Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Antología de una prostituta 6



Supo que tenía malas copas en el momento en el que empezó a resultarle interesante la conversación de aquellos terroristas. Adivinó, que estaba contenta, cuando las caricias de su cliente, el Teniente Coronel del Estado, le resultaban placenteras. Aceptó, que los cuatro o cinco Martini que había bebido estaban jugando en su contra cuando todos, incluso aquellos que permanecían estáticos, daban vueltas a su alrededor.
La noche había estado a la altura de sus expectativas, caviar, música en directo, vino, gente de renombre del Gobierno español y secretos de Estado que comenzaban a desvelarse cuando el alcohol, fiel enemigo de los mentirosos, empezaba a hacer efecto. Como ya le había anunciado su dueño, (durante veinticuatro horas) todo aquel hombre que sirviera buen vino y tuviera a su lado a una mujer hermosa, era respetado. Esa noche volvió a cambiar su identidad, no era correcto que la mujer (aunque fugaz) de un alto cargo del país se llamara Vicio, así que por tercera vez a lo largo de su corta vida, fue nuevamente bautizada.
-Esta noche te llamarás Martina-. Le propuso. Vicio aceptó de buena gana, no le suponía precisamente un problema llamarse Lola, Pepa o Martina. –Pero te seguiré susurrando al oído Vicio, porque esta noche saciarás el mío.
Mientras recordaba esa conversación (con dificultad por las copas de más) empezó a sentirse húmeda. Rodrigo no estaba mal para sus cincuenta años, ella estaba caliente, él era un vicioso y de recompensa quinientos euros. ¡Era su día de suerte! ¡Y qué mal le sentaban las copas!
El tintineo de una cuchara chocando contra algo de cristal hizo que todos los presentes se volviesen hacia el que demandaba protagonismo.
-Quiero hacer un brindis por el anfitrión de esta fiesta y por el golpe que está por darse. Porque todos merecemos una España mejor, digna y de la que nos sintamos orgullosos. Una España vegetariana,  sin tanto chorizo.
Todos aplaudieron al joven revolucionario que planeaba algo contra alguien que ella prefirió no saber. Entre menos mierda le salpicara mejor olería, dado que aquellos planes olían muy mal.
La gente empezó a marcharse, ebria, a altas horas de la noche. El presidente del gobierno marroquí, Mohamed IV; Alwaleed Bin Talal, uno de los jeque árabes más ricos del mundo y Leopoldo Cintra Frías, el actual ministro de las FAR subieron a sus respectivas habitaciones borrachos como cubas.
-Mamacita, ¡qué ganas tenía de un poco de intimidad! Debo decirte que esta noche te has portado reina, haciendo gala de los buenos modos, de esa elegancia-. Parecía el perro de Pavlov, salivando al ver su comida, al verla a ella, pensó Vicio (a quien el alcohol la ponía graciosa).
-Y Yo papacito, yo quería que la parranda acabara harto rato para ser tuya.
Entre besos apasionados subieron la elegante escalera. Llegaron al dormitorio, cerraron la puerta y continuaron con su fiesta privada.
La experiencia es un grado, no cabe duda. Rodrigo, con manos expertas, de buen amante la fue desnudando. Primero, con los dedos suaves, fue acariciando la espalda que aquel elegante vestido le dejaba al descubierto. La seda satinada del escote caía sobre su pecho insinuando lo justo para obligarte a perderte en los misterios que se hallarían tras la tela. La parte inferior caía larga y ligera casi hasta el suelo, dejando  las transparencias del vestido adivinar unas torneadas y estilizadas piernas. Poseído por la excitación le arrancó el vestido de un solo tirón. Vicio se lamentó, por los mil quinientos euros que le había costado aquel trozo de tela (a él) aunque era a ella a quien le dolía, cuatro cifras había pagado, ¡cuatro! Impensable para su cartera.
