Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Sonríe, mujer

A ti, mujer, sonríe:
A ti, que intentas disimular las lágrimas coloreando las pestañas con un toque de rímel negro.
A ti, que te perfumas las tristezas con Chanel número cinco.
A ti, que te arrancaron un hijo de las entrañas aún cuando deseabas que permaneciera bien agarrado a ellas.
A ti, que te dejaron morir de frío cuando implorabas un abrazo.
A ti, que te enmudecieron con la ausencia de unos besos descaradamente deseados.
A ti, que te maltrataron con la indiferencia cuando más presente anhelabas estar.
A ti, que te desnudaron despacio arrancándote las prendas que te cubrían de mentiras. 
A ti, que por arriesgarlo todo te quedaste sin nada.
A ti, sí, a ti...y a tantas muchas otras.
¡Sonríe! Sí, sonríe, porque aquel que te dijo palabras hirientes quizá no sepa comprenderse. 
Sonríe a la luna, que hace realidad los sueños y sí no los tiñe de oportunidades para avanzar.
Bienvenidas sean tus tristezas, esas que sin querer te darán la entereza.
Bienvenido el sufrimiento y el apasionamiento, que en una nueva piel mutará.
Bienvenida cada lágrima salada que de ti compondrá al mar... Y bienvenidas las despedidas y con ellas las heridas que poco a poco sanarán.
¡Sonríe, mujer! Sí, sonríe, porque bienvenida es tu sonrisa y el milagro de que vuelva a florecer.

martes, 26 de agosto de 2014

Sueños

La torpeza se apodera de mis dedos temblorosos, esos que cuando llegan a tu boca se deshacen en el deseo de tocarla. Lástima que estés muerto y mis caricias no ericen una piel inerte que yace bajo mis sábanas, esas que también se niegan a deshelarte con el calor que fragua en mi interior. Mis labios recorren intranquilos los recovecos de tu alma, llamándote, pidiéndote que vuelvas a cruzar al otro lado y te alejes de la luz...por mucho que brille, por mucho que incite. Y voy muriendo en la desesperación de no dar vida a un corazón brioso que ha decidido contener los latidos como un niño mal criado que contiene la respiración por una rabieta. Y se tiñe todo de negro, tu sentir, mi pesar. Descendemos. Me miras. Sonrío, y entiendo que nunca exististe y que yo vivo de sueños. Amanece y te vas, me despido con un hasta luego, ya que por costumbre o necedad, en mis sueños noche a noche te vendrás a enredar. 

miércoles, 20 de agosto de 2014

Mi abuela la chamana

Mi abuela era chamana. No. No crean que era de esas brujas con plumas en la cabeza, collares de dientes de elefante y pintadas en la cara con la sangre de algún animal sacrificado. Mi abuela era una chamana de las buenas. De metro cincuenta (albergaba mucha sabiduría en poco espacio). Con el pelo blanco, muy largo, y la cara redonda como la luna llena. Vivía en el centro del bosque, a ella le gustaba llamarlo el centro de "La madre tierra", en una cabaña de roble, donde siempre olía a sahumerio, para honrar su hogar, el que consideraba que estaba vivo.
Mi abuela se dedicaba a devolver el alma al cuerpo de la gente y a sanar los corazones rotos. Yo, a mis diez años, no entendía como alguien sin alma ni corazón (o al menos roto) podían llegar hasta Hamuaguaka (como llamaba mi abuela a su casa). Cuando esto sucedía mi abuela me mandaba a jugar al bosque (pero nunca fui muy obediente) y solía esconderme entre las cañas de bambú del patio y observar lo que sucedía. El desalmado permanecía de pie en un círculo hecho con hojas de laurel. Mi abuela caminaba alrededor de él haciendo gestos de disgusto con la cabeza. Luego se untaba las manos con aceite de lavanda y las colocaba unos segundos en varias partes del cuerpo, algo llamado chakras. Encendía incienso y danzaba dando pequeños saltitos alrededor del enfermo mientras cantaba: LY OLAY ALE LOYA (danza del círculo) a la vez que tocaba el tambor. Cuando estaba en trance cesaba el baile, rezaba para llamar a sus animales de poder; la tortuga de tierra, que aporta serenidad y equilibrio y posee el don de esconderse en su caparazón mientras amaina la tormenta. Y el elefante, cuyo significado es la fuerza, el poder y el honor. Cuando atendían a su llamada, ponía las manos en el pecho del herido y con un golpe le devolvía el alma. Para el corazón roto les hacía beber el elixir del desamor: manzanilla, flor salvaje y diente de león...ayunar once días y los pedazos se recompondrían.
- Abuela, ¿por qué si desde que era niña me decías que el amor es lo más importante de la vida, vienen tantas personas con el corazón roto en busca de tu ayuda?-.
Le pregunté mientras bebíamos nuestra ayahuasca de las siete de la tarde, infusión con la que el espíritu salía de nuestro cuerpo sin que este muriera.
Mi abuela bebió, miró al frente, allí, al corazón de la tierra, donde podías escuchar palpitar las raíces de los árboles.
-El amor, pequeña, es parte de nuestra naturaleza. Es el estado de sentirse felizmente conectado a otro o el acto de llegar a conectarse. Es extender nuestro ser para incluir a otro.
-Entonces, abu, ¿por qué se acaba si es nuestra naturaleza, nuestra razón de ser, el fin último del ser humano?
-La duda es lo que debilita al amor. Cuando aparece la duda sobre la existencia del amor, entonces nace el miedo y con  él muere el amor. El miedo interfiere en el amor porque es lo opuesto a este. Cuando crece el miedo, mengua el amor, pero aumenta la necesidad de ser amado.
-Es todo muy complicado, abu, sigo sin saber qué se debe hacer.
Mi abuela me miró sabiendo que sólo lo entendería en el momento adecuado, aún así continuó hablando.
-Pues amar, aumentar la dosis.
-¿Entonces, abu, para superar el miedo y la duda que genera  el amor, la solución es el amor? ¡Es todo muy raro! ¿Y si es tan simple por qué la gente sigue viniendo con el corazón roto y sin alma?
-Porque dejan de amar.
-Pero no pueden hacerlo, se les ha roto el corazón y se les ha largado el alma.
-Escucha, pequeña, algún día no estaré y te romperán el corazón ahuyentando al alma, sólo podrás solucionarlo amando al dolor y este cesará.
De esa conversación hace más de veinte años. Ahora, aquí, en Hamuaguaka, bebiendo sola nuestra ayahuasca, sin alma y el corazón roto, intento amar al dolor... Pero no puedo, abu,  no puedo. Y pido, que allá adonde hayas ido el día de tu partida (hace ya tanto) encuentres un hueco para devolverme el alma y recomponerme el corazón.

