Alguna vez escuché la expresión de: "no somos nadie". Quizá fue en algún tanatorio donde un anciano se lamentaba por la pérdida de su colega de partida de "dominó" con un: -Ay, señor, no somos nadie-. Puede que se lo oyera a algún depresivo: -Mierda de vida, no somos nadie-. O quizá no lo he oído en la vida y me estoy tirando el rollo. A mí me gusta pensar que somos huellas de niños al correr por la arena. De besos de chocolate. Huellas de pisadas en la nieve. Huellas de unas manos enredadas en un alma asustada. Huellas de unos labios de miel decorando unos senos sedientos de amor. Huellas de historias pasadas que dejan heridas. Huellas de nuevos y temidos romances. Huellas imborrables e insustituibles. Huellas de lo que no di, quizá por temor a revivir viejas huellas o por cobardía de inventar huellas nuevas. Huellas que han trazado lo que soy...pero quizá no de lo que quede por ser. Huellas, eso somos...huellas de un viejo libro con las letras desgastadas por las caricias de sus lectores. Huellas de la tinta de esa carta de amor que escribiste pero...pero no, no enviaste. Huellas de los versos que se quedan en el camino recitándole a la nada. Huellas que dejan un te quiero en susurros arropado por el eco que lucha por no acallarlo jamás. Huellas, infinitas huellas trazando el pergamino de tu alma. Luchando contra el olvido...olvido imposible de postergar porque está tejido por las huellas de tu andar.
Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.
martes, 24 de junio de 2014
domingo, 22 de junio de 2014
Sigue mis microcuentos en twitter
Echa un vistazo al Tweet de @Lunadepapel0: https://twitter.com/Lunadepapel0/status/480661898741161984
lunes, 19 de mayo de 2014
Entrevista en la televisión
Aquí les dejo la entrevista que me realizaron el pasado viernes en el programa Canarias hoy de Televisión Canarias junto a Kiko Barroso, Director de Roscas y Cotufas, para hablar de mi segunda novela En tierra de demonios. A partir del minuto 30 podrán disfrutar de ella.
https://www.youtube.com/watch?v=uS7Ov1Vwk48#t=2285
miércoles, 30 de abril de 2014
Presentación de En tierra de demonios
El pasada miércoles 23 de abril (Día del libro) se presentó en el Real Club Victoria, mi segunda novela: En tierra de demonios, la presentación la llevó a cabo el escritor Antonio Cabrera Cruz. Quiero agradecer a todas las personas que estuvieron acompañándome ese día y a todos los que me están haciendo llegar sus críticas sobre el libro. Un escritor no sería nada sin sus lectores. GRACIAS.
lunes, 28 de abril de 2014
¿Cuánto dura el olvido?
Bajó la
escalera con paso vacilante. Los peldaños lloraban con cada pisada, haciendo
crujir la destartalada madera. Encendió la luz. Un bombillo solitario, danzaba
en el techo sujeto por un cable que anunciaba estar en las últimas (como todo
en el lugar). Echó un vistazo al trastero, y sin una explicación lógica (dada
su condición) la encontró. Caminó hacia ella. La bajó del tercer estante de la
repisa. Sopló. Invitando al polvo a volar a otros reinos, lejos del palacio del
olvido. Se sentó en el suelo haciendo
caso omiso de la protesta de sus articulaciones. La abrió y con ella los
recuerdos dormidos. Una caja llena de cartas y fotos en blanco y negro, de un
viejo amor que con el paso de los años, anidó más y más, calando en rincones
del corazón que un simple mortal que no haya amado incondicionalmente, no sabrá
jamás que existen. Abrió un sobre y extrajo un papel de su interior:
Junio, 1941
Amada mía, aún continúo en estos lares donde no crece la hierba. Donde el
ser humano arrasa con la naturaleza y con la vida de sus compatriotas. Amada
mía, pienso en usted cada noche que miro este estrellado cielo que mece la nada
en la que ando inmerso. Cada vez que muere un soldado agradezco que Dios me
haya salvado la vida, que me haya concedido una nueva oportunidad para regresar
a usted. Siempre suyo, Nicolás.
Siguió revolviendo en la caja.
Encontró su foto. Estaba de pie, con la mano derecha se agarraba la gorra y con
la izquierda algo parecido a un rifle. Besó la imagen y se la acercó a su pecho.
Otra carta.
Octubre, 1941
Amada mía, perdóneme estos meses de ausencia. El enemigo avanza con
fuerza. El frío y el hambre están arrasando con el ejército. Se escuchan
rumores de que esta guerra terminará pronto, y podré cambiar las trincheras por
sus besos y caricias. No me olvide, amada mía. Siempre suyo, Nicolás.
Las lágrimas rodaban por las mejillas
de la anciana. Una anciana a quien el alzhéimer le había dado una tregua,
dejándola recordar por última vez a ese amor que allá por mil novecientos cuarenta
y uno, le pedía que lo esperase. De eso hacía más de cincuenta años, y allí
permanecía, fiel a una promesa que seguía latente. Tal vez el alzhéimer no se
cebó con ella. Quizá fue una estrategia del corazón, que le declaró la guerra a
los recuerdos, ganándoles la batalla y sumiéndolos al olvido que no duele.
Evitando algún atisbo de lucidez que ahondara en la llaga del desconsuelo.