Ven, ponte esto-. Le indicó Rodrigo, enseñándole un conjunto negro de gasa compuesto por una camisilla totalmente transparente pero con bordados alrededor del pezón y un tanga a juego. –Ahora, paséate por la habitación-. Le dijo mientras se sentaba y la observaba complacido. Tras varios paseos, Vicio, advirtió que el Teniente se estaba masturbando y se excitó. Comenzó a bailar al ritmo de la música que sonaba sólo en su cabeza haciendo que los decibelios imaginarios se transformasen en cálidos grados reales. Se acariciaba como deseaba que él lo hiciera y continuaba con su danza, la curva de su cadera al girar, su vientre plano que se alargaba cuando subía los brazos y se revolvía el pelo. Los pechos, tersos, de pezones duros. ¡Paró! Rodrigo, que quería convertir la noche en eterna y no en cinco minutos de placer ocasionados por sí mismo, puso fin al monosexo que estaba manteniendo. Se dirigió hacia ella y bailaron juntos. Sin música supieron acompasar el ritmo de los cuerpos.  Ella iba poco a poco desabrochándole los botones de la camisa y le gustó descubrir lo que ya intuía. Un torso musculoso, con la huella de la edad, pero bien cuidado. Empezaba a sentirse cada vez más atraída por los hombres maduros, por el buen sexo que le proporcionaban, o tal vez, como leyó alguna vez en alguna revista, padecía algo llamado “gerontofilia”.  Le daba igual, ya eran muchos los clientes que habían pasado por su cuerpo; jóvenes, vírgenes, sádicos, parlanchines, precoces, maduros…Ella había ido descubriendo que estos últimos eran sus preferidos, probablemente porque sus expertas manos sabían afinar la guitarra que era su cuerpo y hacer sonar los mejores acordes.
Desnudos, en igualdad de condiciones, recorrían los senderos del placer.
-¿Cuál es tu bebida favorita?
-El tequila, papi.
Rodrigo se levantó y se dirigió al mueble bar del que disponía en su dormitorio. Sacó una botella de tequila, sal y limón.
-Deseo concedido, princesa. Vamos a jugar a un juego. Yo pondré en zonas de tu cuerpo tequila, sal y limón y te lo quitaré con mi boca, luego intercambiamos los papeles. Bebiendo uno del otro.
Vicio se humedeció aún más, se acercó y lo besó. ¡Comenzaba el juego!
Rodrigo la tumbó en la cama, puso sal en ambos pezones, limón en el agujero de su ombligo y tequila entre sus pechos. Bebió y succionó de ambas zonas. Vicio, gimió. Repitió la jugada. Sal en el lóbulo de su oreja, limón en sus labios y…-Abre la boca-. Le ordenó mientras Rodrigo desde la suya le pasaba un trago de tequila. –Ahora me lo tienes que devolver-. Y así lo hizo ella. Bebió de su boca, se aderezó del lóbulo de su oreja y le lamió los labios. Una última vez. Le abrió las piernas, puso limón en el interior de uno de sus muslos y sal en el otro. Se tumbó y dejó caer tequila desde la botella por su clítoris, y como si de una fuente se tratase bebió. Bebió hasta saciar a Vicio que llegó al orgasmo satisfecha por el ardor que le generaba el alcohol y la calidez de su lengua. No se intercambiaron los papeles, porque Rodrigo entró en ella (más embriagado por el deseo que le provocaba aquella  mujer que por el propio tequila). Le agarró las manos con fuerza y se las colocó por encima de su cabeza y siguieron bailando sincronizados por la música que sonaba en sus cabezas, a veces lenta, otras más rápida, que culminó con un Rodrigo satisfecho que se dejó caer sobre ella, saciada también. Aquel hombre, Teniente General del Estado, se había comportado como un eficiente militar en la guerra del sexo. Llegaron las caricias, las prohibidas caricias. Pero aquel cliente no era como los demás, él había pagado un servicio de veinticuatro horas. Dormiría a su lado, le proporcionaría el sexo y las caricias que desease. Al siguiente día continuarían con sus quehaceres, volverían los terroristas y más putas (habría que desvelar si con clase o sin ella) y un acontecimiento que tal vez cambiaría el rumbo de la vida de Vicio, tal vez, porque a veces y sólo a veces el destino es caprichoso. 

