Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Antología de una prostituta 10



El sonido de sus tacones rompía el silencio de la noche. Hacía frío. Las calles, silenciosas, esas que tantas vidas veían pasar a diario, esas que conocían los secretos de todos los transeúntes, ahora estaban desiertas. Se escondió dentro de su abrigo negro, alzó las solapas del cuello y metió las manos en los bolsillos. La cabeza la llevaba cubierta por un elegante turbante. Se detuvo en la esquina, desde allí podía observarlo todo. Estaba en la calle Molino de Viento. La calle de las putas. Los hombres conducían despacio mirando a un lado y a otro para decidir con qué puta pasarían el rato. Ellas se paseaban por la acera, vestidas con lencería barata (eso le hizo recordar sus inicios) cuando tuvo su primer servicio y compró aquel conjunto de ropa interior en el chino que la llenó de urticaria, sonrió con tristeza. Habían pasado muchas cosas desde entonces. Un coche se detuvo delante de una joven, demasiado joven. La competencia estaba pisando fuerte y de pronto se sintió mayor. A sus veinticinco años ya lo había hecho todo en la vida (en cuanto a sexo) y se asustó. El hombre que había parado para solicitar los servicios de aquella jovencita aparcó su Mercedes, se bajó y caminó tras ella. Entraron a una vieja casa con la fachada llena de humedad. Vicio los siguió, habían dejado la puerta abierta y ella, con cuidado de no ser descubierta, miraba por una rendija. Justo en la entrada había una cama, una cama con una sábana roja, al lado un balde que hacía las funciones de mesita. Había más baldes en la pequeña estancia que olía a rancio, para evitar que las goteras mojaran el piso. Sobre la mesa de noche (improvisada) había varios condones y toallitas húmedas con las que el cliente se aseaba. A Vicio le parecía todo demasiado cutre. Miró al hombre, era elegante. Llevaba una camisa azul de Pedro del Hierro y un pantalón negro de pinza. El pelo engominado, y entre el hedor de aquel cuarto, se podía adivinar que usaba un perfume caro. No entendía por qué estaba allí. Podría ser un cliente suyo, que tenía más clase, más experiencia y un lugar, sin ninguna duda, con mejores condiciones de salubridad. Los observó, escondida en la penumbra. Nada de besos (norma común en el mundo de la prostitución) una mamada sin gracia y con el preservativo puesto, y completar la faena. Quince minutos, calculó Vicio y sonrió. La competencia no era tan buena. Se alejó despacio. Acababa de ocurrírsele una idea.
-Hola, querido-. Le dijo en el momento en el que lo vio acercarse a su coche.
El hombre de la camisa azul miró sorprendido. Qué hacía una mujer tan  elegante a esas horas de la noche y en la calle de las putas, y por qué se dirigía a él.
-Hola, señorita, ¿nos conocemos?
-No, pero me gustaría-. Y sonrió maliciosa.
-A ver, explícame eso-. Él también empezó a interesarse por la conversación. Acababan de alimentar su ego masculino y eso le gustaba.
-Bueno, veo que tienes ciertos gustos…ya sabes, que te gusta escaparte de casa y…-. Señaló hacía el lugar del que había salido.
-Bueno, eso no es de tu incumbencia, además veo que tú también tienes ciertos gustos, vamos, que te gusta mirar…
Vicio rió, era cierto, había ido a mirar.
-Dicen que quien mira encuentra.
-Muy astuta, pero el dicho dice así: el que busca, encuentra.
-Bah, viene siendo lo mismo.
-Entonces, ¿me estabas buscando?
-Quizá…
El silencio se hizo hueco entre ellos. Vicio lo miraba. Era muy atractivo, tanto como Felipe. Qué estaría haciendo él ahora. Le restó importancia y volvió a centrarse en su nueva presa.
-¿Sabes? Creo que tienes demasiada clase para estar por esta zona, no sé, seguro que hay muchas mujeres dispuestas a complacerte mucho mejor de lo que lo ha hecho ella, y en mejores condiciones, ¡créeme!
-¿A sí? ¿Eres una madame o algo de eso? ¿Estás captando clientes?
-No. Yo trabajo por mi cuenta. Lo que vendría a ser en este país un autónomo.
-¿Eres puta?-. Cuco, que así se llamaba, la miró perplejo.
-Dejémoslo en experta en proporcionar placer. Si quieres podemos ir hasta mi lugar de encuentro y te lo demuestro.
Cuco estaba asombrado, había pasado por aquella calle y tuvo un calentón entre tanta carne al aire. Estaban en invierno y quería entrar en calor. Cierto es que la joven aspirante a concubina no era una experta, pero la cosa no iba más allá de un simple polvo. Era un hombre, todo era mucho más simple de lo que los demás creían. Y ahora se le aparecía aquella mujer, y le ofrecía (según ella) la panacea. Estaba confuso, pero quería comprobarlo.
-Vale, me gustan los juegos. ¿Adónde hay que ir?
Ambos se dirigieron, cada uno a su lado del coche, y subieron en él.
-Cuando llegues al Puerto me avisas.
-¿Te aviso? ¿Es que piensas dormirte o algo?
