar ningún efecto. No soy yo, es él-. Se consolaba Margarita.
Rumores, peleas con Amanda y su negativa a aceptar la realidad de que amaba a un hombre como jamás había amado a una mujer, descubrir sensaciones, caricias y pasiones que nuca pensó que existieran lo hicieron comportarse como un hombre y arreglar la situación. Los hombres aman a las mujeres, así que dimitió, arregló las cosas con su adorada novia y se despidió de Roberto.
Las despedidas están teñidas de todas las emociones sentidas por el ser humano, las hay de todos los gustos, voluntarias y forzadas. Sin embargo, todas dejan la misma sensación de vacío y melancolía…