Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Lágrimas de lluvia

 -Estoy decidida.
-¿Cuándo lo decidiste?
-Hace mucho.
-¿Dónde estaba yo el día de esa decisión?
-Hace mucho que dejaste de estar.
Tras una absurda conversación solo quedaba ante ellos una amplia carretera que los conduciría a caminos diferentes una vez llegaran a su destino. Una carretera oscura, que temía a la noche, una carretera que parecía encogerse cada vez que el cielo se iluminaba con uno de sus rayos. Una carretera mojada por las lágrimas del cielo derramadas sobre ella. Una simple capa de alquitrán...

-Creo que deberíamos volver a intentarlo.
-¿Ahora? Sabes cuánto tiempo llevo esperando escucharte decir eso, sabes cuántas noches me he dormido sintiendo las caricias de mis lágrimas. No, ya no hay segunda oportunidad, gracias por la cena y por la velada, que llegó tarde, pero al menos llegó. Esto no ha sido una cita, ha sido el ejemplo de que todo gira en torno a tus deseos. Se acabó está decidido.
-Mi amor. Le dijo mientras le ponía la mano en el muslo haciendo que se estremeciera de deseo por él. La visitó el recuerdo, sus manos acariciándola, manos de las que ella estaba enamorada...su respiración sobre su cuello, su olor y la suavidad de su piel...volvió en sí, nada, ningún recuerdo debía hacerla cambiar de opinión.
-Ya no soy tu amor, le dijo mientras le retiraba la mano del muslo lentamente, para sentirla por última vez.

La luna luchaba contra los rayos y las lágrimas del cielo. Intentó hacerse notar, brillar y con su presencia ablandar el corazón de aquella mujer que tanto había sufrido, pero que estaba a punto de sufrir aun más. Deseó acercarse a ella, susurrarle al oído que a veces hay que amar, perdonar y olvidar. Quiso columpiarla en ella, arroparla y sanar sus heridas, pero ella era la luna, y su única misión era brillar y teñir de romanticismo los paseos de los enamorados a la orilla del mar. No podía cambiar el destino.
La carretera empezó a estrecharse, las curvas jugaban a esconderse y a hacerse más difíciles de encontrar. La lluvia los acompañaba cayendo en el cristal con furia.
-Sabes que me quieres, no te sigas haciendo la dura, he aprendido la lección.
El corazón de Sandy empezaba a ablandarse y él lo sabía. Sabía el poder que ejercía sobre ella, unas cuantas frases cargadas de culpabilidad y esa noche dormiría enredada en sus brazos después de hacerle apasionadamente el amor. La echaba de menos, eso no podía negarlo, su olor, su forma de bailar dentro de su cuerpo con delicadeza. La furia que desataba la primera explosión de placer en ella y su metamorfosis en una tigresa en celo. La deseó, como no la deseaba desde hacía meses.
-No insistas, esta noche solo me llevarás a la puerta de mi casa. No entrarás a mi cuarto y no me enredaré en tu cuerpo. Parecía que le había leído el pensamiento.
La agresividad de la lluvia los puso en tensión a los dos. Aminoró la marcha, no solo por precaución, empezó a intuir que Sandy hablaba en serio y quiso prolongar el regreso a casa. Tenía que hacerla cambiar de opinión y lo conseguiría, solo necesitaba unos minutos más.
-Sandy, yo te quiero. No sé que me pasó, creí...
-No sabes qué te paso, yo te diré lo que te pasó y tiene nombre y apellidos.
-No es lo que crees, siempre juzgando, era una simple compañera.
-Si ya, da gusto tener compañeras a las que meterles la lengua hasta la campanilla.
-Eso fue un error...y me arrepentiré toda mi vida.
La discusión empezaba a calentar el ambiente, la lluvia se enfurecía con cada uno de sus reproches, la carretera se volvía invisible...
-Ese error te va a salir muy caro, llevas dos meses desaparecido, probablemente cometiendo errores con ella y mientras tanto en mi interior está...Un bache los distrajo de la conversación y centraron su atención en la carretera.
-En tu interior qué, crees que yo no me siento mal, que en mi interior no sufro las cosas.
-En mi interior está creciendo un hijo tuyo. Gritó desesperada Sandy mientras explotaba en llanto. La miró perplejo, fue un solo segundo, un segundo en el que apartó la vista de la carretera. El coche se salió de la calzada, intentó frenar pero perdió el control de la dirección, dieron varias vueltas de campana, chocaron contra un muro y después silencio...
Abrió los ojos con dificultad, estaba mareada. Oía voces, la trasladaban en una camilla...”a quirófano tres”, escuchó con dificultad, se cerraron unas puertas e hicieron mucho ruido. Algo entró en su cuerpo, primero un pinchazo, luego oscuridad...Después, aun no se sabe...su último recuerdo, él.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Soñar

Era un gran orador. Aquellos, que embelesados lo escuchaban narrar con lujo de detalles las experiencias jamás vividas, dirían que era un hombre de mundo. Podía describir un amanecer y conseguir que se dibujara ante tus pupilas, con sus cálidos colores bañando el mar. Transmitía, con convicción, cada uno de los hechos que relataba, como una tarde de otoño con el cielo anaranjado, el olor a humedad causado por las primeras lluvias que empapaba la tierra. El aire frío recorriendo tu cuerpo y colándose por las costuras de la ropa. Tenía un don para transmitir imágenes que convertía en historia, imágenes que no había visto, porque él era ciego. Jamás vio un amanecer, nunca observó sentado en el banco de algún parque como las hojas secas de algún lustroso árbol se despedían de él lanzándose al vacío, para luego ser parte del viento y viajar a otros lugares arrastradas por esa fuerza de la naturaleza. Aun así, si te sentabas a su lado y le pedías que te contara cómo brilla la luna en el alto cielo, era capaz de describirte: Es un hermoso círculo blanco que se impone en el cielo haciéndoles perder el brillo a las estrellas, pero no su belleza. Se derrama sobre el mar en forma de manto blanco que le da claridad a los náufragos perdidos en medio del inmenso océano. Pero no debemos olvidar que él, era ciego.
MORALEJA: No dejes de soñar aunque no veas hecho realidad lo que sueñas.