Continuó hurgando en su memoria con forma de caja de zapatos.
Diciembre, 1941
Amada mía, sigo vivo. Sigo vivo por usted. Saber que me está esperando me
ayuda a sobrevivir en un país de muertos. Le estoy entregando los mejores años
de nuestra vida a un patriotismo sin sentido. Cada día muero un poco, preso de
esta leyenda de valentía. La echo de menos. Me pregunto qué hago aquí. Estoy
emboscado en una misión donde mi único objetivo es salir con vida. Soy un mal
soldado, pero es que la única guerra que yo quiero librar es con usted,
amándonos en su cama en llamas. Puede que sea la última vez que le escriba. No
deje de esperarme, por favor, amada mía. Siempre suyo, Nicolás.
Arrugó la carta. Envejeció
súbitamente un poco más. Es lo que tiene el recuerdo, es traicionero y cala
ahí, donde más duele. Donde quiere instalarse el olvido, fiel compañero de los
enamorados no correspondidos o correspondidos en la distancia, con caricias y besos ausentes. Pero a veces,
el amor da segundas oportunidades. Se habían girado las tornas, al final fue él
quien esperó por ella…Y su momento llegaba, respiraba con dificultad. Cerró sus
ojos, y envuelta en los recuerdos, olvidó cuánto dura el olvido. Por fin se
rencontrarían, aunque fuese en la otra vida.
jueves, 10 de abril de 2014
¿Quieres qué te diga una cosa?
¿Una
demostración de amor? ¿Acaso no era suficiente todo lo que le demostraba? Se pasaba
la vida consintiéndolo, y a él lo único que se le ocurrió antes de darle las
buenas noches, fue pedirle una demostración de amor pública.
Laura
no salía de su asombro. Estaba cansada de estar sujeta a continuos exámenes que
ponían a prueba la credibilidad de su amor. Estaba harta de escucharlo hablar
de probabilidades y porcentajes en las relaciones humanas… ¡Claro qué había un
cincuenta por ciento de posibilidades de que le fallase! También había otro
cincuenta de que no lo hiciese. Pero eso no era suficiente. Él quería más. Próximo
a soplar cuatro decenas en su cercano cumpleaños, quería como regalo otra prueba
de su amor incondicional.
Llegó.
Miró la fachada buscando un cartel que le indicase que estaba en el lugar
correcto. <<Buenas noches, qué tal
estás. Yo no muy bien…he estado dándole vueltas a eso de la demostración de
amor, y estoy un poco cansada de este juego. Tienes tres opciones, creerte que
te quiero, quedarte con la duda o no creértelo en absoluto. De tu mano lo dejo.
¡Ah, por cierto, sintoniza la 101.0!>> le dio a enviar al mensaje y
entró en el local.
Un
hombre de espesa barba le indicó desde una mesa que estaba en la habitación contigua,
delimitada con amplias cristaleras, que se alegraba de verla con un guiño de
ojos y el pulgar hacia arriba.
-Unos
minutos de anuncios publicitarios y volvemos con el apartado del programa: ¿Quieres qué te diga una cosa?
El
hombre se quitó los cascos y salió de la urna en la que estaba.
-Hola,
Laura, encantado de volver a verte. ¿Estás preparada?
-Hola,
Jaime, la verdad es que no estoy muy segura de querer hacer esto, pero… ¿Son
muchos los oyentes de este programa?
El
locutor soltó una sonora carcajada que a ella se le antojó estridente. Nada tenía
que ver con la dulce voz que (parecía) tener cuando lo escuchaba tumbada en la cama de su habitación
cada madrugada. Su ayudante les indicó que en breves minutos daría comienzo la sección.
-Sólo
algunos millones, nada de lo que preocuparse. Bueno, como te expliqué el otro
día, yo entraré en antena, explicaré en qué consiste esta sección y te
presentaré como invitada. Tú nos contarás un poco de ti, y del por qué nos
acompañas esta noche. Leerás tu historia y finalizaremos contestando a las
preguntas de los oyentes que nos llamen. ¿Alguna duda?
La cabeza le daba vueltas. ¿Estaba segura de
lo que iba a hacer? Él le había pedido una declaración de amor pública y ella
estaba cansada de su juego.
-Tres,
dos, uno…dentro-. –Buenas noches, queridos oyentes, estamos otra madrugada más
haciéndonos compañía en esta sección del programa: ¿Quieres qué te diga una cosa? Hoy nos acompaña una joven que se
llama Laura y al parecer tiene algo que decirle a alguien. Buenas noches, Laura.
Cuéntanos qué te trae por los estudios de Cadena en red, y quién es esa persona
a quién tienes que decirle algo.
-Hola,
si…bueno yo quería…-. Tenía la boca pastosa. Seca. Le ardían las mejillas. El locutor
la animó a seguir con una sonrisa. –Bueno, yo estoy aquí porque tengo algo que
decirle a mi novio.
-¡Oh,
una declaración de amor! ¿Y cómo se llama tu novio?
-Rodrigo.
Rodrigo Fleitas.
-Muy
bien, pues adelante. Te escuchamos.