-No-. Le dijo mientras se inclinaba y le desabrochaba el botón del pantalón. –Voy a enseñarte lo que es una buena mamada-. Y tras decir esto, se inclinó y comenzó a chupar. Vicio, era muy competitiva, y no iba a dejar que ninguna niñata de veinte años le pisara el terreno.
Cuco conducía demasiado rápido, algunos radares de la Avenida Marítima fotografiaron su coche (por suerte no lo que ocurría dentro) suspiraba, gemía y apretaba con fuerza el volante. Cada vez que Vicio succionaba la punta de su polla, la piel se le erizaba. Le gustaba notar como jugaba con su lengua traviesa en la puntita, mientras la humedecía con saliva. Luego volvía a metérsela toda en la boca y mordía parando en la línea del placer y el dolor. No pudo aguantar más. Se desvió por una carretera que conducía a la zona comercial de Miller, pasó el Centro Comercial, subió una pendiente y entró por un descampado donde había un enorme cartel anunciando la venta de pisos en construcción. Aparcó el coche, levantó la cabeza de Vicio y la besó probando su propio sabor.
-¡Sal!-. Le dijo. Ella obedeció.
-Oye, papi, no estarás bravo-. Esta vez, el deje sudamericano apareció solo. Habían sido tantas las veces que lo fingió que ya le salía como suyo.
Cuco le desabrochó el abrigo y para su sorpresa, Vicio no llevaba nada debajo. Sólo aquel abrigo que le llegaba justo por encima de las rodillas, abrochado hasta arriba y debajo el premio. Como un regalo, con su envoltorio y la sorpresa en el interior. Le gustó tanto lo que vio. Un cuerpo atlético, terso, con la piel erizaba por el frío. La sentó en el capó del coche, le abrió las piernas y comenzó a comer de ella. De aquella perita en dulce, suave, húmeda, preparada para el placer. Vicio estaba disfrutando. El frío se estaba adueñando de su cuerpo, pero era calcinado por el fuego que se estaba desatando en su entrepierna.
-¡Quiero que me folles por detrás!-. Le ordenó. Cuco no se podía creer lo que estaba viviendo. Le dio la vuelta sin contemplaciones, la puso a cuatro patas y la penetró mientras acariciaba aquel agujero que tanto pudor provocaba, que tantos tabúes cargaba y tanto placer reprimido escondía. Cuando lo notó dilatado, listo para que lo profanaran (por primera o a saber por cuántas veces) entró. Entró dentro de aquel estrecho recoveco del cuerpo humano y notó como ella se contraía provocándole un inmenso placer a él. Y entre gemidos y gritos de alabanzas a un Dios, en el que ninguno de los dos creía, se corrieron juntos, bendiciendo al destino que los unió esa noche.
Vicio se limpió y le dejó el paquete de toallitas para que él también lo hiciera. Una vez recompuestos volvieron a subir al coche. Ninguno de los dos se atrevía a hablar. Lo que acababa de suceder había sido surrealista.
-¿Cómo te llamas?-. Le preguntó Cuco mientras le acariciaba la cara. Yo me llamo Cuco.
-Vicio, ese es mi nombre y me debes ciento cincuenta euros, no creas que esto ha sido gratis.
Cuco la miraba, era muy joven y hermosa. Por qué era puta, podría ser cualquier cosa menos esa.
-Te daré tu dinero, tranquila. Estoy acostumbrado a pagar por lo bueno.
-Y por lo malo también, no hagas que te recuerde los de hace un rato.
Ambos rieron. Le gustaba aquella joven, y si esa noche simplemente había pasado por Molino de Viento por curiosidad y por un calentón, ahora tenía claro que frecuentar putas, al menos una en concreto, se iba a convertir en costumbre. El nombre de Vicio le venía estupendo. Sacó de la cartera el dinero y se lo dio. Ella lo guardó y le sonrió satisfecha.
-Dime, ¿adónde te llevo?
-Antes te dije que condujeses hasta el Puerto, pero creo que te perdiste. Mi hostal está en la calle La Naval y mi cuarto es el sesenta y nueve, por si quieres volver.
Se dirigieron en silencio hasta el Puerto, disfrutando de lo que había ocurrido y tal vez de lo que quedaría por ocurrir.
Esa misma noche en otra punta de la ciudad.
Faltaban menos de doce horas para que Vicio se instalara en su casa. Volvió a beber de su vaso de Whisky. Rodrigo estaba ansioso por empezar su nueva vida como presidente con ella a su lado. Si las cosas salían como había planeado, todo sería perfecto. Pero las cosas nunca salen como se planean, y eso él lo entendería más tarde.
Esa misma noche en un bar de la ciudad.
Felipe estaba borracho. Había vuelto a las andadas. El camarero (que ya lo conocía por su inclinación a la bebida) le retiró la botella de Drambuie.
-Por qué no me quiere, si yo la quiero a ella. Me ha tirado como agua sucia, como a un perro. A mí, que tanto la quiero. Es una ingrata, una fulana-. Y con esa retahíla se bebió dos botellas. Quería volver a verla, necesitaba respirar su olor, acariciarla, sentirla. La maldijo, nunca debió ablandarse, no era más que una puta. Maldijo también su época en la Facultad de Medicina, cuando se convirtió en un monstruo, por culpa de aquella noche… Mañana iría a buscar a Vicio, la obligaría a que lo atendiese, era su profesión, tendría que hacerlo. Pero Vicio no estaría durante algún tiempo. ¿Cómo reaccionará ante esa ausencia?