lunes, 27 de agosto de 2012

Tabú

Ya lo cantaba Mecano por aquella época…”nada tienen de especial, dos mujeres que se dan la mano, el matiz viene después, cuando lo hacen por debajo del mantel…”  Y en aquella situación estaban ellas. Dos mujeres con la sensibilidad a flor de piel, con fuego que les ardía en el pecho y convertía en brasas sus corazones. Cuerpos deseosos de descubrir a su semejante, a la que veía tan distinta. Pero no podían, era pecado, dos mujeres experimentando el placer sexual, conocedoras mejor que ningún hombre de lo que podía satisfacerlas.
Y en la oscuridad absoluta de la noche, sumergidas en las paredes de la habitación, enredadas entre las sábanas, ajenas al mundo y el mundo ajeno a ellas, se redescubrían en cada beso, en cada caricia que les erizaba la piel llevándolas a conocer la electricidad. Entre miradas tiernas y largas, besos y susurros llegaban al orgasmo angelical para ellas y sucio para la sociedad. Cuando salía el sol se quitaban el disfraz de amantes clandestinas, de quien sólo era testigo la luna, que las observaba sin juicio ni reproche, y se disfrazaban de amigas heterosexuales, infelices por fingir ser lo que se esperaba de ellas.  Y un día tras otro, en el trabajo o en las cenas con amigos, sus miradas huidizas se cruzaban y se decían mucho sin hablar.
El tiempo pasaba, el amor crecía y las ganas de disimular disminuían. Pero no podían salir a la calle y gritar a los cuatro vientos que eran dos mujeres que se amaban sin reserva ni culpabilidad.
-No podemos seguir así. Comentó Julia una noche después de hacer el amor, mientras fumaban en la penumbra del cuarto veintiséis de un hotel de carretera, donde solían esconderse para saciar las ansias de sus sexos.
-Y qué propones que hagamos. ¿Salir y contarlo? Perderíamos nuestros trabajos, nuestros amigos y nuestras vidas. Julia, vivimos en una sociedad con la mente aún en la dictadura.
-Susana he conocido a un hombre. Le gusto y quiere formar una familia, tiene un buen trabajo en el ejército. Me ha pedido que me case con él y he aceptado. Susana guardó silencio durante unos segundos.
-¿Y nosotras? Preguntó Susana con voz temblorosa.
-Ya no habrá nosotras, es mejor así. Se vistió y salió del cuarto veintiséis con lágrimas en los ojos.
Los años pasaron. Julia se casó y tuvo un hermoso bebé. Susana continúo su vida en soledad colaborando con los más necesitados. Rara vez coincidían por la calle, y si lo hacían miraban hacia otro lado. Aún, cuando se veían en la lejanía, mariposas recorrían sus muslos, calentaban su sexo y aceleraban su corazón. Siempre se amarían, porque el verdadero amor es para siempre.
Una mañana de octubre, el cielo gris parecía predecir una catástrofe natural, el viento arrastraba con todo, dejando las calles limpias y desiertas. Julia caminaba deprisa, refugiándose del frío. Se quedó paralizada al ver de lejos a una mujer, que a pesar de su estado se intuía que había sido hermosa. Llevaba la cabeza cubierta por un gorro de lana, que dejaba ver que no tenía pelo. Su extrema delgadez le impedía caminar erguida y de su tez había desaparecido el color y el brillo. Pero a pesar de ese deterioro supo al instante que era Susana. Se acercó temblorosa. El silencio se instaló entre ellas y las palabras no hicieron falta. Se abrazaron y lloraron juntas. Susana estaba enferma de cáncer, no tenía ninguna posibilidad de vivir. Sus días se consumían con la misma velocidad que lo hacía ella. Julia abandonó a su marido, que nunca fue un príncipe azul, pero si un sapo. Y pasó los últimos días de Susana, a su lado, con su verdadera princesa. Ahora, años después, cuando la sociedad tiene la mente demasiado abierta, cuando ser gay, lesbiana o bisexual es la moda del siglo veintiuno, puedes ver a una anciana señora poner flores cada sábado en la tumba del amor de su vida, en la que se puede leer:  requiescat in pace una mujer, amiga y amante verdadera. Susana Navarro Fuentes. 1969-1999.

El amor nunca es un tabú


viernes, 17 de agosto de 2012

A veces, de vez en cuando...

