Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

jueves, 28 de febrero de 2013

Mensaje en una botella 2



Entró en casa y lo recibió el frío y el silencio de la soledad. El perfume de un amor pasado que se fue dejando su aroma por cada rincón. Un amor  que dejó el eco de su risa entre las grietas de las paredes, testigos del fuego y la pasión de antaño. Pero esta vez el dolor por la nostalgia y la añoranza de lo perdido no le caló tan hondo. Estaba inmerso en algo que despertaba su curiosidad y acaparaba su atención. Encendió la chimenea y se sirvió una copa de vino tinto. Se sentó en la alfombra para espantar, con el calor del fuego, el frío de sus huesos. Conde se echó a su lado. Encendió el portátil y comenzó a navegar por el ciber espacio. Optó por escribir su nombre y el año de la carta en google, Lucía León 1990, y se abrieron varias entradas:
-Lucía León-España/Linkedin
-Lucía León/Facebook
-Lucía León-Youtube
-Dra. Lucía León, Psicóloga
Ninguna de esas entradas lo convenció. Las primeras eran de una jovencita que buscaba amigos en facebook y youtube. Demasiado joven para ser su Lucía. Su Lucía, le gustaba como sonaba. La doctora la descartó, si hubiese sido psicóloga no se habría abandonado a la soledad por culpa de uno o varios malos amores. Empezó a sentir el peso de la decepción. Sería imposible encontrar a una mujer que se había impuesto un exilio veinticinco años atrás. Siguió navegando y encontró algo que llamó su atención. Era el titular de un periódico de aquel año, La Ronda, 18 de febrero de 1990, Desaparece la joven y famosa escritora Lucía León, a sus treinta y cinco años…”   sus ojos comenzaron a perderse entre las líneas de aquella noticia.
“La joven escritora de novela corta Lucía León, desaparece en extrañas circunstancias. No se conoce su paradero ni el móvil de su desaparición. La policía no descarta que haya sido un secuestro. Lucía, de origen peruano y afincada en España, no tenía familia. La Guardia Civil ha tomado declaraciones a su ex novio, Jaime Ruíz, pero no han hallado ningún vínculo que lo pueda relacionar con la desaparición de la escritora”. A la derecha de la noticia aparecía una foto de ella. Era realmente hermosa. Una mujer con rasgos sudamericanos, morena, de pelo largo y negro azabache. Con los ojos rasgados y profundos y una sonrisa de labios de terciopelo y dientes perfectos. -¿Cómo podía un hombre romperle el corazón a un ángel así?-Pensó.
Buscó en internet las obras de aquella autora. Escribía novelas de amor, algunos de sus títulos eran Lazos de amor, Como la vida misma, Amor eterno. Las críticas eran muy buenas, no era una escritora de renombre pero se había hecho un hueco en el mundo de las letras. Se descargó sus libros. Nunca había leído novela romántica, pero quería saberlo todo acerca de ella. Editaba con Alfaguara, una editorial pequeña pero con éxito, por ahí comenzaría su investigación. Contactaría con la editora y les diría que estaba investigando la desaparición de Lucía, que ese mes se cumplían veinticinco años de su desaparición y quería hacer un artículo. Esa podía ser una buena razón, pero no era lo que realmente lo estaba llevando a centrar todos sus sentidos en encontrar a aquella misteriosa mujer, que sin entender el por qué, despertaba en él,  una sensación de cercanía inexplicable. Encontró el número de la editorial y comenzó su búsqueda.