sábado, 16 de agosto de 2014

Muere

Muere lento un sueño que nunca despertará.
El aliento de un verso contenido,la rima maldita de un destino sin sentido.
Muere lento el recuerdo de tus besos al despertar, los paseos largos  en compañía y en soledad.
Muere lento el adiós que partirá con el corazón roto,hastiado y sin ganas de amar.
Muere lenta la ilusión, las caricias y las noches de amor.
Mueren lentas las ganas de escribir, de hacer prosa con el dolor que parece no tener fin.

jueves, 14 de agosto de 2014

El día de mi partida

Cuando decida partir de este hermoso lugar que me rodea, dejar atrás al sol y a la luna y el aleteo de esa mariposa naranja y negra que últimamente me persigue, pensarás en mí. Tú y todos aquellos que me quisieron y los que no me quisieron también. Habrá quien llore mi ausencia y quien la festeje por todo lo alto (una menos con la que compararte, una menos con la que competir) a mí, que me habré ido, me dará igual...también me lo da ahora, y sigo aquí. Cuando decida partir no me llevaré nada conmigo, no facturaré equipaje. Los sueños se los regalaré al señor del parque, ese que por unos euros toca el violín con dedos prodigiosos y hermosa sonrisa desdentada que refleja la luz de su alma. Los besos que di (todos con verdadero amor) se los regalaré a esa joven pareja de enamorados que caminan de la mano y la cabeza baja, porque no quieren que el otro lea en el rubor de sus mejillas el amor que está naciendo en ellos. A esos también les regalaré mi valentía y mi coraje, para que no se asusten y salgan corriendo ante la primera flecha de punta rota que les lance Cupido para poner a prueba su amor. A él le regalaré sentimientos femeninos (para que sea capaz de amarla como lo amará ella) y a ella le regalaré amor propio (para que no lo ame a él más que a sí misma). Mi pasión por la vida se la regalaré a esa mujer que anda con prisa y hombros encorvados, llevando las bolsas del supermercado y unas enormes gafas de sol para ocultar esa caricia malquerida que ha teñido su ojo de morado y lleva las palabras latentes de un : "lo siento, no quería hacerlo". Sí, a ella le regalaré mi pasión por la vida, para que irgue su espalda, suelte las bolsas, deje de esconder su mirada dañada y se diga: voy a vivir mirando para mí, a sacudirme los golpes y limpiar las telarañas que me impiden verme. Puede que a ella también le regale un lienzo blanco para que pinte la vida que quiere...que desea. 
Mi paciencia se la regalaré aquel aprendiz que da golpes al viento enojado porque una vez más ha fracasado. -Paciencia, amigo, las grandes cosas se consiguen fallando mucho e intentándolo aún más-. Le susurraré sin que me vea, pues ya me habré ido. Seguiré volando por el cielo con mi bolsa de regalos, sin trineo ni renos, y en pleno verano. Mi astucia se la regalaré a aquella anciana que cuenta el dinero que acaba de devolverle la dependienta. ¡Siempre un euro de menos! Ya no sucederá más. El eco de mi risa lo dejaré flotando en el aire, para contagiar a los deprimidos y a los enfadados. Mis ojos curiosos se los cederé a algún niño, sólo él podrá ver más allá de lo que todos ven o de lo que quieren ver. Sólo él será capaz de ver que la luna le sonríe, que las flores le tiran besos y la vida tiene candados en los pies que le impiden salir corriendo a vivir. ¡Pobre vida! Mis abrazos serán para las nubes y cuando llueva les abrazaré a todos...a ti que te conozco, y a ti que no sé quién eres, pero un abrazo no amarga a nadie. Mis miedos me los llevo conmigo,no para facturarlos ni para repetirlos y mucho menos para que me hagan de almohada...simplemente, lo que no quiero para mí no lo quiero para nadie. Y ya poco me queda por dar en este testamento improvisado, me queda el amor que se convertirá en sal, y cuando te bañes en el mar, ahí de mí te podrás saciar. 
Ya estoy lista para mi partida, sin equipaje se viaja mejor, una sonrisa escondida y un suspiro de amor. Caigo en la cuenta de que aún me queda algo por dar, mis letras revueltas que buscan dueño que las haga rimar. ¿A quién se las podré regalar?