A veces, de vez en cuando, no entendemos nada. A veces, de vez en cuando, nos rompen el corazón sin pensar si tenemos otro de repuesto. A veces, de vez en cuando, nos mienten sin saber que la mentira viene precedida de la verdad. A veces, de vez en cuando, las palabras y las acciones no van de la mano, se sueltan, perdiéndose en un mundo en el que es imposible volverse a encontrar. A veces, de vez en cuando, le damos a alguien lo que no se merece y no merece lo que le damos. A veces, de vez en cuando, las palabras dejan de ser hermosas al oído transformándose en un ruido irreconocible para el cerebro humano. A veces, de vez en cuando, las promesas dejan de tener valor, se quedan olvidadas en palabras pronunciadas un día, en el que el alma estaba embelesada por el amor. A veces, de vez en cuando, los recuerdos son inolvidables y quieres olvidar los recuerdos. A veces, de vez en cuando, se nos cae el antifaz con el que mirábamos la vida, nadie es lo que dice ser, nadie hace lo que prometió, y lo dicho y prometido se van por el desagüe de tu corazón y descubres que nada es para siempre y siempre es para nada. Y entonces, de vez en cuando, se cae en un lugar oscuro que nos reconforta y del que no queremos salir. Asomamos la cabeza, pero no nos gusta lo que vemos y nos volvemos a sumergir en la historia que deseamos vivir, en la que nos vendieron y compramos sin ticket de devolución, y nos quedamos con lo que no es nuestro, regalando lo que nos pertenecía, nuestra esencia. A veces, de vez en cuando,  todo se soluciona con una mirada larga, un abrazo y una frase: “todo irá bien”. A veces, de vez en cuando, hay tanto por decir…y nada por hacer.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Cerrando capítulos


 


El sonido de la puerta al cerrarse le anunció que acababa de quedarse sola ante aquella situación. Su mejor amigo, aquel que durante dos meses había acudido a su llamada de auxilio, se había marchado y dejó en su lugar sabios consejos que con dolor debía poner en práctica. Sentada en el suelo, abrazando sus rodillas recordaba la conversación.
-Dafne por favor, necesito que esos preciosos ojos verdes dejen de llorar de una vez. Llevas dos meses ahogándolos en lágrimas. Por favor, pon de tu parte. Le dijo preocupado al ver que aquella situación se le estaba yendo de las manos a la dulce Dafne.
-No puedo, no lo entiendes. Cómo aprendo ahora a vivir sin él. Yo lo quiero, quiero estar con él. Me prometió que estaríamos siempre juntos. Me pidió tantas cosas, las mismas que ahora no está haciendo por mí.
-Dafne, tú no puedes pretender que haga las mismas cosas que haces tú por él.
-Pero es lo correcto, mi cabeza no consigue procesar que me pidan que luche, que tenga paciencia, y mil cosas más y que luego me dejen de esta forma. ¿Acaso yo no soy merecedora de que luchen por mí? Repetía entre sollozos.
-Tienes que aprender que todos mienten. Te ha mentido, a él ya no le interesa estar contigo, por las razones que sean, pero no le interesa y tú tienes que aceptarlo. Lo único que estas haciendo con tus insistentes llamadas es alargar tu agonía. No va a volver. Olvídate de sus explicaciones, de sus miedos, inseguridades…cuando hay verdadero amor eso se supera, cuesta pero se supera. Sencillamente se acabó el amor por su parte, y debes asumirlo. Claro que eres merecedora de que luchen por ti, pero él no lo hará. Deja de esperar. Le dolía tener que ser tan duro con ella, pero estaba viendo como en dos meses se había deteriorado física y emocionalmente esperando por alguien para quien ella ya no era importante.
-No lo voy a superar nunca, no puedo, no puedo. Y se abrazó a él, buscando el consuelo que llevaba meses esperando. Lloró, lloró con tanta fuerza que pudo sentir como se le desgarraban pequeñas fibras de su frágil corazón. Fibras que tal vez cicatrizarían, pero siempre estarían ahí para recordarle lo doloroso que era jugar al juego del amor.
-Dafne sabes que me quedaría contigo pero tengo que irme, Martina me espera, además tengo que quedarme con el niño. Se sintió culpable por tener que dejar a su amiga allí, en aquel estado. Pero peor aún se sentía al ver que no era ni la sombra de lo que había sido. Había dejado de ser una mujer feliz, risueña, ocurrente, valiente…convirtiéndose en una joven asustada del mundo, de lo que estaba por venir, de lo que dejaba atrás…no sonreía, no tenía ilusión por nada. Se estaba marchitando como una hermosa flor expuesta al sol sin un poco de agua que saciara la sed de sus raíces. –Escúchame, tienes que empezar a darte órdenes. Cada vez que sientas deseos de llamarlo, de escribirle, envíate la siguiente orden, “No, esto no es bueno para mí, esta persona no me quiere”, tu parte racional tiene que anular a la emocional. Por favor, no te dejes morir. Le dio un tierno beso en la frente y se fue, cerrando la puerta a su espalda, con un terrible dolor por el estado en el que veía a su mejor amiga.
            Ahora que estaba sola en aquella casa donde cada rincón le recordaba a él, a Jose.  Después de repetir en su cabeza una y otra vez la conversación de su amigo, su salvador, el que corría en su rescate cada vez que lo llamaba, a cualquier hora y escuchaba paciente su dolorosa historia de desamor con objetividad y le daba duros consejos cargados de sabiduría, ahora había llegado el momento de tomar las riendas de su vida. Se levantó del suelo y escribió un mensaje de texto: “este mensaje intento escribírtelo con la mayor serenidad que puedo…”  Cuando terminó de escribir, leyó lo que había puesto, ya no le quedaba más por decir ni por hacer, estaba intentando cerrar un capítulo de su vida, un capítulo que le habían obligado a cerrar en contra de su voluntad. Se dirigió a su habitación y sacó de debajo de la almohada la foto con la que llevaba dos mese durmiendo. En ella se veía a Jose tumbado en la cama, dejando descansar el peso de su precioso cuerpo sobre el brazo derecho, con una sudadera gris y cara de interesante. La miró una vez más, la besó y la metió en una caja de madera, -te deseo lo mejor-, murmuró. Junto a la foto guardó un llavero plateado con forma de corazón y piedrecitas rosas, un imán de nevera en el que se podía leer love, un pequeño colgador adornado con un hada, un libro y millones de recuerdos. Lo único que no metió en la caja fue un llavero, era una bola lila con un nudo marinero. Jose se lo regaló el día de su primer beso, una noche en la que él se quedó trabajando hasta tarde y ella fue a visitarlo. Entre risas y coqueteos empezaron a jugar con el llavero y él tomó la iniciativa de besarla. Desde ese día el llavero y el recuerdo de ese primer y mágico beso la acompañan. De eso hacía dos años y diez meses exactamente. Guardó la caja de los recuerdos en el fondo del armario. Fue hasta su escritorio y se escribió una carta a sí misma.
El amor se acaba y duele. Nuca atiende a nuestros deseos, es caprichoso y egoísta. El que abandona tiene sentimiento de culpa, el que es abandonado se revuelca en su dolor como un animal en el fango. El que abandona tiene nuevos proyectos en mente donde no cabe la persona del pasado, el que es abandonado tiene que construir nuevos proyectos sin la presencia de quien creía que estaría siempre en su vida. El peso del fracaso ensombrece el camino. Pero al final siempre queda una canción que cuenta tu historia, un color que describe tu estado de ánimo, un recuerdo que te persigue, el amor que sientes por él y no quiere en su vida y  lo que deseas que se te escurre entre los dedos…y llegados a este punto sólo te queda llorar por lo perdido, por lo que deseaste  y por lo que ya no volverás a tener nunca. A él.
-No culpes a nadie Dafne, él no debe culpa de que lo convirtieras en el sentido de tu vida, y ahora sin él no le encuentres sentido a nada. Se dijo.
Cogió la carta que se había escrito a sí misma y la pegó en el espejo de su dormitorio. Ahora sólo tenía una opción. Aliarse con el tiempo.