                                        CONTINUARÁ...

martes, 26 de febrero de 2013

Punto Rojo 2




Alejandro salió de su escondite. No le resultó difícil pasar desapercibido en un lugar en el que las mujeres iban desnudas, contoneando sus curvas y mostrando su carne fresca a los depredadores, quienes animales hambrientos, jugaban a cazar y ser cazados. La sala estaba llena, pensó en la crisis. Cómo era posible que él trabajase día y noche por un miserable sueldo que había aprendido a estirar para poder llegar a fin de mes y que el resto de la sociedad tuviera dinero para putas. Como decía su padre, -hijo mío en esta vida sólo da dinero dos cosas, la funeraria y las putas. La gente seguirá muriéndose y seguirá follando-. Miró a su alrededor, una luz muy tenue iluminaba la estancia en su justa medida, para poder ver pero no observar, que resaltaba las virtudes y escondía los defectos. A su derecha había una barra, alta, de ladrillos rojos, sobre la que descansaba una tabla alargada de madera donde reposaban las bebidas de los clientes. Alrededor los taburetes de cuero rojos en los que permanecían sentados algunos bebedores solitarios. Detrás de la barra, las camareras servían copas ataviadas con corpiños negros, tangas y ligueros. Sabiendo que ante semejantes vistas, hasta el más abstemio de los hombres terminaría pidiendo una copa. En el centro del local, de paredes moradas decoradas con látigos, fustas, máscaras y otros elementos macabros, había tarimas en las que las jóvenes deleitaban a los asistentes con las contorciones que eran capaces de hacer con su cuerpo. A su izquierda se encontraban los reservados, grandes y cómodos sillones de cuero rojo, a juego con las butacas y de curiosas formas; dos piernas abiertas, un pene, dos pechos, acompañados de una mesa y separados por cortinas negras de gasa. En ellos podías ver como las experimentadas concubinas calentaban los motores de sus acompañantes. Detrás de él había un pasillo que conducía a las guaridas del vicio, del pecado y del placer. A las habitaciones de la mentira, de los sentimientos comprados y las almas vendidas, y a una sala de juegos.
Perdido en aquel mundo saturnal que se presentaba ante sus ojos reparó en una muchacha que llamó su atención. Era hermosa y muy joven. Tenía una larga melena negra que le caía desordenada sobre su espalda. La piel morena y unos enormes ojos azules. Sus labios de terciopelo invitaban al deseo y a dormirse acunados por ellos. Vestía igual que sus compañeras, con lencería negra, que parecía hecha a medida para su esbelto cuerpo. Miraba a la nada y aparentaba querer huir de todas las bocas que intentaban saciar su apetito mordiendo su cuerpo, mientras ella fingía sensualidad. No era una puta como las otras, no le gustaba estar allí. Subió la escalera que conducía a la salida y decidió esperar en el coche hasta que cerrara el Punto Rojo. Luego seguiría a Laura, quien probablemente lo guiaría hasta su compinche y cerraría el caso con un galón en su camisa.
-Laura cariño, qué quería de ti ese hombre.
-Nada Mona, lo mismo que quiso saber de ti, nuestra relación con Pepe y poco más.
-Me alegro de que ese malnacido esté muerto, pero qué va a ser ahora de nosotras, si cierran el local a dónde voy a ir a trabajar.
-¡Mona por favor cállate! De puta no te va a faltar trabajo, además pronto vendrá alguno de sus socios y se encargará del local. Me voy a mi habitación, necesito descansar.
-¿Pero no vas a hacer ningún servicio?
Laura la dejó hablando sola, se dirigió a su cuarto. Andaba nerviosa de un lado a otro. Eran las tres de la madrugada, en dos horas cerrarían el local. Tenía que coger el dinero e irse. Abrió la puerta y miró a ambos lados. La noche estaba ambientada, todos andaban demasiado ocupados en complacer y ser complacidos. Caminó hasta el despacho de Pepe, sintió arcadas, aun olía a él, a puro y colonia barata. Encendió un mechero y caminó a tientas golpeándose con las sillas. Encontró la caja fuerte. Dos, cuatro, dos, hache, dos y listo, la puerta se abrió. –Joder-. Rebuscó entre todos los papeles que había dentro pero no encontró ningún billete, no había ningún vestigio de que allí pudiese haber dinero. –Joder, joder, mierda-. Se repetía. Miró a su alrededor, no había luz y lo poco que alumbraba su mechero no era suficiente para despertar en ella alguna sospecha de dónde podría estar escondido el dinero. Cogió su teléfono marcó con rapidez esperando recibir alguna respuesta.


