En
la habitación empezaban a sonar las primeras notas musicales que despertaban el
ritmo. El ritmo en él o ella, en la atmosfera, el ritmo en la vida. Era una
melodía que despertaba a las fieras dormidas, los sueños ocultos y transformaba
las mentiras en verdades. Poco a poco fue saliendo de su entumecimiento, empezó
a mover tímidamente sus piernas, con un poco de vergüenza contoneó sus caderas,
lo hacía con disimulo como si alguien la o lo estuviera mirando. En su cara se
dibujó una sonrisa y mientras aumentaba el ritmo de las notas aumentaba el
ritmo de su cuerpo, y así fue desperezándose del que era para convertirse en lo
que quería ser.
Manuel era un hombre culto, discreto y con una visión de la vida aferrada a
arcaicos valores morales. Le gustaba el olor a café recién hecho, el tabaco y
una copita de whisky los viernes por la noche. En su trabajo como funcionario
del Estado era respetado por sus compañeros y criticado por los vecinos, -funcionario
cascarrabias-, solían murmurar. Pero él hacía oídos sordos y caminaba con
paso firme por la vida haciéndose notar con cada pisada, porque él era un
hombre y los hombres no se acobardan ante nada. Pero como todo ser humano, como
todo hombre y detrás de esos arcaicos valores morales de verdades
inquebrantables, se escondían secretos. Al fin y al cabo, -quién no tenía
secretos, se decía-.
Lola era una alocada mujer de vestidos de lentejuelas, zapatos de una altura
vertiginosa, purpurina y sombra de ojos. Le gustaba el olor a café recién
hecho, el tabaco y una copita de whisky los viernes por la noche. Cantaba a la
vida, al viento, al amor y a la libertad. Andaba por la vida de puntillas,
haciéndose notar con cierto disimulo. Salía de noche y se ocultaba de día. Y
entre la oscuridad, la negrura y las sombras tejió lo que quería ser.
Las notas musicales y su euforia iban en aumento, ahora se movía con agilidad.
Daba vueltas por la habitación al ritmo de los acordes y cantaba utilizando un
cepillo como micrófono. Cuando consiguió sentirse ella se plantó delante del
espejo. Borró de su retina lo que era y comenzó a dibujar lo que quería ser.
Aplicó su base de maquillaje, sombra de ojos, purpurina, rimel de pestañas,
uñas postizas y de pronto en su retina no quedaba resto de la imagen que había
sido. Cada vez más segura de si misma y satisfecha con el resultado abrió el
armario de par en par y se dejó deslumbrar por los brillos, los encajes y las
lentejuelas.
Dos horas más tarde y terminado el ritual estaba Lola ataviada de pies a cabeza
con un elegante vestido negro de gasa con la espalda descubierta, guantes de
satén y sofisticados zapatos de tacón. Un último retoque, su larga y pulida
melena negra. Se miró al espejo y se lanzó una mirada de aceptación a la que
ella misma se respondió con un guiño de ojos. Era la hora, las doce de la noche
y para esta cenicienta de cuento al revés comenzaba la aventura.
Y así era como Manuel dejaba de ser él, abandonaba sus arcaicos valores morales
y se convertía en Lola, al fin y al cabo, -quién no tenía secretos-, se
decía.
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