jueves, 26 de julio de 2012

Deseos Pecaminosos 6ª parte

           Llegó a casa un hombre diferente del que había salido. Entró en el cuarto de su hija, allí estaba, tan pequeña e inocente, con tanto por aprender.  Le besó la frente y salió en silencio, dejándola dormir plácidamente en su cunita. Se dirigió a su dormitorio. Su mujer también dormía, ajena a la realidad de su marido. Se quitó la ropa y se enredó en sus sábanas de franela. Se inclinó para besar a Lena, pero se quedó en el intento. Descubrió que no le nacía besarla.
Aún conservaba en su piel el olor de la piel de Laura. Una punzada con forma de remordimiento le acusó por haberla dejado allí, hermosa como lucía después del sexo, tapándose la humillación con las sábanas, por haber sido utilizada como una fuente de placer. La punzada se agudizó hasta dejarlo sin respiración. Saltó de la cama guiado por un impulso y cogió el móvil, tecleó tan rápido como pudo.
            Laura estaba tumbada en el sofá, no conseguía conciliar el sueño. Intentaba planear su venganza, la había humillado, dejándola allí de aquella forma después de un polvo olímpico. Se sintió cansada, estaba cansada de oírse gritar en silencio. Había llegado la hora de colgar los guantes.  Ella había empezado aquel juego, y había perdido. Lo mejor que podía hacer era retirarse con dignidad.
            El sonido del móvil la devolvió a la realidad. Era demasiado tarde para que alguien se acordara de ella.
Lo siento de verdad. No quería irme así, no podemos continuar con este juego. Mañana nos vemos en tu casa, lo siento.”
Laura volvió a leer el mensaje y consiguió rendirse ante el cansancio.
            Durante el día siguiente ambos estuvieron enfrascados en sus trabajos. Laura nadaba entre expedientes de casos sin resolver, entre juicios y falsos buenos y buenos malvados. Cirios, en cambio, navegaba entre exámenes, correcciones de trabajos y actas. Es bien sabido que en la docencia los finales de julio son matadores. Pero ambos, entre tanto y tanto, encontraban un momento para mirar el teléfono. No había mensajes, ninguno se atrevía a dar el paso. –Mejor me quedo con las disculpas y finalizo esta historia-. Pensaba Laura entre aliviada y decepcionada. –Vaya, está demasiado enfadada que no me escribe-. Pensaba Cirios en la otra punta de la ciudad.
            La jornada concluyó y Laura llegaba a casa, cansada, física y psicológicamente. Encontró una nota en la puerta: “Date la vuelta”, sonrió y al girarse vio a Cirios escondido detrás de un hermoso ramo de flores blancas.
-Es mi manera de pedirte disculpas.
Entraron en el piso y se relajaron en el sofá. Entre cerveza y cerveza, Laura se quejó de sus clientes y de los casos en los que tenía que defenderlos.
-A veces creo que me equivoqué de profesión, es frustrante defender la inocencia de alguien cuando sabes que es culpable. Va contra mi moral-. Se lamentaba.
-Ufff, pues si yo te contara que esta promoción de Derecho están en la ley del mínimo esfuerzo, escriben haber sin hache-. Ambos rieron.
-¿Qué va a pasar con nosotros? Tú tienes mujer e hija, y yo estoy cansada, bueno, mi corazón está cansado.
-No lo sé Laura.
Y el silencio se instaló entre ellos. Silencio que no sabían manejar. Ella se acercó y lo besó. Él intentó decir algo, pero Laura selló sus labios con un nuevo beso. Siguieron las caricias y la excitación iba en aumento.
-Ven, me apetece jugar. Dijo Laura con una sonrisa pícara en los labios.
Lo cogió de la mano y lo sentó en una silla de madera. Laura parecía divertida.
-¿Qué haces? Preguntó Cirios al ver que le tapaba los ojos.
-Shhhh. Escúchame, ahora voy a pegar en algunas zonas de tu cuerpo estas pegatinas que tienen un número impreso. Tú irás diciendo un número y yo  besaré esa zona. ¿Entendido?
Cirios estaba muy excitado, por el juego, por la espontaneidad de Laura, por poder escapar de la rutina y columpiarse en la luna.
-Uno. Comenzó.
Y ella le beso con delicadeza el lóbulo de la oreja.
-Seis. Continuó.
Laura recorrió con su lengua su torso moreno hasta que llegó a su pezón y lo mordió con una apasionada dulzura.  Cirios cada vez disfrutaba más con el juego.
-Nueve. Suspiró.
Y ella se introdujo el pene en su boca, saboreando el placer que notaba en él.
Cirios no podía moverse. Además de tener los ojos tapados, tenía las manos engrilletadas con unas cómicas esposas de pelo azul.
-Ahora jugaremos a frío o calor. Tú dices frío o calor y yo me encargo del resto. Ah, no te olvides de decir el número. Laura disfrutaba llevando las riendas del juego.
-Frío, cuatro.
Y Laura pasó un hielo por su cuello, a la vez que notaba como él se erizaba.
-Laura por favor, no aguanto más. Susurró.
Ella lo miró y se sentó encima de él, introduciéndolo dentro de su cuerpo. Ambos gimieron deseosos de placer. Le quitó la venda, pero no le soltó las manos.
-Esta vez mando yo. Le dijo al oído.
Y continuaron meciéndose uno dentro del otro, entre fluidos corporales, sudor y deseos pecaminosos, hasta que alcanzaron el placer.
-No se suponía que íbamos a poner punto y final. Preguntó Laura cuando estaban tumbados en el sofá.
-¿Tú quieres que dejemos de vernos?
-No Cirios, pero tampoco quiero destruir una familia.
-No te preocupes. No vas a destruir nada. La atrajo hacia él y la besó.
Siguieron juntos, cada vez las escenas de deseos pecaminosos se daban con más frecuencia. Sus cuerpos se atraían, se deseaban y se abandonaban al placer. Sus almas se extrañaban y anhelaban la presencia del otro en las noches de soledad.
            Una noche, Laura miraba nerviosa el teléfono. Hacía días que no sabía nada de Cirios, y tenía que darle una noticia que haría tambalear el mundo de ambos. No sabía cómo actuar, si llamarlo o esperar su llamada. Se tumbó en el sofá, cogió su portátil y abrió el Facebook. Cuatro invitaciones a eventos que eliminó sobre la marcha y un mensaje. El corazón se le encogió escondiéndose en algún lugar del que no volvería a salir jamás. El mensaje era de Cirios. –Por qué a través de Facebook-. Se preguntó.
“Hola Laura, siento mi ausencia de estos días, lo siento mucho. Mi mujer está sospechando algo. Ha descubierto los mensajes en el móvil. Creo que es mejor que dejemos de vernos un tiempo, hasta que la cosa se calme. Entiéndelo, tenemos una hija. Lo siento. Te quiero.”
Laura permaneció en silencio, no le contestó al mensaje. Todo había acabado como mismo empezó, a través de Facebook. Cerró el portátil y tomó una decisión. Se iría lejos por un tiempo, su trabajo podía ejercerlo en cualquier lugar. Por desgracia, la gente se metía en líos en todas las ciudades. Traería a su bebé al mundo ella sola, y a lo mejor algún día su camino y el de Cirios volverían a cruzarse.