-Hola, nena, ¿ya tienes resuelto nuestro futuro?
-Aquí no hay nada. Joder, no hay un puto céntimo. ¿Quién coño te dijo que escondía el dinero aquí? Sólo hay papeles y más papeles.
-Laura, estás segura de eso, has mirado bien.
-Sí he mirado bien, sé lo que es un billete y aquí no hay nada.
-Puto chino me la ha jugado. Nena, vete directa a tu casa. No vengas a la mía. Tengo que encontrar a ese cabrón, esto no puede quedar así. Te llamo desde que sepa algo, no me llames tú.
Colgó el teléfono dejando a Laura sin respiración y muerta de miedo. Salió del despacho, cogió sus cosas y se fue.
-Mona, no me encuentro bien, toda esta historia me ha dejado mal cuerpo, nos vemos mañana.
Y sin esperar a que pudiera contestar, se marchó.
Alejandro se incorporó en el asiento de su coche dispuesto a seguir a Laura. Caminaba nerviosa hacía la parada de taxi.
-¿La llevo a algún lugar?- Le preguntó disminuyendo la marcha a su altura.
-¿No teme perder su buena reputación de niño pijo y gran policía viéndolo con una puta en su lujoso coche?
-Me gusta correr riesgos. Suba, no es bueno que una mujer ande sola por la calle a estas horas.
Laura soltó un bufido.
-Conozco estas calles mejor que usted señor agente. Se lo agradezco, pero me gusta dormir con hombres y soñar sola, y ahora me voy a soñar.
Paró a un taxi y se subió en él. Sabía que la seguiría, las cosas no estaban saliendo bien. Sin el dinero no podrían marcharse de la isla y ese pretencioso policía estaría pisándole los talones hasta que descubriera la verdad. Sacó del bolso la cadena con la virgencita del Pino que le había regalado su madre, antes de convertirse en lo que era ahora, y la besó. A partir de esa noche la arroparía el remordimiento, la abrazaría el miedo y despertaría con la incertidumbre. La única certeza que tenía es que su tragedia empezó con la muerte de Pepe.

  

miércoles, 20 de febrero de 2013

El beso



No hay nada más hermoso que un beso. Un beso que se intuye en la mirada. Ese exótico juego en el que los ojos se buscan, tímidos, y vuelven a perderse en la nada, temerosos de que el otro lea en sus pupilas el deseo. Otra mirada que te ruboriza, una sonrisa tonta y un tema de conversación absurdo para saciar las ansias. Y vuelves a alzar la vista y ahí están esos ojos marrones diciéndote en susurros, -yo también quiero besarte-. Se instala el silencio entre ambos, acompañado del palpitar de sus corazones. Las mariposas revolotean allá abajo. Cambian la postura, torpes tropiezan los cuerpos. Y ya no hay salida, la electricidad estática cumple su función y los cuerpos se acercan, se atraen. Dudan. Y surge el beso. Ese roce de labios suaves, ese jugueteo de lenguas húmedas. Es un beso lento e interminable, que a pesar de la pasión que esconde, controla el deseo. La situación se calienta, las manos empiezan a tomar la iniciativa y suben nerviosas, se acarician la cara, el pelo, e intentan guardar en la memoria del tacto, la piel del otro. Los labios se separan. Duele. No entienden qué ha pasado ni si volverá a suceder. Se despiden con color en las mejillas y más calor del habitual. ¡Ay un beso! Todo lo que esconde un beso. Una historia, una caricia, un recuerdo y miles de fantasías. El desvelo en la noche y la añoranza por volver a saborear el elixir que emana de su boca. ¡Ay un beso! ¡Cuánto sabe un beso!