martes, 12 de agosto de 2014

El don de la palabra (escrita)

Sí hubiese sido bendecida con el don de la palabra (escrita) quizá te habría compuesto una canción, acompañada de dulces acordes que te susurraría en el silencio de la noche mientras duermes. Podría haber luchado, haber llorado, haberte escrito despacio y con buena letra que me enamoré de ti como nunca, como de nadie. 
Sí hubiese sido bendecida con el don de la palabra (escrita) podría haberte dedicado un poema, de esos con metáforas (tus ojos son los luceros que guían mi camino) con rimas (ahora sé lo que es el amor, que soñaba con tu llegada en mi interior) o con hipérbaton (de la ausencia teñiste mis noches). Podría haber jurado, haber soñado, haber inventado un cuento donde amar fuese sencillo y para siempre. Podría haber buscado mil formas de frenar el huracán que me atormenta y sacia las caricias que me das. Podría haber borrado las letras del adiós que sin querer que ocurriera nuestro miedo provocó. 
Sí hubiese sido bendecida con el don de la palabra (escrita) podría haberte dicho tantas cosas sin decir...pero ya que más da. No estás, te has ido, y yo me quedo con las letras enredadas en los dedos, de los que me sangra la tinta de lo que no te escribí. No leerás jamás que le diste vida a mi piel muerta con el roce de la tuya. Nunca entenderás que tu presencia (a veces ausente) reconstituía las partículas de mi ser formando un compendio perfecto de felicidad. No se dibujará la grafía de mi alma, la sincera, que expresa lo que callo, lo que oculto...
Sí hubiese sido bendecida con el don de la palabra (escrita) me hubiese despedido con una carta, en la que explicarte el por qué de mi partida, que aunque impotente, dolorosa y resignada, fue la decisión acertada. Pero no me bendijo Dios ni Mahoma o Alá...no nací con ningún don del universo o del cosmos...no sé expresarme ni expresarte, así como tampoco olvidarte. Pero lo que sí sé, de lo que no me cabe duda y puedo contar, narrar y expresar con miradas (porque no sé, y lo sabes, hacerlo de otra forma) que aunque fugaz tu presencia, indescriptible, fue un regalo.

miércoles, 23 de julio de 2014

Microcuentos

Cuatro cosas quiero gritar,
a los cuatro vientos que me hacen callar, 
cosas como que amarte es mi felicidad,
aunque en secreto esta pasión deba fraguar.
Vientos alisios vienen a susurrar,
otras tantas pecaminosas de rebelar,
y ya con la borrasca es inevitable callar
que muero por beberme tu boca,
que sabe a dulce de leche y mazapán.

Y sin que tú lo sepas,
serás mi princesa,
aunque entre tus sábanas no teja,
los hilos de mi entereza.
Ya te dije, amor, que no me vengas con rarezas,
que te pinto de colores los miedos y tristezas.

Sí tan sólo un instante fuese eterno, y el frío de un adiós fugaz, no dolería tanto tu ausencia ni las horas muertas en las que no estás.

Ahora que quiero contar tu historia con los versos malditos del desamor, sangran las hojas impregnadas con el aroma a tinta de olvido y borrón. Se desgarran en prosa las caricias del corazón y lloran en narrativa con lágrimas de perdón.

Y ahora que no te tengo, me duelen los besos que no te di.
Los sin sabores de la vida que huelen a derrota y a jazmín.
Versean  mis labios bohemios sobre la noche en la que te conocí,
donde hasta los gatos callejeros maúllan tu nombre al dormir.

Quiero querer-te,queriendo-me...quiere-me queriendo-te porque sólo queriendo-nos nos- querremos como merecemos...

Cosas del querer

Por qué duele tanto esto del querer, que va tejiendo ilusiones con aroma a miel, cosiendo sentimientos con agujas de cordel y pintando mariposas en sus sueños de papel.
Por qué cuando crece se instala la insensatez, que le da paso al miedo traicionero e infiel, destiñendo los colores que bañaron alguna vez la inocencia de ambos de vernos envejecer.
Por qué se sienta a tú lado el olvido sin querer, cuando permanecer en tu memoria es el anhelo de mi ser, y se desdibuja mi figura que pertenece a ese ayer, al que yo me aferro sabiendo que me va a vencer.
Por qué se me escurren entre los dedos los te quiero que escuché a la sombra de aquel árbol que acunó nuestro perecer a base de besos de aceituna, caramelo y praliné, y caricias dulces que me hicieron enloquecer.
Que cosas estas las del querer que aún matándome mil veces mil volvería a nacer para buscarte en otras vidas con otro rostro u otra piel y dormirme en tu regazo mecida por los verso que inventé.

martes, 15 de julio de 2014

Microcuento

Y ahora que no te tengo,
me duelen los besos que no te di,
los sin sabores de la vida,
que huelen a derrota y a jazmín.
Versean mis labios bohemios
sobre la noche en la que te conocí,
donde hasta los gatos callejeros
maúllan tu nombre al dormir.