jueves, 19 de julio de 2012

La pena

La desolación la visitó cuando se instaló en su cama la pena. Llegó lenta y silenciosa, ataviada con un viejo vestido gris. Su cabello blanco y desaliñado hacía juego con su vestido. En su rostro pálido resaltaban dos medias lunas oscuras que le daban profundidad a sus ojos. Su mirada perdida te invitaba a perderte con ella en el abismo de la soledad y el vacío.
Ella dormía, o fingía hacerlo cuando sintió como la esperanza se disipaba, la abandonaba. La vio levantarse con cuidado de la cama, la esperanza la miró una vez más y de puntillas se alejó sin hacer ruido. Su larga melena castaña adornada con bucle y su hermoso vestido verde se mecían con el viento que entraba por la ventana. Su luz se difuminaba a medida que se alejaba y con ella se llevó todos sus sueños, ilusiones y esperanzas de tener una segunda oportunidad para ser feliz.
La esperanza y la pena se encontraron en el camino. Una se iba, tal vez para no volver jamás; la otra llegaba, tal vez para quedarse para siempre.
Tuvieron una pequeña conversación:
-Bienvenida. Le dijo la esperanza a la pena.
-¿Se ha dado por vencida? Preguntó apenada la pena.
-Sí. Cree que yo la he abandonado. Pero no es así. Simplemente no puedo estar donde no me quieren. Ha dejado morir su alma, y con ella sus sueños, ilusiones y esperanzas.
                La pena y la esperanza intercambiaron una última mirada y se encaminaros a su nuevo destino.
                La pena se instaló en su cama, se hizo un hueco en su vida, se acomodó en su mirada, borró su sonrisa y fue amueblando poco a poco su nuevo hogar, el corazón de aquella joven.
                Amaneció y sus verdes ojos despertaron con los primeros rayos del sol despuntando en el alto cielo. Se sintió algo extraña. Recordó el sueño que había tenido durante la noche; dos mujeres, una de gris, otra de verde; una se iba, otra venía…pero las imágenes estaban borrosas. Se miró al espejo y observó cómo su verde mirada había perdido brillo, sintió una punzada en el corazón y el abatimiento la golpeó de lleno en el alma. Descubrió lo que le ocurría, y también descubrió que no había sido un sueño. Desde ese día arrastra tras de sí una sombra gris, con dos lunas dibujadas bajo los ojos…

viernes, 13 de julio de 2012

Saboreando los veintisiete




           Llegan lentos, sigilosos, y se van acomodando casi sin hacerse notar. Llegan los veintisiete, con cada uno de sus días, de la mano de las semanas, seguido por los meses, encadenados a los años. Llegan y son bien recibidos con una taza de té.