Cogió
el aire suficiente para no tener que volver a hacerlo hasta que terminara de
leer.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que
no quiero volver a verte. No quiero saber de ti. De tu vida. De tus éxitos o
fracasos. […]
El
periodista la miraba con asombro, y en otro lugar de la ciudad, alguien,
después de leer un mensaje y esbozar una sonrisa, sintonizó la emisora 101.0. Sonrisa
que comenzaba a difuminarse con cálculos mentales de probabilidades y
porcentajes de que una vez más le habían fallado.
[…] ¿Quieres qué te diga una
cosa? Que se me acabaron los te quiero. La paciencia y la dulzura. ¡Qué se me
acabó lo bueno! ¡Se te acabó lo bueno!
¿Quieres qué te diga una cosa? Que
hasta aquí. […]
En
la cabina de radio el aire pesaba. El locutor sabía que los índices de
audiencia subirían aquella noche como la espuma. Tal vez, consiguiese ese
anhelado aumento que llevaba años mendigándole a su jefe. En una habitación de
la ciudad, las lágrimas de decepción, rodaban por unas mejillas a las que ya no
les quemaba la sal.
[…] Hasta aquí porque no quiero
quererte, sino amarte. No quiero saber de tu vida. Quiero estar en ella. Aquí o
allá. En la luna o en Pekín, ¿qué más da? No quiero saber de tus éxitos. No de
oídas. Quiero estar en ellos. Aplaudirlos. Sudarlos. ¡Sí, sudarlos! Juntos. Tampoco
quiero estar en tus fracasos. ¡No, por supuesto que no! Lo que quiero es
evitarlos. Olerlos antes de que surjan y patearles el culo si se acercan a ti.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que
se me acabaron los te quiero porque le han dado paso a los te amo. ¿A los te
amo? ¡Sí! Amarte con los ojos abierto o cerrados. En la distancia o aquí,
pegados como parásitos. Chupándonos la sangre. Para bien. Nunca para mal. Parásitos
de los buenos, de los que están en peligro de extinción. ¿Y la paciencia? También
se me acabó. ¿Para qué la quiero? ¿Para esperarte? No la necesito. Paciencia: dícese de la capacidad de
padecer o soportar algo sin alterarse. ¡No! Definitivamente no necesito a la
paciencia. Se puede ir con la dulzura (que repugna). Yo soy más de limón y sal.
A veces hasta escuezo, pero lo soluciono poniéndole tequila a las heridas, que
dan paso a tu sonrisa y a la mía, bailando al son de los acordes que nacen de
las chispas que saltan con nuestras miradas.
¡Se me acabo lo bueno, sí! ¡Se te
acabó…se nos acabó lo bueno! Porque ahora empieza lo mejor. La buena vida. La
curva de la felicidad. La de las siestas largas, las caricias que desgastan y
los besos que alimentan. Llegó la hora de escuchar canciones que nos hagan
llorar por creer que todas cuentan nuestra historia.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que
quiero correr contigo. Soltando lastres y amarras. Desnudándonos del pasado y
poniéndonos la piel del presente. Riéndonos de las críticas y de los miedos. Del
qué dirán y del qué habrán dicho.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que
será duro, difícil y en ocasiones se tornará imposible. Que lloraré. A lo mejor
tú también. Y el desconsuelo será quien nos abrigue el llanto. Que tendremos
que abrochar la esperanza (por si decidiese escaparse) y sembrar la ilusión.
¿Pero, quieres qué te diga una cosa? ¡Qué valdrá la pena! Por ti. Por mí. Por el
mundo que nos verá bailar descalzos. Por la luna que iluminará nuestras noches…Por
las flores que no nos regalaremos y los bombones que compartiremos. ¿Quieres
qué te diga una cosa? Que las margaritas podrán descansar en paz. ¡Qué no
tiemblen sus pétalos! No necesitaremos los: ¿me quiere, no me quiere? ¿Por qué me quieres, verdad? Da igual, no
me lo digas. Las palabras se las lleva el viento…Y los hechos…los hechos pasan
de moda. Que ahora estamos aquí, y mañana…mañana no sé. ¿Pero, quieres qué te
diga una cosa? Que no quiero otra vida
si no es contigo.
Terminó
de leer y volvió a coger aire para contrarrestar el tono lila que había tomado
su cara. Los sesenta segundos que componen un minuto se multiplicaron. El periodista
tomó la palabra (algo escuetas para su profesión) que se redujeron a halagos
por lo que acababa de escuchar. Su ayudante le indicó (levantando un cartel
desde el exterior de la habitación de cristales) que las líneas estaban
saturadas. Respondieron a las preguntas de los oyentes, y Laura agradeció las
felicitaciones por su valentía y sus hermosas palabras. Él no llamó. ¿Seguía
sin ser suficiente? Abandonó el estudio dos horas más tarde de lo previsto. Ya era
noche cerrada. La humedad de las madrugadas de invierno se posó sobre ella. Una
sombra la esperaba apoyada en una farola. Una sombra que fue tomando forma
humana a medida que se acercaba. Allí estaba. Con los ojos hinchados de haber
estado llorando, y con el alma hecha pedazos por no haber identificado el
verdadero amor hasta ese momento.
-Perdóname.
De las tres opciones elijo la primera.
lunes, 7 de abril de 2014
Cascabeles para el corazón
-¿Y
por qué, mamá?
