A
las nueve menos cinco aparcó (de forma puntual) la limusina negra, con los
cristales tintados, delante del hotel Máximo Confort. El chofer, un hombre
cuarentón con los mofletes rojos debido a su sobrepeso miró de izquierda a
derecha. Vicio sonrió para sus adentros, tal vez el pobre hombre se esperaba a
una mujer con una falda de cuero (del tamaño de un cinto), en sujetador, con el
pelo enmarañado y con alguna pieza dentaria perdida en el camino de su
callejear. Tristemente, cuando alguien escucha la palabra puta, esa es la
imagen que procesa su cerebro. Hay putas con clase y clases de putas, ella
prefería ser de las primeras. Con su vestido negro ceñido, tacones a juego y un
neceser en la mano se acercó al vehículo y le sonrió al conductor.
-Buenas
señorita, ¿puedo ayudarla en algo? Le preguntó el buen hombre mientras la
escaneaba de arriba abajo (con dificultad debido a la papada de su cuello).
-Soy
Vicio, creo que me está esperando.
Los
ojos del muchacho se abrieron y descubrió que los tenía, que aun no habían
desaparecido entre la masa de carne que empezaba a alienar su cara. Lanzó hacia
el asiento del copiloto la hamburguesa que se estaba comiendo y se dispuso a
bajarse del coche.
-¡Oh,
no es necesario! Exclamó ella, sabiendo la dificultad que supondría para el
pobre hombre.
Durante
el trayecto se limitó a mirarla (admirarla) por el espejo retrovisor y Vicio
adivinó que en ese preciso momento envidaba a su jefe, ese que había contratado
a una puta con clase para satisfacer sus menesteres. Paró delante de unos
grandes almacenes, le dio un sobre y le indicó que la recogería en dos horas.
En
el ascensor de camino a la cuarta planta, donde estaba la ropa de gala, abrió
el sobre y contó dos veces el número de billetes púrpura que había en el
interior.
-¿Qué
pretende este hombre que compre? Sólo me dijo un vestido de gala, un bikini y
ropa de deporte. Dios santo, pues muy cara tiene que ser la ropa aquí. Madre
mía, con esto podría retirarme durante dos años-. Parloteaba con su única
compañera, la soledad.
El
ascensor se abrió ante una enorme planta llena de hermosa ropa y eficientes dependientas
decididas a ayudarla. Creyó haber llegado a la gloria, y es que ascender a la
cuarta planta de aquel centro comercial es un “bisnes” que tienen unos pocos. Así que decidió dejarse mimar.
Estaba haciendo negocios. Ella lo haría disfrutar en la cama y él en el dinero.
A
las dos horas estaba el preciso chofer esperándola en la calle, repitió el
gesto de primera hora de la mañana, lanzar (esta vez el perrito caliente) al
sillón de al lado, en el que aun persistían las grasas de la hamburguesa del
desayuno, a pesar de haberlas intentado borrar con algún producto para el
tapizado que atufaba la limusina.
-Debo
llevarla a casa del señor.
-Muy
bien, pues allá vamos.
La
casa estaba a las afueras de la ciudad, tardaron casi una hora en llegar a la
imponente mansión que se abría paso entre una arboleda que susurraba palabras
al viento que mecía las copas. En la puerta los esperaba un señor de unos
cincuenta años, con el pelo engominado hacía atrás y recién afeitado. Tenía los
ojos azules y patas de gallo queriendo anidar en ellos. Vestía una camisa
blanca y pantalón de pinza gris. El aparatoso conductor le abrió la puerta a su
pasajera y la ayudó a salir del coche tendiéndole la mano, único y fugaz
contacto que tendría con ella. El patrón, dueño y señor del lugar y de ella
durante veinticuatro horas se acercó y la besó en la mejilla.
-Permítame
presentarme-. Le dijo con elegancia en la voz. –Soy el Teniente Coronel del
Estado, pero para usted Rodrigo.
