Los días de otoño entristecen el alma, el gris del cielo,
en el que queda lejano el azul, amenaza con expulsar y dejar fluir el llanto
reprimido. Pero se abstiene, se envalentona y no llora, como tampoco lo hace
ella. Está sentada en un banco del parque viendo como las hojas de los árboles
se suicidan. Se le antojan cobardes, lanzándose al vacío. Si ella fuera hoja se
agarraría a las ramas y no habría fuerza de la gravedad ni ley de la naturaleza
que la obligara a quedar a ras del suelo donde ser pisoteada por esos gigantes
e inhumanos transeúntes. Son las ocho de la tarde y empieza el movimiento, las
ve llegar, ligeras de ropa, sin clase ni otro oficio que el mercadeo de su
propio cuerpo. Algunas van semidesnudas, en tanga y sujetador. Parecen un
rebaño de ovejas sueltas, buscando un pastor que les indique el camino, que las
meta en vereda. Los coches se acercan y se lanzan sobre ellos, suplicando un
polvo, un mísero polvo por el que sacar unos eurillos que le den calor a su
frío y desesperado bolsillo. Algunas tienen suerte, suben al coche y se alejan.
Hoy seguro que comerán. Otras, en cambio, no son tan afortunadas. Se burlan de
ellas y les tiran piedras. Las llaman putas, una simple palabra de cinco
letras que te puede estigmatizar de por vida. Se sientan en el bordillo de la
acera, sacan un cigarro y pasan el tiempo observando como el humo se mezcla con
el gélido aire otoñal. Otras, sin pudor, sacan una bolsa de polvos blancos,
separan una raya con ayuda del carnet de identidad y la inhalan, empatizo con
ellas, hay que tener mucho estómago y cero escrúpulos para elegir esta
profesión (o la necesidad de comer y sobrevivir en este mundo donde ya no queda
nada para los pobres). Ve acercarse una furgoneta, les lanzan (como si fueran
perros), unas bolsas con comida y preservativos. Probablemente trabajen para
alguna mafia, esclavizadas, vendiendo su cuerpo para llevarse un mísero
porcentaje. Se levanta y se va. Ya ha visto demasiado, es una puta con suerte.
Trabaja para ella y establece sus normas. Además cuenta con el hostal y no
tiene que estar en plena calle, como carne de carroña. ¡No! Ella no acabará
así. Su teléfono sonaba de forma incesante. No quería responder, necesitaba
pensar. Era de esos días en los que el ánimo se solapa con el clima. De esos
días en los que te vuelves gris. ¿Qué había pasado con sus sueños e ilusiones?
¿Se habían desvanecido para siempre o sólo estaban aparcados? Caminando sin
rumbo llegó a la calle del hospital. Allí estaba, reconocería ese maletín entre
mil. Ese maletín del que sacó la pomada con la que le curó el labio el día que
se la folló de esa forma tan animal. De
pelo rubio y complexión fuerte. Era él, no había duda y era médico. Se agachó
para esconderse detrás de un coche y esperó a perderlo de vista.
-¿Buscas algo?-. Le dijo una voz familiar. Se volvió
sobre sus pasos y allí estaba. Le tendió la mano para ayudarla a incorporarse
pero Vicio la rechazó.
-¡Qué alegría verte!-. Le dijo.
-Yo no le conozco de nada-. Intentó recomponerse y huir
de su lasciva mirada.
-¿Ah no? No importa, yo te refresco la memoria. Cuarto
sesenta y nueve, tú y yo. Un castigo y mucho placer-. Y aprovechó para atraerla
hacia él.
-¡No me toques! No volveré a darte ningún servicio. Las
normas las pongo yo, para eso es mi negocio.
-¿Y dónde tienes el negocio? ¿Entre las piernas?
-Si te vuelves a acercar a mí, gritaré.
-Vicio, por favor, ¿a quién van a creer, a una puta o a
un respetado médico?
Tenía razón, sólo era una puta, para los ojos de la
sociedad no era más que una vulgar mujer sin estudios y sin derecho a respeto
porque se acostaba con hombres por dinero. Y los hombres que demandaban sus
servicios, ¿qué eran? Seguían siendo respetados médicos, abogados… ¿Qué papel
ocupaban en esta clasista sociedad?
-Por cierto, tienes que explicarme cómo llegué a mi casa
y por qué tenía benzodiacepina en mi organismo-. La miró y arqueó una ceja.
-¡Joder, joder! Que es médico, seguro que me va a
denunciar-. Pensó. –A mí qué me cuentas. Tú sabrás qué más vicios tienes sin
ser yo.
La agarró por los dos brazos y se apretó contra ella. A
Vicio le flaquearon las piernas. ¿Qué le pasaba con aquel hombre que la
humedecía simplemente con su presencia?
-Anda, vamos a mi casa. Sólo una mamadita-. Tenía la voz
rota por el deseo. El teléfono de Vicio seguía sonando, se separó de él y
contestó.
-¿Alo?
-Con Vicio, por favor.
-Habla usted con ella, papacito.
-Quiero contratar sus servicios durante veinticuatro
horas-. Le dijo una voz madura. Se podía adivinar que era alguien culto. La
trataba de usted. La respetaba.
-Muy bien, papi, pero eso es más caro. Si usted quiere
que le haga compañía todito un día son
trescientos euros, si quiere sexo sube a quinientos papacito y la ropa de gala
la paga usted. Mire que yo no tengo plata.
-No se preocupe, mi chofer la recogerá mañana a primera hora delante del hotel Máximo
Confort y la llevará de compras. Necesitará un vestido de gala, un bikini y
ropa de deporte. No se retrase.
Se cortó la comunicación y a Vicio le volaron mariposas
en el estómago al saber que ganaría quinientos euros. El médico (que seguía
allí) abrió la cartera y le enseñó dos billetes de quinientos.
-Yo no te retendré veinticuatro horas, pero te daré
esto-. Y movió los billetes en el aire. Vicio retrocedió, era tentador pero su
raciocinio la invitaba a alejarse. Aquel hombre era peligroso y no porque le
gustara el sadomasoquismo, sino porque podía enamorarla. Se dio la vuelta y se
fue sin volver la vista atrás. Mañana
sería un gran día y debía estar radiante.
Preciosa estoy enganchada a esta historia. lo de la canción fue un punto y sobre todo el tema. me encantaaaa.
ResponderEliminarEstoy super enganchadisíma a esta historia, para cuando la próxima parte guapa??
ResponderEliminarHola, !cuánto me alegro de que les guste! entre hoy y mañana colgaré la quinta parte. Muchas gracias. muakis.
ResponderEliminarNo me había dado cuenta de k habías actualizado esta historia! Voy corriendo a ponerme al día!
ResponderEliminarPor cierto, gracias x esta entrega! Aunke no hubo sexo, estuvo genial! ^.^