Los recibo con tacón alto, rímel en las pestañas y perfume de coco. Tacón alto para sortear los obstáculos de la vida; rímel en las pestañas para desafiarla con la mirada; y perfume de coco para dejar huella a mi paso.

              Saboreo los veintisiete y voy cosiendo retales del pasado. Lejos quedan los años de universidad y las noches en vela unidas a las tazas de café. Más lejos aún el instituto, los amores de pasillo, la rebeldía, la adolescencia y las hormonas revueltas. Casi como un lejano recuerdo está la etapa de primaria. Maestros que dejaron huella y otros que no consigo recordar.  Y por último, y casi como una ilusión que pasa por mi mente, flashes que realmente no recuerdo. Mis primeros pasos, la visita del ratoncito Pérez...

Y nuevamente los veintisiete, que se sientan silenciosos a mi lado en el sofá.

Huele a tarta, a cumpleaños, a sueños de futuro, a ilusiones y desilusiones. Huele a soplar las velas y pedir un deseo, que tal vez no se haga realidad.

Se oyen risas, se reciben buenos augurios, se sonríe y se dan las gracias. Te rodeas de mucha gente, de tu gente. Los observas y agradeces que formen parte de tu vida. Pero faltan personas, hay alguna ausencia. Se ensombrece mi rostro y me visita la nostalgia.

       Saboreo los veintisiete con la serenidad que te dan los años, con la resignación que adquieres con el sufrimiento y con la ilusión de lo desconocido. Un nuevo año con cada uno de sus días, de la mano de las semanas, seguido por los meses, encadenado de los años. Una nueva etapa por descubrir, con mucho que aprender y más aún por sentir.

      Saboreo los veintisiete y terminan de instalarse en mí. Los abrazo, les cojo de la mano y andamos juntos, ya que serán mis compañeros de viaje durante un año, con cada uno de sus días...