miércoles, 27 de noviembre de 2013

Antología de una prostituta 9


Se despertó y la buscó en la cama, pero sólo percibió su olor. Ella no estaba. Hizo un rápido barrido visual por aquel cuarto con número de satisfacción (sesenta y nueve) y creyó intuirla en la ducha al escuchar el agua caer. Se levantó y caminó hacia el baño. Se apoyó en el bastidor y observó (a través de la mampara) las perfectas carreteras de la autopista de su cuerpo. Aquella mujer lo enloquecía, hacía demasiado tiempo que nadie conseguía sacar lo mejor de él (y no referente al sexo) sino a despertar el flagelado corazón, sus emociones, el deseo que creyó dormido. De aquello hacía más de cinco años…Fue en la Facultad de medicina, cuando…

-¿Qué haces ahí? Preguntó Vicio, mientras jugueteaba con su dedo y le indicaba que se acercase a contemplar de cerca y con derecho a roce lo que admiraba desde la distancia. El médico dejó de pensar en su pasado y aceptó la petición indecente de aquella mujer, de aquella puta. Su puta, porque de algo estaba seguro, terminaría siendo suya.

            En las calles andaban todos agitados, estaban ansiosos por escuchar el discurso del nuevo Presidente y rezaban para que hiciera algo honesto (en un país lleno de corruptos) que los ayudara a salir de la crisis. Hasta el momento, la estampa que vendía España era la de millones de parados, cientos de desahucios, ministros que robaban y sindicatos que imitaban a los ministros. Hasta la familia Real había picado el anzuelo de la avaricia, pero claro, las pruebas se perdían, los jueces se compraban y las bocas se cerraban. Y así, los pobres seguían nadando en las arenas movedizas del fango que caía de los de arriba. Rodrigo se paseaba nervioso por el Salón de Actos donde tendría lugar su bautizo y tomaría el nuevo cargo. Repetía una y otra vez en su cabeza lo que debía decir y se prometió ser un hombre justo y honrado (aunque las causas por las que llegó hasta el cargo no lo fueran). Faltaban diez minutos para salir ante miles de personas, que esperaban con su ascenso, la salvación de sus miserables vidas. Pero Rodrigo antes de enfrentarse con su futuro necesitaba hacer una llamada.

            Entre burbujas de jabón y caricias se iban limpiando uno al otro. Suerte que el gel era comestible (es lo que tienen las tiendas eróticas, que ya todo te lo puedes comer) si no probablemente alguno habría acabado envenenado. Volvieron a hacer el amor, y esta vez lo sintieron así. Nada que ver con follar o el sexo duro al que él la tenía acostumbrada. Aquella mañana se despertó el lado más tierno del doctor masoquismo, quien sustituyó los latigazos por caricias, cambió las órdenes por deseos y la pasión por amor. Acaso, ¿era amor lo que sentía? No estaba seguro, pero sí sabía que Vicio había conseguido dominar a la bestia que se desbocó aquella noche, cinco años atrás. En cambio, el sexo es un juego de pareja, y a Vicio aquel repentino cambio, aquel amansamiento de su fiera no le gustó. Pero se dejó llevar, porque al fin y al cabo a nadie le amarga un dulce, siempre que el pastel sea un buen polvo (aunque en esta ocasión, integral).