martes, 19 de febrero de 2013

Mensaje en una botella




Llevaba toda la noche sin dormir. Escribiendo una y otra vez retales de su vida. Los papeles en blanco se amontonaban encima de la cama. La luz de la habitación era cálida, se había acostumbrado a la oscuridad. Se sentía protegida y arropada por la penumbra. Cuatro paredes que se habían convertido en su fortaleza. Cuatro paredes fucsias adornadas con cuadros de Miró. Una cama enorme que añoraba compañía. Un amplio ventanal con las persianas bajas para evitar que se colara algún rayo de luz intruso,  y ella y su soledad decoraban su pequeño mundo. Terminó de escribir, leyó el resultado, cogió la botella de cristal e introdujo el mensaje dentro. La cerró con un tapón de corcho y le puso un lazo rojo. Dentro no sólo había un mensaje. Estaban todos sus sueños y añoranzas. Los besos que había dado y los que no volvería a dar. Besos dulces y apasionados. Traviesos y juguetones. Lentos y cálidos cargados de amor. Besos y más besos. Besos forzados y besos con palabras ocultas, te quiero, te deseo, me atraes… Tenía que enviar el mensaje, aunque ello implicase salir de su alcázar. Cogió su desgastada manta rosa y se cubrió los hombros. Fuera la sorprendió el amanecer, sus ojos tuvieron que acostumbrarse poco a poco a los rayos de sol, que insistentes intentaban golpearlos. Caminó durante cinco minutos para llegar a su lugar favorito. Ese lugar que la naturaleza había creado para ella. Un lugar puro, oxigenado. Llegó a la orilla del mar. Las olas le dieron la bienvenida con un tímido susurro y un beso de espuma y sal.  Se sentó en su roca favorita y dejó que el mar le acariciara los pies. Miró al horizonte y buscó un punto fijo. Allá a donde dejaba volar su imaginación. Permaneció en silencio unos minutos, lo que para otros podría ser una eternidad. Amaba el silencio y la calma imperturbable en la que se había asentado su vida. Sacó la botella de su bolsillo, la miró por última vez y con un movimiento rápido y seguro la lanzó al horizonte. Su mensaje navegaría por el mundo, tal vez llegara a algún puerto, quizá lo encontraría su receptor. A lo mejor se perdería en la nada como lo había hecho ella. Se levantó de su piedra y volvió a su dulce morada.
            En la orilla de la playa se encontraba él jugando con su perro. Era una tarde de invierno. El mar estaba enfurecido y las olas se peleaban. Los días eran más cortos y el sol empezaba a esconderse entre el cielo y aquella lejana línea que parecía dividir dos mundos. Llevaba más de una hora allí y los pies de Jaime empezaban a arrugarse. El frío le calaba los huesos y sus mejillas estaban coloradas por los besos helados que le daba el aire. Aun así quería prolongar el momento de volver a casa, que estaba triste y silenciosa desde que María, a quien creía el amor de su vida, se había marchado con otro, que al parecer la hacía más feliz.
Conde no le hacía caso, no atendía a sus insistentes llamadas en ninguno de los idiomas que le hablaba. Jaime se acercó a su perro, jugaba con una botella que tenía un tapón de corcho y un lazo rojo. Se la quitó del hocico con algo de esfuerzo y justo antes de devolverla al mar sintió curiosidad por descubrir qué mensaje oculto llevaba en su interior. Siempre había sido un soñador, le gustaba fantasear con la vida y el amor. Tal vez por eso lo abandonó María, se cansó de que viviera en mundos ajenos al real. Se sentó en una piedra y descorchó la botella, sacó el papel y comenzó a leer.
Querido nadie, tal vez nunca recibas este mensaje porque quizá no existas. Tal vez esa estúpida teoría de la media naranja es sólo un mito que los humanos hemos querido convertir en real y nos pasamos la vida cortando naranjas a ver cuál se adapta a nuestro jugo. Dicen que todos tenemos esa mitad perfecta, que aparece en el momento adecuado para pasar el resto de su vida a tu lado. Querido nadie no quiero que aparezcas. Así que deja de buscarme. Ya he tenido algunas naranjas que han estado demasiado agrias. Creí, en la última mitad que se me acercó, encontrar mi mitad perfecta y volqué mi vida en él. Resulta que no fui  tan perfecta para esa mitad y se fue a rodar por el mundo a probar otras mitades y a mí me dejó sin jugo y sin ganas de probar más frutas. Cambia tu rumbo porque me doy por vencida. Querido nadie espero que algún día recibas este mensaje y lo puedas entender.
Con amor, tu media naranja imperfecta.
Lucia León, 14 de febrero de 1990. Las Palmas de Gran Canaria.
Anocheció mientras Jaime estaba perdido en la lectura de aquella carta. Era de 1990, calculó velozmente, ese mensaje llevaba navegando más de treinta y cinco años, era catorce de febrero del dos mil veinticinco, y había llegado a sus manos el mismo día que esa extraña y desconocida mujer se abandonó al desamor y a la soledad. Tal vez debía leer entre líneas, las cosas siempre pasan por algo. De pronto sintió un enorme deseo de conocer a Lucía. Cuánto años tendría ahora, seguiría viviendo en Canarias, si es que aún vivía. Qué habría sido de su vida. Lucia había conseguido que dejara de pensar en María por un segundo, y tomó una decisión. Como buen periodista intentaría encontrar a esa misteriosa mujer. Recordó la cita de Miguel de Cervantes: Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.
Y con este último pensamiento se marchó con su perro y la botella como un niño con un tesoro.

