Llovía.
Llovía como en esos días de enero en los que el cielo se cubre de melancolía y
llora. Llora hasta empapar nuestros corazones hambrientos. Corría el agua. Corría
como en esos desastres naturales. Huía.
Huía el agua como huyen las lágrimas…que
escapan del dolor.
Hacía
frío. Pero no el frío de la ausencia de tu cuerpo al amanecer cuando abandonas
tu lado de la cama. Ese frío que cala hondo, que paraliza y entrecorta la respiración.
Hacía un frío que presagiaba la helada que convertiría en escarcha mi alma a
partir de ese día.
Fumaba,
como de costumbre, mi puro de las siete de la tarde acompañado de una copa de
Drambuie. Una hoja en blanco ante mí, la musa dormida y tú… ¿Dónde estarías tú?
Un relámpago iluminó el estudio de muebles caoba y altas estanterías repletas
de libros. Las agujas del reloj jugaban a correr en contra del tiempo…y tú que
no llegabas. Sonó el teléfono. Un timbre, dos, tres…Refunfuñé. Me pregunté para
qué demonios le pagaba tanto a una criada incapaz de llegar a coger el
teléfono. -¡Adela, el teléfono!-. Le grité. Y recordé tus ojos esa misma mañana
cuando me recriminaban en silencio que últimamente siempre estaba de mal humor.
Me lo decías en silencio porque ya poco me hablabas. Te habías convertido en
una sombra sigilosa que rehuía de mí. Pero es que esta novela…los plazos…la
editorial, y yo sin historia.
Te fuiste
sin despedirte. Sin un “te quiero”. Sin
esos dulces besos tuyos. ¡Ay! Tan cálidos. Tan sabrosos. Con tu olor a canela. Tu
sonrisa torcida y tu lengua… ¡Sí, tu lengua! Juguetona, a veces sumisa, tan mía…Pero
no, ese día te esquivé. Estaba tan
furioso por todo y a la vez por nada. ¡Quiero
tus besos! ¡Los quiero ya!
Tres
toques en la puerta.
-¡Pase!
Adela
lloraba con el teléfono en la mano.
-Ridícula
mujer-. Pensé. –No le pago para que llore-. Entonces lo entendí. Tú que no
llegabas. El teléfono. Las lágrimas de Adela…
-Alicia
ha m…-. La mandé a callar levantando la mano. Lancé la copa contra la pared. Los
restos de Drambuie resbalaban por ella. La pared lloraba. En esta casa todo te
llora.
Ya tengo
historia. Aunque a ti ya no te tengo. Es la historia de los besos que no te di…y
que no podré darte nunca.
Mañana
es el gran día…fans, autógrafos, la presentación en sociedad de “Los besos que no te di están cerca”. Y
luego, en el vacío de esta casa me reuniré contigo…Y ahí, donde quiera que
estés, adonde quiera que yo vaya, no habrá malos humores, sólo tu boca y la mía…y la eternidad de tus besos.
Moraleja: El
tiempo no vuelve. Las personas tampoco. Nunca podrás volver a dar los besos que
no diste. Siempre es tarde para un “te
quiero” no dicho a tiempo, que guardaste para… ¿Para cuándo? Los “te quiero” no se guardan ni los besos,
tampoco los abrazos. Son gratis, no escatimes. Aunque sean gratis tienen un
valor inigualable: el valor de hacer
feliz a alguien. De volverte
inmortal y convertirte en un buen recuerdo. El orgullo, la ira y los malos humores te convertirán en alguien a quien no querer recordar…y ese es el peor castigo para un ser humano.
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