Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

martes, 30 de abril de 2013

Los jardines de la vida



Pasó la mano con suavidad por la estantería mientras leía los títulos de los libros que
descansaban en ella. Se fijó en uno con la portada azul y las letras doradas, lo cogió acariciándolo con cuidado. “El camino de las lágrimas”, leyó en susurros. -¿De verdad crees que un libro ordenará el caos de tu vida?- Se recriminó. Cuando se puso de puntillas para dejarlo en la estantería sintió como alguien le tiraba de la chaqueta color mostaza que llevaba a juego con los zapatos. Al volverse vio a una hermosa niña de unos seis años, aproximadamente, con el pelo rubio cayéndole en forma de tirabuzones encima de los hombros y unos destellantes ojos azules.
-¿Estás llorando?-. Le preguntó sin rodeos.
-Hola, pequeña. No, creo que la estantería tiene algo de polvo y debió entrarme en el ojo.
-Pues mi abuela es la dueña de la librería y siempre dice que la tiene como los chorros del oro. Mi abuela también dice que no se debe mentir. ¿Estás mintiendo? Mira que si mientes se te pone la punta de la nariz roja.
Laura miró a aquella perspicaz pequeña y le sonrió.
-Puede que un poquito, pero no se lo digas a nadie.
-Vale, será nuestro secreto-. Le dijo la niña en susurros mientras le tendía la mano. –¡Vamos!-.
-¿A dónde?-. Le preguntó Laura, mientras la niña le señalaba hacia el libro.
-Tú quieres recorrer ese camino, ¿cierto?-. Laura volvió a leer la portada del libro. –Sé que estás asustada, pero algún día deberías recorrerlo de verdad y no a través de las letras que navegan perdidas en las páginas de un libro. Confía en mí, soy solo una niña, no puedo hacerte daño-. Laura cerró los ojos y se dejó guiar por aquel corazón puro que le agarraba la mano.
Cuando volvió a abrir los ojos se encontró un horrible jardín de flores negras. Al fondo había una fuente oxidada de la que no emanaba agua y por el suelo caminaban horribles insectos que intentaban subirse encima de sus zapatos.
-Laura, ahora mismo estás aquí. Tu corazón se ha convertido en un horrible jardín de flores negras y bichos que se han comido su vitalidad.
-¿Cómo podré salir?
-Cuando alejes ese sentimiento de incomprensión y te abandones al destino. Para evolucionar tienes que dejar aquí la vergüenza de sentir que te ha robado la intimidad dejándote desnuda para que todos te miren. Ese sentimiento no es tuyo, es de otros. Déjalo marchar.
Laura cerró los ojos y exhaló un suspiro, intentando que con él se marchara para siempre y bien lejos la sensación de no tener secretos ni con ella ni con nadie, la sensación de identidad e intimidad perdida. Cuando volvió a abrirlos se encontró en un segundo jardín en el que no había flores de ningún color. Se habían marchitado, ahogado.
-¿Qué ha sucedido en este jardín?
-Con tus lágrimas, las que debes llorar, ahogarás todas las flores negras.
-¿Y los insectos?
-Eso depende de ti. Los insectos son el rencor y el odio que hay en tu corazón. Si quieres que se marchen debes llorar con dolor, para dejarlo ir. No llorar con la impotencia de lo que crees que debería haber sido, porque crecerán.
Las lágrimas resbalaban por la cara de Laura, cayendo al suelo y rompiéndose en pequeños pedazos cristalizados por la sal. Pasó mucho rato así, limpiando su alma y escuchando el ensordecedor sonido que hacían las gotas de su alma cuando caían. Perdió la noción del tiempo y llegaron a un tercer jardín. En él no había flores ni bichos, y se podía ver a lo lejos el sol escondido tímidamente. La tierra olía a humedad y esperaba ser plantada con esmero y cariño.
-Este es el jardín de tu presente. Está listo para ser plantado. Aquí tienes el abono, las flores y las herramientas necesarias. Nacerá lo que resida en tu corazón. ¡Vigila tus sentimientos! Crearás lo que realmente desees crear.
Laura estaba confusa. ¿Qué debía sentir ante los últimos acontecimientos que habían azotado su vida? tal vez era el momento de olvidar. Soltar lastres y sentimientos que no le pertenecían. Quizá había llegado la hora de llenarse de compasión para así entender un poco mejor a los seres con los que se había cruzado en el camino y que no habían evolucionado.
-Esta es nuestra última visita-. Estaban en un hermoso jardín lleno de rosas, azucenas y azahar. Amapolas, margaritas y clavellinas que creaban una danza de fragancias que calmaban el ánimo. El sol secaba las gotas que el relente del amanecer había dejado sobre sus pétalos en forma de gélidos besos. -Solo tú tienes el poder para decidir que este hermoso regalo sea lo que crezca en tu interior en forma de corazón. Da igual quien te odie, tú no tienes porque odiar, no importa cuanto te apabullen, tú no tienes porque amedrentar.
-¿Quién eres y por qué eres tan sabia?
-Soy solo una niña a la que no le han roto la inocencia y ve el mundo de otro color. Busca, mira en tu interior, puede que me conozcas desde siempre.
Un estridente chirrido comenzó a ensordecerla. Todo a su alrededor daba vueltas y empezó a nublársele el sentido. Cuando volvió en sí estaba reclinada sobre un banco de madera mientras una afable anciana le refrescaba el rostro con paños de agua fría.
-Menos mal, chiquilla. ¡Qué susto me has dado!-. Exclamó la señora.
-¿Qué me ha ocurrido?
-Estabas mirando los libros y de repente te has desmayado. Toma se te ha caído este de las manos.
- “El camino de las lágrimas”, susurró. -¿Y la niña?
-¿Qué niña?
-Su nieta, estaba aquí hablando conmigo justo antes de desmayarme.
-¡Ay madre! Te has dado un golpe más fuerte de lo que creía. Yo no tengo ninguna nieta, y aquí no ha entrado ninguna niña. Creo que deberíamos llamar a un médico.
-Pero yo…
No necesitó pensar, ya no había niña, había vuelto a su casa, a su corazón. Se incorporó y se despidió de la anciana.
-Muchas gracias, señora, pero debo irme a plantar un jardín.