Vicio
hubiese agradecido un poco menos de derroche en fanfarronería. Como si a ella
le importase un carajo el cargo que tuviera. ¿Acaso la iba a sacar de puta? Pues
entonces que se ahorrara las “1cuajeringadas” y
pusiera el billete (que había dejado claro que no le faltaba) por delante. Así
que se afinó la garganta y cambió el deje por el de ese continente perdido.
-2A mí me gustan las cuentas claras y
chocolate espeso, papi.
Dígame usted qué vamos a hacer veinticuatro horas, mire que eso le va a salir
muy caro.
-Me
encanta cuando me dices papi-. Y la apretó fuerte contra él haciéndole notar la
dureza de su rifle (y no el de la contienda) sino el de combatir en guerras más
íntimas. –Quiero que me lo digas mucho, al oído, gritando-. Le decía mientras
se frotaba a punto de desgastarla.
-Claro,
mi papacito querido. Yo se lo digo cuando usted quiera, 3ni que estuviéramos bravos.
Entraron
en la casa y Vicio, al ver tanto lujo, deseó que quisiera sacarla de la
prostitución. A pesar de que su corazón no era de alquilar y que aun soñaba con
que algún príncipe la rescatara de aquel equivocado cuento de hadas y la
despertara de su pesadilla particular con un cálido beso. Pero mientras tanto
estaba en la vida real, en la que vendía sus caricias y arrestaba al corazón. El
pobre chofer, andaba jadeante, cargado con las bolsas de la compra, tras ellos.
-4Se ve que se toma la sopita-. Le
insinuó al teniente mientras señalaba a su conductor.
-Lleva
toda la vida bajo mi servicio y le gusta demasiado comer. Ya lo doy por
perdido. A lo importante-. Le dijo mientras subían por una enorme escalera de
mármol con los barandales bañados en oro y una alfombra roja bajo sus
pies. -Esta noche tengo una cena de
gala, vendrá el presidente del gobierno marroquí, Mohamed IV; Alwaleed Bin
Talal, uno de los jeque árabes más ricos del mundo y Leopoldo Cintra Frías, el
actual ministro de las FAR. Como comprenderá un hombre que sirva buen vino y tenga
a su lado una hermosa mujer es un hombre admirado. Mañana, los llevaré a jugar
al tenis y almorzaremos en la piscina, donde habrá más mujeres como usted,
mejorando lo presente, que harán degustar de los placeres españoles a mis huéspedes.
-¿Otras
putas? ¿Entonces por qué yo? -5!
Hay que estar mosca, papá!
-No
te me pongas celosa, tú eres sólo para mí. Y esta noche te encargarás, una vez
que cierre la puerta de mi habitación, de deleitarme con tus pícaras
habilidades.
A
Vicio le quedaban veinticuatro largas horas por delante y complacer a un terrorista
(deducción a la que llegó viendo quienes eran sus amistades) en la cama. Sólo esperaba
que no pretendiese que jugara con granadas ni la hiciera vestirse de militar. Aunque
por quinientos euros estaba dispuesta a dar un golpe de estado si así lo quería.
Sentía curiosidad por saber quiénes serían las otras putas, serían putas con
clase o clases de putas. Aun le quedaban muchas cosas por descubrir, pero lo
más inquieta que la tenía era su papel en la cena de gala y la refriega en las
sábanas del Teniente Coronel.
Expresiones
colombianas:
1-Cuajeringadas: decir bobadas.
2-A mí me gustan las cuentas claras y el
chocolate espeso: pongamos el dinero por delante.
3-Ni que estuviéramos bravos: faltaría
más.
4-Se ve que se toma la sopita: come
demasiado.
5-¡Hay que estar mosca, papa!: Enfadarse.
Bien, vamos a ver k le repara la cita con este rico y céntrico cliente! ^.^
ResponderEliminarTe agradezco la explicación de las expresiones, asi es mucho más ilustrativo
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