lunes, 7 de octubre de 2013

Ciudadanos del mundo


¿En qué se diferencian esos seres de nosotros? Esos que con una mirada triste, tenue, pusilánime, mendigan nuestra voluntad. Esos que extienden la mano a cambio de una monedita para comer. ¿En qué estatus estamos para ignorarlos cuando pasamos a su lado, para hacer oídos sordos cuando  nos ruegan una limosna? ¿En qué nos diferenciamos? ¿En un título universitario? ¿Un trabajo? ¿Un techo bajo el que refugiarnos? Sin techos, indigentes, vagabundos…y otros muchos términos que los diferencian. ¿De quiénes? De nosotros. Los que tenemos que comer cada día, donde dormir e incluso tiempo para quejarnos de lo que no tenemos y deseamos conseguir. Pero luego ya en nuestra cama, dormidos plácidamente, olvidamos eso banales caprichos con los que podemos vivir aunque no queramos.
¿Quiénes mientes y quiénes dicen la verdad? ¿Quién vive de la mendicidad y quién la usa para engañar o estafar a los pobres ciudadanos para que se ablanden y le den una migajita de lo que te sobra? Drogadictos, están en la calle porque se lo han buscado. ¿Y si no lo han buscado sino la vida los buscó a ellos? ¿Y si no saben cómo vivir de otra forma?
Ciudadanos del mundo me gusta llamarlos a mí. Ciudadano de a pie; el que cuida las calles, porque vive en ellas; el que entiende su idioma, porque la escucha. Los de cama de cartón y manta de plástico, los de ningún lugar y de todos a la vez. Los de restaurantes caros y contenedores cercanos. Ciudadanos del mundo que viven a ras de él, pasando su frío y su hambre y recibiendo sus golpes, también. Ciudadanos humillados, ninguneados y maltratados por los de cartera llena pero solidaridad escasa. Los que por fingida moral les da un euro y refunfuña entre dientes. Los que se cambian de acera para no verlos de frente. Unos siete millones de habitantes de los cuales otros tantos millones son ciudadanos del mundo, de la calle, del aquí y ahora. De los que no tienen que comer. Algunos mienten, sí. Otros fingen, también. Pero no por ser ciudadanos del mundo. Lo hacen porque son seres humanos que mienten, ¡qué mentimos! Mienten los ricos y los pobres, los listos y los tontos. Mienten los guapos y los feos, los presidentes, los ministros, los médicos y los enfermos. Mienten porque nos alimentamos de mentiras. Fingimos porque no sabemos quiénes somos y nos asustan unos pobres ciudadanos del mundo que extienden su mano y sonríen sin dientes, males olientes, desnutridos, cabizbajos y aburridos. También cobardes por seguir luchando por el euro diario de algún alma caritativa que se apiade de él o ella. Porque también hay ellas. En lugar de acabar con todo y subir a mendigarle a ese Dios, todo poderoso, que ha decidido en su libro del destino que el suyo sea ser esoeso repudiado por la gente. De los que nos alejamos. A los que les subimos las ventanillas del coche cuando en algún semáforo se nos acercan. De los que nos limpian los cristales del coche, para nuestra facilidad visual, y sólo extienden la mano, esa mano tantas veces alargada y tantas otras rechazada. Porque nosotros, los de cartera, los de vivienda, vehículo, trabajo, ayuda del Estado, los universitarios y empresarios, los artistas y protagonistas, escritores y lectores, somos algo más que ciudadanos del mundo. Somos ciudadanos muertos de miedo, con la soga al cuello, deudas y mentiras de una vida fingida. Pobres infelices aparentando tranquilidad. Pero aterrados por ser uno más de ellos, un ciudadano del mundo que puede acabar abriendo la mano y agachando la mirada esperando que el canto de una moneda la acaricie. Acaso, ¿no es lo que hacemos? ¿No agachamos la cabeza y aguantamos “La que está cayendo”? Me declaro ciudadana del mundo que vino sin nada, a quien no le pertenece nada y quien se marchará igual… ¡Sin nada!


