Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Huida hacia el señor 4


Tocaron varias veces el interfono pero nadie atendía a su llamada.
-Te lo dije, macho, esta gente nos está vigilando desde algún lugar y no quiere abrirnos.
-Shhh.
Mario iba vestido con su traje de Armani reservado para grandes ocasiones. El pelo engominado, gafas de sol y exceso de perfume. Luis estaba nervioso, llevaba una cámara de fotos colgada del cuello, vaqueros desgastados, y gafas de aviador. Daba el pego, parecía un periodista de mundo.
-Convento de Las Hermanas Marianas, ¿en qué podemos ayudarle?
Mario se aclaró la voz.
-Hola, estimada, mi nombre es Mario Ruiz, soy el Presidente del Partido Político Católico Liberal, me gustaría hablar con la madre superiora. Como sabrá estamos en plena campaña y quiero hacer un donativo (jugoso) a su congregación, ya que mi partido vela por los derechos de los que dedican su vida al prójimo.
Luis miraba con asombro a su amigo. ¿De verdad creía que se iban a tragar semejante chorrada? ¿Partido Católico Liberal? Estaban jodidos…al otro lado del interfono se escuchaban cuchicheos imposibles de descifrar.
-Empuje y pase, por favor.
Ambos entraron al amplio jardín que se escondía detrás del portón. Luis continuaba boquiabierto mientras que Mario, con andar altanero, fanfarroneaba de sus habilidades. Una monja de mediana edad los recibió.
-Hola, soy la hermana Asunción, la madre superiora vendrá enseguida. Tomen asiento.
Los jóvenes se sentaron mientras observaban el lujoso salón. Sillones con piel de ante, candelabros bañados en oro, amplios ventanales. Demasiado lujo para un grupo de mujeres que no hacían nada.
-¿Entiendes ahora lo que te decía el otro día? Todo esto que ves lo pagamos nosotros con nuestros impuestos. ¡Son unas vividoras!
Mario hizo un gesto de desdén al volver a fijarse en los detalles del lugar.

-¡Pase!-. Gritó la superiora.
Sonia volvió a entrar a aquel horrible lugar. Volvió a bajar al infierno. La madre superiora, como el perro de Pavlov al oír la campana, comenzó a babear. Se acercó. Sonia permanecía inmóvil. La olió.
-Así me gusta, hermana, que sea obediente y atienda a mi llamada. Serás una buena monja. Obediente, fiel, sumisa, dedicada a los demás aunque no te satisfaga lo que haces…o lo que te hacen. No debes olvidar que has entregado tu vida a servir al prójimo.
La joven aspirante a monja sentía su fétido aliento impregnando su cara. La madre superiora le metió la mano debajo de la túnica y recorrió, en un camino ascendente su muslo, hasta que llegó al rincón caliente del cuerpo de la muchacha. La acarició. Jugueteó con su zona erógena y le introdujo dos dedos. Cerró los ojos y se estremeció. Sonia estaba aterrada. No podía moverse. No entendía cómo aquella vieja decrépita podía paralizarla. Bastaba con empujarla y salir corriendo, huir de aquel infierno ajardinado. Pero tenía miedo. Miedo de las monjas que bailaban al son de la hermana superiora. Miedo de ella. Miedo de la vida, que ya la había tratado demasiado mal y no parecía tener intención de darle una tregua. Cerró los ojos y se desmayó cuando sintió los labios malolientes y resecos sobre los suyos.
Se pusieron de pie cuando vieron a la madre superiora acercarse alisándose la parte delantera de la túnica. A su lado una joven caminaba con la cabeza baja. Luis pudo identificarla mientras se acercaban.
-¡Es ella, es ella!
-¡Relájate! Nos van a descubrir.
-Hola, muchachos, soy la madre superiora, me ha comentado la hermana Asunción que quieren hacer un donativo. No es necesario. Nosotras vivimos de la caridad, buen hombre. ¿Por qué desea hacernos ese generoso regalo?
Luis no podía apartar los ojos de Sonia, percibió en su rostro que había estado llorando. Quiso gritar y pedirle justicia a Dios. Por qué lloraba, qué le habían hecho.
-Y este señor, ¿quién es?-. Preguntó la monja al ver como Luis no apartaba la mirada de su monjita.
-Es un amigo periodista, hará algunas fotos del momento en el que yo le entrego el cheque, ya sabe como es la política, hay que vender. Ustedes ganan y yo también.
La monja accedió a regañadientes, no le gustaba que mirasen así a su dulcito. Pero otro de sus vicios era el dinero, y aquel aspirante a alcalde parecía querer hacerle un buen regalo.
-Muy bien, pero que sepa que no puede hablar con la joven. Aun no se ha iniciado en el periodo de noviciado, no debe hablar con hombres.
Los chicos aceptaron. Luis estaba rabioso. Notaba, por la mirada de la joven, que no estaba bien. Creyó leerle en los ojos la palabra auxilio. Comenzó a hacer fotos. Del lugar, de la reunión de Mario con aquella vieja que carecía de rostro angelical y de Sonia. Fotos y más fotos de Sonia. Necesitaba hablar con ella, pero notaba los ojos inquisidores de la superiora sobre él.
-El baño, por favor-. Le preguntó a una de las hermanas que podaba un rosal.
-Al fondo, a la derecha.
Luis escribió con rapidez en un trozo de papel higiénico. Salió del baño y mientras la madre superiora miraba ensimismada el cheque con diez miel euros que le había entregado Mario, se acercó a la joven y le puso, con disimulo, el papel en la mano.
-Bueno, una última foto y hemos concluido con la visita. Gracias, hermana, siga haciendo esta hermosa labor. Rece por mí, seré un buen alcalde, se lo prometo-. Sonrió y miró al cielo.
La anciana los despidió con una sonrisa de satisfacción. Sonia continuaba mirando al suelo. Abatida. Pero en su interior se había prendido una llamita. Tal vez ese joven…quizá Dios había atendido a sus plegarias. Deseaba estar sola y poder ver qué contenía aquel trozo de papel.
-¿Has visto como te miraba ese joven? Te deseaba. Pero eres mía. Y sólo yo puedo acceder a ese juguito que tienes entre las piernas. ¡Guarra!
Sonia rompió a llorar y corrió a su cuarto. La maldad de la hermana superiora no tenía límites. La monja que continuaba podando las rosas miró apenada al ver como la joven huía. Sabía el motivo.
-¿Qué miras? ¡Continúa con tus quehaceres!-. Le gritó la superiora.
Luis estaba nervioso. Sentía que se desgarraba por dentro al alejarse de aquel lugar sin ella. Algo malo estaba sucediendo, pero estaba dispuesto a enfrentar al demonio por sacarla de aquel lugar.
-¿Y bien? ¿Me crees o no? Son unas víboras. Por cierto qué le pasaba a tu princesita, estaba llorando. La madre superiora no le quitaba ojo. Qué cosas más raras.
-Sí, lo sé. Le dejé un mensaje escrito en un papel.
-Pues a esperar, amigo.

Luis golpeó el salpicadero del coche. No quería esperar. Pero debía hacerlo. Las cosas darían un giro inesperado…


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