Pasó
la mano con suavidad por la estantería mientras leía los títulos de los libros
que
descansaban en ella. Se fijó en uno con la portada azul y las letras
doradas, lo cogió acariciándolo con cuidado. “El camino de las lágrimas”, leyó
en susurros. -¿De verdad crees que un libro ordenará el caos de tu vida?- Se
recriminó. Cuando se puso de puntillas para dejarlo en la estantería sintió
como alguien le tiraba de la chaqueta color mostaza que llevaba a juego con los
zapatos. Al volverse vio a una hermosa niña de unos seis años, aproximadamente,
con el pelo rubio cayéndole en forma de tirabuzones encima de los hombros y
unos destellantes ojos azules.
-¿Estás
llorando?-. Le preguntó sin rodeos.
-Hola,
pequeña. No, creo que la estantería tiene algo de polvo y debió entrarme en el
ojo.
-Pues
mi abuela es la dueña de la librería y siempre dice que la tiene como los
chorros del oro. Mi abuela también dice que no se debe mentir. ¿Estás
mintiendo? Mira que si mientes se te pone la punta de la nariz roja.
Laura
miró a aquella perspicaz pequeña y le sonrió.
-Puede
que un poquito, pero no se lo digas a nadie.
-Vale,
será nuestro secreto-. Le dijo la niña en susurros mientras le tendía la mano.
–¡Vamos!-.
-¿A
dónde?-. Le preguntó Laura, mientras la niña le señalaba hacia el libro.
-Tú
quieres recorrer ese camino, ¿cierto?-. Laura volvió a leer la portada del
libro. –Sé que estás asustada, pero algún día deberías recorrerlo de verdad y
no a través de las letras que navegan perdidas en las páginas de un libro.
Confía en mí, soy solo una niña, no puedo hacerte daño-. Laura cerró los ojos y
se dejó guiar por aquel corazón puro que le agarraba la mano.
Cuando
volvió a abrir los ojos se encontró un horrible jardín de flores negras. Al
fondo había una fuente oxidada de la que no emanaba agua y por el suelo
caminaban horribles insectos que intentaban subirse encima de sus zapatos.
-Laura,
ahora mismo estás aquí. Tu corazón se ha convertido en un horrible jardín de
flores negras y bichos que se han comido su vitalidad.
-¿Cómo
podré salir?
-Cuando
alejes ese sentimiento de incomprensión y te abandones al destino. Para
evolucionar tienes que dejar aquí la vergüenza de sentir que te ha robado la
intimidad dejándote desnuda para que todos te miren. Ese sentimiento no es
tuyo, es de otros. Déjalo marchar.
Laura
cerró los ojos y exhaló un suspiro, intentando que con él se marchara para
siempre y bien lejos la sensación de no tener secretos ni con ella ni con
nadie, la sensación de identidad e intimidad perdida. Cuando volvió a abrirlos
se encontró en un segundo jardín en el que no había flores de ningún color. Se
habían marchitado, ahogado.
-¿Qué
ha sucedido en este jardín?
-Con
tus lágrimas, las que debes llorar, ahogarás todas las flores negras.
-¿Y
los insectos?
-Eso
depende de ti. Los insectos son el rencor y el odio que hay en tu corazón. Si
quieres que se marchen debes llorar con dolor, para dejarlo ir. No llorar con
la impotencia de lo que crees que debería haber sido, porque crecerán.
Las
lágrimas resbalaban por la cara de Laura, cayendo al suelo y rompiéndose en
pequeños pedazos cristalizados por la sal. Pasó mucho rato así, limpiando su
alma y escuchando el ensordecedor sonido que hacían las gotas de su alma cuando
caían. Perdió la noción del tiempo y llegaron a un tercer jardín. En él no
había flores ni bichos, y se podía ver a lo lejos el sol escondido tímidamente.
La tierra olía a humedad y esperaba ser plantada con esmero y cariño.
-Este
es el jardín de tu presente. Está listo para ser plantado. Aquí tienes el
abono, las flores y las herramientas necesarias. Nacerá lo que resida en tu
corazón. ¡Vigila tus sentimientos! Crearás lo que realmente desees crear.
Laura
estaba confusa. ¿Qué debía sentir ante los últimos acontecimientos que habían
azotado su vida? tal vez era el momento de olvidar. Soltar lastres y
sentimientos que no le pertenecían. Quizá había llegado la hora de llenarse de
compasión para así entender un poco mejor a los seres con los que se había
cruzado en el camino y que no habían evolucionado.
-Esta
es nuestra última visita-. Estaban en un hermoso jardín lleno de rosas,
azucenas y azahar. Amapolas, margaritas y clavellinas que creaban una danza de
fragancias que calmaban el ánimo. El sol secaba las gotas que el relente del
amanecer había dejado sobre sus pétalos en forma de gélidos besos. -Solo tú
tienes el poder para decidir que este hermoso regalo sea lo que crezca en tu
interior en forma de corazón. Da igual quien te odie, tú no tienes porque
odiar, no importa cuanto te apabullen, tú no tienes porque amedrentar.
-¿Quién
eres y por qué eres tan sabia?
-Soy
solo una niña a la que no le han roto la inocencia y ve el mundo de otro color.
Busca, mira en tu interior, puede que me conozcas desde siempre.
Un
estridente chirrido comenzó a ensordecerla. Todo a su alrededor daba vueltas y
empezó a nublársele el sentido. Cuando volvió en sí estaba reclinada sobre un
banco de madera mientras una afable anciana le refrescaba el rostro con paños
de agua fría.
-Menos
mal, chiquilla. ¡Qué susto me has dado!-. Exclamó la señora.
-¿Qué
me ha ocurrido?
-Estabas
mirando los libros y de repente te has desmayado. Toma se te ha caído este de
las manos.
-
“El camino de las lágrimas”, susurró. -¿Y la niña?
-¿Qué
niña?
-Su
nieta, estaba aquí hablando conmigo justo antes de desmayarme.
-¡Ay
madre! Te has dado un golpe más fuerte de lo que creía. Yo no tengo ninguna
nieta, y aquí no ha entrado ninguna niña. Creo que deberíamos llamar a un
médico.
-Pero
yo…
No
necesitó pensar, ya no había niña, había vuelto a su casa, a su corazón. Se
incorporó y se despidió de la anciana.
-Muchas
gracias, señora, pero debo irme a plantar un jardín.
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