jueves, 14 de febrero de 2013

Punto Rojo



            Sus tacones rompían el silencio de la noche. Traía un andar extraño, sus pisadas no eran melódicas como de costumbre, con el dulce tintineo del mover de sus caderas. Aquella noche la melodía era más agresiva, con matices siniestros. Andaba nerviosa, mirando continuamente, de un lado a otro. Subida en sus grandes tacones, sus largas piernas abrigadas con medias de redecilla, parecían una interminable carretera sin salida que te conducían al barranco del olvido. Llegó al Punto Rojo. Su jefe, un cincuentón verde, que disfrutaba de su trabajo mucho más que cualquier empresario, no había llegado. El bar aún estaba vacío. Algún que otro bebedor solitario, bien vestido, que ahogaba sus penas entre copa y copa por haber discutido con su novia. Con él sabía que no se comería un rosco. Despechados, todos querían probar, pero luego malgastaban cien euros por una hora de cháchara con una desconocida, que iba en lencería y tenía que escuchar lo maravillosa que era su novia y lo infeliz que él la hacía. Decididamente no. Esa noche quería algo más duro. Necesitaba descargar la adrenalina que llevaba oculta en sus entrañas. Esperaría a las dos. Algún borracho sucio siempre caía. Ella se acercaría y le mordería el cuello. – ¿Quieres jugar un poco papi? He sido muy mala-. Él se haría el machote delante de sus amigos, sonreiría con cuatro dientes menos, perdidos en alguna pelea o ajuste de cuentas y la seguiría entre vitoreos hasta el cuarto oscuro, donde por cien euros y sesenta minutos follarían como perros.
-¿Dónde has estado? Menos mal que Pepe no ha llegado. ¿Tú no estarás haciendo extras a domicilio? Mira que si el señor se entera me manda para Rumania.
Mona era una mujer de treinta y cinco años. Llevaba en Canarias tres, en busca de una mejor vida. -¿Acaso hay un país qué te ofrezca una vida mejor, o se la ofrece uno mismo?-Pensó. Pepe la contrató como camarera, aunque acabó haciendo otras labores, las de puta, pero antes se aseguró de que servía para el trabajo cepillándosela un par de veces. Decía que los buenos catadores siempre probaban primero el vino. A las putas de su bar también les cataba el vino de la entrepierna antes de servirlas en bandeja a sus clientes.
Mona tenía dos hijos en su país. Trabajaba día y noche para poder enviarle dinero a su familia y cedía en todos los chantajes y perversiones de su jefe para conseguirlo. Además, como bien decía ella, no sabía hacer otra cosa, a dónde iba a buscar trabajo. Ese era el discurso de Pepe, si eras inmigrante y puta, ya no valías nada.
-No Mona, no estaba haciendo ningún servicio a domicilio. Me entretuve planchándome el pelo.
-Pepe debe estar al llegar. Cámbiate, que no te vea así, o sabrá que te has retrasado.
-Relájate Mona, tal vez ya lo sepa. Puede que incluso no venga.
