-¡Au!-.
Gimió. Pero él la golpeó más fuerte. -¡Au!-. Repitió.
El
cinto chocaba contra su culo provocándole un escozor que duraba varios minutos,
y que aumentaba con un nuevo latigazo. Perdió la cuenta de cuántos azotes
alcanzó y puso en marcha su instinto de supervivencia.
-Papacito,
no me castigue más, mire que prometo ser buena, se lo juro por la virgencita.
-¡No,
mami! Has sido muy mala y tienes que aprender. ¡Levántate!
Se
incorporó y quedó frente a él. La inspeccionó con minucioso cuidado.
Alta,
delgada. De huesos marcados (pero sin aspecto enfermizo), de piel muy blanca y
pecosa. Los ojos color miel, combinados con el color de su larga melena
ondulada. Nariz respingona y labios carnosos. Al sonreír se le marcaban dos
hoyuelos en los cachetes y cuando la poseía el vicio (había descubierto que podía
sucederle con algunos clientes), se mordía el labio inferior. Tenía los dientes
pequeños, pero alineados, que se perdían dentro de su boca, tras sus gruesos
labios. Llevaba un camisón corto, de gasa transparente, que le caía sobre las
caderas.
-¡Date
la vuelta!-. Le exigió con cara de satisfecho. Le acarició las nalgas moradas y
las besó. Agarrándola del pelo la atrajo hacia él, y así de espaldas como
estaba, comenzó a besarle el cuello. Esa muestra de pasión después de la
agresividad de los azotes la estremeció y lo notó en la humedad de su polo sur.
Se frotó contra él y sintió como su excitación aumentaba. De un sólo movimiento
quedaron cara a cara y se leyeron, en los ojos, las miserias de ambos. La
empujó hacia donde su mástil imperaba erecto y la obligó (sin tener que
esforzarse mucho) a darle calor a su miembro, y ella (deseosa) obedeció. Era
una experta haciendo mamadas, la satisfacción o lo rápido que sus clientes
alcanzaban la cima de la montaña del placer,
la había graduado cum laude.
Su
peculiar cliente se volvía más agresivo entre más excitado estaba y le amarró
el cinturón (con el que le golpeó el culo) a modo de mordaza. La levantó por
los brazos y la empujó contra la pared, provocando que se golpeara la cabeza.
La cogió por los muslos subiéndola y quedando suspendida en el aire. La
embistió de forma feroz.
Vicio,
intentaba respirar a través del cepo que tenía en la boca. Comenzó a asustarse.
Le faltaba el aire. Los ojos de aquel extraño estaban fuera de sí y por suerte
para ella la liberó, aprovechando para recuperar su respiración algo
entrecortada. La besó. Eso estaba prohibido. Nada de besos ni de quedarse
tumbado a su lado después de haber terminado el servicio. ¡Nada de amor! Cuando
quiso recordarle esa norma, le mordió el labio inferior y notó como la sangre
caliente le bajaba por la barbilla.
Lo
empujó y se zafó de sus manos. Fue al baño a mirarse la herida. Le había hecho
un corte. Se lavó la boca y al levantar la cabeza lo vio detrás de ella por el
espejo que colgaba encima del lavamanos.
-Aquí
las normas las pongo yo. ¿Entendido?-. Y la metió dentro de la bañera.
Abrió
el grifo y dejó que el agua fría apaciguara la tensión. Se volvió delicado y
fue besando poco a poco cada rincón de su cuerpo, mientras se dejaban fluir
como la cascada que caía por sus cuerpos. La hizo disfrutar y bebió de la
panacea que escondía su vientre bajo. Esta vez (ya liberada) pudo gemir de
satisfacción, convirtiéndose en una gota más de agua que se disuelve en tu mano
después de un viaje de descenso al vacío. Volvió a penetrarla. Abrazados
remaban a favor de la corriente para llegar a la orilla del río del placer. Y
llegaron. Permanecieron unidos unos minutos.
Se
respiraba un aire espeso entre ellos, como quien espera la revancha. Ya
ataviados, él sacó un neceser de su maletín, la sentó en el borde de la bañera
y le curó el labio. Le dio un beso en la frente y salió del cuarto de baño. Se tumbó
en la cama.
-Debes
irte. Sabes que otra de las normas es que no puedes quedarte después del
servicio. Y ya violaste una, así que hazme el favor y lárgate-. La tensión de
la situación la hizo olvidarse de su adoptado acento.
Sus ojos
volvieron a encenderse con la agresividad de un depredador. Vicio, retrocedió. Debía
cambiar de táctica.
-Pues
quiero otro servicio. Pagaré el doble.
-Paga
por adelantado.
La escrutó
con la mirada pero aceptó. Sacó sesenta euros de la cartera y se los dejó
encima de la mesa que estaba junto a la puerta de la entrada.
-Ahora
quiero descansar un poco-. Y se tendió en la cama con la mirada fija en ella. Vicio
no estaba segura de poder soportar otro combate como el de hacía unos minutos y
pasó al plan B. Recuperando su fingido acento quiso amansar a la fiera.
-Bueno,
papacito, te invito a una copa para reponer fuerza y me des candela de la
buena.
Aceptó
y Vicio se dirigió a la esquina de la habitación donde había una nevera y un
mueble bar. Se puso de espalda al cliente, llenó dos copas de vino y en la de
él añadió unas gotas de somnífero que le había preparado un camello de la
ciudad para ocasiones en las que regía la supervivencia. Se acercó a la cama y
le dio la copa. Se sentó a su lado y bebieron en silencio. Al cabo de diez
minutos su acompañante casual dormía plácidamente. Lo vistió como pudo y llamó
al sobrino del dueño del hostal, un joven de unos veinte años, de pocas
palabras y un poco bruto. Se lo cargó al hombro y lo dejó en la dirección que
aparecía en su documento de identidad. En dos horas despertaría sin recordar nada
y con sensación de resaca.
Era puta,
pero humana. Vendía su cuerpo, pero merecía respeto. Podías disfrutar de ella,
con ella, pero no someterla, o tal vez sí. Tú pagas por el producto y haces lo
que quieras con él. Pero ese producto tenía piel y nombre (aunque se esconda
tras otro), tenía límites. Pero al fin y al cabo era puta. Había elegido la
cara equivocada de la moneda. Una moneda de cambio sin más valor que ese, un
trueque de placer por dinero. Ya llevaba demasiado camino andado y dar marcha
atrás se le antojaba lejano. Se sacudió la negatividad, eran las tres de la
tarde y su nuevo cliente estaba al caer.
De nuevo, disfruté con la lectura y me kedé con ganas de más, jejeje
ResponderEliminarEspero k pronto publiques de nuevo!
Saludos!
Muchas gracias, Dulce...que alegría saber que te está gustando. El próximo lunes publicaré la cuarta parte. A ver qué clase de cliente le toca? Muakis...
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