jueves, 10 de julio de 2014

Vivir

Y decidió vivir...quitarse las telas de arañas que enredaban un corazón que en algún momento deseó galopar con el viento a favor acariciando su cara. Decidió vivir porque había soñado que desde el cielo (donde le tocaba ir) no podría ver bonitos amaneceres (ese regalo era para los mortales). Decidió vivir porque aún le quedaban labios por besar, corazones que romper (o mejor arreglar) melodías que tararear y canciones por bailar. Decidió vivir para encontrarse en cada mirada y regalar sonrisas. Para empaparse de las gotas del rocío y abrigarse del frío con abrazos. Decidió vivir una vez más, se juró que sólo una, para correr más rápido que en vidas anteriores y andar despacio sin dejarlos escapar (a los momentos) en los que poder decir TE QUIERO sin el velo del orgullo o del miedo...porque los te quieros no dichos, los silenciados por cobardía o postergados para "más adelante", no se pronuncian solos, se van contigo y te recuerdan (con falta de aliento) que no existe el "dar de más" que así te vas más ligero,más libre, más sincero. Decidió vivir porque no quería dejar nada en el tintero, sólo la pluma gastada de su historia escrita y con final feliz. Decidió vivir para poder cerrar los ojos ante una caricia y sentir con el alma, para saborear la sal de sus lágrimas de felicidad. Decidió vivir porque nada es lo que parece y todo es lo que ves...sin más. Para hacer rimas con los versos torcidos del desencuentro. Para aprender a tocar el violín y contar con las notas sordas o las bulliciosas, las afinadas y las desentonadas, que había decidido vivir una vez más para no morir sin aprender a hacerlo. Y con esa certeza, con ese deseo latiéndole en la voluntad, vivió aprendiendo a sentir todo aquello de lo que tanto había huido (por miedo a que lo matara) consiguiendo únicamente sentirse más y más vivo.

Microcuento

Y sin que tú lo sepas,
serás mi princesa,
aunque entre tus sábanas no teja,
los hilos de mi entereza.
Ya te dije, amor, que no me vengas con rarezas,
que te pinto de colores los miedos y tristezas.

sábado, 28 de junio de 2014

Tu mejor amante

¿Se acaban las palabras cuando se acaba el amor? Nos pasamos la vida buscando que nos quieran. Ese incesable husmeo del ser humano por ser amados, correspondidos, por sentir las mariposas en el estómago (aunque eso signifique que nos hemos tragado un insecto). Y ponemos el afecto en venta...entonces llega el primer amor, fugaz por su precocidad, en ocasiones eterno, por las cosas del destino, y nos deja una huella imborrable (para bien o para mal). Y con la primera grieta del corazón (aún soportable pero no reparable) nos preguntamos si volveremos a amar o peor aún, si habrá entre los millones de habitantes de esta bola que gira, alguien dispuesto a cortejarnos. Y continuamos con la búsqueda, desperdiciamos amor como clinex (que secan nuestras lágrimas) como hojillas de usar y tirar (que te cortan el alma) como chicles, que después de desgastarles el sabor, de masticarlos... escupes lamentándote del regusto amargo que te deja en la boca. Porque los amores no correspondido son agrios, acidulados, avinagrados, desagradables. Pero todo tiene solución, te lavas los dientes, te pones una tirita, te lames las heridas, compras otro orgullo, te disfrazas de autoestima y sales en busca de un nuevo amor (ya es una cuestión personal). Y te conformas con cualquier cosa, todo vale bajo el lema: "esta vez, si puedes, quiéreme". Y llamamos querer a qué, ¿a noches románticas paseando bajo la luz de la luna? ¿A tardes contándonos lunares? ¿A miradas largas y cómplices? ¿A remar hacia el mismo lado de la corriente cuando el río se pone en nuestra contra? ¿A dejar nuestra huella en el colchón de tanto amarnos? ¿A dolerle a la vida sin que nos duela ella? ¿A ser un secreto a voces? Y vuelves a fracasar y las grietas ya son demasiadas...y duelen, escuecen y te desesperas, y gritas, pataleas, lloras y te preguntas el por qué... Por qué yo no, por qué aquel otro sí, por qué si yo di...por que si me dijo que...y las preguntas tejen de melancolía un alma que sólo quería amar y ser amada...¿y ahora? ¿Se acaban las palabras? ¿Se escurren los sueños como la cera de una vela a medio consumir dentro de un corazón que aún conserva luz? Y escuchas sonar las teclas de un piano acompañadas por los acordes de una guitarra, y con cada acorde tú disminuyes, mermas, decreces, encoges, declinas, aminoras, reduces, te consumes...y antes de desaparecer te abrazas y lo entiendes, todo cobra sentido...era tu propio abrazo lo que llevabas toda la vida buscando en brazos ajenos...y te lamentas por ese derroche de emociones, por esas lágrimas desgastadas, por mendigar y alimentarte de migajas (cual paloma a la que le tiran pan y acelera el vuelo por picotearlo) y sólo te arrepientes de...de los besos que no te diste, de las caricias que no te regalaste, de no sonreirte al darte los buenos días... De no recordarte que tú y sólo tú, eres tu mejor amante.

jueves, 26 de junio de 2014

¡Ay, amor! hay amor, ahí, amor.