Se dirigió a su cuarto y se miró al espejo. Le gustaba la Laura que veía. Sus ojos tenían más brillo, el brillo de la esperanza. Se puso un corpiño de satén morado a juego con el tanga y para celebrar que era una gran noche le añadió unos ligueros de encajes.  Se atusó el pelo caoba que le caía sobre los hombros, se pellizco las mejillas por dos motivos, el primero para dar color a su tez blanca y el segundo para asegurarse de que no estaba soñando. Cuando regresó el bar estaba ambientado. Pepe seguía sin llegar. El corazón le latía velozmente y la satisfacción le acariciaba la piel. Buscó alguna presa. Esa sería una gran noche, una noche de despedidas, que mejor que hacerlo con un buen polvo y cien euros en el canalillo. Arrastrando por el cinturón a su víctima le hizo un guiño a Mona para que no la molestara. Tenía trabajo. En la habitación estaba todo listo. Una cama, con los muelles pasados, abrigada con una sábana de leopardo. Una lámpara roja para darle cutrez, no calidez, a la estancia. Condones en la mesa de noche y un baño viejo para que el cliente se asease antes de revolcarse entre fluidos corporales y sexo. No había elegido mal. Un joven treintañero, con poca gracia pero limpio. Si estaba allí, con esa pinta de friki que tenía, era porque fuera no conseguía mojar en caliente, así que pondría todo su empeño en descargarse con ella. Se saltó los preliminares, estaba ansiosa, excitada por lo que esa noche escondía. Dos golpes en la puerta le aumentaron la tensión. –Pero qué coño-. Se dijo.
-Joder estoy ocupada.
-Laura, preguntan por ti.
-Que se esperen, en una hora estoy lista.
Sin pedir permiso abrieron la puerta, dejando al descubierto aquella primitiva imagen. Ella a cuatro patas siendo embestida por un animal.
-Vístase señorita. Tenemos que hacerle algunas preguntas-. Le decía el joven mientras le enseñaba la placa que indicaba que era policía. –La esperaré fuera-.
Algo ha salido mal, pensó.
-¿Me devuelves los cien euros? No hemos conseguido terminar.
Le lanzó el billete y lo echó del cuarto a medio vestir.  Envuelta con una bata de seda negra salió al bar. El joven policía la esperaba. Sus compañeras no hacían más que rondar alrededor de él.
-No son de los que se dejan su dinero en nosotras, así que vete-. Le dijo a la más joven. Con un movimiento de cabeza le indicó que la siguiera. Entraron a un pequeño despacho. Laura sacó del mini bar dos vasos y una botella de whisky. -No bebo, señorita, cuando estoy de servicio-. Ella lo miró, pensando en la cantidad de servicios que podría hacerle.
-¿Lleva mucho trabajando aquí?-. Le preguntó mientras sacaba un pequeño bloc.
-Cinco años, dos meses y tres días, para ser exacta.
-Su jefe se llama José Valido Hernández, por lo que tengo entendido.
-Sí, eso creo. Nosotras lo conocemos como Pepe.
-¿Y qué relación tenía usted con su jefe?
-Una relación estrictamente profesional. Yo trabajo y él me paga. ¿Puedo preguntarle por qué?
-Lo han encontrado muerto a escasos metros de aquí señorita. Ahora mismo está el cuerpo de la judicial buscando pistas.
Laura intentó hacerse la sorprendida. Debió haber previsto esta situación. Ensayar caras o maneras de sorprenderse.
