No nos pertenecemos.
Ni tú a mí.
Ni yo a ti.
No me pertenecen tus miradas.
Aunque
se pierdan en mis ojos y en lo que podría suceder si...
No me pertenecen tus caricias.
Aunque las sienta como mías.
Aunque las viva con tal intensidad que con sólo imaginármelas puedan erizarme la piel.
Le pertenecen a ella.
Quizá porque llegó antes.
O quizá porque no quiere irse.
Tal vez seas tú el que la retenga.
Tampoco me pertenecen tus besos.
Esos que sabes dar tan bien...o eso creo.
Con esos labios que desafían al grosor, pero tampoco terminan de ser finos.
Unos labios alargados e intermedios que esconden una gran sonrisa...que tampoco me pertenece.
No me pertenecen tus pestañas, aunque podría columpiarme en ellas.
Ni tus dedos cuadrados de manos varoniles.
No me pertenecen tus noches.
Pero sí colarme en tus sueños, que al fin y al cabo son sólo eso...
¡Sueños!
Y esas pequeñas pecas que se pierden por tu rostro...
¿Qué hacemos con ellas?
Tan sólo son pecas acampadas en tu piel.
Pobraré a convertirme en una de ellas, y podremos de alguna forma PERTENECERNOS.
Tampoco te pertenezco yo...
Aunque te dedique mis pensamientos.
Aunque vivas de alquiler en mi presente, y yo desee hipotecarte mi alma.
Pero tú no eres de quedarte.
No eres de pertenecer.
Mis caricias aún son mías.
Las guardo en un tarro de Nutella, para que se endulcen (aún más).
Mis besos tampoco te pertenecen...¿o sí?
¡Eso es decisión tuya!
Saben a miel y a limón.
Dulces y agrios.
Por lo de dar una de cal y otra de arena.
Aunque a día de hoy no me ha funcionado.
Al final la cal persiste y daña.
Y la arena se la lleva el viento.
Y esto nos hace volver al punto de partida.
Tú tan de ella.
Yo tan tuya.
Buscándote entre las caras de la gente que se me antojan iguales a ti.
Triste consuelo de creer que te encuentro para otra vez perderte.
Porque, ya sabes...
No nos pertenecemos.
Ni tú a mí.
Ni yo a...
No me pertenecen tus caricias.
Aunque las sienta como mías.
Aunque las viva con tal intensidad que con sólo imaginármelas puedan erizarme la piel.
Le pertenecen a ella.
Quizá porque llegó antes.
O quizá porque no quiere irse.
Tal vez seas tú el que la retenga.
Tampoco me pertenecen tus besos.
Esos que sabes dar tan bien...o eso creo.
Con esos labios que desafían al grosor, pero tampoco terminan de ser finos.
Unos labios alargados e intermedios que esconden una gran sonrisa...que tampoco me pertenece.
No me pertenecen tus pestañas, aunque podría columpiarme en ellas.
Ni tus dedos cuadrados de manos varoniles.
No me pertenecen tus noches.
Pero sí colarme en tus sueños, que al fin y al cabo son sólo eso...
¡Sueños!
Y esas pequeñas pecas que se pierden por tu rostro...
¿Qué hacemos con ellas?
Tan sólo son pecas acampadas en tu piel.
Pobraré a convertirme en una de ellas, y podremos de alguna forma PERTENECERNOS.
Tampoco te pertenezco yo...
Aunque te dedique mis pensamientos.
Aunque vivas de alquiler en mi presente, y yo desee hipotecarte mi alma.
Pero tú no eres de quedarte.
No eres de pertenecer.
Mis caricias aún son mías.
Las guardo en un tarro de Nutella, para que se endulcen (aún más).
Mis besos tampoco te pertenecen...¿o sí?
¡Eso es decisión tuya!
Saben a miel y a limón.
Dulces y agrios.
Por lo de dar una de cal y otra de arena.
Aunque a día de hoy no me ha funcionado.
Al final la cal persiste y daña.
Y la arena se la lleva el viento.
Y esto nos hace volver al punto de partida.
Tú tan de ella.
Yo tan tuya.
Buscándote entre las caras de la gente que se me antojan iguales a ti.
Triste consuelo de creer que te encuentro para otra vez perderte.
Porque, ya sabes...
No nos pertenecemos.
Ni tú a mí.
Ni yo a...