Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 20 de febrero de 2013

El beso



No hay nada más hermoso que un beso. Un beso que se intuye en la mirada. Ese exótico juego en el que los ojos se buscan, tímidos, y vuelven a perderse en la nada, temerosos de que el otro lea en sus pupilas el deseo. Otra mirada que te ruboriza, una sonrisa tonta y un tema de conversación absurdo para saciar las ansias. Y vuelves a alzar la vista y ahí están esos ojos marrones diciéndote en susurros, -yo también quiero besarte-. Se instala el silencio entre ambos, acompañado del palpitar de sus corazones. Las mariposas revolotean allá abajo. Cambian la postura, torpes tropiezan los cuerpos. Y ya no hay salida, la electricidad estática cumple su función y los cuerpos se acercan, se atraen. Dudan. Y surge el beso. Ese roce de labios suaves, ese jugueteo de lenguas húmedas. Es un beso lento e interminable, que a pesar de la pasión que esconde, controla el deseo. La situación se calienta, las manos empiezan a tomar la iniciativa y suben nerviosas, se acarician la cara, el pelo, e intentan guardar en la memoria del tacto, la piel del otro. Los labios se separan. Duele. No entienden qué ha pasado ni si volverá a suceder. Se despiden con color en las mejillas y más calor del habitual. ¡Ay un beso! Todo lo que esconde un beso. Una historia, una caricia, un recuerdo y miles de fantasías. El desvelo en la noche y la añoranza por volver a saborear el elixir que emana de su boca. ¡Ay un beso! ¡Cuánto sabe un beso!

martes, 19 de febrero de 2013

Mensaje en una botella




Llevaba toda la noche sin dormir. Escribiendo una y otra vez retales de su vida. Los papeles en blanco se amontonaban encima de la cama. La luz de la habitación era cálida, se había acostumbrado a la oscuridad. Se sentía protegida y arropada por la penumbra. Cuatro paredes que se habían convertido en su fortaleza. Cuatro paredes fucsias adornadas con cuadros de Miró. Una cama enorme que añoraba compañía. Un amplio ventanal con las persianas bajas para evitar que se colara algún rayo de luz intruso,  y ella y su soledad decoraban su pequeño mundo. Terminó de escribir, leyó el resultado, cogió la botella de cristal e introdujo el mensaje dentro. La cerró con un tapón de corcho y le puso un lazo rojo. Dentro no sólo había un mensaje. Estaban todos sus sueños y añoranzas. Los besos que había dado y los que no volvería a dar. Besos dulces y apasionados. Traviesos y juguetones. Lentos y cálidos cargados de amor. Besos y más besos. Besos forzados y besos con palabras ocultas, te quiero, te deseo, me atraes… Tenía que enviar el mensaje, aunque ello implicase salir de su alcázar. Cogió su desgastada manta rosa y se cubrió los hombros. Fuera la sorprendió el amanecer, sus ojos tuvieron que acostumbrarse poco a poco a los rayos de sol, que insistentes intentaban golpearlos. Caminó durante cinco minutos para llegar a su lugar favorito. Ese lugar que la naturaleza había creado para ella. Un lugar puro, oxigenado. Llegó a la orilla del mar. Las olas le dieron la bienvenida con un tímido susurro y un beso de espuma y sal.  Se sentó en su roca favorita y dejó que el mar le acariciara los pies. Miró al horizonte y buscó un punto fijo. Allá a donde dejaba volar su imaginación. Permaneció en silencio unos minutos, lo que para otros podría ser una eternidad. Amaba el silencio y la calma imperturbable en la que se había asentado su vida. Sacó la botella de su bolsillo, la miró por última vez y con un movimiento rápido y seguro la lanzó al horizonte. Su mensaje navegaría por el mundo, tal vez llegara a algún puerto, quizá lo encontraría su receptor. A lo mejor se perdería en la nada como lo había hecho ella. Se levantó de su piedra y volvió a su dulce morada.
            En la orilla de la playa se encontraba él jugando con su perro. Era una tarde de invierno. El mar estaba enfurecido y las olas se peleaban. Los días eran más cortos y el sol empezaba a esconderse entre el cielo y aquella lejana línea que parecía dividir dos mundos. Llevaba más de una hora allí y los pies de Jaime empezaban a arrugarse. El frío le calaba los huesos y sus mejillas estaban coloradas por los besos helados que le daba el aire. Aun así quería prolongar el momento de volver a casa, que estaba triste y silenciosa desde que María, a quien creía el amor de su vida, se había marchado con otro, que al parecer la hacía más feliz.
Conde no le hacía caso, no atendía a sus insistentes llamadas en ninguno de los idiomas que le hablaba. Jaime se acercó a su perro, jugaba con una botella que tenía un tapón de corcho y un lazo rojo. Se la quitó del hocico con algo de esfuerzo y justo antes de devolverla al mar sintió curiosidad por descubrir qué mensaje oculto llevaba en su interior. Siempre había sido un soñador, le gustaba fantasear con la vida y el amor. Tal vez por eso lo abandonó María, se cansó de que viviera en mundos ajenos al real. Se sentó en una piedra y descorchó la botella, sacó el papel y comenzó a leer.
Querido nadie, tal vez nunca recibas este mensaje porque quizá no existas. Tal vez esa estúpida teoría de la media naranja es sólo un mito que los humanos hemos querido convertir en real y nos pasamos la vida cortando naranjas a ver cuál se adapta a nuestro jugo. Dicen que todos tenemos esa mitad perfecta, que aparece en el momento adecuado para pasar el resto de su vida a tu lado. Querido nadie no quiero que aparezcas. Así que deja de buscarme. Ya he tenido algunas naranjas que han estado demasiado agrias. Creí, en la última mitad que se me acercó, encontrar mi mitad perfecta y volqué mi vida en él. Resulta que no fui  tan perfecta para esa mitad y se fue a rodar por el mundo a probar otras mitades y a mí me dejó sin jugo y sin ganas de probar más frutas. Cambia tu rumbo porque me doy por vencida. Querido nadie espero que algún día recibas este mensaje y lo puedas entender.
Con amor, tu media naranja imperfecta.
Lucia León, 14 de febrero de 1990. Las Palmas de Gran Canaria.
Anocheció mientras Jaime estaba perdido en la lectura de aquella carta. Era de 1990, calculó velozmente, ese mensaje llevaba navegando más de treinta y cinco años, era catorce de febrero del dos mil veinticinco, y había llegado a sus manos el mismo día que esa extraña y desconocida mujer se abandonó al desamor y a la soledad. Tal vez debía leer entre líneas, las cosas siempre pasan por algo. De pronto sintió un enorme deseo de conocer a Lucía. Cuánto años tendría ahora, seguiría viviendo en Canarias, si es que aún vivía. Qué habría sido de su vida. Lucia había conseguido que dejara de pensar en María por un segundo, y tomó una decisión. Como buen periodista intentaría encontrar a esa misteriosa mujer. Recordó la cita de Miguel de Cervantes: Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.
Y con este último pensamiento se marchó con su perro y la botella como un niño con un tesoro.