Llegaste a mi, lisonjera,
a amar mi cuerpo, 
con tu risa ligera.
Posaste en mi nido tu alma,
arrodillando mi esencia, 
soliviantado mi calma.
Ardía en mi tez el deseo,
me tumbó la pasión
sin rodeo.
Allí empezó el viaje de mi vida,
prendida a la candidez
que me dejó tu herida.
Ahora vago por el cielo,
donde no hay luna
ni amores ciegos.
Te busco en la noche,
te lloro en el día,
amanezco sola
y con el alma vacía.
¡Ay, amor fugaz!
Amor real.
¡Ay, amor sincero!
Amor sin te quieros.
¡Ay, amor de mi vida!
Amor sin medida.
¡Ay, amor! Hay amor, ahí amor

martes, 24 de junio de 2014

Huellas

Alguna vez escuché la expresión de: "no somos nadie". Quizá fue en algún tanatorio donde un anciano se lamentaba por la pérdida de su colega de partida de "dominó" con un: -Ay, señor, no somos nadie-. Puede que se lo oyera a algún depresivo: -Mierda de vida, no somos nadie-. O quizá no lo he oído en la vida y me estoy tirando el rollo. A mí me gusta pensar que somos huellas de niños al correr por la arena. De besos de chocolate. Huellas de pisadas en la nieve. Huellas de unas manos enredadas en un alma asustada. Huellas de unos labios de miel decorando unos senos sedientos de amor. Huellas de historias pasadas que dejan heridas. Huellas de nuevos y temidos romances. Huellas imborrables e insustituibles. Huellas de lo que no di, quizá por temor a revivir viejas huellas o por cobardía de inventar huellas nuevas. Huellas que han trazado lo que soy...pero quizá no de lo que quede por ser. Huellas, eso somos...huellas de un viejo libro con las letras desgastadas por las caricias de sus lectores. Huellas de la tinta de esa carta de amor que escribiste pero...pero no, no enviaste. Huellas de los versos que se quedan en el camino recitándole a la nada. Huellas que dejan un te quiero en susurros arropado por el eco que lucha por no acallarlo jamás. Huellas, infinitas huellas trazando el pergamino de tu alma. Luchando contra el olvido...olvido imposible de postergar porque está tejido por las huellas de tu andar.

domingo, 22 de junio de 2014

lunes, 19 de mayo de 2014

Entrevista en la televisión




Aquí les dejo la entrevista que me realizaron el pasado viernes en el programa Canarias hoy de Televisión Canarias junto a Kiko Barroso, Director de Roscas y Cotufas, para hablar de mi segunda novela En tierra de demonios. A partir del minuto 30 podrán disfrutar de ella.






https://www.youtube.com/watch?v=uS7Ov1Vwk48#t=2285



miércoles, 30 de abril de 2014

Presentación de En tierra de demonios

El pasada miércoles 23 de abril (Día del libro) se presentó en el Real Club Victoria, mi segunda novela: En tierra de demonios, la presentación la llevó a cabo el escritor Antonio Cabrera Cruz. Quiero agradecer a todas las personas que estuvieron acompañándome ese día y a todos los que me están haciendo llegar sus críticas sobre el libro. Un escritor no sería nada sin sus lectores. GRACIAS.







lunes, 28 de abril de 2014

¿Cuánto dura el olvido?

 Bajó la escalera con paso vacilante. Los peldaños lloraban con cada pisada, haciendo crujir la destartalada madera. Encendió la luz. Un bombillo solitario, danzaba en el techo sujeto por un cable que anunciaba estar en las últimas (como todo en el lugar). Echó un vistazo al trastero, y sin una explicación lógica (dada su condición) la encontró. Caminó hacia ella. La bajó del tercer estante de la repisa. Sopló. Invitando al polvo a volar a otros reinos, lejos del palacio del olvido.  Se sentó en el suelo haciendo caso omiso de la protesta de sus articulaciones. La abrió y con ella los recuerdos dormidos. Una caja llena de cartas y fotos en blanco y negro, de un viejo amor que con el paso de los años, anidó más y más, calando en rincones del corazón que un simple mortal que no haya amado incondicionalmente, no sabrá jamás que existen. Abrió un sobre y extrajo un papel de su interior:
Junio, 1941
Amada mía, aún continúo en estos lares donde no crece la hierba. Donde el ser humano arrasa con la naturaleza y con la vida de sus compatriotas. Amada mía, pienso en usted cada noche que miro este estrellado cielo que mece la nada en la que ando inmerso. Cada vez que muere un soldado agradezco que Dios me haya salvado la vida, que me haya concedido una nueva oportunidad para regresar a usted. Siempre suyo, Nicolás.
Siguió revolviendo en la caja. Encontró su foto. Estaba de pie, con la mano derecha se agarraba la gorra y con la izquierda algo parecido a un rifle. Besó la imagen y se la acercó a su pecho. Otra carta.
Octubre, 1941
Amada mía, perdóneme estos meses de ausencia. El enemigo avanza con fuerza. El frío y el hambre están arrasando con el ejército. Se escuchan rumores de que esta guerra terminará pronto, y podré cambiar las trincheras por sus besos y caricias. No me olvide, amada mía. Siempre suyo, Nicolás.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de la anciana. Una anciana a quien el alzhéimer le había dado una tregua, dejándola recordar por última vez a ese amor que allá por mil novecientos cuarenta y uno, le pedía que lo esperase. De eso hacía más de cincuenta años, y allí permanecía, fiel a una promesa que seguía latente. Tal vez el alzhéimer no se cebó con ella. Quizá fue una estrategia del corazón, que le declaró la guerra a los recuerdos, ganándoles la batalla y sumiéndolos al olvido que no duele. Evitando algún atisbo de lucidez que ahondara en la llaga del desconsuelo. Continuó hurgando en su memoria con forma de caja de zapatos.
Diciembre, 1941
Amada mía, sigo vivo. Sigo vivo por usted. Saber que me está esperando me ayuda a sobrevivir en un país de muertos. Le estoy entregando los mejores años de nuestra vida a un patriotismo sin sentido. Cada día muero un poco, preso de esta leyenda de valentía. La echo de menos. Me pregunto qué hago aquí. Estoy emboscado en una misión donde mi único objetivo es salir con vida. Soy un mal soldado, pero es que la única guerra que yo quiero librar es con usted, amándonos en su cama en llamas. Puede que sea la última vez que le escriba. No deje de esperarme, por favor, amada mía. Siempre suyo, Nicolás.