-Vaya, no sé qué decir señor agente. Estoy un poco aturdida. Imagínese, qué será ahora de nosotras-. Bebió un largo trago de su vaso. -¿Y cómo fue?
-Al parecer lo encontraron desnudo, con una bolsa de basura simulando un pañal, con las manos maniatadas y un corte en la yugular. Llevaba un cartel que decía: “Soy un chulo y me doy asco”.
-¡Oh Dios mío! Quién podría hacer algo así. Pobre Pepe, era tan buena gente.
-Usted ha dicho que su relación era solamente profesional.
-Sí señor agente.
-Algunos testigos dicen haberlos visto juntos esta tarde, que discutían en medio de la Avenida de Canarias. ¿Es eso cierto?
-Fui a comprar algunos juegos de lencería, entre ellos este que llevo puesto-. Se abrió la bata y dejó su cuerpo semidesnudo al descubierto. -Me lo encontré en la calle y le dije que me tenía que pagar el dinero que me debía del mes pasado, que mi casero me había dado un ultimátum. Él estaba algo nervioso, al parecer tenía problemas con el dueño del Bar Avenida, algo relacionado con que le estaba quitando clientela. Me dijo que me pagaría esta noche y me fui.
-El dueño del Bar Avenida...Sabe si le dijo algo más, algún detalle que se le haya pasado por alto.
-No, sólo eso. Y no le di importancia, últimamente tenía problemas con mucha gente.
-¿Era problemático?
-No que yo sepa. Cuestiones de dinero, juego y esas cosas.
-Muy bien muchas gracias. Si recuerda algo más que debiera decirme llámeme, aquí le dejo mi tarjeta.
-Descuide que así lo haré.
El corazón volvía a latirle con normalidad. Fue a su habitación y cerró la puerta. Buscó el teléfono móvil en el bolso, pulso la tecla de rellamada.
-Hola muñeca.
-La policía acaba de venir a interrogarme.
-Es puro trámite muñeca, no te preocupes. ¿Tienes el dinero?
-No, aún no. Mona está muy pesada hoy, y supongo que después de esta visita lo estará más.
-Nena, tienes que coger ese dinero. Tenemos que largarnos de aquí esta noche. Apáñatelas, pero hazlo.
-Veré lo que puedo hacer. ¿No habrás dejado ninguna prueba, verdad?
-Pero cariño, qué te pasa. Estás hablando con un profesional. Relájate, o mejor ya te relajo yo luego.
Colgó el teléfono al oír pasos en el pasillo. Cuando abrió la puerta vio pasar una sombra fugaz. Pensó que sería algún cliente saliendo de una de las habitaciones. Ramón tenía razón. Debía relajarse. En pocas horas estaría muy lejos de allí.
Alejandro permanecía escondido entre las cortinas de una sala de juegos, o eso intuyó que sería. Esa noche iba a ser muy larga. No se fiaba de la versión de aquella puta pelirroja. Y menos aún después de las pocas palabras que pudo escuchar a través de la puerta de su habitación. Sabía que ella tenía que ver con aquel asesinato. Pero, ¿quién era su compinche? Ella no pudo maniatar al muerto, el hombre pesaba tres veces más y la autopsia no indicaba que lo hubiesen drogado.
Era lunes por la noche, qué mejor manera que empezar la semana con un buen caso. A este ritmo ascendería a inspector.