jueves, 14 de febrero de 2013

Punto Rojo



            Sus tacones rompían el silencio de la noche. Traía un andar extraño, sus pisadas no eran melódicas como de costumbre, con el dulce tintineo del mover de sus caderas. Aquella noche la melodía era más agresiva, con matices siniestros. Andaba nerviosa, mirando continuamente, de un lado a otro. Subida en sus grandes tacones, sus largas piernas abrigadas con medias de redecilla, parecían una interminable carretera sin salida que te conducían al barranco del olvido. Llegó al Punto Rojo. Su jefe, un cincuentón verde, que disfrutaba de su trabajo mucho más que cualquier empresario, no había llegado. El bar aún estaba vacío. Algún que otro bebedor solitario, bien vestido, que ahogaba sus penas entre copa y copa por haber discutido con su novia. Con él sabía que no se comería un rosco. Despechados, todos querían probar, pero luego malgastaban cien euros por una hora de cháchara con una desconocida, que iba en lencería y tenía que escuchar lo maravillosa que era su novia y lo infeliz que él la hacía. Decididamente no. Esa noche quería algo más duro. Necesitaba descargar la adrenalina que llevaba oculta en sus entrañas. Esperaría a las dos. Algún borracho sucio siempre caía. Ella se acercaría y le mordería el cuello. – ¿Quieres jugar un poco papi? He sido muy mala-. Él se haría el machote delante de sus amigos, sonreiría con cuatro dientes menos, perdidos en alguna pelea o ajuste de cuentas y la seguiría entre vitoreos hasta el cuarto oscuro, donde por cien euros y sesenta minutos follarían como perros.
-¿Dónde has estado? Menos mal que Pepe no ha llegado. ¿Tú no estarás haciendo extras a domicilio? Mira que si el señor se entera me manda para Rumania.
Mona era una mujer de treinta y cinco años. Llevaba en Canarias tres, en busca de una mejor vida. -¿Acaso hay un país qué te ofrezca una vida mejor, o se la ofrece uno mismo?-Pensó. Pepe la contrató como camarera, aunque acabó haciendo otras labores, las de puta, pero antes se aseguró de que servía para el trabajo cepillándosela un par de veces. Decía que los buenos catadores siempre probaban primero el vino. A las putas de su bar también les cataba el vino de la entrepierna antes de servirlas en bandeja a sus clientes.
Mona tenía dos hijos en su país. Trabajaba día y noche para poder enviarle dinero a su familia y cedía en todos los chantajes y perversiones de su jefe para conseguirlo. Además, como bien decía ella, no sabía hacer otra cosa, a dónde iba a buscar trabajo. Ese era el discurso de Pepe, si eras inmigrante y puta, ya no valías nada.
-No Mona, no estaba haciendo ningún servicio a domicilio. Me entretuve planchándome el pelo.
-Pepe debe estar al llegar. Cámbiate, que no te vea así, o sabrá que te has retrasado.
-Relájate Mona, tal vez ya lo sepa. Puede que incluso no venga.
Se dirigió a su cuarto y se miró al espejo. Le gustaba la Laura que veía. Sus ojos tenían más brillo, el brillo de la esperanza. Se puso un corpiño de satén morado a juego con el tanga y para celebrar que era una gran noche le añadió unos ligueros de encajes.  Se atusó el pelo caoba que le caía sobre los hombros, se pellizco las mejillas por dos motivos, el primero para dar color a su tez blanca y el segundo para asegurarse de que no estaba soñando. Cuando regresó el bar estaba ambientado. Pepe seguía sin llegar. El corazón le latía velozmente y la satisfacción le acariciaba la piel. Buscó alguna presa. Esa sería una gran noche, una noche de despedidas, que mejor que hacerlo con un buen polvo y cien euros en el canalillo. Arrastrando por el cinturón a su víctima le hizo un guiño a Mona para que no la molestara. Tenía trabajo. En la habitación estaba todo listo. Una cama, con los muelles pasados, abrigada con una sábana de leopardo. Una lámpara roja para darle cutrez, no calidez, a la estancia. Condones en la mesa de noche y un baño viejo para que el cliente se asease antes de revolcarse entre fluidos corporales y sexo. No había elegido mal. Un joven treintañero, con poca gracia pero limpio. Si estaba allí, con esa pinta de friki que tenía, era porque fuera no conseguía mojar en caliente, así que pondría todo su empeño en descargarse con ella. Se saltó los preliminares, estaba ansiosa, excitada por lo que esa noche escondía. Dos golpes en la puerta le aumentaron la tensión. –Pero qué coño-. Se dijo.
-Joder estoy ocupada.
-Laura, preguntan por ti.
-Que se esperen, en una hora estoy lista.