Arrugó la carta. Envejeció súbitamente un poco más. Es lo que tiene el recuerdo, es traicionero y cala ahí, donde más duele. Donde quiere instalarse el olvido, fiel compañero de los enamorados no correspondidos o correspondidos en la distancia,  con caricias y besos ausentes. Pero a veces, el amor da segundas oportunidades. Se habían girado las tornas, al final fue él quien esperó por ella…Y su momento llegaba, respiraba con dificultad. Cerró sus ojos, y envuelta en los recuerdos, olvidó cuánto dura el olvido. Por fin se rencontrarían, aunque fuese en la otra vida.



jueves, 10 de abril de 2014

¿Quieres qué te diga una cosa?



¿Una demostración de amor? ¿Acaso no era suficiente todo lo que le demostraba? Se pasaba la vida consintiéndolo, y a él lo único que se le ocurrió antes de darle las buenas noches, fue pedirle una demostración de amor pública.
Laura no salía de su asombro. Estaba cansada de estar sujeta a continuos exámenes que ponían a prueba la credibilidad de su amor. Estaba harta de escucharlo hablar de probabilidades y porcentajes en las relaciones humanas… ¡Claro qué había un cincuenta por ciento de posibilidades de que le fallase! También había otro cincuenta de que no lo hiciese. Pero eso no era suficiente. Él quería más. Próximo a soplar cuatro decenas en su cercano cumpleaños, quería como regalo otra prueba de su amor incondicional.
Llegó. Miró la fachada buscando un cartel que le indicase que estaba en el lugar correcto. <<Buenas noches, qué tal estás. Yo no muy bien…he estado dándole vueltas a eso de la demostración de amor, y estoy un poco cansada de este juego. Tienes tres opciones, creerte que te quiero, quedarte con la duda o no creértelo en absoluto. De tu mano lo dejo. ¡Ah, por cierto, sintoniza la 101.0!>> le dio a enviar al mensaje y entró en el local.
Un hombre de espesa barba le indicó desde una mesa que estaba en la habitación contigua, delimitada con amplias cristaleras, que se alegraba de verla con un guiño de ojos y el pulgar hacia arriba.
-Unos minutos de anuncios publicitarios y volvemos con el apartado del programa: ¿Quieres qué te diga una cosa?
El hombre se quitó los cascos y salió de la urna en la que estaba.
-Hola, Laura, encantado de volver a verte. ¿Estás preparada?
-Hola, Jaime, la verdad es que no estoy muy segura de querer hacer esto, pero… ¿Son muchos los oyentes de este programa?
El locutor soltó una sonora carcajada que a ella se le antojó estridente. Nada tenía que ver con la dulce voz que (parecía) tener cuando lo escuchaba tumbada en la cama de su habitación cada madrugada. Su ayudante les indicó que en breves minutos daría comienzo la sección.
-Sólo algunos millones, nada de lo que preocuparse. Bueno, como te expliqué el otro día, yo entraré en antena, explicaré en qué consiste esta sección y te presentaré como invitada. Tú nos contarás un poco de ti, y del por qué nos acompañas esta noche. Leerás tu historia y finalizaremos contestando a las preguntas de los oyentes que nos llamen. ¿Alguna duda?
 La cabeza le daba vueltas. ¿Estaba segura de lo que iba a hacer? Él le había pedido una declaración de amor pública y ella estaba cansada de su juego.
-Tres, dos, uno…dentro-. –Buenas noches, queridos oyentes, estamos otra madrugada más haciéndonos compañía en esta sección del programa: ¿Quieres qué te diga una cosa? Hoy nos acompaña una joven que se llama Laura y al parecer tiene algo que decirle a alguien. Buenas noches, Laura. Cuéntanos qué te trae por los estudios de Cadena en red, y quién es esa persona a quién tienes que decirle algo.
-Hola, si…bueno yo quería…-. Tenía la boca pastosa. Seca. Le ardían las mejillas. El locutor la animó a seguir con una sonrisa. –Bueno, yo estoy aquí porque tengo algo que decirle a mi novio.
-¡Oh, una declaración de amor! ¿Y cómo se llama tu novio?
-Rodrigo. Rodrigo Fleitas.
-Muy bien, pues adelante. Te escuchamos.
Cogió el aire suficiente para no tener que volver a hacerlo hasta que terminara de leer.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que no quiero volver a verte. No quiero saber de ti. De tu vida. De tus éxitos o fracasos. […]
El periodista la miraba con asombro, y en otro lugar de la ciudad, alguien, después de leer un mensaje y esbozar una sonrisa, sintonizó la emisora 101.0. Sonrisa que comenzaba a difuminarse con cálculos mentales de probabilidades y porcentajes de que una vez más le habían fallado.