El teléfono sonaba, al tercer bip saltó el contestador y así todas y cada una de las veces que lo intentó. Seis llamadas perdidas en el teléfono de un receptor ausente.

Se frotó la frente, tendría que enfrentarse a su pueblo, a su nación, su país sin saber la respuesta y ese silencio le daba más miedo que una posible Tercera Guerra Mundial.

            Salieron de la ducha y volvieron a tumbarse en la cama. Ese era el plan, vegetar y comerse a besos, como decía la canción de alguna cantante que había salido nueva al mercado. Pero algo la devolvió a la realidad, cuando miró su teléfono vio que tenía seis llamadas perdidas de Rodrigo y entonces cayó en la cuenta de que no le había dado ninguna respuesta. ¿Cuántos días llevaba encerrada en aquel cuarto que sólo olía a sexo con el médico?

-¿Ocurre algo? Le preguntó intrigado al ver que Vicio palidecía.

-Clientes, ya sabes, trabajo a deshora y siempre estoy de guardia. Creo que deberías irte ya, no te cobraré estos días que hemos pasado juntos porque yo también los he disfrutado mucho, pero debo volver a mi vida, y tú a la tuya. ¿Cuántos pacientes has dejado morir en estos días?-. Felipe (que así se llamaba el matasanos) rió a carcajadas. He tenido una urgencia, señorita y la besó. –En serio, debes irte-. Aquel tono no le gustó. Estaba acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo y ahora lo estaban tirando como agua sucia. Tal y como llevaba él haciendo estos últimos años.

-No pienso irme, Vicio. Quiero que seas mía y dejes esta porquería de vida. Sabes qué me quieres, empecemos algo juntos. Siento algo muy fuerte hacia ti, eres la única persona que consigues sacar lo mejor de mí. Matar mis monstruos-. Vicio, se quedó helada, era el segundo hombre que le pedía abandonar la prostitución y empezar una vida a su lado. ¿Qué debía hacer? Por una lado estaba Rodrigo, era un buen hombre y tal vez terminaría siendo el nuevo presidente de España (aún no se había hecho eco de la noticia de que Rodrigo ya era el presidente del Gobierno, pues estaba ocupada firmando la paz entre sábanas) no lo quería, pero tal vez con el tiempo consiguiera amarlo. Por otro lado estaba él, Felipe. Le encantaba aquel hombre. Seguro de sí mismo, varonil y con unos hermosos ojos que te obligaban a perderte en un manantial de placer (aunque su último encuentro había sido más bien soso, a ella le gustaba que la odiaran en la cama y la amaran fuera de ella, le iba lo duro) y por último su profesión. ¿A quién quería engañar? A ella le gustaba ser puta, si no hubiese vendido pañuelos en los semáforos o cultivado tomates. Le encantaba que la llamaran y notar el deseo desde la otra línea, deseo por ella. La incertidumbre de quién se encontraría detrás de las puertas. Manos desconocidas tocándola, haciéndola disfrutar y notar el goce que ella proporcionaba en el otro. A veces no eran manjares los platos que llegaban a su cocina, pero otras era verdadero arte culinario…y así es la dieta, a veces lentejas y no te quejas. Le encantaría aceptar ser la mujer del Presidente, seguir viéndose con Felipe y conservar su trabajo de puta. Por qué era todo tan difícil, o tal vez no lo fuera. Recapacitó, si aceptaba ser la mujer de Rodrigo y su grupo de Gobierno descubría que era puta (se salvaría de que la lapidaran gracias a que no se recogía ese castigo en el código penal) y Rodrigo no se merecía una afrenta de ese tipo. Era un buen hombre, aunque fuese político. Pero, si aceptaba la propuesta de Felipe, con lo posesivo que era, tendría mucha menos vía libre para sus quehaceres sexuales, y es que el nombre de Vicio no lo eligió al azar, sabía cuál era su enfermedad.

-Vicio, contéstame. ¿Te vendrías conmigo?-. Aquellos hermosos ojos verdes brillaban y con ese brillo perdió su interés por él. ¿Dónde estaba el tipo duro que casi la conduce a perder la cabeza? No quería un peluche, eso podía conseguirlo con el Presidente, quería un macho, pero Felipe comenzaba a meter el rabo entre las patas.