miércoles, 11 de julio de 2012

El Corazón

         
Detalle de corazón de sauce Foto de archivo - 8679308
        Había una vez un corazón herido y confundido que vagaba solitario por el bosque. Abatido se dejó caer en una roca que descansaba a la sombra de los pies de un árbol. El corazón suspiraba y se miraba las heridas. Los cortes en su cuerpecito rojo afeaban su saludable figura. De sus grietas emanaba sangre como agua de un río. El corazoncito cada vez estaba más pálido.
El árbol, viejo sauce que llevaba miles de años allí, plantado, y conocía mejor que cualquier otro elemento de la naturaleza de los dolores del corazón, le habló:
-Pequeño corazón, estás impregnando mis raíces de ese líquido pegajoso.
El corazón se sobresaltó al ver que el árbol le hablaba, se disculpó e intentó levantarse y buscar otro lugar para convertirlo en su lecho de muerte.
-Ese es tu problema corazón, a pesar de estar emanando sangre de tus heridas, decides levantarte y caminar para darme gusto a mí. Dijo el viejo sauce.
-Es que no me gusta molestar a nadie. Se disculpó el corazoncito.
-Por esa razón estás así de herido, por pensar en los demás y no en ti.
-¿Y cómo pienso en mí antes que en los demás? Preguntó intrigado el corazón.
-Es muy sencillo, debes sentirte bien tú, sin hacer sentir mal a los demás. Lo que no debes hacer es sentir bien a los demás pagando el precio de sentirte mal tú.
            El  corazón pensó en ello, llevaba toda su vida sintiendo amor, comprensión, dulzura, ternura y miles de sentimientos buenos por los demás, pero le gustaba hacerlo, era su naturaleza y sabía que en algún momento todo le sería devuelto.
-No, viejo sauce; yo doy amor y sé que recibiré amor.
-¿Eso crees? Hagamos una prueba, es hora punta y empezarán a pasar por aquí varios seres. Veremos quién te devuelve amor.
El corazón aceptó el trato, convencido de que haría entrar en razón al sauce.
El primero que pasó era un ser feo, su cara estaba tensa y parecía mal humorado.
-Hola. Le dijo el corazón.
El ser lo miró y siguió andando.
-Hola he dicho.
-¿Qué quieres? No tengo tiempo que perder.
-Soy el Corazón, ¿cómo te llamas?
-Me llamo Egoísmo. ¿Qué quieres?
-Estoy herido, como puedes observar, ¿podrías ayudarme o hacerme compañía hasta que me muera?
El egoísmo rió a carcajadas. -No tengo tiempo, me voy a casa a dormir.
-Pero necesito ayuda. Insistió el corazón.
-Pues busca a otro, le grito el egoísmo mientras se alejaba.
El sauce sonrió y el corazón se sintió un poquito más pequeño. De lejos vio acercarse a otro ser. Este era hermoso, llamativo, cautivador…
-Hola, soy el Corazón. ¿Quién eres?
-Soy una reina.
-Una reina de qué. Preguntó el corazón sorprendido ante tanta belleza.
-De un gran palacio. Contestó ella convincente.
-¿Y cuál es tu nombre?
-¿Mi nombre?...dudó un momento.
-Es la mentira. Dijo el sauce. -Y no es reina de ningún palacio.
El corazón se entristeció.
-Podrías ayudarme, estoy herido.
-Sí claro. Dijo la mentira. –Ahora vengo.
Pero nunca apareció.
            De repente vio una sombra moverse entre los arbustos.
-¿Quién está ahí? Preguntó el corazón.
De entre los arbustos salió una ser cabizbajo, con la mirada perdida y algo tembloroso.
-Hola soy el Corazón, ¿quién eres?
-Soy, soy…soy el Miedo.
-Hola miedo, estoy herido. ¿Podrías ayudarme?
-Yo, es que, mmm. No puedo me da miedo.
-¿Miedo, de qué?
-No sé…Y sí te mueres, o y sí me enamoro de ti, y sí…Mejor me voy.
Y desapareció entre los arbusto como mismo había venido.
            Los latidos del corazón disminuían al ver que de sus heridas emanaba más sangre. Cuando se dio cuenta vio a otro ser a su lado, pero estaba tan decepcionado que no quiso dirigirse a él.
-Tú ganas sauce, me rindo.
El sauce se engrandeció creyéndose conocedor de todos los sentimientos de la naturaleza.
            El nuevo ser que estaba al lado del corazón era un poco extraño, andaba medio encorvada, sus cabellos estaban desaliñados, pero en su rostro había una gran luz.
-Hola, ¿qué te ocurre?
El corazón se sorprendió al ver que aquel ser se dirigía a él.
-¿No quieres hablarme?
-No. Contestó molesto el corazón.
-¿Por qué? ¿Te he hecho algún daño?
-Tú no.
-Entonces, ¿te lo han hecho otros?
-Sí.
-¿Y por haberte hecho daño otros, te enfadas conmigo? ¿Tu nombre es Injusticia?
-No, mi nombre es Corazón.
-Ah, pues pensaba que el corazón sería noble y daría amor.
-Pues no. Gritó el corazón enfadado.
Sorprendido vio como aquel ser se sentaba a su lado.
-¿Por qué te sientas, si quiero que te vayas?
-Porque soy así. Soy la Esperanza y creo que tú me necesitas.
El sauce se sorprendió al ver que aún había seres dispuestos a ayudar.
-¡Eres la Esperanza! ¡Eres buena! Gritó el corazón entusiasmado.
-Sí, lo soy, pero no sólo yo. También está la Comprensión, la Empatía, la Valentía y muchos más. Somos un gran grupo. Si quieres puedes venir conmigo y conocerlas.
El corazón estaba muy contento, y milagrosamente de sus heridas ya no salía sangre.
-¡Claro que iré! Perdóname por haber sido tan desagradable.
-No te preocupes, sospecho que antes te cruzaste con el Egoísmo, la Mentira y el Miedo.  Pero has sido valiente y has confiado en la esperanza.
La esperanza lo ayudó a levantarse.
-Siento haber mojado tus raíces, viejo sauce. Se lamentó el corazón.
Pero el sauce lloraba.
-¿Por qué lloras? Preguntó la esperanza.
-Porque me he dejado contaminar por el egoísmo, la mentira y el miedo, llegando a perder la esperanza.
-No te preocupes señor sauce, te has dado cuenta y ahora sólo tienes que volver a sentirme.
Y los tres se abrazaron. El corazón y la esperanza fueron a buscar a la comprensión, a la empatía y a la valentía, y todos juntos regresaron junto al sauce para establecer su hogar.


FIN


lunes, 2 de julio de 2012

Deseos pecaminosos. 5ª parte.