miércoles, 24 de abril de 2013

Día del libro



No quiero dejar pasar este día, aunque ya me paso un poco de la hora, para hacer mención a ese fiel compañero, esta vez en forma de versos, que me acompaña desde niña y con el que me he embarcado en fascinantes aventuras. Todos los días son días del libro.






Hojas que al pasar,
abanican el alma,
embriagan con saber,
y con el hechizo de la palabra.
Letras, frases, oraciones,
que te invitan a irte de vacaciones,
al mágico mundo de la fantasía,
de noches en vela,
y sábanas frías.
Un gran amigo, quizá el más fiel,
espera paciente a que lo quieras leer.
No lo abandones, aférrate a él,
viaja de su mano, al mundo del saber.


viernes, 19 de abril de 2013

El peso de la vejez



Reinaba el silencio en la enorme casa. Era algo extraño y a lo que le costaría
acostumbrarse. Olía a limpio, a desinfectante, y le molestó no percibir el olor a tostadas.
Jamás pensó verse en aquella situación de soledad y desamparo, toda su vida había creído que sería el primero en abandonar su nido familiar, por ello había trabajado duro, para dejarlo todo perfectamente atado. Pero no sucedió así, primero fue ella y luego ellos dos. Se sentó en la terraza y le crujieron las rodillas, se estaba haciendo mayor. Miró a su derecha, la silla estaba vacía, pero por un momento creyó verla allí, abstraída en su libro, con las gafas de pasta rosa y la vieja manta, a la que a ella le gustaba llamar “manti”, encima de sus muslos. También creyó escuchar a sus muchachos decirle, -nos vamos papá, regresaremos a la hora de cenar-, pero nada era así, la realidad era otra. Estaba, como cada tarde de sus últimos setenta y dos años, sentado en la terraza de su casa. Esa que lo había visto convertirse en esposo, padre, viudo y solitario. Ahora estaba solo. Observó el atardecer, sus cálidos colores, como el sol se despedía de una larga jornada iluminando su camino para dar paso a una hermosa e imponente luna que velaría por sus sueños. Deseó que fuera domingo, para tenerlos allí, si no a los dos, por lo menos a uno de ellos. Sonó el teléfono y maldijo su artrosis  cuando intentó levantarse rápido. Llegó a la pequeña mesa redonda situada junto a la chimenea, justo cuando este dejó de sonar,  y volvió a maldecir su artrosis. La voz de su hijo le reconfortó. –Hola papá, cómo estás, seguro que como un toro. Mira lamento decirte que no podré ir a almorzar el domingo. Tengo mucho trabajo y quiero terminarlo todo el fin de semana. Te llamo luego. Ah por cierto, Jaime me llamó, tampoco irá el domingo, creo que tenía una cita con una rubia despampanante compañera de la universidad, ya sabes como es…a alguien habrá salido. Bueno papá, ya hablamos-.
“Para volver a escuchar el mensaje pulse uno, para conservarlo pulse dos, para eliminarlo pulse tres”. Golpeó el auricular para finalizar la fría y molestosa voz de la mujer que vivía dentro de su teléfono. Se dejó caer en la mecedora, miró el calendario que había colgado encima de la chimenea, era martes. Contó mentalmente, tendría que esperar doce días para volver a tener compañía, verdadera compañía, porque su limpiadora, la que habían contratado sus hijos para que mantuviese en orden la casa, era una mujer de pocas palabras y tan veloz como una aspiradora, porque no se le escuchaba llegar ni marchar. Sólo dejaba la huella de su presencia, aquel desagradable olor a desinfectante y el plato de sopa dentro del microondas.
La echó de menos, a su compañera de viaje, esa que se montó una vez con él en el tren para recorres juntos el camino de la vida, pero el camino de ella terminó antes de lo que pensó, el pacto fue otro, él debía haberse marchado primero, pero Dios les jugó una mala pasada y una enfermedad degenerativa había acabado con su esposa años atrás, luego sus hijos crecieron y abandonaron el nido. Ley de vida, él también lo había hecho. Y ahora estaba solo, viejo y triste. Abatido por el peso de la edad, lo invadió la nostalgia, cogió el viejo álbum de fotos y comenzó a recordar. El viaje a la playa con sus hijos pequeños y su hermosa mujer con aquel vestido de flores posando con gracia para él. Las navidades, las caras de sus hijos soñolientos abriendo los regalos. Él, disfrazado de rey mago, el nacimiento de sus hijos…Sintió una punzada en el pecho, y la añoranza del pasado.
Con el álbum de fotos sobre su regazo, y una foto en la que aparecía su mujer con sus dos hijos en el séptimo cumpleaños de Jaime, lo encontró la limpiadora a la mañana siguiente. Su corazón no soportó el peso de la soledad y la ausencia de sus seres queridos, y recordando el pasado, se despidió de este con un último suspiro.

