-Quiero besarte-. Le dijo con voz ronca, brillo en los
ojos y sudor en la piel. Transpiraba por sus poros el deseo que le despertó
aquella cálida tarde de verano, cuando la vio pasar bajo el cielo anaranjado
que comenzaba a darle la bienvenida al anochecer. Ella alzó la mirada escondida
entre los mechones de pelo que le caían sobre el rostro, algo sonrojada, se
mordió el labio inferior y dio un sorbo a la humeante taza de café que
sostenía, temblorosa, por las ansias que desde las entrañas la impulsaban a besar a aquel desconocido
hombre con el que el destino la obligó a tropezar. Un hombre de piel morena y
dientes blancos perfectamente alineados. Con una agilidad mental que la hacía
tambalearse sobre sus propios pies, retándola a ser mejor que él en un juego
inofensivo que amenazaba con volverse peligroso.
-No puedes, sería pecado. Estás casado.
-No lo sería, Dios cerrará los ojos-. Le susurró mientras
le retiraba la melena de la cara y aprovechaba para acercarse un poco más a
ella. Respirar su olor y notar como su cercanía le erizaba la piel.
-Yo no quiero besarte-. Mintió. Recuperando con esa
mentirijilla piadosa la cordura y el control de sus pensamientos. Se irguió y
con un decidido movimiento de cabeza apartó la cortina de pelo que le impedía
mirarlo a los ojo.
La tensión ocasionada por el deseo latente entre ambos y
el orgullo de ganar aquel estúpido pulso, creció.
Él era astuto, perro viejo. Dio un paso al frente a la
vez que ella retrocedía. Se frenó. Estaba acostumbrado a que todas las mujeres
cayeran rendidas ante su chulería y peculiar encanto. Ella, en cambio, estaba
cansada de chulitos caza faldas y decidió terminar el juego. Avanzó decidida,
enredó los dedos en su pelo y lo besó. Fue un beso corto pero intenso. Con el
tiempo justo de mezclar sus sabores, de notar el calor del volcán, que latente,
esperaba el momento justo de explotar.
Antes de que él pudiera reaccionar, le mordió el labio
inferior y se alejó. Su silueta se fue desdibujando con hipnóticos contoneos,
solo le quedó el dulce sabor de su boca y el amargo sentimiento de derrota.
Pequeñaaaa, gracias porque sé que es por mi. Te quiero por estar ahí. Mi mejor escritora del mundo. Eres la mejor amiga.
ResponderEliminar¿pichuqui? Qué es eso??? Jajaja. Mucho ego, ¿ por ti? Yo escribo historias de la vida. Recuerda, 33. Muakis a mi fan número uno.
ResponderEliminarSeñorita, una vez más ha sido un placer leerla. Un relato sensual, sugerente y elegante. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, José Fernando,me alegro de que te haya gustado...
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