[…] ¿Quieres qué te diga una cosa? Que se me acabaron los te quiero. La paciencia y la dulzura. ¡Qué se me acabó lo bueno! ¡Se te acabó lo bueno!
¿Quieres qué te diga una cosa? Que hasta aquí. […]
En la cabina de radio el aire pesaba. El locutor sabía que los índices de audiencia subirían aquella noche como la espuma. Tal vez, consiguiese ese anhelado aumento que llevaba años mendigándole a su jefe. En una habitación de la ciudad, las lágrimas de decepción, rodaban por unas mejillas a las que ya no les quemaba la sal.
[…] Hasta aquí porque no quiero quererte, sino amarte. No quiero saber de tu vida. Quiero estar en ella. Aquí o allá. En la luna o en Pekín, ¿qué más da? No quiero saber de tus éxitos. No de oídas. Quiero estar en ellos. Aplaudirlos. Sudarlos. ¡Sí, sudarlos! Juntos. Tampoco quiero estar en tus fracasos. ¡No, por supuesto que no! Lo que quiero es evitarlos. Olerlos antes de que surjan y patearles el culo si se acercan a ti.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que se me acabaron los te quiero porque le han dado paso a los te amo. ¿A los te amo? ¡Sí! Amarte con los ojos abierto o cerrados. En la distancia o aquí, pegados como parásitos. Chupándonos la sangre. Para bien. Nunca para mal. Parásitos de los buenos, de los que están en peligro de extinción. ¿Y la paciencia? También se me acabó. ¿Para qué la quiero? ¿Para esperarte? No la necesito. Paciencia: dícese de la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.  ¡No! Definitivamente no necesito a la paciencia. Se puede ir con la dulzura (que repugna). Yo soy más de limón y sal. A veces hasta escuezo, pero lo soluciono poniéndole tequila a las heridas, que dan paso a tu sonrisa y a la mía, bailando al son de los acordes que nacen de las chispas que saltan con nuestras miradas.
¡Se me acabo lo bueno, sí! ¡Se te acabó…se nos acabó lo bueno! Porque ahora empieza lo mejor. La buena vida. La curva de la felicidad. La de las siestas largas, las caricias que desgastan y los besos que alimentan. Llegó la hora de escuchar canciones que nos hagan llorar por creer que todas cuentan nuestra historia.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que quiero correr contigo. Soltando lastres y amarras. Desnudándonos del pasado y poniéndonos la piel del presente. Riéndonos de las críticas y de los miedos. Del qué dirán y del qué habrán dicho.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que será duro, difícil y en ocasiones se tornará imposible. Que lloraré. A lo mejor tú también. Y el desconsuelo será quien nos abrigue el llanto. Que tendremos que abrochar la esperanza (por si decidiese escaparse) y sembrar la ilusión. ¿Pero, quieres qué te diga una cosa? ¡Qué valdrá la pena! Por ti. Por mí. Por el mundo que nos verá bailar descalzos. Por la luna que iluminará nuestras noches…Por las flores que no nos regalaremos y los bombones que compartiremos. ¿Quieres qué te diga una cosa? Que las margaritas podrán descansar en paz. ¡Qué no tiemblen sus pétalos! No necesitaremos los: ¿me quiere, no me quiere? ¿Por qué me quieres, verdad? Da igual, no me lo digas. Las palabras se las lleva el viento…Y los hechos…los hechos pasan de moda. Que ahora estamos aquí, y mañana…mañana no sé. ¿Pero, quieres qué te diga una cosa? Que no quiero otra vida si no es contigo.
Terminó de leer y volvió a coger aire para contrarrestar el tono lila que había tomado su cara. Los sesenta segundos que componen un minuto se multiplicaron. El periodista tomó la palabra (algo escuetas para su profesión) que se redujeron a halagos por lo que acababa de escuchar. Su ayudante le indicó (levantando un cartel desde el exterior de la habitación de cristales) que las líneas estaban saturadas. Respondieron a las preguntas de los oyentes, y Laura agradeció las felicitaciones por su valentía y sus hermosas palabras. Él no llamó. ¿Seguía sin ser suficiente? Abandonó el estudio dos horas más tarde de lo previsto. Ya era noche cerrada. La humedad de las madrugadas de invierno se posó sobre ella. Una sombra la esperaba apoyada en una farola. Una sombra que fue tomando forma humana a medida que se acercaba. Allí estaba. Con los ojos hinchados de haber estado llorando, y con el alma hecha pedazos por no haber identificado el verdadero amor hasta ese momento.
-Perdóname. De las tres opciones elijo la primera. 


