Entró en casa, corriendo,
con su vestido de baile de graduación y dejó cerrarse tras ella la puerta con
un rotundo portazo. Subió a su cuarto y se tiró en la cama enterrando la cabeza
en la almohada y empapándola con sus lágrimas. Su abuelo, observó la escena
desde su viejo sillón, en el que solía leer el periódico acompañado por una
copita de vino y un puro, y supo que había llegado el momento que temía desde que esa pequeña, su pequeña,
llegó a su vida. Acababan de romperle el corazón. Se levantó con piernas
temblorosas y subió con paso lento la escalera, tocó con suavidad en la puerta
y escuchó un ahogado, -déjame-. Sabía, por la experiencia que le daba la vejez,
que ese “déjame”, era un grito de auxilio. Entró en el cuarto y vio a su pequeño
ángel deshacerse en lágrimas. Se sentó a los pies de su cama y esperó a que
ella tomase la palabra.
-Me
ha dado plantón abuelo, estuve media hora esperándolo como una tonta en la
puerta del baile y no apareció. Lo llamé varias veces y me cortaba el teléfono.
Soy una estúpida.
-Pues
serías la estúpida más hermosa del baile-. Le contestó con dulzura.
-¡Abuelo!
No te enteras. Luego apareció con esa zorra de bachillerato, pasó a mi lado y
no me dijo nada, no se digno a mirarme. Me acerqué a él para que me explicara
que ocurría. Dos noches antes habíamos hablado por el facebook y me dijo que me
llevaría al baile, que le gustaba mucho y que era la chica más guapa de
secundaria.
-¿Y
qué explicación te dio?
-Me
dijo que me lo había inventado todo, que él no salía con niñas y que fuera a
inventar historias a otro lado. Pero es cierto, lo tengo todo en el facebook,
si quieres te lo enseño.
-No,
princesa, no es necesario, te creo.
-¡Claro!
Eres mi abuelo siempre me vas a creer. Soy una estúpida y lo peor es que estoy
enamorada de él. Nunca podré enamorarme de más nadie, lo quiero demasiado.
-Sí
que podrás, cariño, verás como pronto encuentras a un chico que sepa ver la
belleza que hay en ti.
-No,
no lo encontraré. Tú no me entiendes, llevas toda la vida casado con abuela.
Nunca te han roto el corazón.
-Te
equivocas, pequeña, a mí también me rompieron el corazón.
La
joven se incorporó y miró a su abuelo, quien tenía lágrimas en los ojos por la
tristeza que veía en su nieta y por los viejos recuerdos que visitaban de nuevo
su cansada memoria.
-¿En
serio?-. Preguntó la muchacha con ojos curiosos esperando escuchar una historia
que la invitase a volar por los senderos de la curiosidad.
-Hace
muchos años, cuando yo era un mancebo y estaba de buen ver, existía una revista,
La Conquista, a través de la que
podías conocer gente.
-¿Cómo
el facebook?
-Sí,
como el facebook o parecido. Te podías inscribir a esa revista, dejabas una
pequeña presentación con tu foto y dirección y esperabas que te llegasen cartas de alguna moza. Yo también podía elegir alguna señorita que me gustase y
escribirle.
-¿Pero
tú y la abuela no se conocían del pueblo?
-Presta
atención, jovencita. Corría el año 1959, yo tenía dieciocho años, era fuerte y
estaba lleno de vida. Solía comprar La
Conquista y mirar las fotos de las muchachas, y hubo una que me robó el corazón.
Se llamaba Dolores. Era hermosa, alta, delgada, con una sonrisa traviesa y una
mirada de soñadora. Su presentación era algo curiosa, “No me llames Dolores, llámame Lola, que para dolores los de la vida. Si
me quieres conocer yo una sonrisa te sacaré”. Fue leer esas palabras y
enamorarme. Vivía en Andalucía, ya se le notaba ese arte, esa gracia en su
forma de escribir y de posar para la foto, y empezamos a escribirnos. Estuvimos
un año carteándonos, nos lo contábamos todo, desde las cosas más cotidianas
hasta los sueños y anhelos que llevábamos ocultos en el alma.
Intercambiábamos
fotos, poemas, promesas, y nos comprometimos. Lo teníamos todo planeado. Yo trabajaría
duro y ahorraría para nuestra boda, iría a su pueblo, le pediría la mano a su
padre y nos casaríamos. Pero me reclutaron para formarme en el ejército y
servir a mi patria. No tuve tiempo para escribirle contándole lo sucedido. Por
desgracia, por aquellos tiempos de dictadura, cuando venían a buscarte a tu
casa, te marchabas al momento con lo puesto y sin oponerte. Pasamos varios
meses en la contienda, hasta que por fin nos instalamos en un cuartel cerca de
Andalucía. Le escribí muchas cartas explicándole la situación, le confesaba que
su recuerdo y la promesa de nuestro futuro matrimonio era lo que me mantenía
con ilusión en aquellos tiempos tan grises, pero nunca obtuve respuesta. Cuando
llegó el día en el que nos dejaron marchar a casa, me duché, embetuné los
zapatos, me puse colonia y me presenté en la casa de sus padres dispuesto a
pedir la mano de Dolores y casarme esa misma semana con ella. Pero las cosas no
salieron como habíamos soñado, las promesas se escurrieron como arena entre los
dedos. Me abrió la puerta una Dolores diferente a la que conocía, o creí
conocer. Estaba embarazada de dos meses, había contraído matrimonio con un
joven de su pueblo. Creyó que yo la abandoné, nunca le llegaron mis cartas, el
soldado encargado del correo nunca las envío y ella rehízo su vida con el
primero que tocó en su puerta. –Esta es la confianza qué tenías en mí-. Le
pregunté. Pero fue incapaz de contestarme. Me di la vuelta y regresé a Madrid.
Tardé varios meses en reponerme de aquel duro golpe, ni las noches en vela en
medio de una guerrilla ni los bombardeos o la muerte de algún compañero de
combate, me habían causado tanto dolor como la pérdida de Dolores, que bien le
sentaba ahora su nombre. Luego conocí a tu abuela, volví a ilusionarme, nos
casamos y tuvimos a tu padre. Pero aun recuerdo a Lola, y lo que podría haber
sido.
-¿Te
arrepientes de haberte casado con abuela?
-No,
cariño, tu abuela ha sido mi compañera, mi confidente y me ha dado lo mejor del
mundo, a tu padre y luego a ti.
-¿Abuela
sabe esta historia?
-No,
hija mía, esta historia ha estado escondida en las paredes de mi corazón
durante cincuenta años y ahora te la he contado a ti.
-Será
nuestro secreto, abuelo.
-¿Se
supera, abuelo? ¿Podré olvidarlo algún día?
-Sí,
princesa, claro que lo olvidarás. Aparecerá otro amor que te pellizque el
corazón y te haga sonreír de nuevo.
La
joven se abrazó a su abuelo con fuerza y lloró por los dos, por ella y por la
triste historia que acababa de contarle. Los unía un secreto y el dolor de
perder a un gran amor.
-Llora,
tesoro, llora-. Le decía mientras le acariciaba el pelo. -Que aunque las
lágrimas te ensucien el rostro, te limpiarán el corazón-.
Espectacular!!!! Me encanta como relatas las historias!!!
ResponderEliminarImpresionante frase con la que terminas el relato! Te la robo para darle consejo a una amiga ;)
ResponderEliminarMuchas gracias...muakis
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