Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

lunes, 4 de marzo de 2013

Consuelo de abuelo


Entró en casa, corriendo, con su vestido de baile de graduación y dejó cerrarse tras ella la puerta con un rotundo portazo. Subió a su cuarto y se tiró en la cama enterrando la cabeza en la almohada y empapándola con sus lágrimas. Su abuelo, observó la escena desde su viejo sillón, en el que solía leer el periódico acompañado por una copita de vino y un puro, y supo que había llegado el momento que  temía desde que esa pequeña, su pequeña, llegó a su vida. Acababan de romperle el corazón. Se levantó con piernas temblorosas y subió con paso lento la escalera, tocó con suavidad en la puerta y escuchó un ahogado, -déjame-. Sabía, por la experiencia que le daba la vejez, que ese “déjame”, era un grito de auxilio. Entró en el cuarto y vio a su pequeño ángel deshacerse en lágrimas. Se sentó a los pies de su cama y esperó a que ella tomase la palabra.
-Me ha dado plantón abuelo, estuve media hora esperándolo como una tonta en la puerta del baile y no apareció. Lo llamé varias veces y me cortaba el teléfono. Soy una estúpida.
-Pues serías la estúpida más hermosa del baile-. Le contestó con dulzura.
-¡Abuelo! No te enteras. Luego apareció con esa zorra de bachillerato, pasó a mi lado y no me dijo nada, no se digno a mirarme. Me acerqué a él para que me explicara que ocurría. Dos noches antes habíamos hablado por el facebook y me dijo que me llevaría al baile, que le gustaba mucho y que era la chica más guapa de secundaria.
-¿Y qué explicación te dio?
-Me dijo que me lo había inventado todo, que él no salía con niñas y que fuera a inventar historias a otro lado. Pero es cierto, lo tengo todo en el facebook, si quieres te lo enseño.
-No, princesa, no es necesario, te creo.
-¡Claro! Eres mi abuelo siempre me vas a creer. Soy una estúpida y lo peor es que estoy enamorada de él. Nunca podré enamorarme de más nadie, lo quiero demasiado.
-Sí que podrás, cariño, verás como pronto encuentras a un chico que sepa ver la belleza que hay en ti.
-No, no lo encontraré. Tú no me entiendes, llevas toda la vida casado con abuela. Nunca te han roto el corazón.
-Te equivocas, pequeña, a mí también me rompieron el corazón.
La joven se incorporó y miró a su abuelo, quien tenía lágrimas en los ojos por la tristeza que veía en su nieta y por los viejos recuerdos que visitaban de nuevo su cansada memoria.
-¿En serio?-. Preguntó la muchacha con ojos curiosos esperando escuchar una historia que la invitase a volar por los senderos de la curiosidad.
-Hace muchos años, cuando yo era un mancebo y estaba de buen ver, existía una revista, La Conquista, a través de la que podías conocer gente.
-¿Cómo el facebook?
-Sí, como el facebook o parecido. Te podías inscribir a esa revista, dejabas una pequeña presentación con tu foto y dirección y esperabas que te llegasen cartas de alguna moza. Yo también podía elegir alguna señorita que me gustase y escribirle.
-¿Pero tú y la abuela no se conocían del pueblo?
-Presta atención, jovencita. Corría el año 1959, yo tenía dieciocho años, era fuerte y estaba lleno de vida. Solía comprar La Conquista y mirar las fotos de las muchachas, y hubo una que me robó el corazón. Se llamaba Dolores. Era hermosa, alta, delgada, con una sonrisa traviesa y una mirada de soñadora. Su presentación era algo curiosa, “No me llames Dolores, llámame Lola, que para dolores los de la vida. Si me quieres conocer yo una sonrisa te sacaré”. Fue leer esas palabras y enamorarme. Vivía en Andalucía, ya se le notaba ese arte, esa gracia en su forma de escribir y de posar para la foto, y empezamos a escribirnos. Estuvimos un año carteándonos, nos lo contábamos todo, desde las cosas más cotidianas hasta los sueños y anhelos que llevábamos ocultos en el alma.
Intercambiábamos fotos, poemas, promesas, y nos comprometimos. Lo teníamos todo planeado. Yo trabajaría duro y ahorraría para nuestra boda, iría a su pueblo, le pediría la mano a su padre y nos casaríamos. Pero me reclutaron para formarme en el ejército y servir a mi patria. No tuve tiempo para escribirle contándole lo sucedido. Por desgracia, por aquellos tiempos de dictadura, cuando venían a buscarte a tu casa, te marchabas al momento con lo puesto y sin oponerte. Pasamos varios meses en la contienda, hasta que por fin nos instalamos en un cuartel cerca de Andalucía. Le escribí muchas cartas explicándole la situación, le confesaba que su recuerdo y la promesa de nuestro futuro matrimonio era lo que me mantenía con ilusión en aquellos tiempos tan grises, pero nunca obtuve respuesta. Cuando llegó el día en el que nos dejaron marchar a casa, me duché, embetuné los zapatos, me puse colonia y me presenté en la casa de sus padres dispuesto a pedir la mano de Dolores y casarme esa misma semana con ella. Pero las cosas no salieron como habíamos soñado, las promesas se escurrieron como arena entre los dedos. Me abrió la puerta una Dolores diferente a la que conocía, o creí conocer. Estaba embarazada de dos meses, había contraído matrimonio con un joven de su pueblo. Creyó que yo la abandoné, nunca le llegaron mis cartas, el soldado encargado del correo nunca las envío y ella rehízo su vida con el primero que tocó en su puerta. –Esta es la confianza qué tenías en mí-. Le pregunté. Pero fue incapaz de contestarme. Me di la vuelta y regresé a Madrid. Tardé varios meses en reponerme de aquel duro golpe, ni las noches en vela en medio de una guerrilla ni los bombardeos o la muerte de algún compañero de combate, me habían causado tanto dolor como la pérdida de Dolores, que bien le sentaba ahora su nombre. Luego conocí a tu abuela, volví a ilusionarme, nos casamos y tuvimos a tu padre. Pero aun recuerdo a Lola, y lo que podría haber sido.
-¿Te arrepientes de haberte casado con abuela?
-No, cariño, tu abuela ha sido mi compañera, mi confidente y me ha dado lo mejor del mundo, a tu padre y luego a ti.
-¿Abuela sabe esta historia?
-No, hija mía, esta historia ha estado escondida en las paredes de mi corazón durante cincuenta años y ahora te la he contado a ti.
-Será nuestro secreto, abuelo.
-¿Se supera, abuelo? ¿Podré olvidarlo algún día?
-Sí, princesa, claro que lo olvidarás. Aparecerá otro amor que te pellizque el corazón y te haga sonreír de nuevo.
La joven se abrazó a su abuelo con fuerza y lloró por los dos, por ella y por la triste historia que acababa de contarle. Los unía un secreto y el dolor de perder a un gran amor.
-Llora, tesoro, llora-. Le decía mientras le acariciaba el pelo. -Que aunque las lágrimas te ensucien el rostro, te limpiarán el corazón-.

3 comentarios:

  1. Espectacular!!!! Me encanta como relatas las historias!!!

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  2. Impresionante frase con la que terminas el relato! Te la robo para darle consejo a una amiga ;)

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