jueves, 26 de septiembre de 2013

Magdalenas amargas



Como cada mañana Valentina abrió las ventanas del salón para que entrara la luz del sol. Al correr las cortinas se sintió estafada por el mes de septiembre y por el meteorólogo del canal veinticinco que vaticinaba cielos despejados. Con sorna, decidió que aquel pequeño contratiempo climático no le estropearía que fuera un buen día. Como cada mañana (Valentina era una mujer de rutinas) bajó los tres pisos que la separaban de tierra firme para ir a la dulcería de la esquina y comprar su rutinario desayuno. Frunció el ceño al ver que aquel meteorologucho no sólo se había equivocado en la cantidad de nubes que se acurrucaban en el cielo, sino que además, lo de que iban a subir las temperaturas era un farol, ya que el aire gélido que le dio los buenos días tiraba más al descenso que al ascenso. Con los músculos faciales tensos por el tiritar de sus mandíbulas, sonrió para sus adentros al saber que al meteorólogo y sus predicciones le quedaban, a lo sumo, dos telediarios. Como cada mañana, entró en la tienda y después de darle los buenos días a María (la anciana y dueña del local, a la que apenas le quedaban dientes en la boca para saborear sus exquisitos dulces), se dirigió al tercer pasillo y en el cuarto estante cogió el paquete de magdalenas mágicas (mágicas porque en su interior traía un mensaje que te predecía el futuro inmediato), y Valentina (mujer de rutinas y supersticiosa) no había dejado de serle fiel a los consejos diarios de aquella bolsa de magdalenas (a pesar de que el tamaño de su culo iba en aumento). Se despidió de la anciana y regresó a su edificio. Decidió subir a pie los tres pisos y contrarrestar, de esta forma, las calorías que estaba a punto de ingerir. Entró, se sirvió una taza de café, se sentó en la terraza bajo un cielo gris, abrió el paquete de magdalenas y leyó el pronóstico de sus próximas veinticuatro horas. “Hoy te romperán el corazón”, decía el trozo de papel amarillento. Valentina volvió a fruncir el ceño y las magdalenas se le antojaron amargas. Un pitido la obligó a levantarse. Había recibido un whatsapp, era de Luis, su novio. “Tenemos que hablar”, le decía. Y el corazón de Valentina se rompió un día gris que debería haber sido azul, tras una amarescente predicción, dentro de un paquete de magdalenas amargas.

   

lunes, 23 de septiembre de 2013

Los seis pasos del desamor

Miedo, a la ausencia de tus caricias, al silencio de tus palabras, al rehuir de tu mirada.
Amargo, el merengue de tu entrepierna que sutil me abandona, tal vez por fresa, nata o chocolate.
Saladas, las lágrimas que empañan mi mirada, que extrañan tu rostro, perfecto ángulo de huesos alineados, que forman el todo que eres tú.
Dulces, los recuerdos tejidos en mi memoria, tatuados, grabados, dibujados con la tinta de tus besos, con el fragor del eco de tu risa ya lejana.
Congoja, del porvenir. ¿Dónde estarás? ¿En qué mástil anidará tu paloma?
Narcosis, para estos puntos que supuran la necesidad de amarte, de recorrer los valles de tu orografía con el soplo de mi viento, que encrespa el vello de tu alféizar que bordea la entrada de un mundo en el que deseo yacer, mecido por el infernal canto de sirena que me conduce a las aguas del averno, para morir ahogado entre las arenas movedizas del desconsuelo.


jueves, 19 de septiembre de 2013

Presentación de : "Sí, los ángeles también lloran".