-No, Felipe. No acepto tu propuesta. Lo siento, me gusta mi vida.

-¿Cómo? Pero seguirás atendiéndome, ¿verdad?

-No lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes? Y la agarró por un brazo, despertando la fiera que llevaba dentro, esa que odiaba ser rechazado, el que marcaba territorio e imponía las normas y Vicio se dio cuenta de cuál era su talón de Aquiles y continuó provocándolo. Fue entonces cuando tomó la decisión que marcaría su vida, pero esa decisión sólo la sabría ella.

-Yo no te quiero, yo nunca querré a nadie, así que si en algún momento tengo hueco y tú un calentón te atenderé-. Abrió la puerta y lo invitó a salir.

Una vez sola encendió el televisor y allí estaba él, dando su primer discurso. Lo había hecho, había asesinado al antiguo presidente y él estaba al mando. Se llevó las manos a la boca. Cogió su teléfono y reenvió la llamada, saltó el contestador.

-Sí, acepto. Dime qué debo hacer.

La vida de Vicio va a dar un giro. Quiere vivir bien, acomodada. Quiere disfrutar del sexo y quiere volver a verlo, a él, a Felipe, pero no al tierno, sino al duro, al que la ata a la cama y la conduce por un peligroso camino donde la única parada es el placer. El que la amordaza y aún así le hace decir las palabras más sucias que jamás se hayan pronunciado. El que le infringía dolor, sí, pero vestido de goce. Tal vez, como decía su abuela, la avaricia rompa el saco, quizá, como solía vaticinar, más vale pájaro en mano que ciento volando, pero también recordó un dicho que se tatuó a fuego en el alma desde muy niña, quien no arriesga, no gana. Y ella quería ganar, y ganaría.

Pero Vicio no sabía lo equivocada que podía llegar a estar, y como la vida es capaz de sonreírte, acariciarte y mecerte en su cuna, para luego dejarte caer al vacío donde las lágrimas serán el consuelo.
 