-¿Porque
así, siempre, sabrás dónde está cuando lo hayas perdido?
-¿Y
si los pierdo pero no suenan? ¿Cómo sabré dónde están?
-Confiando,
cariño. Hay respuestas que sólo obtendrás confiando.
Las
gotas de lluvia chocaban contra el cristal emitiendo un pequeño sonido. Gotas suicidas
que venían a poner fin contra su ventana. O tal vez, gotas víctimas del homicidio
de unas nubes que las arrojaron al vacío sin contemplación. Se acurrucó un poco
más. Sólo cinco minutos. Volvió a recordar aquella conversación.
-¿Confiando?
¿Y cómo se confía? ¿Cómo sabré cuando estoy confiando? Todo esto es muy
complicado.
-Pequeña,
sabrás que estás confiando porque te lo dirá el corazón. Hará sonar los cascabeles.
-¿Pero,
y si no suenan?
Su
madre la miró. Le acarició la cabeza. Le besó la frente, y se durmió. Para siempre.
Creció
intentando escuchar los cascabeles de su corazón. Maduró a base de
ensordecedores tintineos de unos cascabeles desprogramados para el amor. Mala suerte,
lo llamaban sus amigas. Pero ella sabía que había algo más. Tal vez su pobre
corazón era discapacitado. Quizá, debería llevarlo a algún doctor que lo
curase. Descartó el cardiólogo. Su dolencia no era física. Recordó a su madre. Sólo
tenía once años cuando murió. –Confía-. Se repitió. ¿En qué o en quién?-. Miró
al techo. -Mándame un señal, mamá-. Un rayo
iluminó la habitación. –La verdad que esa señal me ayuda poco, eh-. Otra ruptura.
¿Más o menos dolorosa? ¿Culpa de ella o culpa de él? Dejó de pensar. Tampoco le
dolía tanto. Todas acababan igual. Con un
tenemos que hablar…no eres tú soy yo…es que no estoy preparado para enamorarme…creo
que eres más de lo que me merezco… ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ser
mala? Su amiga Paola siempre se lo decía: -A los tíos hay que darles caña, cuando
se lo pones todo fácil se cansan. ¿Por qué crees que yo y mi Javi llevamos
tantos años? Pues porque si él dice que quiere blanco yo le doy negro. Si quiere
pan, le doy bizcocho. Es así, amiga mía. Trátalos mal, y de tu mano comerán-. ¿Deshumanizarse?
Aceptó el desafío. Total, la bondad sólo la había conducido al sufrimiento,
quizá la soberbia, el egoísmo, y la desdicha (porque alguien deshumanizado es
desdichado) le asegurarían el amor eterno.
Las
gotas caían con más fuerza. El cristal de su ventana aguantaba, con estoicismo,
los golpes de la naturaleza. Miró el cielo. Un inmenso vientre gris pariendo
lágrimas. Lo vio. En el alféizar de su ventana había un gato, gris también,
mojado y con tristeza en la mirada. Ladeó la cabeza cuando la vio. Aruñó la
ventana con su pequeña patita, invitándose a pasar. Suplicando cobijo. Marta la
abrió. Volvió a cerrarla. Puede que dejando al gato fuera, mojado, con el frío calándole
los débiles huesos de su vertebrada columna, y con el hambre gritándole desde
el fondo de su barriga gatuna, comenzaría su proceso de deshumanización. Le dedicó una última mirada al gato. Este, sabiéndose
abandonado, lanzó un pequeño maullido. –Te perdono-. Escuchó Marta. –Los gatos
no hablan, estúpida-. –Los gatos no, pero los cascabeles del corazón, sí-. Barrió
su habitación con una rápida y temerosa mirada. ¿Estaba oyendo voces? –Confía-.
Dijo un eco lejano. Abrió nuevamente la ventana, cogió al gato, que temblaba
(como gelatina ante la presencia de un cuchillo) y lo arropó con una manta. Calentó
leche y se la dio. El gatito, agradecido, lamía el cuenco y le correspondía a
su salvadora con pequeños maullidos. Marta
miró su cuello. Llevaba un collar con dos cascabeles y una placa con un número
de teléfono y un nombre (intuyó que el del gato) ya que esperaba que su dueño
no se llamara: “Garfield 22”. Cuando los espasmos del animal cesaron, y hecho
un ovillo se durmió, llamó al número que aparecía en su collar.
-¿Sí?
-Hola,
¿eres…Garfield 22?
-¡Oh,
por favor! ¿Dígame que lo ha encontrado?
-Sí,
he encontrado a su gato. Estaba en mi ventana hace un rato. Si lo desea podría
darle mi dirección y recogerlo.
-¡Claro!
Tomo nota.
Marta
observaba al gatito dormir. Lo envidió. Había alguien que se preocupaba por él.
Que notaba su ausencia. Que lo echaba de menos y salía, en plena tormenta, en
su busca. Había alguien que le había puesto una placa para que siempre pudieran
localizar a su dueño. Deseó ser gato. Tal vez debía suicidarse y reencarnar en
felino. Con su suerte, seguro que la pondrían en un almacén a cazar ratones,
rodeada de gatos callejeros. Desechó la idea.
Sonó
el timbre. En el rellano había un joven apuesto. Con rostro de preocupación.
-Hola,
soy Andy. Muchas gracias por llamarme. ¿Y Garfield?