            Llevaba días pensando en aquel encuentro y recriminándose el comportamiento de estúpido que tuvo. A su edad, y que aquella jovencita lo manipulara de esa forma. No entendía su comportamiento, cada vez que ella estaba cerca perdía el control, sus deseos pecaminosos lo arrastraban y lo convertían en su esclavo. Lejos quedaba el Cirios melenas terror de las nenas de antaño, como solían llamarlo  sus amigos al ver que se llevaba a la cama a cualquier palo con falda que le menease la melena y que quedaban tan satisfechas que insistían en repetir. Pero se sentía mayor, tal vez oxidado. Había perdido práctica, se había acomodado y todo ello unido a la falta de pasión de su mujer y al tornado que era Laura, sentía que la situación lo superaba. La comunicación a través de las redes sociales continuaba. Ella, puro morbo, conseguía con cada mensaje quitarle el óxido de su miembro viril.
            Estaba decidido, quedaría con ella una vez más, le haría el amor salvajemente y luego desaparecería para siempre dejando sólo el rastro de una verdadera noche de pasión.
            A las nueve de la noche estaba frente al portal del piso de Laura, más arreglado de lo normal, más nervioso de lo habitual y con una botella de lambrusco en la mano. La puerta principal se abrió y subió hasta la tercera planta. La puerta del piso estaba entreabierta. Dentro olía a jazmín, había varias velas aromáticas encendidas y la voz de Amy Macdonals rompía el silencio. La mesa estaba preparada para dos al lado del balcón, que invitaba a unas vistas preciosas. La ciudad dormía en silencio engalanada con su vestido de luces. Arropando la mesa un mantel rojo, decorándola cubertería y vajilla de diseño. Buscó a Laura, y al verla salir de su dormitorio con aquel vestido rojo de gasa que dejaba ver que no llevaba ropa interior, tiró al suelo su armadura de super macho. Disimuló.
-Oh que detalle, has traído vino. Le dijo divertida mientras le quitaba la botella de las manos y la descorchaba con coquetería.
-Estás muy guapa. Consiguió pronunciar. Y ella le sonrió.
-¿Comemos? Preguntó ella indiferente creyendo que esa noche también tendría el mando.
            La cena transcurrió de forma agradable. Hablaron de cosas importantes y por un momento se olvidaron de los deseos pecaminosos y los unió la amistad, el cariño y la complicidad que si te descuidas conduce al amor. Del lambrusco no quedaba ni una gota. Reían sin motivo. Guardaban silencio y compartían miradas largas. Pero Laura se alertó, aquello era precisamente lo que no buscaba, de lo que quería huir. Así que subió la guardia y empezó con su juego. Acariciaba la pierna de Cirios por debajo de la mesa. Subía su pie y rozaba su entrepierna con delicadeza. Lo miraba con picardía y mordía las fresas con tanto deseo que se excitó ella misma. Viendo la incomodidad de él, verlo moverse en la silla, nervioso, torpe, hacía que ella más jugara, más poderosa se sintiera. Cirios la miró. Cuanto deseaba a aquella maldita mujer que le estaba haciendo perder la cabeza. De algún lugar resurgió su orgullo masculino, se levantó de golpe. Laura, sorprendida se puso tensa. Acababa de desatar la fiera y aquella noche había perdido la batalla. Cirios la levantó de la silla con violencia y le arrancó aquella gasa que sólo acariciaba su cuerpo. Viéndola allí desnuda frente a él ya no parecía tan peligrosa, tenía un cierto aire de fragilidad que lo excitó aún más. La volvió a mirar. Aquellos pechos turgentes que desafiaban la ley de la gravedad. Sus curvas, parecían estar esculpidas por el mismo Vincenzo Danti. Y era toda para él. Esa noche sería sólo suya, y después desaparecería dejando su olor en la almohada. La cogió en brazos y la llevó a la cama. La lanzó allí como si fuese una pluma. Laura estaba aturdida por aquella reacción. Pero a la vez húmeda y deseosa de ser tomada, maltratada sexualmente. Cirios se desnudó. Ella recorrió con sus ojos su cuerpo. Estaba fuerte. Había mejorado con los años. Su piel morena en contraste con su pelo rubio. El torso terso, las piernas musculosas. Un hombre, eso era lo que tenía delante. Un hombre con deseo, así lo demostraba su pene erecto. Se estremeció al mirarlo. El recorrió sus piernas y llegó a su lugar secreto, a su guarida. Lamiéndole su interior, bebiendo de ella. Laura jadeaba. Estaba a punto de alcanzar el climax y él lo notó por sus pequeñas contracciones. Pero no la dejó llegar. Esa noche mandaba él. Siguió recorriendo el mapa de su piel con su lengua. Mordió sus pezones, cada vez más rígidos y mordió su boca. Ella le susurraba que la penetrara.
- Shhh, relájate querida. Estamos en los entrantes. No quieras llegar tan rápido al postre. Te puede sentar mal la comida. Le susurró, evocando en ella los recuerdos de la última cita en el local chill out. Y haciéndola ver que había iniciado un viaje peligroso en el que no llevaría el timón del barco.
            Él seguía concentrado en hacerla disfrutar. Y cuando vio que se rendía al placer la penetró. Gritó. Laura soltó un grito ahogado y sumiso. Se rindió ante su hombría. Y él continuaba moviéndose dentro de ella, bailando con su sexo en su interior una danza suave, a veces más agresiva. Pero ante todo placentera. Los cuerpos de ambos se fundieron y se derritieron de placer. Se mordieron, clavaron sus uñas, gemían y cuando los cuerpos de ambos se tensaron, cuando sus ojos se quedaron en blanco fue cuando llegaron al éxtasis del placer. Sudorosos y con la respiración entrecortada permanecieron tumbados. El silencio se prolongó. Cualquier palabra podía estropear aquel apasionado momento. Se miraron. Cirios sintió verdadera ternura por aquella bella mujer que lucía aún más guapa después del orgasmo. Pero tenía que ser cauto. Detrás de aquel angelito podía encontrarse un demonio que quería llevarlo al infierno. Y él no podía permitir semejante descuido a su edad. La volvió a mirar. Se levantó de un solo movimiento y comenzó a vestirse. Laura seguía en silencio. No podía creer lo que estaba sucediendo.
-Buenos, ya hablamos por el Facebook. Le dio un beso en la frente y se marchó. Dejándola probar de su propia medicina. Laura, con el orgullo herido permaneció en silencio en su cama, tapándose sus vergüenzas con la sábana, ya que las del alma habían quedado al descubierto. Ella había comenzado el juego, y no le gustaba perder. La partida se le había complicado un poco, pero no estaba perdida.

La amistad

Esta poesía está dedicada a mis amigas, que las quiero y a él, ese amigo que ha reído conmigo y me ha secado las lágrimas, y que siempre, siempre está ahí.



Las amigas son el tesoro de Indiana Johns,
el petróleo de Alí Babá,
y un regalo de Dios.
A veces no están presentes,
pero tampoco permanecen ausentes.
Son locas, descuidadas,
son groseras y educadas.
Son angelitos del Señor,
 que cuidan del corazón,
de sus demás amigas,
en momentos de dolor.
A veces se enfadan,
pero no tardan nada,
en reconocer su error,
y pedir perdón.
Las amigas son diamantes en bruto,
que no hay que pulir,
son minerales de la tierra,
que te hacen sentir,
que por mucho que gire el mundo
 o te hagan sufrir,
siempre estarán dispuestas a hacerte sonreír.