lunes, 18 de noviembre de 2013

Antología de una prostituta 8



-Y no olviden que lo hago por el bien común de este país-. Entre abucheos y vitoreos (nunca llueve a gusto de todos) bajó de la tarima y se marchó. En la parte de atrás del edificio lo esperaba su chofer con el coche oficial. Algunos periodistas se acercaron a preguntarle acerca de su opinión en relación con la Ley Camelia.
-Lo que tenía que decir ya lo dije-. Y de malos modos se subió al coche.
La Ley Camelia consistía en privatizar todos los servicios que por derecho constitucional siempre habían sido públicos. Se llamaba así haciendo alusión al apellido de la ministra que la había propuesto. El país no tenía dinero y de alguna forma había que recaudarlo. La educación y la sanidad pasarían a manos de empresas privadas y a no ser que fueses rico o tuvieras trabajo (y teniendo en cuenta el aumento de los parados, tener trabajo era considerarte rico) serías analfabeto o morirías de un estornudo.
Subió al coche, su chofer le cerró la puerta. Bordeó el vehículo, subió en él, se aseguró de que los espejos retrovisores estuvieran bien regulados. Encendió el contacto y…
            Amaneció a su lado. ¡Qué noche! Aún la saboreaba. Se relamía de gusto y se regodeaba en el deleite del placer que le había proporcionado. Volvió a amanecer acompañada. De nuevo se saltó sus propias normas. Tentada por la lujuria, seducida por el dinero y rendida ante él. Lo miró. Dormía. Le gustaba aquel hombre y perdida en las grietas de su piel, recordó una vez más, para recrearse, la noche que habían pasado.
-Llevo llamándote dos días.
-¿Acaso tengo que estar a tu disposición?
Vicio aparentaba seguridad, aunque le temblaban las piernas. ¿Miedo? ¿Deseo? –No eres mi único cliente. Es más, creo que te dije que no volvería a darte un servicio.
Se abalanzó sobre ella y la agarró por los brazos.
-Vas a ser mía. ¿Has oído? ¡Mía! ¿Cuánto quieres? ¿Mil? ¿Dos mil? ¡Dime!
-¡Suéltame! Eres un maniaco. ¡No quiero tu asqueroso dinero!
La besó. Para cerrarle la boca a aquella puta mal criada y mal agradecida que lo embrujó con la pócima que bebió de su entrepierna y a la que se había vuelto adicto. Borracho, quería vivir embriagado por sus fluidos y nadar en ellos.  Ella le correspondió al beso. Apasionado, luego dulce. Se miraron, perdiéndose uno en el otro. Vicio abrió como pudo, seducida, ardiente y satisfecha de poder volver a sentirlo, a gozarlo. Cerraron la puerta tras de sí. Vicio dejó caer el bolso y se abandonó a sus brazos, cediéndole el control de su cuerpo. Con manos expertas se desvistieron y frente a frente, en igualdad de condiciones, piel con piel, invitaron al placer a unirse a ellos.
Él, buen amante, gran jugador en el sexo, siempre tenía un as bajo la manga. La sentó en una silla, le vendó los ojos y le amarró las manos. Vicio, expectante y excitada, esperaba lo que vendría después. Lejos quedaba el miedo que le tuvo alguna vez. Notó algo frío. Lo necesitaba. Él le pasaba un hielo por su cuerpo, ¿para calmar su ardiente deseo? ¿Para encender aún más la candela? Circulaba por las carreteras de su cuerpo, soplaba y lamía. Frío, calor, frío, calor…Gemidos. Le abrió las piernas. La acarició allí, donde erupcionaba el volcán, donde la lava empezaba a notarse. Más gemidos.
Los músculos de Vicio se contraían y se relajaban. Estaba al borde del orgasmo que le proporcionaría el jugueteo del hielo en su vagina. Se retiró. La dejó con las ganas. Ella se removió molesta en la silla. Intentaba adivinar, agudizando el oído, dónde podría estar, qué estaría planeando. Entonces lo notó. Duro, excitado, ansioso de ella. Jugaba con sus labios. Ella abrió la boca y lo chupó. Ahora gemía él. Se lengua recorría una y otra vez aquel tesoro que la llevaba tan lejos. La respiración del médico aumentaba. La agarró del pelo y la puso de pie. Lamió su boca y probó su propio sabor. Vicio permanecía con las manos atadas y los ojos vendados. Deseaba sentirlo dentro.
-Entra, por favor.
-Shhh, no seas viciosa, querida.
Comenzó a acariciarla con una pluma. De pie, en medio de la habitación, conseguía erizarle la piel. Y cuando menos lo esperaba, llegó. Le golpeó con el látigo en el culo. ¡Dios! Tres veces, ¿por qué estaba excitada? Aquel maniaco le estaba golpeando. Cuatro, cinco… ¡Dios cómo le gustaba!
-¡Arrodíllate!
Vicio se arrodilló como pudo. Aún le quemaba el culo. Comenzó a juguetear con sus pezones y notó como le ponía unas pinzas.
-Pero qué coño…
-Shhh, o voy a tener que amordazarte, y quiero oírte gritar.
Las pinzas le proporcionaban pequeñas descargas eléctricas. Intuyó que él tendría un mando porque cesaban y aumentaban a destiempo. Las descargas le recorrían el cuerpo y morían en su clítoris.
La inclinó. Quedó a cuatro patas en el suelo. Se colocó detrás y sació sus ansias. Las de ambos. Sacudidas, embestidas y descargas eléctricas en los pezones la llevó al clímax, uno de los mejores orgasmos que había sentido nunca.  Se dejaron morir en el suelo. Silencio.
            Policías, bomberos, ambulancias, periodistas y curiosos fueron llegando al lugar. La policía científica acordonaba la zona. El presidente de España acababa de volar por los aires. Su coche explotó cuando se disponía a salir del aparcamiento del hotel donde acababa de dar el último discurso de su vida. La gente (de clase media y baja) comenzaba a esperanzarse. Tal vez, junto con el presidente, desaparecería la miseria en la que estaba inmerso el país.
            Rodrigo miraba las noticias. Sabía que había llegado el momento, su momento. Él era el sucesor. Tomaría el poder, el mando, la presidencia de su país. Pensó en Vicio. Deseó que aceptara su propuesta. Tal vez ya hubiese visto las noticias. Quizá lo llamara para hablar de lo sucedido y aceptar ser la mujer del nuevo presidente de España. Pero Vicio aún andaba perdida en el atentado de placer que sufrió su cuerpo durante la noche, entre besos de queroseno y dinamita para el corazón. Se haría eco de la noticia. Una noticia que requería una respuesta, La toma de una decisión. Sacrificar unas cosas y beneficiarse de otras. Pero, ¿qué puede ocurrir cuando tomas la decisión equivocada? ¿Y si tomas dos decisiones de forma paralela? ¿Cuánto tiempo se puede llevar una doble vida sin ser descubierta? Se abren nuevos caminos para Vicio, acompañados de riesgos y equivocaciones.