Marta
lo invitó a pasar. Fue al salón y cogió una manta rosa que envolvía al gato.
-Debe
ser un gato con súper poderes para causar tanto alboroto por perderse-. Andy
notó ironía en su tono.
-Los
tiene. Me hace feliz.
-Pues
será el único ser vivo que lo consiga.
Andy
volvió a mirarla. Vio su reflejo. Sabía qué tenía razón. Sobreprotegía a un
gato porque nadie lo había protegido nunca a él. Y se conformaba con la
sumisión de aquel animal que se mostraba agradecido sólo con que le pusieran de
comer y le rascaran la barriga. Su existencia se le antojó insípida.
-¿Me
invitas a un café? Así podría contarte muchos de sus súper poderes.
Marta
dudó. El gatito se despertó y al moverse entre la manta hizo sonar sus
cascabeles. Una voz, procedente del más allá, o del más adentro, le recordó…Confía.
miércoles, 5 de marzo de 2014
Una historia mágica
Eran
de colores. Algunas tenían círculos. Otras estrellas, y las más atrevidas,
purpurina. Haciendo gala de la fiesta que celebraban en ese momento. Al menos
ella visualizaba así a las mariposas que revoloteaban, hiperactivas, en su
aparato digestivo.
Un poco de rímel, al ritmo
de la música. Dejó de cantar, en su
inglés particular, la canción de Bruce Springsteen “The River” (that sends me down to the river tonight down to the river my
baby and I oh down to the river we ride) para
ponerse carmín. Dos toquecitos en los labios
y posturita en el espejo. Miró el reloj. Las siete y media. Las mariposas
volvieron a hacer acto de presencia. En media hora, en menos de media hora por
fin podría…
Se levantó del sofá y agarró a su fiel compañero de los últimos
tiempos. Ese que lo apoyaba y en quien se apoyaba él. Pero era un compañero
silencioso, frío y poco empático. Aunque seguro y fiel. Anduvo, junto a él, por
la casa. Abrió la puerta derecha del ropero, donde estaban las camisas. Cogió
una. No le importó el color. Abrió la puerta izquierda. Cogió un pantalón.
Incoloro para sus ojos. Daba igual. Se aseguró de que fuese largo. Aún hacía
frío. Se vistió y salió en su busca, dispuesto a mirar la vida con los ojos del
corazón.
(Tres meses
atrás)
Navegaba por la red aburrida,
hastiada y abatida. – ¿No hay nadie normal en este mundo?-Pensó. -Sólo quiero
conocer a alguien que sepa escuchar. Que mire la vida con otros ojos. ¿Seré yo
la complicada?-. Entró en el foro “Locos por las letras”, estaban comentando el
libro “El laberinto de la felicidad” de Francesc Miralles y Alex Rovira. Un
libro que te invitaba a hacer un viaje interior de la mano de la protagonista
Ariadna, una mujer de treinta y tres años perdida en un laberinto donde, para
escapar, debía hallar respuestas a las cuestiones existenciales que dormían en
su interior: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿para qué vivo?
Había opiniones de todos los gustos, pero en especial le llamó la atención el
comentario de alguien que se llamaba: veoatravesdetusojos.com, hacía una
reflexión acerca de quiénes somos, haciendo hincapié en que somos un solo ser y
todos estamos conectados desde que venimos a este mundo, rompiendo esta magia
cuando nos alejamos de nuestro centro y caemos en las manos del ego. Pensaba
exactamente igual ella. Lo agregó al Messenger y comenzaron así una rutina de
conversaciones nocturnas, que comenzaron con temas literarios y terminaron por dejar
hablar al corazón. Citas que ambos esperaban, ansiosos, cada noche. Citas que
hacían que el corazón diera un vuelco cuando abrían el ordenador y al iniciar
sesión aparecía un círculo verde que les indicaba que el interlocutor estaba
listo para dar y recibir.
-¿Por qué
no nos ponemos cara de una vez?-. Insistió ella, deseosa por poder estar cerca
de ese joven que aceleraba los latidos de su corazón y enlentecía el recorrido
de las agujas del reloj, que vagas, trabajaban durante el día.
-Porque tal vez no te guste. O Quizá, no te mire como tú quieres que lo haga.
-¡No seas
estúpido! No quieres conocerme, es eso, ¿verdad?
Y como dice
el dicho: tanto fue el cántaro a la fuente que se enamoró del agua.
Llegó primero. O eso intuyó. No la vio por ningún lado.
Tampoco podía. Llevaba su seña de identidad. Una flor roja (al menos esperaba
que el florista que se la vendió lo hiciera de ese color, él sólo podía
confiar). De repente lo sintió (al miedo). Muy cerca. A su lado. Demasiado
cerca. Dentro de su pecho. Quiso huir. Tanteo a su alrededor. ¿Dónde estaba su
fiel compañero?
Cada vez estaba más cerca. Ufff, no
sólo le revoloteaban las mariposas en el estómago. También le sudaban las manos
y le fallaban las rodillas. Su abuela, que Dios la tuviera en los reinos de la
gloria, le diría que estaba enferma. La arroparía en la cama y le traería un
caldo, hasta que el virus se fuera. Pero ella tenía otro virus. Difícil de
curar y en ocasiones letal. Sufría de amor irracional, tal vez la peor de las
dolencias de esa enfermedad. Miró el reloj. Las ocho y diez. Iba con retraso.