Ayer tuvo lugar la presentación de mi novela: "Sí, los ángeles también lloran". Fue un momento muy emotivo para mí, estuve rodeada de mucha gente que me quiere y para mi sorpresa de gente que no conocía pero que me seguían a través de este blog o de www.triangulodigital.es. A pesar de los nervios, disfruté mucho del momento. La presentación, llevada a cabo por José Luis Correa, escritor de novela negra en la editorial Alba, y profesor de Didáctica de la Literatura en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, fue muy divertida. Sólo me resta agradecerles a todos que estuvieran compartiendo ese momento conmigo, agradecer también a mi editora Francisca Maximiano y a la Editorial Seleer por confiar en mí.















viernes, 13 de septiembre de 2013

Antología de una prostituta 5



A las nueve menos cinco aparcó (de forma puntual) la limusina negra, con los cristales tintados, delante del hotel Máximo Confort. El chofer, un hombre cuarentón con los mofletes rojos debido a su sobrepeso miró de izquierda a derecha. Vicio sonrió para sus adentros, tal vez el pobre hombre se esperaba a una mujer con una falda de cuero (del tamaño de un cinto), en sujetador, con el pelo enmarañado y con alguna pieza dentaria perdida en el camino de su callejear. Tristemente, cuando alguien escucha la palabra puta, esa es la imagen que procesa su cerebro. Hay putas con clase y clases de putas, ella prefería ser de las primeras. Con su vestido negro ceñido, tacones a juego y un neceser en la mano se acercó al vehículo y le sonrió al conductor.
-Buenas señorita, ¿puedo ayudarla en algo? Le preguntó el buen hombre mientras la escaneaba de arriba abajo (con dificultad debido a la papada de su cuello).
-Soy Vicio, creo que me está esperando.
Los ojos del muchacho se abrieron y descubrió que los tenía, que aun no habían desaparecido entre la masa de carne que empezaba a alienar su cara. Lanzó hacia el asiento del copiloto la hamburguesa que se estaba comiendo y se dispuso a bajarse del coche.
-¡Oh, no es necesario! Exclamó ella, sabiendo la dificultad que supondría para el pobre hombre.
Durante el trayecto se limitó a mirarla (admirarla) por el espejo retrovisor y Vicio adivinó que en ese preciso momento envidaba a su jefe, ese que había contratado a una puta con clase para satisfacer sus menesteres. Paró delante de unos grandes almacenes, le dio un sobre y le indicó que la recogería en dos horas.
En el ascensor de camino a la cuarta planta, donde estaba la ropa de gala, abrió el sobre y contó dos veces el número de billetes púrpura que había en el interior.
-¿Qué pretende este hombre que compre? Sólo me dijo un vestido de gala, un bikini y ropa de deporte. Dios santo, pues muy cara tiene que ser la ropa aquí. Madre mía, con esto podría retirarme durante dos años-. Parloteaba con su única compañera, la soledad.
El ascensor se abrió ante una enorme planta llena de hermosa ropa y eficientes dependientas decididas a ayudarla. Creyó haber llegado a la gloria, y es que ascender a la cuarta planta de aquel centro comercial es un “bisnes” que tienen unos pocos. Así que decidió dejarse mimar. Estaba haciendo negocios. Ella lo haría disfrutar en la cama y él en el dinero.
A las dos horas estaba el preciso chofer esperándola en la calle, repitió el gesto de primera hora de la mañana, lanzar (esta vez el perrito caliente) al sillón de al lado, en el que aun persistían las grasas de la hamburguesa del desayuno, a pesar de haberlas intentado borrar con algún producto para el tapizado que atufaba la limusina.
-Debo llevarla a casa del señor.
-Muy bien, pues allá vamos.
