Se despertó y la buscó en la
cama, pero sólo percibió su olor. Ella no estaba. Hizo un rápido barrido visual
por aquel cuarto con número de satisfacción (sesenta y nueve) y creyó intuirla
en la ducha al escuchar el agua caer. Se levantó y caminó hacia el baño. Se
apoyó en el bastidor y observó (a través de la mampara) las perfectas
carreteras de la autopista de su cuerpo. Aquella mujer lo enloquecía, hacía
demasiado tiempo que nadie conseguía sacar lo mejor de él (y no referente al
sexo) sino a despertar el flagelado corazón, sus emociones, el deseo que creyó
dormido. De aquello hacía más de cinco años…Fue en la Facultad de medicina,
cuando…
-¿Qué haces ahí? Preguntó Vicio, mientras jugueteaba
con su dedo y le indicaba que se acercase a contemplar de cerca y con derecho a
roce lo que admiraba desde la distancia. El médico dejó de pensar en su pasado
y aceptó la petición indecente de aquella mujer, de aquella puta. Su puta,
porque de algo estaba seguro, terminaría siendo suya.
En
las calles andaban todos agitados, estaban ansiosos por escuchar el discurso
del nuevo Presidente y rezaban para que hiciera algo honesto (en un país lleno
de corruptos) que los ayudara a salir de la crisis. Hasta el momento, la
estampa que vendía España era la de millones de parados, cientos de desahucios,
ministros que robaban y sindicatos que imitaban a los ministros. Hasta la
familia Real había picado el anzuelo de la avaricia, pero claro, las pruebas se
perdían, los jueces se compraban y las bocas se cerraban. Y así, los pobres
seguían nadando en las arenas movedizas del fango que caía de los de arriba.
Rodrigo se paseaba nervioso por el Salón de Actos donde tendría lugar su bautizo y tomaría el nuevo cargo.
Repetía una y otra vez en su cabeza lo que debía decir y se prometió ser un
hombre justo y honrado (aunque las causas por las que llegó hasta el cargo no
lo fueran). Faltaban diez minutos para salir ante miles de personas, que
esperaban con su ascenso, la salvación de sus miserables vidas. Pero Rodrigo
antes de enfrentarse con su futuro necesitaba hacer una llamada.
Entre
burbujas de jabón y caricias se iban limpiando uno al otro. Suerte que el gel
era comestible (es lo que tienen las tiendas eróticas, que ya todo te lo puedes
comer) si no probablemente alguno habría acabado envenenado. Volvieron a hacer
el amor, y esta vez lo sintieron así. Nada que ver con follar o el sexo duro al
que él la tenía acostumbrada. Aquella mañana se despertó el lado más tierno del
doctor masoquismo, quien sustituyó los latigazos por caricias, cambió las
órdenes por deseos y la pasión por amor. Acaso, ¿era amor lo que sentía? No
estaba seguro, pero sí sabía que Vicio había conseguido dominar a la bestia que
se desbocó aquella noche, cinco años atrás. En cambio, el sexo es un juego de
pareja, y a Vicio aquel repentino cambio, aquel amansamiento de su fiera no le
gustó. Pero se dejó llevar, porque al fin y al cabo a nadie le amarga un dulce,
siempre que el pastel sea un buen polvo (aunque en esta ocasión, integral).
El teléfono sonaba, al tercer
bip saltó el contestador y así todas y cada una de las veces que lo intentó.
Seis llamadas perdidas en el teléfono de un receptor ausente.
Se frotó la frente, tendría que enfrentarse a su
pueblo, a su nación, su país sin saber la respuesta y ese silencio le daba más
miedo que una posible Tercera Guerra Mundial.
Salieron
de la ducha y volvieron a tumbarse en la cama. Ese era el plan, vegetar y comerse a besos, como decía la canción
de alguna cantante que había salido nueva al mercado. Pero algo la devolvió a
la realidad, cuando miró su teléfono vio que tenía seis llamadas perdidas de
Rodrigo y entonces cayó en la cuenta de que no le había dado ninguna respuesta.
¿Cuántos días llevaba encerrada en aquel cuarto que sólo olía a sexo con el
médico?
-¿Ocurre algo? Le preguntó intrigado al ver que
Vicio palidecía.
-Clientes, ya sabes, trabajo a deshora y siempre
estoy de guardia. Creo que deberías irte ya, no te cobraré estos días que hemos
pasado juntos porque yo también los he disfrutado mucho, pero debo volver a mi
vida, y tú a la tuya. ¿Cuántos pacientes has dejado morir en estos días?-.
Felipe (que así se llamaba el matasanos) rió a carcajadas. He tenido una
urgencia, señorita y la besó. –En serio, debes irte-. Aquel tono no le gustó.
Estaba acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo y ahora lo estaban tirando
como agua sucia. Tal y como llevaba él haciendo estos últimos años.