¿Y si se cansaba de esperar y se marchaba? Comenzó a correr.
Encontró a su amigo. Lo agarró
fuerte. Se levantó y se dirigió a la salida. Huir. Huir. Era lo que debía
hacer. Aquello no estaba bien. ¿Una cita a ciegas? Nunca mejor dicho (en su
caso). Debía escapar de allí y quedarse con el recuerdo de sus conversaciones.
De esas mágicas noches. No quería escuchar una falsa excusa, pretextos carentes
de sentido que alejaban a la gente de él. Se abrió la puerta. Entró como un
rayo, a la misma velocidad que él salía. Chocaron. Su fiel compañero se
tambaleó. Cayó al suelo. Ella encima de él. Era ella. Olía a vainilla. Su seña
de identidad.
-¡Perdone!-.
Le dijo nerviosa. Entonces la vio, la flor roja.
-¿Eres tú?
¿Eres Mika?
-Sí, soy
yo. ¿Eres Luz?
-Sí-.
Respondió excitada. -¿Eres ciego?
-Sí. Ya has
descubierto mi secreto. Ese que tanto insistías en descubrir y en ocasiones
desconfiaste de que tuviera una doble vida.
-¡Oh,
chico! Es que te ponías tan misterioso cada vez que te proponía una cita.
Mika, rió.
Siempre conseguía hacerlo reír. Ella lo miró a los ojos. Unos ojos que no
miraban hacia ningún lado pero que escondían la belleza de lo desconocido.
-Ahora
entiendo lo de: veoatravesdetusojos.com. ¿Te gustaría ver a través de los míos?
-¿Te
gustaría a ti ser mi guía en este desdibujado mundo?
No hizo
falta respuesta. Se agarraron la mano. Ella para guiarlo, él para ser guiado. Y
juntos para recorrer el camino del amor incondicional.
https://www.youtube.com/watch?v=nAB4vOkL6cE
lunes, 3 de marzo de 2014
Los hombres también lloran
[…]
Siempre tuya.
Arrugó
el papel y lo lanzó contra el suelo. Una miserable carta a modo de despedida
para decirle que lo abandonaba.
[…]Querido
Luis, siento usar este medio tan cobarde para decirte esto. Llevo tiempo
dándole vueltas y he llegado a la conclusión de que […]
Paseaba
nervioso por el salón. Marcó su número.
“El
teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”.
-¡Maldita
sea!
Nunca
imaginó, cuando salió de casa aquella mañana, después de dormir abrazados y amanecer
uno al lado del otro, fundidos en el deleite del placer, después de los te
quiero… que al regresar encontraría una nota. Una miserable nota cargada de
verdades que le demostraban la mentira que había sido su vida.
[…]
Estoy enamorada de ti. Eso no lo dudes. Por eso debo alejarme. Te quiero
demasiado, tanto que me quema por dentro. No sé cómo demostrarte cuánto te amo.
Perdona mi ignorancia, pero no sé hacerlo mejor. Creo que te mereces […]
-¿Enamorada?
¿No se supone que el fin es permanecer al lado de la persona amada?
Al
otro lado del teléfono seguía respondiéndole la automatizada voz del
contestador. Necesitaba oírla. Tal vez fuese una broma. ¡No podía abandonarlo
así!
[…]
Algo mejor. Mejor que yo. Que pueda dedicarse enteramente a ti. Sin miedos ni
complejos o limitaciones. Sé que tal vez te duela. Por ti, por mí. No quiero
que sufras. Yo estaré bien, y tú pronto encontrarás a alguien que te quiera […]
-¿Alguien
qué me quiera? Yo quiero que me quieras tú. ¿Miedos? ¿Complejos? ¿Limitaciones?
¿Qué se le había pasado por la cabeza? Tal vez hubiese otro. Sí, esa era la
explicación más lógica.
[…]
de verdad. Me voy en paz porque me llevo un trocito de ti muy dentro y que
permanecerá conmigo de por vida […]
-¿Un
trocito de mi? Me deja, ¿y pretende que me crea que no me olvidará jamás?-. Su
furia aumentaba.
[…]Sólo
espero que tenga tus ojos. Siempre tuya.
-¿Qué
tenga mis ojos? ¿Acaso estaba…? ¿Voy a ser padre y me abandona?
Luis
lloraba en la soledad de una casa con olor a abandono, con sonido a engaño y
sabor de impotencia, la pérdida de la mujer a la que amaba y del hijo que no
conocería, pero que tal vez tuviera sus ojos.
viernes, 31 de enero de 2014
Antología de una prostituta 11
Vicio
entró al tanatorio y le robó protagonismo al muerto. Como solía sucederle, las
miradas murieron en ella. Despertando el deseo de los hombres y la envidia de
las mujeres. Con paso lento pero no vacilante, se acercó a los familiares y les
mostró sus condolencias. Había muerto Pepito, el dueño del hostal, con quien
tenía un pequeño trato. Ella le alegraba los días (a veces era suficiente un
contoneo o algún beso), y él no le cobraba por el cuarto sesenta y nueve. ¿Qué
sería ahora de ella? Pensó al verlo allí. Tieso. Amarillento. Muerto.