Sin pedir permiso abrieron la puerta, dejando al descubierto aquella primitiva imagen. Ella a cuatro patas siendo embestida por un animal.
-Vístase señorita. Tenemos que hacerle algunas preguntas-. Le decía el joven mientras le enseñaba la placa que indicaba que era policía. –La esperaré fuera-.
Algo ha salido mal, pensó.
-¿Me devuelves los cien euros? No hemos conseguido terminar.
Le lanzó el billete y lo echó del cuarto a medio vestir.  Envuelta con una bata de seda negra salió al bar. El joven policía la esperaba. Sus compañeras no hacían más que rondar alrededor de él.
-No son de los que se dejan su dinero en nosotras, así que vete-. Le dijo a la más joven. Con un movimiento de cabeza le indicó que la siguiera. Entraron a un pequeño despacho. Laura sacó del mini bar dos vasos y una botella de whisky. -No bebo, señorita, cuando estoy de servicio-. Ella lo miró, pensando en la cantidad de servicios que podría hacerle.
-¿Lleva mucho trabajando aquí?-. Le preguntó mientras sacaba un pequeño bloc.
-Cinco años, dos meses y tres días, para ser exacta.
-Su jefe se llama José Valido Hernández, por lo que tengo entendido.
-Sí, eso creo. Nosotras lo conocemos como Pepe.
-¿Y qué relación tenía usted con su jefe?
-Una relación estrictamente profesional. Yo trabajo y él me paga. ¿Puedo preguntarle por qué?
-Lo han encontrado muerto a escasos metros de aquí señorita. Ahora mismo está el cuerpo de la judicial buscando pistas.
Laura intentó hacerse la sorprendida. Debió haber previsto esta situación. Ensayar caras o maneras de sorprenderse.
-Vaya, no sé qué decir señor agente. Estoy un poco aturdida. Imagínese, qué será ahora de nosotras-. Bebió un largo trago de su vaso. -¿Y cómo fue?
-Al parecer lo encontraron desnudo, con una bolsa de basura simulando un pañal, con las manos maniatadas y un corte en la yugular. Llevaba un cartel que decía: “Soy un chulo y me doy asco”.
-¡Oh Dios mío! Quién podría hacer algo así. Pobre Pepe, era tan buena gente.
-Usted ha dicho que su relación era solamente profesional.
-Sí señor agente.
-Algunos testigos dicen haberlos visto juntos esta tarde, que discutían en medio de la Avenida de Canarias. ¿Es eso cierto?
-Fui a comprar algunos juegos de lencería, entre ellos este que llevo puesto-. Se abrió la bata y dejó su cuerpo semidesnudo al descubierto. -Me lo encontré en la calle y le dije que me tenía que pagar el dinero que me debía del mes pasado, que mi casero me había dado un ultimátum. Él estaba algo nervioso, al parecer tenía problemas con el dueño del Bar Avenida, algo relacionado con que le estaba quitando clientela. Me dijo que me pagaría esta noche y me fui.
-El dueño del Bar Avenida...Sabe si le dijo algo más, algún detalle que se le haya pasado por alto.
-No, sólo eso. Y no le di importancia, últimamente tenía problemas con mucha gente.
-¿Era problemático?
-No que yo sepa. Cuestiones de dinero, juego y esas cosas.
-Muy bien muchas gracias. Si recuerda algo más que debiera decirme llámeme, aquí le dejo mi tarjeta.
-Descuide que así lo haré.
El corazón volvía a latirle con normalidad. Fue a su habitación y cerró la puerta. Buscó el teléfono móvil en el bolso, pulso la tecla de rellamada.
-Hola muñeca.
-La policía acaba de venir a interrogarme.
-Es puro trámite muñeca, no te preocupes. ¿Tienes el dinero?
-No, aún no. Mona está muy pesada hoy, y supongo que después de esta visita lo estará más.
-Nena, tienes que coger ese dinero. Tenemos que largarnos de aquí esta noche. Apáñatelas, pero hazlo.
-Veré lo que puedo hacer. ¿No habrás dejado ninguna prueba, verdad?
-Pero cariño, qué te pasa. Estás hablando con un profesional. Relájate, o mejor ya te relajo yo luego.
Colgó el teléfono al oír pasos en el pasillo. Cuando abrió la puerta vio pasar una sombra fugaz. Pensó que sería algún cliente saliendo de una de las habitaciones. Ramón tenía razón. Debía relajarse. En pocas horas estaría muy lejos de allí.
Alejandro permanecía escondido entre las cortinas de una sala de juegos, o eso intuyó que sería. Esa noche iba a ser muy larga. No se fiaba de la versión de aquella puta pelirroja. Y menos aún después de las pocas palabras que pudo escuchar a través de la puerta de su habitación. Sabía que ella tenía que ver con aquel asesinato. Pero, ¿quién era su compinche? Ella no pudo maniatar al muerto, el hombre pesaba tres veces más y la autopsia no indicaba que lo hubiesen drogado.
Era lunes por la noche, qué mejor manera que empezar la semana con un buen caso. A este ritmo ascendería a inspector.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Conversaciones con la luna

