Supo
que tenía malas copas en el momento en el que empezó a resultarle interesante
la conversación de aquellos terroristas. Adivinó, que estaba contenta, cuando
las caricias de su cliente, el Teniente Coronel del Estado, le resultaban
placenteras. Aceptó, que los cuatro o cinco Martini
que había bebido estaban jugando en su contra cuando todos, incluso aquellos
que permanecían estáticos, daban vueltas a su alrededor.
La
noche había estado a la altura de sus expectativas, caviar, música en directo, vino, gente de renombre del Gobierno
español y secretos de Estado que comenzaban a desvelarse cuando el alcohol,
fiel enemigo de los mentirosos, empezaba a hacer efecto. Como ya le había
anunciado su dueño, (durante veinticuatro horas) todo aquel hombre que sirviera
buen vino y tuviera a su lado a una mujer hermosa, era respetado. Esa noche
volvió a cambiar su identidad, no era correcto que la mujer (aunque fugaz) de
un alto cargo del país se llamara Vicio, así que por tercera vez a lo largo de
su corta vida, fue nuevamente bautizada.
-Esta
noche te llamarás Martina-. Le propuso. Vicio aceptó de buena gana, no le
suponía precisamente un problema llamarse Lola, Pepa o Martina. –Pero te
seguiré susurrando al oído Vicio, porque esta noche saciarás el mío.
Mientras
recordaba esa conversación (con dificultad por las copas de más) empezó a
sentirse húmeda. Rodrigo no estaba mal para sus cincuenta años, ella estaba
caliente, él era un vicioso y de recompensa quinientos euros. ¡Era su día de
suerte! ¡Y qué mal le sentaban las copas!
El
tintineo de una cuchara chocando contra algo de cristal hizo que todos los
presentes se volviesen hacia el que demandaba protagonismo.
-Quiero
hacer un brindis por el anfitrión de esta fiesta y por el golpe que está por
darse. Porque todos merecemos una España mejor, digna y de la que nos sintamos
orgullosos. Una España vegetariana, sin
tanto chorizo.
Todos
aplaudieron al joven revolucionario que planeaba algo contra alguien que ella
prefirió no saber. Entre menos mierda le salpicara mejor olería, dado que
aquellos planes olían muy mal.
La
gente empezó a marcharse, ebria, a altas horas de la noche. El presidente del
gobierno marroquí, Mohamed IV; Alwaleed Bin Talal, uno de los jeque árabes más
ricos del mundo y Leopoldo Cintra Frías, el actual ministro de las FAR subieron
a sus respectivas habitaciones borrachos como cubas.
-Mamacita,
¡qué ganas tenía de un poco de intimidad! Debo decirte que esta noche te has
portado reina, haciendo gala de los buenos modos, de esa elegancia-. Parecía el
perro de Pavlov, salivando al ver su comida, al verla a ella, pensó Vicio (a
quien el alcohol la ponía graciosa).
-Y
Yo papacito, yo quería que la parranda acabara harto rato para ser tuya.
Entre
besos apasionados subieron la elegante escalera. Llegaron al dormitorio,
cerraron la puerta y continuaron con su fiesta privada.
La
experiencia es un grado, no cabe duda. Rodrigo, con manos expertas, de buen
amante la fue desnudando. Primero, con los dedos suaves, fue acariciando la
espalda que aquel elegante vestido le dejaba al descubierto. La seda satinada
del escote caía sobre su pecho insinuando lo justo para obligarte a perderte en
los misterios que se hallarían tras la tela. La parte inferior caía larga y
ligera casi hasta el suelo, dejando las
transparencias del vestido adivinar unas torneadas y estilizadas piernas.
Poseído por la excitación le arrancó el vestido de un solo tirón. Vicio se
lamentó, por los mil quinientos euros que le había costado aquel trozo de tela
(a él) aunque era a ella a quien le dolía, cuatro cifras había pagado, ¡cuatro!
Impensable para su cartera.