La
viuda la miró con cara de pocos amigos. No la conocía, y no entendía qué hacía
allí aquella mujer tan llamativa, tan perfecta. ¿De qué conocía a su marido?
Vicio la compadeció. Por su pérdida y por lo perdida que estaba en cuanto a los
gustos de su ya difunto marido.
-¡Vicio!-.
Se volvió al escuchar su nombre.
-Hola,
Guillermo. ¿Qué tal estás?
-Bueno,
llevándolo. Quería comentarte algo. Como sabrás, mi tío te tenía cariño. Así que
el viejo me pidió antes de morir que te regalase la habitación. Es tuya. Una herencia. Debes ser muy buena en eso que haces de…
-¡Puta!
Guillermo. Puedes decirlo, no me vas a ofender. ¿Hay papeles? ¿Lo dejó por
escrito?
-No,
Vicio. ¿Cómo iba a dejar por escrito en su testamento que le dejaba una
habitación a una puta?
-Bueno,
entonces no es mía. Pero seguiré usándola, si es la voluntad de tu tío. Estaré
algún tiempo sin pasar por allí. Cuídame mi pequeña propiedad.
-Oh,
¡qué lástima! Te echaré de menos. Pensé que tal vez me harías feliz, como a mi
tío.
-Guillermo,
por favor, no le restes protagonismo al muerto. Ya heredaste el hostal. No pretendas
tenerlo todo.
Y
con su particular soberbia de gran dama de la calle, se alejó taconeando.
Rodrigo paseaba nervioso por el salón mirando
una y otra vez la hora.
-Jefe,
si sigue mirando el reloj, el tiempo se declarará en huelga.
-Ya
debería estar aquí. Tendría que haber ido a buscarla. Pero se empeñó en venir
sola. Es una mujer muy independiente. Es fantástica.
-Tendrá
que serlo, jefe, para que usted haya decidido que sea su mujer. La mujer del
Teniente General del Estado.
-Lo
es.
La
pita de un coche le indicó que por fin había llegado. Rodrigo salió, le pagó al
taxista y abrió la puerta de su amada.
-Hola,
querida. Estaba ansioso por tu llegada.
-Hola,
Rodrigo. Me alegro de volver a verte. Al fin estoy aquí.
-Vayamos
dentro. Le diré a tu guardaespaldas que se encargue de tu equipaje.
-¿Tengo
una niñera?-. A Vicio no le gustó la idea de estar vigilada constantemente. Tendría
que renegociar ese aspecto con su amante.
-¿No
querrás andar por ahí sola? Ahora eres la mujer del Teniente General del
Estado. Debes estar protegida.
Entraron
al gran salón, en el que ya había estado, y lo vio. Vio a su última presa. Aquel
hombre que conoció en la calle Molino de Viento. El mismo hombre que fue mal
atendido por una vulgar mujercilla aspirante a puta. El mismo a quien ella le
quitó el mal sabor de boca, demostrándole que aún hay mujeres expertas en
proporcionar placer. ¿Sabría Rodrigo algo de lo ocurrido?
-Martina,
él es Cuco. Tu guardaespaldas. Cuco, ella es Martina, mi mujer-. Dijo con
orgullo.
-Encantado,
señorita.
¿Señorita?
¿Se hacía el sueco? Entonces Rodrigo no sabía nada.
-Hola,
mucho gusto.
-Espero
que hagan buenas migas. Cuco, tienes que proteger a esta mujer. No sé qué haría
sin ella.
-Por
supuesto, jefe. No lo dude.
-Rodrigo,
cariño, me gustaría darme un baño.
-Claro,
querida. Le diré a Margarita que te lo prepare.
Sola, dándose un baño de espuma. Con música
relajante y vino, se preguntaba ¿qué broma le estaba gastando el destino? ¡Cuco
su guardaespaldas! ¿Hacer buenas migas? Demasiado tarde. Habían hecho mucho más
que eso. Le hizo una mamada mientras conducía y luego tuvieron sexo en un descampado.
¿Se podía considerar buenas migas? Intuía que lo sucedido y tenerlo tan cerca
no traería nada bueno.
-¿Has
terminado, querida?
-Sí,
enseguida estoy.
Vicio
salió de la bañera. Se secó y sin vestirse fue hasta su dormitorio, comunicado
directamente con el baño. Sabía que debía complacer a su nuevo y permanente
hombre.
-Mira,
he traído unas cositas-. Vicio sacó del bolso un tubo de chocolate con
avellanas y dos dados. En un dado estaban las partes del cuerpo: orejas,
labios, cuello, pezón, clítoris y pene. Y en el otro las acciones que debías realizar:
lamer, chupar, mordisquear, acariciar, masajear y soplar.
-El
juego consiste en lanzar los dados y ver qué debes hacer y en qué zona del
cuerpo. Por ejemplo-. Vicio tiró los dados. – Debes lamerme el pezón. Pero antes
tienes que untarme chocolate con este pincel.
-¡Joder,
querida! Me has puesto a tono. Y esto otro, ¿para qué es?
-Esto
son vales sexuales. Mira, este pone: Vale
canjeable por una mamada en un lugar público. Si tú lo firmas y me lo das,
yo deberé complacerte. Tengo tres meses para hacerlo. Lee aquí: Caduca a los tres meses.