Desde que amaneció supo que ese día también iba a llorar. Cuando los primeros rayos de sol empezaron a entrar por el amplio ventanal que hacía de pared en su dormitorio maldijo al amanecer. Un nuevo día significaba seguir sintiendo, tener que aguantar otras quince horas de luz y desasosiego. Se había hecho amiga de la noche. Del silencio y la oscuridad. Se había hecho amiga del fin. Deseó estar aún más lejos de lo que estaba. Deseó volverse pequeña y desaparecer por completo. Miró como el sol nacía un nuevo día sin importarle como de larga hubiese sido la noche. Resurgía cada día brillando en lo alto sin importarle un carajo las sombras que pudiese haber en el resto del mundo. Deseó ser como el sol, nacer cada día como si fuera el primero y brillar allá en lo alto. Pero hay cosas imposibles, hay demasiadas cosas imposibles. Ella era más amiga de la luna, con la que solía tener largas conversaciones que quedaban en nada, porque el dolor lo llevaba ella por dentro. Huyese a donde huyese el dolor permanecería a su lado, hasta que se hiciese inmune o hasta que se acostumbrara a vivir con él. Hace muchos años pasó por ahí, metió al dolor en casa, lo sentó en el sofá y lo invitó a café, fue un gran error, porque desde aquel día, desde aquel inadecuado café, permanecieron juntos de la mano durante años. Ella creía ser feliz, lo tenía de su lado y ya no se volvería en su contra. Pero lo traicionó. Un día la felicidad le tocó en la puerta y la dejó entrar. Fue un tiempo hermoso, demasiado hermoso. Volvió a nacer la luz, las flores eran de colores y la música más pegadiza que de costumbre. Traicionó al dolor, le dio la espalda y llegó a decirle que no lo quería más en su vida, que había descubierto algo mejor. Él, sintiéndose traicionado, esperó paciente, porque sabía que más tarde o más temprano, la felicidad, mujer falsa y dañina que desaparece como por arte de magia, se iría y sólo quedaría él. Permanecería a su lado en cada noche de soledad y lágrimas, volvería con más fuerza, porque con el paso del tiempo los dolores del alma se vuelven más fuertes e imposibles de superar. Y llegó ese día, la alegría se fue con la música a otra parte y ella se quedó sola en una bonita casa en medio del desierto, rodeada de silencio y dolor. Y allí estaba él. Poco a poco se fue acercando hasta abrazarla y envolverla por completo en un ansiado abrazo de quien menos lo deseaba. Se rindió, se sumió al dolor y le prometió no volver a abandonarlo nunca. Él le prometió lo mismo, y el dolor jamás rompe sus promesas.
Como había augurado desde que vio los primeros rayos de sol, lloró. Lloró por ella y por él, más por él que por ella misma. Lloró por lo fácil que hubiese podido ser todo y lo complicado que resultó. Lloró por no ser escuchada, por no creer en su filosofía del amor. No hay rosa sin espina, no hay amor sin dolor, sin sacrificio y sin lucha. No hay amores fáciles, eso no son amores. El amor se tiene que luchar en la más temida de las guerras, para que cuando lo tengas entre tus manos sepas valorar y saborear cada una de las cosas que te puede aportar. Del amor no se puede huir, porque empezará a perseguirte y acabará encontrándote cuando menos lo esperes. Es mejor abandonarse a él, entregarse sin reservas, sin miedos y con pasión. Lloró por no haber sido correspondida. Lloró por el ayer, por el hoy y el mañana. Lloró por la hostilidad que recibía, porque la lapidaran por sus errores y su propio verdugo saliera impune de los suyos.
Se levantó de la cama, se puso una chaqueta encima del pijama y salió a pasear por los alrededores de su casa. Olía a humedad y a amanecer. A hierba fresca y a recuerdos. Ya había estado allí un año atrás, acompañada. Ya había paseado por las recónditas calles de aquel recóndito lugar, acompañada. La única vez que se fue lejos, acompañada.
Intentaría desmayarse emocionalmente y despertar cuando fuera de noche. Se calentaría un té y se sentaría en la terraza. Escucharía a los grillos y el suave balanceo de los árboles mecidos por el viento. Miraría a lo lejos pero no podría ver nada. La noche ocultaría las montañas que le hacían de escudo del mundo durante el día. Luego alzaría la vista al cielo y allí estaría ella, elegante y confidente de sus secretos, para que tuviera conversaciones, conversaciones con la luna.