lunes, 28 de octubre de 2013

Entrevistas

Aquí les dejo la entrevista que me realizaron las chicas de El Secreter la pasada semana por si desean escucharla. y de paso les invito a que escuchen su programa porque es muy interesante.
También les dejo el enlace del programa La plaza, de Este Canal, donde también me entrevistaron y me lo pasé genial.


http://www.estecanaltv.com/en-este-momento/



http://elsecretermueblecultural.blogspot.com.es/2013/10/lanzarsepor-que-no.html

Antología de una prostituta 7



Amaneció, y por unos instantes dudó de dónde estaba. Los rayos del sol entraban perezosos por el amplio ventanal con vistas al frondoso bosque que bordeaba la casa. Miró a su derecha y lo vio allí, dormido, después de una noche de sexo en la que la escena del tequila podía considerarse un preliminar. Lo inspeccionó, era guapo. El prototipo de hombre del que podría enamorarse. Maduro, atractivo, que le proporcionaba buen sexo. ¿Sería gracioso? Aún le quedaban unas cuantas horas para descubrirlo.
-Buenos días, princesa.
-Buenos días, teniente.
-No me digas eso que sabes lo que ocurre-. Y tanto que lo sabía, durante la noche, entre caricias, besos y sexo duro, le llamaba teniente y se daba cuenta de cómo aumentaba la fogosidad de aquel hombre que parecía insaciable.
-Nos espera un gran día, así que sacúdete la pereza.
-Sí, teniente-. Y él saltó sobre ella y comenzó a besarle el cuello, bajando por el meridiano de sus pechos, avanzando por el ombligo y muriendo en su entrepierna. Suspiros.
            Desayunaron en la terraza que daba a la piscina. Los tres invitados se sentaron en silencio y con la vista perdida. Probablemente aún les quedaría alguna neurona borracha. A Leopoldo Cintras Fría le sonó el teléfono, y tras una breve conversación en árabe, colgó y le hizo un gesto a Rodrigo. Este, le susurró al oído que si no le importaba ausentarse. Vicio asintió.
-Con permiso-. Dijo haciendo gala de sus buenos modos. Rodrigo le retiró la silla y ella se alejó. Aprovechó para perderse en el inmenso jardín. Al cabo de un rato y tentada por la curiosidad, se acercó a la zona donde estaban reunidos su cliente y los tres terroristas (como ella los llamaba). Escondida entre los rosales (para no ser descubierta en su hazaña de espía y torturada por aquellos malvados, a saber qué le harían a las mujeres noveleras). Los escuchó hablar en español, por suerte para ella que temía que lo hicieran en árabe y no enterarse de nada.
-No poder seguir país tuyo así. Muy malo, tu país. Tú escucha nuestra propuesta y ganar mucho dinero. Tu país mejor, tú más poder…todos ganar.
La curiosidad de Vicio aumentaba, qué estaría proponiéndole aquella panda de locos. España estaba mal, no había más que verla a ella, convertida en puta para sobrevivir, y con el tiempo, casi que por gusto (el dinero es goloso y el sexo adictivo).
-Pero no puedo traicionar a mis compatriotas, a mi país.
-Sí poder, sí poder. Tus compatriotas no son de fiar. Nadie sabrá que tú saber esto. Todo secreto, controlado. الله يكون معك ، أنت قلبي ، والكلمة والفكر.
-¿Qué pretenden hacer?
-Mañana cuando el presidente del gobierno terminar de dar  rueda de prensa, cuando gente marchar, nosotros no queremos muertos, no querer heridos. Uno de mis hombres poner bomba en coche presidente, cuando él subir y poner en marcha…PUUUMM…muerto. Tú tener el poder, nosotros pagarte mucho bien si tú poner de nuestra parte.
Rodrigo se pasó la mano por el pelo. Quería llegar a la presidencia pero no estaba seguro de querer llegar así. Aunque el dinero, el poder…ese diablo con aureola, alas y sonrisa encantadora…
-Acepto-. Y todos alzaron sus copas y brindaron.
Vicio no se podía creer lo que acababa de escuchar. Iban a asesinar al presidente (que realmente se lo merecía porque se había encargado de asesinar los sueldos y trabajos de los españoles) pero, ¿no era mejor obligarle a dimitir o algo así? Menos mal que a ella le quedaban algunas horas allí y al siguiente día, cuando el presidente volara por los aires, se habría acabado aquel peculiar cuento de hadas con algún que otro troll.
