María y Fernando, 2 de enero de 1898 |
Miércoles, 3 de febrero de 1898
Querido diario:
Me encanta dormirme sobre él, ir adormeciéndome seducida por
la nana que me canta su corazón al golpear contra su pecho. Dulce melodía cargada de vida y amor.
Respirar su aroma, dejar grabado en mi memoria su olor, inconfundible,
seductor, único. Luego me deshago entre sus manos, lo dejo enredarse en mi pelo
y así, sumidos en un placer sano, lejos de lo carnal, amarnos en silencio, sin
movernos, sin prisa y con pasión.
-Mamá que bajes, Ramón ha llegado. María escondió tan rápido como pudo su diario ante la
repentina intromisión de su hermana menor en su cuarto. Con los ojos llorosos
por lo que acababa de escuchar maldijo su suerte. Miró una vez más la foto
desgastada de su amado. Él en la mili con la cabeza rapada y de cuclillas
apoyado sobre el fusil le transmitía con su tierna mirada que volvería a por
ella. Pero se estaba demorando demasiado y su madre, mujer autoritaria
acostumbrada a mandar y ser obedecida, ya la había vendido como si formara
parte de un trueque en el que sólo ella salía perdiendo. Se levantó del tocador y se alisó el ahuecado
vestido dividido en dos piezas de color coral, se miró al espejo, el corsé
estilizaba aun más su delicada figura, la falda, con bordados de encajes en
color blanco acentuaban la belleza de la indumentaria de aquella época, muy
importante para distinguir la clase social a la que pertenecías. Con paso lento
bajó la escalera de mármol. al final la esperaba Ramón, con una sonrisa
dibujada en la cara que ella empezaba a aborrecer. Haciendo alusión a su buena
educación ella también sonrió e hizo una reverencia que le fue devuelta con un
volteo de sombrero.
-Estás muy hermosa. La aduló Ramón, quien era conocedor de no ser correspondido en aquel
compromiso.
-Gracias.
Le contestó María intentando evitar el contacto con sus ojos por temor a que su
madre, doña Eulalia, pudiese adivinar su rechazo.
Pasearon por el jardín
del pequeño palacete. Hablaron de cosas banales, admiraron el atardecer, pero
María estaba muy lejos de aquel lugar, ella se encontraba en alguna tienda de
campaña perdida en algún desierto esperando que explotara una bomba anunciando
el comienzo de la guerra. Se imaginó al lado de Fernando, acariciando su cara,
secando el sudor de su frente y alentándolo a resistir, a combatir por su
patria y a sobrevivir. Soñó despierta, soñó que una mañana venía a buscarla con
su uniforme de soldado valiente, que en brazos la sacaba de aquella enorme y
solitaria casa, de la tiranía de su madre, y lo más importante, la rescataría
de casarse con un hombre al que no amaba.
-¿Te encentras bien? Le preguntó Ramón sintiéndose algo incómodo por la indiferencia de
María.
-Estoy un poco mareada, me gustaría tumbarme un rato. Espero no
incomodarte. Y María
se retiró a su cuarto a llorar por el amor ausente y por el amor forzado.
Doña Eulalia entró en el
cuarto poseída por la furia, de un empujón despertó a su hija y cuando apenas
había abierto los ojos le propinó un bofetón que la sacó del letargo en el que
estaba sumida.
-¡Cómo te atreves a ofender de esa forma a Ramón! María, que aun no entendía lo qué
sucedía, miró a su madre con horror.
-Pero, ¿qué ha sucedi…No le dio tiempo de contestar porque su madre le arreó otro
bofetón que la despertó por completo.
-Escúchame bien, vete asumiendo que en menos de una semana serás la mujer
de Ramón. El linaje de su familia es el más antiguo de la comarca, nuestro
patrimonio se verá incrementado con tu boda. ¡No seas estúpida!
-El patrimonio de quién madre, el mío o el suyo. Usted sólo piensa en sus
beneficios, yo no estoy enamorada de Ramón, yo amo a Fernando. Su madre volvió a golpearla con más
furia.
-¡Escúchame bien! No vuelvas a nombrar a ese don nadie, bastardo sin
nombre, linaje, ni dinero. ¡Antes prefiero estar muerta a ver a una de mis
hijas casada con un miserable! Y tras la amenaza salió del cuarto como alma que llevaba el
diablo. Su hermana pequeña, consiente de cuál sería su futuro, consoló a María,
quien lloró hasta quedar agotada y seca.
El antiguo reloj de pared,
herencia de una abuela que había sido condesa, marcaba las tres de la
madrugada. María vagaba por la casa con su largo camisón de franela, sumida en
la tristeza había caído en el abismo de la desdicha y dolor. Entró en el cuarto
de su hermana, tan frágil, tan pequeña. Contaba con tan sólo once años y sabía
que desde que se convirtiera en mujer la ira de su madre recaería sobre ella y
tendría que casarse con alguien de buena familia al que no amaba. Le acarició
el pelo y le pidió a Dios que prolongará un poco más su infancia.
-Esto también lo hago por ti. Le susurró al oído. Sigilosamente salió de la habitación.
El aire estaba frío, allí
en lo alto de la torre más elevada del palacete se sintió libre por primera vez
en mucho tiempo. Recordó sus tardes recostada sobre Fernando, su corazón
bailando en el pecho al son de los latidos y fue feliz, abrió los brazos y miró
al frente. La noche sin luna la saludó, invitándola a terminar con aquella
situación y a encontrarse con Fernando, quien no vendría a rescatarla, ya que había
muerto semanas atrás al pisar una mina. Abrió aun más los brazos y se lanzó al
vacío con una sonrisa.
Querido Fernando:
Amor mío, no sé si vendrás a por mí, si lo
haces no me encontrarás, esta noche he decidido reunirme con Dios antes de
pasar a ser de otro hombre que no seas tú. Mi madre me ha obligado a casarme
con Ramón. En pocas semanas pasaré a ser su mujer, y amor mío con el dolor de
tu ausencia puedo vivir, pero prefiero morir a ser de otro hombre. Si regresas
y no estoy cuida de mi hermana, sé que le espera el mismo futuro que a mí. Esto
también lo hago por ella, lucho para que cambien las cosas. No estoy triste por
lo que voy a hacer. Me despido de este mundo con el recuerdo de mi pelo
enredado en tus dedos y de haberte sentido mío.
Tu amada
María
Y María murió por amor. No fue enterrada en camposanto, una
suicida no era digna de ello. La carta fue encontrada años después, cuando
Rocío, la hermana pequeña de María, se quedó viuda y volvió al pequeño
palacete. Doña Eulalia también murió, afectada por el cólera, una enfermedad
que llegó a Europa desde la India en el S.XIX. Rocío encontró la carta, el
diario y la foto de Fernando. Decidió quedárselo y viajar por el mundo. De esta
forma sabía que su hermana y su cuñado viajarían con ella.
Me ha encantado, felicidades.
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