-Querida,
supe desde el primer momento que serías la mujer de mi vida.
-Entonces,
¿jugamos?
-Lanza
esos dados, nena.
Cuco fumaba en el jardín. Estaba molesto.
Sabía que su jefe se la estaría tirando. A ella, a su Vicio. A la puta que lo
volvió adicto aquella noche…se estremeció al recordarlo. Y ahora debía
protegerla y ser leal a su jefe. ¿Podría mantener esa fidelidad? ¿Querría ella
que se repitiese lo de aquella noche? Descartó la idea. Era la mujer de su
jefe, ¡y puta! ¿Lo sabría Rodrigo? Tal vez la conoció así y se enamoró de ella.
Eso no era tan difícil. ¿Se había enamorado también él? Iba a ser complicado
tenerla tan cerca sin arrancarle la ropa.
(Calle La Naval)
Felipe llegó al hostal. –Cerrado por duelo-. Leyó. Seguro que se
murió el viejo. Chasqueó la lengua. Quería verla. ¿Dónde demonios estaría? No
tardaría en descubrirlo, y de una forma un tanto peculiar.
viernes, 24 de enero de 2014
Caramelos blancos con sabor a locura
-¿Cuántas
lágrimas caben en una pena?-. Le preguntó mientras deshojaba una margarita.
-¡Qué curiosos! Último pétalo. ¡No me quiere! Si ya me lo decía mi madre, que
debía aprender a leer el lenguaje de las flores.
Valeria
la miró. Decidió no contestarle. Sabía que cualquier cosa que dijese sería
interpretada a su antojo. Nunca fue una buena influencia para Lucia. Pero esta
se opuso a su partida en el momento que debían continuar su viaje por separado.
Realmente la mala influencia era Lucia. La obligó a quedarse, sabiendo cuáles
eran las consecuencias de aquella amistad.
-¿Qué,
no dices nada?- Si no le contestaba empezaría a dar gritos. Le reprocharía que
ella también la hubiera dejado sola en el camino de la vida. Donde había pocos
rosales y muchas espinas. La gente la miraría con desprecio. No quería revivir
esa escena. Ver como se la llevan, allí, a ese lugar donde se convertiría en
una más de las muchas como ella. En un número de expediente. En un diagnóstico.
-Tal
vez la margarita se esté equivocando, Lucia.
-¡No,
Valeria! No me mientas tú también. ¡Mira a tu alrededor! He deshojado cientos
de margaritas. Todas terminan igual, en un: “no me quiere”. Por eso terminó
así. Era lo mejor para ambos.
Valeria
volvió a mirar a su alrededor. Sentía mucho lo que había ocurrido. Lucia se
mecía en el suelo, abrazando sus rodillas y tarareando una canción.
Todo
empezó en el instituto. Lucia no tenía muchos amigos. Era la rara de la clase.
Siempre andaba sola y cabizbaja. Su físico no era de gran ayuda (algo rellenita
y con demasiado acné) por lo que sus compañeros, en la cresta de la
adolescencia, se cebaban con ella. Fue por entonces cuando apareció Valeria. Siempre
la escuchaba (aunque los demás no se dieran cuenta) Valeria le daba el valor
que a ella le faltaba para andar con la cabeza alta. Una amistad que, cuando
comenzaron sus problemas de conducta, se tornaba negativa ante los ojos de los
demás. Entonces, Lucia tomaba unos caramelos blancos, y por un tiempo olvidaba
a su amiga. Seguía con su vida. Creció. Se enamoró, y cuando recibía algún
revés del destino para el que no estaba en posición de devolver, se refugiaba
nuevamente en ella. Su comodín. Su vía de escape. Pero esta vez había llegado
demasiado lejos.
-¡Contéstame!
¿Cuántas lágrimas caben en una pena?
-Muchas,
Lucia. Caben muchas lágrimas.
-Por
eso yo no lloro, ¿verdad, Valeria? Porque me caben todas mis lágrimas en mi
pena.
-Sí,
Lucia. Por eso no lloras.
Valeria
miró al suelo.
-Yo
no quería hacerlo, Val. Pero no podía permitir ser invisible. Estaba enamorada
de él.
Las
sirenas cada vez sonaban más cerca. Las voces al otro lado de la puerta
anunciaban el final de aquella amistad, y Valeria deseaba que para siempre. No
quería volver. Lucia continuaba meciéndose en el suelo.
-No
me vas a dejar sola, ¿verdad, Val?
-No,
Lucia. Estoy aquí contigo.
La
puerta se abrió de golpe. La policía levantó a Lucia del charco de sangre sobre
el que estaba sentada. Había asesinado a su novio (quien no sabía el romance que
mantenía con aquella desconocida que acababa de terminar con su vida). Los
médicos le inyectaron un líquido transparente y le dieron uno de esos caramelos
blancos con sabor a locura. Mientras se deshacía en su boca, se difuminaba la
silueta de Valeria (real sólo para sus ojos). Tal vez no volviesen a verse
nunca. Las pautas de aquella amistad las marcaban los caramelos blancos que
tomaba su amiga. Y allí, en aquel lugar, Lucia tendría amigos de carne y hueso
con los que compartirlos, y Valeria podría pasar al olvido.
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