viernes, 11 de enero de 2013

Por segunda vez

Ya había vivido esta escena. También estaba advertida. De nada le sirvió pelearse con el mundo, con sus amigas y conocidos cuando le repetían una y otra vez “volverá a dejarte, volverá a hacerlo”. Pero ella y su estúpida fe ciega quisieron seguir adelante, confiar en él y en el amor que creía que sentía por ella. Craso error. Ese amor no existía, era como un oasis en el desierto, como la fragancia de un perfume que te trae bellos recuerdos, como el agua que se escurre entre tus dedos dejándote esa sensación de frío en las manos, como la nada. Y ahora estaba sola, una vez más, enjugándose las lágrimas con su suéter desgastado. No quiso llamar a nadie, ¿para qué? Sólo escucharía reproches “te lo advertí.” “Jódete, por falta de decírtelo no fue.”  Y por más que le doliera reconocerlo tenían razón. Se creyó Aquiles en la guerra de Troya, desafiándolos a todos con su espada y su falsa creencia de inmortalidad. Así que decidió agachar las orejas, meter el rabo entre las patas y alejarse en silencio.
La maleta descansaba sobre la cama, abierta, dispuesta a recibir todos sus sueños frustrados, sus penas y recuerdos. Iba metiendo la ropa con cuidado, agotando hasta el último segundo, creyendo que ocurriría un milagro, que su teléfono empezaría a sonar, aparecería la imagen de él reflejada en la pantalla, descolgaría el teléfono y escucharía su voz, pidiéndole disculpas, pidiéndole que no lo abandonara y lo ayudase a solucionar sus problemas. Pero nada de eso ocurrió. Ese era su fallo, siempre había vivido soñando, creyendo que recibiría de los demás lo mismo que ella daba, pero la realidad era bien distinta y no podía culpar a nadie, ni siquiera a él. Ella había decidido amarlo incondicionalmente, darle todo lo que le pidió, si él no supo valorarla, si no quiso amarla, ella no tenía armas para enfrentar esa guerra.
Cerró la maleta con las escasas prendas que decidió meter en ella y muchos recuerdos que se quisieron colar. Desactivó el wathssap, canceló su cuenta de Facebook, y se despidió de su vieja vida.
La dulce voz de la azafata la obligó a salir de sus pensamientos. – ¿Desea tomar algo?-  Guardó silencio al ver las lágrimas de la joven pasearse a sus anchas por su linda cara. Giró nuevamente la cabeza hacia la ventanilla y siguió perdida entre las nubes que paseaban a su lado del avión. No tenía destino. Sólo cargaba con la tristeza de un pasado que pretendía quedarse de ocupa en su corazón.

martes, 1 de enero de 2013

Lazos de amor. Parte dos.

Marta se levantó del sofá bajo la atenta mirada de su hija y su novio, medio hermano o cualquier clase de incesto que fuera aquello. Doret, la suegra de su hija, a pesar de prestarle atención, parecía estar más ocupada atusándose el pelo que en el estado físico, que más bien era malestar psíquico, de Marta.
En la cocina se encontró a un preocupado Paulino y un desconcertado Javier.
-Marta, me puedes explicar por qué no pueden ser pareja nuestros hijos.
Marta se dio cuenta de que Paulino no le había contado nada, tal vez no estuvo tanto tiempo inconsciente,  o tal vez creyó que era su deber contarle la verdad.
-Tan mal partido te parece mi hijo para casarse con Laura. Ya sé que ella ha ido a un colegio bilingüe o trilingüe, o no sé cuántas lingues porque a veces no sé ni en qué idioma habla la chiquilla. Mi hijo fue a un colegio público, igual que su padre y lo he educado en los pilares del sacrificio y el esfuerzo. Es un buen muchacho, tiene buenos valores y mucho futuro en la empresa familiar. Miró a Paulino esperando obtener un poco de solidaridad masculina, pero se encontró con un hombre ausente y distante que no estaba allí, o al menos no como debía estarlo.
-Javier, no tiene que ver nada con tu hijo, seguro que es un muchacho excelente…Javier la interrumpió. – ¿Es por lo que sucedió entre nosotros?
-Javier por favor, no tiene nada que ver con lo nuestro ni con que tu hijo haya ido o no a un colegio privado. Nuestros hijos son…
La puerta de la cocina se abrió. Una espectacular mujer entró molesta por la ausencia de su marido y por todo el circo que se había montado del que ella no era partícipe. Cada vez que Marta miraba a aquella mujer la odiaba un poco más. Odiaba su elegancia, su piel tersa, su cuerpo esbelto y que acariciara a Javier. En ese momento se le encendieron todas las alarmas. ¿Por qué le molestaba que lo acariciara? Llevaba más de veinte años sin verlo, ¿aún sentía algo por él? Volvió a visitarla un mareo inesperado. Se apoyó contra la encimera y respiró profundamente.
-Continúa Marta, qué es lo que sucede con nuestros hijos-. Javier estaba nervioso, una vena gorda le cruzaba la frente latiendo con violencia.
-No pasa nada, tan sólo ha sido una sorpresa para todos. Marta está aún asimilando que nuestra pequeña abandone el nido, y tu hijo también es muy joven. No hay que darle más importancia. Vamos al comedor y disfrutemos de la cena.
Marta agradeció que por una vez Paulino estuviera en el lugar que debía estar y no planeando en universos paralelos y a años luz de ella. Él siempre bromeaba diciéndole que se iba a Paulinolandia, donde todo era más fácil y bonito.
Durante la cena hablaron de temas banales. Cada vez que Laura y Marcos se hacían algún arrumaco Marta sentía como la comida se revolvía en su estómago. Cruzó varias miradas con Javier, miradas furtivas, que escondían secretos y deseos que creía olvidados. Doret parecía no enterarse de nada, comía con refinamiento, masticaba demasiado la comida y le dedicaba alguna mirada a su marido que a Marta se le antojó falsa. Agradeció que su hija decidiera pasar la noche en casa y no se fuera con su futuro marido.
-Mamá, ¿te apetece que nos hagamos una mascarilla en la cara y nos pintemos las uñas como hacíamos antes? Laura volvió a ser su niña, se parecía mucho a ella, aunque había heredado la mirada de su padre.
-Claro cariño.
Cuando Marta volvió a la cama se acurrucó junto a Paulino, tal vez para encontrar consuelo o tal vez para espantar el fantasma de Javier que se había instalado en ella.
-Tienes que hablar con ese hombre. Los chicos no pueden seguir juntos, por dios eso es pecado, debes hablar con él o lo haré yo mismo.
-Yo hablaré con él, esto debe acabar cuanto antes.
           