            El sol se había escondido  y Vicio recogía sus cosas mientras recordaba lo acontecido durante aquellas veinticuatro horas. Después de la conversación que no debía haber oído, pero escuchó; la mañana transcurrió normal, ella fingió no saber nada y se dejó hacer. Llegaron las otras putas (debía admitir que sin clase) e hicieron felices a los invitados. Por suerte para ella no tuvo que compartir su caché de puta de alto standing porque su dueño aprovechó que sus huéspedes estaban entretenidos para secuestrar a Vicio y continuar bebiendo de ella tequila.
Rodrigo entró en el dormitorio.
-Llegó a su fin. Espero haberte hecho sentir cómoda.
-Sí, muchas gracias, Rodrigo. Ha sido todo muy interesante. Algo fuera de lo común.
-Me gusta tu verdadero acento, no ese forzado deje sudamericano. Aunque cuando me dices papi…ufff.
-Bueno, es sólo por trabajo, ya sabes los hombres  se vuelven locos si les hablas así.
-Vicio, ¿no te gustaría dejar este mundo? No va con tu elegancia, con tu saber estar.
-Claro, algún día lo dejaré…pero por ahora, como está el país es imposible encontrar otro trabajo que no sea este.
-¿Y si te propongo quedarte como mi mujer? Sólo tendrás que hacer lo que has hecho estos días. Complacerme, ser dócil, elegante, y te daré todo lo que desees y más.
-¿Quieres qué sea tu puta a jornada completa?
-No lo llames así. Quiero que seas mi mujer. Voy a ascender en pocos días y un buen hombre con un buen cargo, necesita una buena mujer a su lado. Así saldrías de la calle.
Y tanto que iba a ascender y rápido, pensó ella.
Era una buena propuesta. Saldría de la prostitución y tendría todo lo que siempre ha deseado. Era tentador y tal vez con el tiempo llegara a amar a aquel hombre. Había dejado de soñar con príncipes azules, Walt Disney se olvidó de fabricar el suyo. Estaba cansada de callejear por las calles del olvido. De ser una vendedora ambulante de caricias y besos. Pero, ¿y si lo que había escuchado no salía bien y se veía implicada? Tenía que ser astuta y eso se le daba muy bien.
-Dame algunos días, Rodrigo. Te prometo que antes de que aceptes tu nuevo cargo tendré una respuesta-. De esta forma podría ganar algo de tiempo y ver qué cabezas cortaban después de que el presidente del gobierno se desintegrara en mil pedazos.
-Vale, lo entiendo, pero por favor, piénsatelo.
Se despidieron con un suave beso. Las veinticuatro horas habían concluido y Vicio se marchó.
            En la otra punta de la ciudad un licenciado en medicina y con un maletín verde llamaba incasablemente a una puta de la que se había enamorado. Obsesionado por volver a verla y nervioso por comprobar que llevaba veinticuatro horas con el teléfono apagado, decidió esperarla delante del cuarto sesenta y nueve de aquella penosa pensión.
Vicio, ya en el taxi, encendió el móvil. Sesenta y dos llamadas del mismo número. –Los hay muy desesperados-. Bromeó consigo. –Como si no hubiera más putas-. Tal vez eso cambiaría, las llamadas a deshora, la disponibilidad continua. Recordó la propuesta de Rodrigo, cada vez la convencía más.
El taxi paró frente al hostal, Vicio pagó y se permitió el lujo de dejarle propina. Al bajar del coche percibió una figura masculina apoyada en el alféizar de la puerta de su habitación. Se lamentó. No tenía el cuerpo para mambo, estaba cansada y sólo quería dormir.  Al acercarse a la entrada descifró al enigmático hombre que la esperaba. Era él, era el médico. El hombre que la hacía estremecerse con una mirada. El masoquista, al que le gustaba jugar duro. Al que drogó y dejó en la puerta de su casa inconsciente. Permanecieron en silencio. Él se acercó, Vicio retrocedió. Se había jurado no darle más un servicio. Pero, ¿y si le daba el último servicio a él y se despedía de esta profesión saliendo por la puerta grande y cortando orejas? Sí, sería su último servicio y no volvería a ver a ese hombre que la volvía loca, pero terminaría haciéndole daño. Sí, lo haría y luego aceptaría la propuesta de Rodrigo.
Pero como todo en la vida, las decisiones que tomamos pueden dar un giro inesperado, y lo que debería haber sido se esfuma con el viento, poniéndonos ante nuevos retos. ¿Será Vicio capaz de afrontar lo que le depara la vida? Lo que está claro es que no será lo que ella imagina.


   Que Alá esté contigo 
 لله يكون معك ، أنت قلبي ، والكلمة والفكر