Las
musas lo despertaron con un delicado susurro al oído. Él, que pensaba que lo
habían abandonado, fue abriendo los ojos lentamente para disfrutar de la dulce
melodía que salía de las apetecibles bocas de aquellas mujeres. Como si hubiese
dormido tres días se sintió descansado, y por una vez desde hacía mucho tiempo
con ilusión. Buscó sus gafas con un tanteo rápido por la mesa de noche y miró a
su alrededor. No vio a nadie, sabía que no habría nadie, que aquellas mujeres
de extravagantes curvas, delicada voz y maestras en despertar la imaginación
dormida sólo existían en su cabeza. En
penumbra se sentó frente al ordenador, miró a su alrededor buscando algo en lo
que inspirarse, pero se encontró con una habitación desordenada, latas de
cerveza por el suelo, ropa sucia sobre una vieja silla, un cenicero echando
humo y latas de comida precocinada. No era el mejor escenario para empezar su
historia. Cerró los ojos y suspiró. La delicada voz de una mujer que no estaba
le dijo algo en susurros y se despidió mordiéndole el lóbulo de la oreja. Él se
estremeció y como si aquel mordisco hubiese despertado todas las terminaciones
nerviosas de su cuerpo empezó a escribir de forma descontrolada. Los renglones
iban tomando forma, las rimas y los versos decoraban la inmaculada hoja, y
abatido por el esfuerzo cayó sobre el teclado.
Cinco días tuvieron que pasar para
que los huéspedes del hostal se alarmaran por el hedor que salía del cuarto del
viejo huraño. La dueña, una vieja y rechoncha mujer a la que no le gustaba trabajar
y a la que le ponía de mal humor que la interrumpieran mientras veía la novela
tocó varias veces en la puerta del viejo huraño. Los huéspedes, ansiosos por
averiguar el secreto que se escondía tras aquella puerta y desesperados por
acabar con aquel mal olor, esperaban ansiosos el desenlace de aquella micro
novela basada en la realidad. Sofía, la dueña, abrió lentamente la puerta. Un
aire caliente y un purulento olor ahogaron a los noveleros. Allí estaba el
viejo huraño, sentado en la silla junto a su ordenador, parecía descansar
plácidamente, y es que realmente descansaba plácidamente con la cabeza
reposando sobre el teclado. Nadie sintió pena al ver el cadáver
de aquel hombre, pero aquella imagen y los versos que decoraban la hoja en blanco
del Word, que deseaban ansiosos ser leídos, se quedarían grabados para siempre
en su retina.
Una vida no es suficiente para aprender,
que
los mismos errores no se deben volver a cometer.
Vivo
con el remordimiento a flor de piel,
por
los secretos que guardo y jamás conté.
Sé
que algo me está acechando,
aunque huyo siempre me acaba encontrando.
Es
mi pasado que no me perdona,
que
haya dañado a tantas personas.
Un
último deseo antes de exhalar,
un
último suspiro y buscar la paz,
Buscad
a Amparo y decidle la verdad,
yo
maté a su marido y lo arrojé al mar.
El
hedor desapareció o quedó grabado en sus pituitarias en compañía de aquellas
letras que se dibujaban ante sus pupilas desvelando que habían convivido con un
asesino. Quién era Amparo, y si tal vez fuera una broma del viejo huraño, al que
le encantaba escribir y fantasear con historias. No lo sabrían nunca, o tal vez
sí. Puede que el ser conocedores de esa verdad les cambiara la vida…
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