Ven,
ponte esto-. Le indicó Rodrigo, enseñándole un conjunto negro de gasa compuesto
por una camisilla totalmente transparente pero con bordados alrededor del pezón
y un tanga a juego. –Ahora, paséate por la habitación-. Le dijo mientras se
sentaba y la observaba complacido. Tras varios paseos, Vicio, advirtió que el
Teniente se estaba masturbando y se excitó. Comenzó a bailar al ritmo de la
música que sonaba sólo en su cabeza haciendo que los decibelios imaginarios se
transformasen en cálidos grados reales. Se acariciaba como deseaba que él lo
hiciera y continuaba con su danza, la curva de su cadera al girar, su vientre
plano que se alargaba cuando subía los brazos y se revolvía el pelo. Los pechos,
tersos, de pezones duros. ¡Paró! Rodrigo, que quería convertir la noche en
eterna y no en cinco minutos de placer ocasionados por sí mismo, puso fin al monosexo que estaba manteniendo. Se
dirigió hacia ella y bailaron juntos. Sin música supieron acompasar el ritmo de
los cuerpos. Ella iba poco a poco
desabrochándole los botones de la camisa y le gustó descubrir lo que ya intuía.
Un torso musculoso, con la huella de la edad, pero bien cuidado. Empezaba a
sentirse cada vez más atraída por los hombres maduros, por el buen sexo que le
proporcionaban, o tal vez, como leyó alguna vez en alguna revista, padecía algo
llamado “gerontofilia”. Le daba igual, ya eran muchos los clientes
que habían pasado por su cuerpo; jóvenes, vírgenes, sádicos, parlanchines,
precoces, maduros…Ella había ido descubriendo que estos últimos eran sus
preferidos, probablemente porque sus expertas manos sabían afinar la guitarra
que era su cuerpo y hacer sonar los mejores acordes.
Desnudos,
en igualdad de condiciones, recorrían los senderos del placer.
-¿Cuál
es tu bebida favorita?
-El
tequila, papi.
Rodrigo
se levantó y se dirigió al mueble bar del que disponía en su dormitorio. Sacó
una botella de tequila, sal y limón.
-Deseo
concedido, princesa. Vamos a jugar a un juego. Yo pondré en zonas de tu cuerpo
tequila, sal y limón y te lo quitaré con mi boca, luego intercambiamos los
papeles. Bebiendo uno del otro.
Vicio
se humedeció aún más, se acercó y lo besó. ¡Comenzaba el juego!
Rodrigo
la tumbó en la cama, puso sal en ambos pezones, limón en el agujero de su
ombligo y tequila entre sus pechos. Bebió y succionó de ambas zonas. Vicio,
gimió. Repitió la jugada. Sal en el lóbulo de su oreja, limón en sus labios
y…-Abre la boca-. Le ordenó mientras Rodrigo desde la suya le pasaba un trago
de tequila. –Ahora me lo tienes que devolver-. Y así lo hizo ella. Bebió de su
boca, se aderezó del lóbulo de su oreja y le lamió los labios. Una última vez.
Le abrió las piernas, puso limón en el interior de uno de sus muslos y sal en
el otro. Se tumbó y dejó caer tequila desde la botella por su clítoris, y como
si de una fuente se tratase bebió. Bebió hasta saciar a Vicio que llegó al
orgasmo satisfecha por el ardor que le generaba el alcohol y la calidez de su
lengua. No se intercambiaron los papeles, porque Rodrigo entró en ella (más
embriagado por el deseo que le provocaba aquella mujer que por el propio tequila). Le agarró
las manos con fuerza y se las colocó por encima de su cabeza y siguieron
bailando sincronizados por la música que sonaba en sus cabezas, a veces lenta,
otras más rápida, que culminó con un Rodrigo satisfecho que se dejó caer sobre
ella, saciada también. Aquel hombre, Teniente General del Estado, se había
comportado como un eficiente militar en la guerra del sexo. Llegaron las caricias,
las prohibidas caricias. Pero aquel cliente no era como los demás, él había
pagado un servicio de veinticuatro horas. Dormiría a su lado, le proporcionaría
el sexo y las caricias que desease. Al siguiente día continuarían con sus
quehaceres, volverían los terroristas y más putas (habría que desvelar si con
clase o sin ella) y un acontecimiento que tal vez cambiaría el rumbo de la vida
de Vicio, tal vez, porque a veces y sólo a veces el destino es caprichoso.