Respiraba agitadamente, él recorría su cuello con sus ardientes labios. El roce de su barba hacía que la invadiese un escalofrío por todo el cuerpo. Ansiaba su boca, quería sentir su humedad dentro de la de ella. Jadeaba y buscaba su mirada. Él le agarraba la cara con las dos manos y el deseo saliendo por los poros de su piel. La besó con tanta pasión que llegó a dolerle, el deseo le quemaba y le ardía por dentro. Su lengua se movía traviesa jugando con la suya. Comenzó a desabrocharle la blusa, de repente se sintió vulnerable, ya no era la joven atractiva de antaño, su cuerpo había experimentado cambios y la gravedad empezaba a adueñarse de ella sin piedad, pero él la tranquilizó con una mirada tierna cargada de hambre, de hambre por su cuerpo. Le mordió un pezón haciendo que ella soltara un ahogado y reprimido gemido, activando todas las terminaciones de su cuerpo que aún no habían despertado ante tanta excitación. Se acariciaron con manos torpes pero ansiosas por volver a descubrir lo que ya conocían. Desnudos uno junto al otro no se sentía tan vulnerable, él seguía siendo atractivo, pero los años también lo habían visitado, eso le dio seguridad y se sentó a horcajadas encima de él. –Dios Marta, cuántas noches he soñado con esto-. Esta frase la humedeció lo suficiente para deslizarse dentro y saciar el deseo que estaba experimentando su sexo. Salía y entraba de su cuerpo haciéndolo sudar y recordar que nadie lo cabalgaría como ella. Se acariciaban asegurándose de no dejar ninguna parte del cuerpo sin mimar. Él salió de ella provocándole un enorme vacío, con un movimiento violento y seguro la tumbó y la penetró. Marta gritó de placer y dolor. Lo agarraba por la cintura para sentirlo cada vez más adentro. –Marta, Marta, no volveremos a separarnos nunca-, y con esta última frase la condujo hasta el ansiado clímax que deseaba sentir desde que volvió a verlo.
-Marta, Marta, despierta, estás teniendo una pesadilla. No parabas de gimotear y moverte-. Paulino la miraba atolondrado por el sueño.
-Tranquilo, estaba teniendo un sueño, un mal sueño-. Le besó fugazmente la mejilla y se acurrucó en su lado de la cama, arropando junto a ella a la vergüenza y a la nostalgia.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Lazos de amor

     Marta se miró al espejo y vio el reflejo de una mujer madura. Algunas líneas acariciaban su rostro sin restarle belleza, esa belleza que siempre la acompañó, que provocaba las calientes miradas de los hombres al verla pasar.
A sus cuarenta y nueve años empezaba a cuestionarse el sentido de su vida. Llevaba más de veinte años casada, con Paulino, un hombre adusto y apático que a pesar de su discapacidad para demostrar sus sentimientos la amaba locamente. Pero para ella nunca era suficiente. Ella quería corazones y flores, susurros de amor en medio de la oscura noche, miradas largas y tiernas y paseos a la luz de la luna. Por desgracia, Paulino no conocía de romanticismo ni de caricias que contaban secretos impronunciables. Había intentado ser un buen marido y un buen padre de una hija que no era suya.
Marta tenía una hija de veintidós años, fruto de su amor con Javier, el hombre que la enseñó a amar y a sufrir. Por quien pasaba las noches en vela empapando la almohada con sus lágrimas, el que le erizaba la piel con solo mirarla y el que la abandonó sin darle la oportunidad de contarle que estaba esperando un hijo.
Javier se fue con su padre a recorrer el mundo en busca de fortuna, y ella se quedó con una barriga y sin reputación. Pero apareció Paulino y la salvó de que las lenguas de las vecinas la lapidaran con sus chismes con los que acompañaban el buchito de café. De aquello hacía ya veinte años, y su pequeña princesa estaba a punto de presentarles a los padres de quien había elegido como marido.
            Se retocó el rímel y se dio unos pequeños golpecitos con las yemas de los dedos en los pliegues que se le habían formado alrededor de los ojos.
En la terraza la esperaba un impaciente Paulino con las manos en los bolsillos paseando de un lado a otro.
-¿Estás nervioso?
-Claro Marta, esa chiquilla es como mi hija, y se ha empeñado en jugar a las amas de casa con solo veinte años. ¡Válgame Dios! Debería ir a la universidad como cualquier hija de vecino.
-Es lo que ella ha elegido y pienso respetarla.
-Sinceramente Marta, ¿no te hubiese gustado terminar la carrera, viajar, vivir un poco, antes de verte envuelta entre fogones, pañales y compotas?
-Laura es lo mejor que me ha pasado en la vida. Miró al frente y esperó la llegada de su joven hija y su equivocado futuro.
El timbre asustó el silencio que se había instalado entre ellos. La animada voz de su hija los puso tensos, había llegado el momento de conocer a su futuro marido y a sus padres. De la mano de Laura entró un joven muchacho de físico atlético y unos dominantes ojos azules. Los seguía una extravagante mujer de unos cincuenta años, sin ninguna línea de expresión dibujada en la cara, señal de que había dado con un buen cirujano. De repente se sintió aún más vieja, fea e insignificante que al mirarse al espejo por la mañana. Su hija hizo las presentaciones con entusiasmo.
-Mamá, él es Marcos, mi futuro marido y ella es Doret, su madre. Se saludaron con efusivos besos y palabras de agradecimiento. –Mira mamá, ahí viene su padre-. Gritó la joven. Por el camino del jardín adornado con azahar y jazmín entró un atractivo hombre de cincuenta y cinco años, con el pelo corto y brillante por el reflejo de las canas. Sus ojos verdes resaltaban sobre su piel morena. Marta palideció, era él, era Javier, el padre de su hija, el amor de su vida y el progenitor de su futuro yerno. Se saludaron con dos torpes besos, no sabían cómo reaccionar ante aquel encuentro. Había tenido un hijo que estaba comprometido con su hija, quienes se amaban y estaban descubriendo sus cuerpos.
-Mamá estás pálida-. Fueron las últimas palabras que escuchó antes de derrumbarse en las manos de Paulino. Cuando despertó intentó incorporarse con rapidez ante las miradas preocupadas que la escrutaban.
-¿Te encuentras mejor? Le preguntó la madre de su yerno.
-¿Dónde está mi marido?
-Ha ido a la cocina con Javier.
Marta no necesitó saber la conversación que estaban teniendo los dos hombres de su vida. La relación de sus hijos no podía seguir adelante y ella se encargaría de separarlos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Huida hacia el Señor. 2ª parte.