-No pienso irme, Vicio. Quiero que seas mía y dejes
esta porquería de vida. Sabes qué me quieres, empecemos algo juntos. Siento
algo muy fuerte hacia ti, eres la única persona que consigues sacar lo mejor de
mí. Matar mis monstruos-. Vicio, se quedó helada, era el segundo hombre que le
pedía abandonar la prostitución y empezar una vida a su lado. ¿Qué debía hacer?
Por una lado estaba Rodrigo, era un buen hombre y tal vez terminaría siendo el
nuevo presidente de España (aún no se había hecho eco de la noticia de que
Rodrigo ya era el presidente del Gobierno, pues estaba ocupada firmando la paz
entre sábanas) no lo quería, pero tal vez con el tiempo consiguiera amarlo. Por
otro lado estaba él, Felipe. Le encantaba aquel hombre. Seguro de sí mismo,
varonil y con unos hermosos ojos que te obligaban a perderte en un manantial de
placer (aunque su último encuentro había sido más bien soso, a ella le gustaba
que la odiaran en la cama y la amaran fuera de ella, le iba lo duro) y por
último su profesión. ¿A quién quería engañar? A ella le gustaba ser puta, si no
hubiese vendido pañuelos en los semáforos o cultivado tomates. Le encantaba que
la llamaran y notar el deseo desde la otra línea, deseo por ella. La
incertidumbre de quién se encontraría detrás de las puertas. Manos desconocidas
tocándola, haciéndola disfrutar y notar el goce que ella proporcionaba en el
otro. A veces no eran manjares los platos que llegaban a su cocina, pero otras
era verdadero arte culinario…y así es la dieta, a veces lentejas y no te quejas. Le encantaría aceptar ser la mujer
del Presidente, seguir viéndose con Felipe y conservar su trabajo de puta. Por
qué era todo tan difícil, o tal vez no lo fuera. Recapacitó, si aceptaba ser la
mujer de Rodrigo y su grupo de Gobierno descubría que era puta (se salvaría de
que la lapidaran gracias a que no se recogía ese castigo en el código penal) y
Rodrigo no se merecía una afrenta de ese tipo. Era un buen hombre, aunque fuese
político. Pero, si aceptaba la propuesta de Felipe, con lo posesivo que era,
tendría mucha menos vía libre para sus quehaceres sexuales, y es que el nombre
de Vicio no lo eligió al azar, sabía cuál era su enfermedad.
-Vicio, contéstame. ¿Te vendrías conmigo?-. Aquellos
hermosos ojos verdes brillaban y con ese brillo perdió su interés por él. ¿Dónde
estaba el tipo duro que casi la conduce a perder la cabeza? No quería un
peluche, eso podía conseguirlo con el Presidente, quería un macho, pero Felipe
comenzaba a meter el rabo entre las patas.
-No, Felipe. No acepto tu propuesta. Lo siento, me
gusta mi vida.
-¿Cómo? Pero seguirás atendiéndome, ¿verdad?
-No lo sé.
-¿Cómo que no lo sabes? Y la agarró por un brazo,
despertando la fiera que llevaba dentro, esa que odiaba ser rechazado, el que
marcaba territorio e imponía las normas y Vicio se dio cuenta de cuál era su
talón de Aquiles y continuó provocándolo. Fue entonces cuando tomó la decisión
que marcaría su vida, pero esa decisión sólo la sabría ella.
-Yo no te quiero, yo nunca querré a nadie, así que
si en algún momento tengo hueco y tú un calentón te atenderé-. Abrió la puerta
y lo invitó a salir.
Una vez sola encendió el televisor y allí estaba él,
dando su primer discurso. Lo había hecho, había asesinado al antiguo presidente
y él estaba al mando. Se llevó las manos a la boca. Cogió su teléfono y reenvió
la llamada, saltó el contestador.
-Sí, acepto. Dime qué debo hacer.
La vida de Vicio va a dar un giro. Quiere vivir
bien, acomodada. Quiere disfrutar del sexo y quiere volver a verlo, a él, a
Felipe, pero no al tierno, sino al duro, al que la ata a la cama y la conduce
por un peligroso camino donde la única parada es el placer. El que la amordaza
y aún así le hace decir las palabras más sucias que jamás se hayan pronunciado.
El que le infringía dolor, sí, pero vestido de goce. Tal vez, como decía su
abuela, la avaricia rompa el saco, quizá,
como solía vaticinar, más vale pájaro en
mano que ciento volando, pero también recordó un dicho que se tatuó a fuego
en el alma desde muy niña, quien no
arriesga, no gana. Y ella quería ganar, y ganaría.
Pero Vicio no sabía lo equivocada que podía llegar a
estar, y como la vida es capaz de sonreírte, acariciarte y mecerte en su cuna,
para luego dejarte caer al vacío donde las lágrimas serán el consuelo.