lunes, 7 de abril de 2014

Cascabeles para el corazón

-¿Y por qué, mamá?
-¿Porque así, siempre, sabrás dónde está cuando lo hayas perdido?
-¿Y si los pierdo pero no suenan? ¿Cómo sabré dónde están?
-Confiando, cariño. Hay respuestas que sólo obtendrás confiando.
Las gotas de lluvia chocaban contra el cristal emitiendo un pequeño sonido. Gotas suicidas que venían a poner fin contra su ventana. O tal vez, gotas víctimas del homicidio de unas nubes que las arrojaron al vacío sin contemplación. Se acurrucó un poco más. Sólo cinco minutos. Volvió a recordar aquella conversación.
-¿Confiando? ¿Y cómo se confía? ¿Cómo sabré cuando estoy confiando? Todo esto es muy complicado.
-Pequeña, sabrás que estás confiando porque te lo dirá el corazón. Hará sonar los cascabeles.
-¿Pero, y si no suenan?
Su madre la miró. Le acarició la cabeza. Le besó la frente, y se durmió. Para siempre.
Creció intentando escuchar los cascabeles de su corazón. Maduró a base de ensordecedores tintineos de unos cascabeles desprogramados para el amor. Mala suerte, lo llamaban sus amigas. Pero ella sabía que había algo más. Tal vez su pobre corazón era discapacitado. Quizá, debería llevarlo a algún doctor que lo curase. Descartó el cardiólogo. Su dolencia no era física. Recordó a su madre. Sólo tenía once años cuando murió. –Confía-. Se repitió. ¿En qué o en quién?-. Miró al techo.   -Mándame un señal, mamá-. Un rayo iluminó la habitación. –La verdad que esa señal me ayuda poco, eh-. Otra ruptura. ¿Más o menos dolorosa? ¿Culpa de ella o culpa de él? Dejó de pensar. Tampoco le dolía tanto. Todas acababan igual. Con un tenemos que hablar…no eres tú soy yo…es que no estoy preparado para enamorarme…creo que eres más de lo que me merezco… ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ser mala? Su amiga Paola siempre se lo decía: -A los tíos hay que darles caña, cuando se lo pones todo fácil se cansan. ¿Por qué crees que yo y mi Javi llevamos tantos años? Pues porque si él dice que quiere blanco yo le doy negro. Si quiere pan, le doy bizcocho. Es así, amiga mía. Trátalos mal, y de tu mano comerán-. ¿Deshumanizarse? Aceptó el desafío. Total, la bondad sólo la había conducido al sufrimiento, quizá la soberbia, el egoísmo, y la desdicha (porque alguien deshumanizado es desdichado) le asegurarían el amor eterno.
Las gotas caían con más fuerza. El cristal de su ventana aguantaba, con estoicismo, los golpes de la naturaleza. Miró el cielo. Un inmenso vientre gris pariendo lágrimas. Lo vio. En el alféizar de su ventana había un gato, gris también, mojado y con tristeza en la mirada. Ladeó la cabeza cuando la vio. Aruñó la ventana con su pequeña patita, invitándose a pasar. Suplicando cobijo. Marta la abrió. Volvió a cerrarla. Puede que dejando al gato fuera, mojado, con el frío calándole los débiles huesos de su vertebrada columna, y con el hambre gritándole desde el fondo de su barriga gatuna, comenzaría su proceso de deshumanización. Le dedicó una última mirada al gato. Este, sabiéndose abandonado, lanzó un pequeño maullido. –Te perdono-. Escuchó Marta. –Los gatos no hablan, estúpida-. –Los gatos no, pero los cascabeles del corazón, sí-. Barrió su habitación con una rápida y temerosa mirada. ¿Estaba oyendo voces? –Confía-. Dijo un eco lejano. Abrió nuevamente la ventana, cogió al gato, que temblaba (como gelatina ante la presencia de un cuchillo) y lo arropó con una manta. Calentó leche y se la dio. El gatito, agradecido, lamía el cuenco y le correspondía a su salvadora con pequeños maullidos. Marta miró su cuello. Llevaba un collar con dos cascabeles y una placa con un número de teléfono y un nombre (intuyó que el del gato) ya que esperaba que su dueño no se llamara: “Garfield 22”. Cuando los espasmos del animal cesaron, y hecho un ovillo se durmió, llamó al número que aparecía en su collar.
-¿Sí?
-Hola, ¿eres…Garfield 22?
-¡Oh, por favor! ¿Dígame que lo ha encontrado?
-Sí, he encontrado a su gato. Estaba en mi ventana hace un rato. Si lo desea podría darle mi dirección y recogerlo.
-¡Claro! Tomo nota.
Marta observaba al gatito dormir. Lo envidió. Había alguien que se preocupaba por él. Que notaba su ausencia. Que lo echaba de menos y salía, en plena tormenta, en su busca. Había alguien que le había puesto una placa para que siempre pudieran localizar a su dueño. Deseó ser gato. Tal vez debía suicidarse y reencarnar en felino. Con su suerte, seguro que la pondrían en un almacén a cazar ratones, rodeada de gatos callejeros. Desechó la idea.
Sonó el timbre. En el rellano había un joven apuesto. Con rostro de preocupación.
-Hola, soy Andy. Muchas gracias por llamarme. ¿Y Garfield?
Marta lo invitó a pasar. Fue al salón y cogió una manta rosa que envolvía al gato.
-Debe ser un gato con súper poderes para causar tanto alboroto por perderse-. Andy notó ironía en su tono.
-Los tiene. Me hace feliz.
-Pues será el único ser vivo que lo consiga.
Andy volvió a mirarla. Vio su reflejo. Sabía qué tenía razón. Sobreprotegía a un gato porque nadie lo había protegido nunca a él. Y se conformaba con la sumisión de aquel animal que se mostraba agradecido sólo con que le pusieran de comer y le rascaran la barriga. Su existencia se le antojó insípida.
-¿Me invitas a un café? Así podría contarte muchos de sus súper poderes.
Marta dudó. El gatito se despertó y al moverse entre la manta hizo sonar sus cascabeles. Una voz, procedente del más allá, o del más adentro, le recordó…Confía.