La casa estaba a las afueras de la ciudad, tardaron casi una hora en llegar a la imponente mansión que se abría paso entre una arboleda que susurraba palabras al viento que mecía las copas. En la puerta los esperaba un señor de unos cincuenta años, con el pelo engominado hacía atrás y recién afeitado. Tenía los ojos azules y patas de gallo queriendo anidar en ellos. Vestía una camisa blanca y pantalón de pinza gris. El aparatoso conductor le abrió la puerta a su pasajera y la ayudó a salir del coche tendiéndole la mano, único y fugaz contacto que tendría con ella. El patrón, dueño y señor del lugar y de ella durante veinticuatro horas se acercó y la besó en la mejilla.
-Permítame presentarme-. Le dijo con elegancia en la voz. –Soy el Teniente Coronel del Estado, pero para usted Rodrigo.
Vicio hubiese agradecido un poco menos de derroche en fanfarronería. Como si a ella le importase un carajo el cargo que tuviera. ¿Acaso la iba a sacar de puta? Pues entonces que se ahorrara las1cuajeringadas” y pusiera el billete (que había dejado claro que no le faltaba) por delante. Así que se afinó la garganta y cambió el deje por el de ese continente perdido.
-2A mí me gustan las cuentas claras y chocolate espeso, papi. Dígame usted qué vamos a hacer veinticuatro horas, mire que eso le va a salir muy caro.
-Me encanta cuando me dices papi-. Y la apretó fuerte contra él haciéndole notar la dureza de su rifle (y no el de la contienda) sino el de combatir en guerras más íntimas. –Quiero que me lo digas mucho, al oído, gritando-. Le decía mientras se frotaba a punto de desgastarla.
-Claro, mi papacito querido. Yo se lo digo cuando usted quiera, 3ni que estuviéramos bravos.
Entraron en la casa y Vicio, al ver tanto lujo, deseó que quisiera sacarla de la prostitución. A pesar de que su corazón no era de alquilar y que aun soñaba con que algún príncipe la rescatara de aquel equivocado cuento de hadas y la despertara de su pesadilla particular con un cálido beso. Pero mientras tanto estaba en la vida real, en la que vendía sus caricias y arrestaba al corazón. El pobre chofer, andaba jadeante, cargado con las bolsas de la compra, tras ellos.
-4Se ve que se toma la sopita-. Le insinuó al teniente mientras señalaba a su conductor.
-Lleva toda la vida bajo mi servicio y le gusta demasiado comer. Ya lo doy por perdido. A lo importante-. Le dijo mientras subían por una enorme escalera de mármol con los barandales bañados en oro y una alfombra roja bajo sus pies.    -Esta noche tengo una cena de gala, vendrá el presidente del gobierno marroquí, Mohamed IV; Alwaleed Bin Talal, uno de los jeque árabes más ricos del mundo y Leopoldo Cintra Frías, el actual ministro de las FAR. Como comprenderá un hombre que sirva buen vino y tenga a su lado una hermosa mujer es un hombre admirado. Mañana, los llevaré a jugar al tenis y almorzaremos en la piscina, donde habrá más mujeres como usted, mejorando lo presente, que harán degustar de los placeres españoles a mis huéspedes.
-¿Otras putas? ¿Entonces por qué yo? -5! Hay que estar mosca, papá!
-No te me pongas celosa, tú eres sólo para mí. Y esta noche te encargarás, una vez que cierre la puerta de mi habitación, de deleitarme con tus pícaras habilidades.
A Vicio le quedaban veinticuatro largas horas por delante y complacer a un terrorista (deducción a la que llegó viendo quienes eran sus amistades) en la cama. Sólo esperaba que no pretendiese que jugara con granadas ni la hiciera vestirse de militar. Aunque por quinientos euros estaba dispuesta a dar un golpe de estado si así lo quería. Sentía curiosidad por saber quiénes serían las otras putas, serían putas con clase o clases de putas. Aun le quedaban muchas cosas por descubrir, pero lo más inquieta que la tenía era su papel en la cena de gala y la refriega en las sábanas del Teniente Coronel.

Expresiones colombianas:
1-Cuajeringadas: decir bobadas.
2-A mí me gustan las cuentas claras y el chocolate espeso: pongamos el dinero por delante.
3-Ni que estuviéramos bravos: faltaría más.
4-Se ve que se toma la sopita: come demasiado.
5-¡Hay que estar mosca, papa!: Enfadarse.