Puede
el mar golpear las rocas con la furia suficiente para hacerlas llorar y
estremecerse, dejándolas embestidas y aullando su dolor callado, arraigado en
el oscuro vientre subterráneo, de la madre naturaleza.
O puede
el viento, a mil por hora, arrastrar vidas a lugares lejanos, para apalear sus cimientos
y hacerlos tambalear.
También
puede el cielo enfadarse con las nubes, haciéndolas gemir hasta que queden
todos en la tierra ahogados por las tristes lágrimas que caen, de forma
compulsiva, de la bóveda azul que nos vigila desde el firmamento.
Pero
es el fuego el que calcina los corazones, el que hace arder las pasiones, que
empiezan con el crepitar del deseo, extendiéndose con velocidad y arrasando las
hectáreas del alma, que queda azorada por la sacudida de calor a la que se ve
sometida. Y puede el fuego peregrinar por el mapa de tu piel, dejando tatuadas
las heridas del ímpetu, convirtiendo en cenizas los sueños, que fraguaste, cuando aquella incongruente chiribita
se asomó a la ventana de tu corazón.
Y puede el fuego peregrinar por el mapa de tu piel, dejando tatuadas las heridas del ímpetu, convirtiendo en cenizas los sueños, que fraguaste, cuando aquella incongruente chiribita se asomó a la ventana de tu corazón. Se me erizó la piel al leerlo. Que bien que escribes.
ResponderEliminarQue bonito, Elizabeth como siempre. Quiero escribir y sentir como tu, que arte. Enhorabuena.
ResponderEliminarBuenas tardes, señorita. Pues tenían razón con que escribes muy bien, yo diría que mucho más que bien. Guapa, joven, inteligente, con un enorme corazón y un gran talento. Lo tienes todo, cielo, cómete el mundo.
ResponderEliminarAbrazos