 
Estaban sentados en el bar Madrid, famoso por la belleza de sus camareras y por la falta de recursos del dueño del local para facilitarles uniformes completos a sus empleadas.
Estaban envueltos en el humo de sus puros y saboreando el dulce Dambrui que les bajaba caliente por la garganta, ayudándolos a entrar en calor en aquella fría tarde de febrero. Mario observaba preocupado y extrañado a su amigo Luis. Llevaban allí más de una hora y aun no había intentado llevarse a su casa para usar de almohada a ninguna de las camareras.
-Mira quién viene por ahí. Señaló Mario a una mujer alta, rubia, con unas preciosas curvas, pechos firmes y redondos y culo respingón. Vestía el uniforme del local, sujetador negro, dos tallas más pequeñas que la suya, braguita a juego, en tamaño y color, y un delantal blanco y negro para tapar las vergüenzas.  Marta caminaba hacia ellos con una seductora sonrisa de actriz porno dibujada en sus labios. Luis apartó la cara cuando Barbie camarera intentó besarlo.
-Veo que tienes ganas de jugar al escurridizo. Le recriminó, molesta por el desplante.
-¿Recibes a todos tus clientes con besos? Preguntó Luis con sorna.
-No, y no creas que eres un simple cliente. Contestó herida.
-Sí lo soy cariño, ya te avisé de que no confundieras las cosas. Aquello que ocurrió no significó nada, dos adultos proporcionándose placer, nada más.
-Eso no fue lo que me dijiste cuando…Luis la interrumpió. –Nunca creas a un hombre cielo, casi siempre mienten, y ahora por favor haz bien tu trabajo y tráeme otra copa de Dambrui-, le sonrió y le guiñó el ojo.
Marta se alejó arrastrando a su dignidad consigo. Mario observó la escena, incómodo; estaba acostumbrado a ver a su mejor amigo despreciar a las mujeres después de habérselas follado, pero no pensó que le sucedería con Marta. Eran tal para cual, una pareja de guapos, viciosos, sin escrúpulos e inseguros en su fuero interno.
-Eh macho, no crees que te has pasado un poco.
-Bah, ya encontrará a otro. La cabrona está buena, tíos no le faltarán.
-Pero creía que con ella funcionaba, que te gustaba…si llevamos meses viniendo a este bar porque te la estabas follando.
-Ya, pero ahora soy otro hombre, ya no me gustan ese tipo de mujeres.
Mario lo miró con picardía y su amigo le golpeó el abdomen cogiéndolo por sorpresa. –Yo soy muy macho no te equivoques-.
-Ya, pero pensé que de tanto afilar la punta del lápiz-…ambos rieron. Tenían una gran amistad.
-En serio macho, qué te pasa.
-Que me he enamorado. Luis bebió un sorbo de Dambrui, sacó regaliz de una pequeña lata de la marca Juanola y se lo metió en la boca para restarle amargura a las últimas caladas del puro. Permaneció en silencio mirando al frente. En ese momento Mario supo que su amigo no bromeaba.
-Ven, te llevaré a un sitio.
Ambos salieron del bar, Luis conducía en silencio. Mario estaba expectante, nunca había visto aquel brillo en la mirada de su amigo, casi hermano. Llegaron a una calle oscura y apartada. Paró el coche y se bajó, aun sabiendo que no lograría ver nada. Mario lo siguió.
-Ahí dentro está la mujer de mi vida y yo la traje hasta aquí.
Mario no entendía nada.
-Vamos-, le dijo Luis. –Es una larga historia, te la contaré por el camino.
            Tras aquellos muros había una mujer con un hábito gris, rezando de rodillas, en una pequeña capilla. Le rezaba al señor para que le abriera las puertas de su reino y la ayudara a vivir en paz. Lo que no sospechaba la joven novicia era que se había convertido en la protagonista de la vida de alguien, dispuesto a hacerla dudar sobre sus votos. 

