Como
cada mañana Valentina abrió las ventanas del salón para que entrara la luz del
sol. Al correr las cortinas se sintió estafada por el mes de septiembre y por
el meteorólogo del canal veinticinco que vaticinaba cielos despejados. Con
sorna, decidió que aquel pequeño contratiempo climático no le estropearía que
fuera un buen día. Como cada mañana (Valentina era una mujer de rutinas) bajó
los tres pisos que la separaban de tierra
firme para ir a la dulcería de la esquina y comprar su rutinario desayuno. Frunció el ceño al ver que aquel meteorologucho no sólo se había
equivocado en la cantidad de nubes que se acurrucaban en el cielo, sino que
además, lo de que iban a subir las temperaturas era un farol, ya que el aire gélido que le dio los buenos días tiraba más
al descenso que al ascenso. Con los músculos faciales tensos por el tiritar de
sus mandíbulas, sonrió para sus adentros al saber que al meteorólogo y sus
predicciones le quedaban, a lo sumo, dos
telediarios. Como cada mañana, entró en la tienda y después de darle los
buenos días a María (la anciana y dueña del local, a la que apenas le
quedaban dientes en la boca para saborear sus exquisitos dulces), se dirigió al
tercer pasillo y en el cuarto estante cogió el paquete de magdalenas mágicas (mágicas
porque en su interior traía un mensaje que te predecía el futuro inmediato), y
Valentina (mujer de rutinas y supersticiosa) no había dejado de serle fiel a
los consejos diarios de aquella bolsa de magdalenas (a pesar de que el tamaño
de su culo iba en aumento). Se despidió de la anciana y regresó a su edificio. Decidió
subir a pie los tres pisos y contrarrestar, de esta forma, las calorías que
estaba a punto de ingerir. Entró, se sirvió una taza de café, se sentó en la terraza
bajo un cielo gris, abrió el paquete de magdalenas y leyó el pronóstico de sus
próximas veinticuatro horas. “Hoy te
romperán el corazón”, decía el trozo de papel amarillento. Valentina volvió
a fruncir el ceño y las magdalenas se le antojaron amargas. Un pitido la obligó
a levantarse. Había recibido un whatsapp, era de Luis, su novio. “Tenemos que hablar”, le decía. Y el
corazón de Valentina se rompió un día gris que debería haber sido azul, tras
una amarescente predicción, dentro de
un paquete de magdalenas amargas.
Hasta con las magdalenas haces arte. Me ha gustado mucho, ESCRITORA.
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