martes, 9 de abril de 2013

La fuerza de un sueño



La brisa del mar acariciaba su rostro. 
Llevaba allí sentada toda la noche, había tenido tiempo
de contar cada estrella que latía en el inmenso y oscuro cielo. Echó de menos a alguien, a la hermosa y brillante luna que la había acompañado otras noches de soledad e insomnio. El mar danzaba acompasado por el ir y venir de las olas que acariciaban sus pies. Esa era su fuente de inspiración, sentada a la orilla del mar escuchando su canto nocturno, pensaba en las imágenes más hermosas jamás pintadas. Muchos la tildaban de loca, otros de genio y era esto último lo que la había llevado a convertirse en una de las artistas más admiradas de la época.
Nalia vivía en un ático del bohemio barrio de Capri, en Italia. Era un barrio peculiar, en él convivían un gran número de habitantes llegados de los lugares más recónditos del mundo, tal vez por eso le gustaba a Nalia, porque sentía que estaba en varios sitios sin moverse de allí. En Capri podía ver la celebración del fin de año chino, el ramadán o una exhibición callejera de una película de Boliwood. Nalia no era de ningún lugar y de todos a la vez, su padre se había pasado la vida migrando de un país a otro y esto le había proporcionado una fuente inagotable de experiencias vividas. Ahora había decidido quedarse en Italia, tal vez porque allí conoció a su primer y único amor, o tal vez porque fue en esa ciudad donde cambió su vida para siempre.
El amanecer vino acompañado por el cálido relente de los días de verano. Se levantó de la arena caliente por el peso de su cuerpo y se dirigió a su casa para terminar los dos cuadros con los que se retiraría del mundo del arte. Esa sería la exposición que la llevaría a la cúspide de su carrera. Llegó a casa, se lavó los pies y una vez acomodada en su butaca se colocó con la boca un pincel entre los dedos pulgar e índice del pie derecho y otro de la misma forma en el izquierdo, y sobre el lienzo blanco empezaron a brillar colores cálidos y fríos, combinados con líneas curvas y rectas.
Una noche después de una perfecta cena en el Faraglioni, se dirigían a casa entre risas y miradas cómplices, irradiando felicidad por cada uno de los poros de su piel, Pierre le había pedido matrimonio y Nalia creía estar embarazada, la vida les sonreía y les enseñaba su cara más afable, cuando un mustang del 66 se atravesó en su camino y un conductor ebrio le arrebataba sus brazos y a Pierre, enseñándole a Nalia la cara más trágica de la vida. Después de cinco años de rehabilitación iba a cumplir uno de los sueños de Pierre, verla convertida en una exitosa pintora, y así sería, aunque de sus pies emanara sangre.


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