miércoles, 31 de octubre de 2012

Huida hacia el Señor. 1ª parte


            Viajaba en el taxi ahogando el llanto mientras sus lágrimas rodaban por sus mejillas. El taxista, un joven muchacho mujeriego y frío, acostumbrado a romper corazones de jovencitas que lloraban por su amor, se conmovió al ver a aquella preciosidad de pelo cobrizo y ojos verdes llorar con tanto dolor. Sintió una punzada de ira en el estómago al pensar que algún desconsiderado le hubiera roto el corazón. Quiso decirle algo, pero de su boca sólo saldría alguna burrada del tipo “morena ven que yo te quito las penas”. Así que decidió permanecer en silencio y observarla a través del espejo retrovisor.
-Lo siento-. Pronunció por fin la joven. Él estaba perdido en su belleza, el pelo le caía rebelde sobre los hombros, sus enormes ojos verdes estaban enrojecidos por el llanto y apagados por la tristeza.
-No se preocupe-. Le dijo mientras le tendía un pañuelo. –No creo que nadie merezca que una mujer tan bella sufra de esa manera-. Se arrepintió al instante de sus palabras y esperó su reacción a través del espejo. Ella lo miró e intentó devolverle una sonrisa.
-Gire a la derecha y pare donde pueda.
Luis se quedó frío cuando paró el taxi delante del Convento de Clausura de Las Monjas Marianas. Aquella mujer iba a entregar su alma a Dios para el resto de su vida. Era joven, apenas rozaba los veintitrés. Quiso acelerar y alejarla de ese lugar. Hacerle entrar en razón.
-¿Cuánto es? Preguntó Sonia sorbiendo por la nariz.
-Nada.- Contestó con voz ronca. – ¿Está segura de lo que va a hacer? Preguntó esperanzado.
Ella le devolvió una tierna mirada de auxilio y resignación. Suspiró y bajó del taxi. Luis permaneció allí, contemplando las grandes puertas de madera. Los muros de piedra que impedían ver el jardín que intuyó que habría tras ellos. Una anciana ataviada con el hábito de monja abrió el portón y Sonia desapareció.

Llegó a una gran sala con las paredes blancas y una imagen de la virgen María Inmaculada. Otras monjas la esperaban rezando. La Madre Superiora, una monja de avanzada edad exigente y mal humorada, comenzó a hablar.
-El primero paso, la postulación, consiste en un periodo de seis meses a un año, durante el cual  vivirás con nosotras, siguiendo nuestro horario, orando con nosotras y cumpliendo con los deberes y obligaciones de la vida religiosa. ¿Que dejaste un hogar y una familia? Pues ahora tiene un hogar nuevo lleno de corazones alegres y generosos y una nueva familia de compañeras amorosas que pronto llegarás a conocer y a amar. Todo esto es solo la centésima parte de la herencia que Cristo prometió a los que le siguen. ¿Que abandonaste posesiones materiales? Aun cuando esto implica cierto grado de sacrificio, tú ahora te encuentra libre para dedicarte enteramente a la obra del apostolado.
En seguida, si lo considero,  se te dará tu hábito religioso y un nuevo nombre: el de uno de los santos de Dios, así como el de su santa Madre. Entrarás luego en ese periodo formativo conocido como el noviciado, consistente en un intenso año de preparación espiritual para tus primeros votos. Durante este tiempo serás instruida en la vida espiritual, la santa regla y las obligaciones de tus votos. Al finalizar el año, si lo considero, tomarás tus primeros votos de un año y ocuparás tu lugar en el apostolado activo de la Congregación. Sea cual fuere tu deber, te esforzarás por recordar que tu santa regla es ser “las manos visibles de María trabajando en el mundo, esmerándose por ocasionar el reinado de justicia y verdad-.”
      Sonia se mareó, ya no había vuelta atrás. Había condenado su vida por decisión propia a la entrega del Señor, a quien amaba, pero nunca pensó morir en vida de aquella manera. Pero estaba a salvo, y eso la consolaba. Nadie podría volver a romperle el corazón. Jamás volverían a prometerle el cielo, bajarle las estrellas y columpiarla en la luna. Ahora, allí, en aquel convento tenía su corazón a salvo de los depredadores que se lo habían arrancado del pecho y deshecho a mordidas.
-¿Te encuentras bien?- Le preguntó la madre superiora.
-Sí, sólo cansada por el viaje.
-La hermana Asunción te acompañará a tu cuarto. Descansa, llora y despídete de tu vieja vida porque mañana empezarás tu nuevo camino por la senda del Señor.
Sonia caminaba hacia su cuarto acompañada de la otra monja. Miró la puerta que comunicaba con el jardín de la entrada y quiso salir corriendo. Pero su discapacitado corazón, así había quedado después del último golpe, le habló.
-Por favor hazlo por mí. No soportaré otra decepción. Ahí afuera se esconde la maldad. Nos seguirán haciendo daño. No huyas, necesito descansar.
Y Sonia decidió entregarse a una vida vacía pero sin riesgos.
            A kilómetros de allí, Luis aparcaba su taxi y entraba en el bar “La Parada”, no conseguía quitarse aquellos ojos verdes de su cabeza, la última mirada de auxilio de aquella mujer. Su teléfono vibraba en su bolsillo. Tenía una llamada. Era Marta, una mujer de curvas vertiginosas, lengua viperina y vicio en la piel. Una mujer demasiado fácil. Apagó el móvil. No quería sexo. Sólo quería volver a ver aquellos ojos verdes y estaba empezando a idear un plan.