Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 23 de julio de 2014

Microcuentos

Cuatro cosas quiero gritar,
a los cuatro vientos que me hacen callar, 
cosas como que amarte es mi felicidad,
aunque en secreto esta pasión deba fraguar.
Vientos alisios vienen a susurrar,
otras tantas pecaminosas de rebelar,
y ya con la borrasca es inevitable callar
que muero por beberme tu boca,
que sabe a dulce de leche y mazapán.

Y sin que tú lo sepas,
serás mi princesa,
aunque entre tus sábanas no teja,
los hilos de mi entereza.
Ya te dije, amor, que no me vengas con rarezas,
que te pinto de colores los miedos y tristezas.

Sí tan sólo un instante fuese eterno, y el frío de un adiós fugaz, no dolería tanto tu ausencia ni las horas muertas en las que no estás.

Ahora que quiero contar tu historia con los versos malditos del desamor, sangran las hojas impregnadas con el aroma a tinta de olvido y borrón. Se desgarran en prosa las caricias del corazón y lloran en narrativa con lágrimas de perdón.

Y ahora que no te tengo, me duelen los besos que no te di.
Los sin sabores de la vida que huelen a derrota y a jazmín.
Versean  mis labios bohemios sobre la noche en la que te conocí,
donde hasta los gatos callejeros maúllan tu nombre al dormir.

Quiero querer-te,queriendo-me...quiere-me queriendo-te porque sólo queriendo-nos nos- querremos como merecemos...

Cosas del querer

Por qué duele tanto esto del querer, que va tejiendo ilusiones con aroma a miel, cosiendo sentimientos con agujas de cordel y pintando mariposas en sus sueños de papel.
Por qué cuando crece se instala la insensatez, que le da paso al miedo traicionero e infiel, destiñendo los colores que bañaron alguna vez la inocencia de ambos de vernos envejecer.
Por qué se sienta a tú lado el olvido sin querer, cuando permanecer en tu memoria es el anhelo de mi ser, y se desdibuja mi figura que pertenece a ese ayer, al que yo me aferro sabiendo que me va a vencer.
Por qué se me escurren entre los dedos los te quiero que escuché a la sombra de aquel árbol que acunó nuestro perecer a base de besos de aceituna, caramelo y praliné, y caricias dulces que me hicieron enloquecer.
Que cosas estas las del querer que aún matándome mil veces mil volvería a nacer para buscarte en otras vidas con otro rostro u otra piel y dormirme en tu regazo mecida por los verso que inventé.

martes, 15 de julio de 2014

Microcuento

Y ahora que no te tengo,
me duelen los besos que no te di,
los sin sabores de la vida,
que huelen a derrota y a jazmín.
Versean mis labios bohemios
sobre la noche en la que te conocí,
donde hasta los gatos callejeros
maúllan tu nombre al dormir.

jueves, 10 de julio de 2014

Vivir

Y decidió vivir...quitarse las telas de arañas que enredaban un corazón que en algún momento deseó galopar con el viento a favor acariciando su cara. Decidió vivir porque había soñado que desde el cielo (donde le tocaba ir) no podría ver bonitos amaneceres (ese regalo era para los mortales). Decidió vivir porque aún le quedaban labios por besar, corazones que romper (o mejor arreglar) melodías que tararear y canciones por bailar. Decidió vivir para encontrarse en cada mirada y regalar sonrisas. Para empaparse de las gotas del rocío y abrigarse del frío con abrazos. Decidió vivir una vez más, se juró que sólo una, para correr más rápido que en vidas anteriores y andar despacio sin dejarlos escapar (a los momentos) en los que poder decir TE QUIERO sin el velo del orgullo o del miedo...porque los te quieros no dichos, los silenciados por cobardía o postergados para "más adelante", no se pronuncian solos, se van contigo y te recuerdan (con falta de aliento) que no existe el "dar de más" que así te vas más ligero,más libre, más sincero. Decidió vivir porque no quería dejar nada en el tintero, sólo la pluma gastada de su historia escrita y con final feliz. Decidió vivir para poder cerrar los ojos ante una caricia y sentir con el alma, para saborear la sal de sus lágrimas de felicidad. Decidió vivir porque nada es lo que parece y todo es lo que ves...sin más. Para hacer rimas con los versos torcidos del desencuentro. Para aprender a tocar el violín y contar con las notas sordas o las bulliciosas, las afinadas y las desentonadas, que había decidido vivir una vez más para no morir sin aprender a hacerlo. Y con esa certeza, con ese deseo latiéndole en la voluntad, vivió aprendiendo a sentir todo aquello de lo que tanto había huido (por miedo a que lo matara) consiguiendo únicamente sentirse más y más vivo.

Microcuento

Y sin que tú lo sepas,
serás mi princesa,
aunque entre tus sábanas no teja,
los hilos de mi entereza.
Ya te dije, amor, que no me vengas con rarezas,
que te pinto de colores los miedos y tristezas.

sábado, 28 de junio de 2014

Tu mejor amante

¿Se acaban las palabras cuando se acaba el amor? Nos pasamos la vida buscando que nos quieran. Ese incesable husmeo del ser humano por ser amados, correspondidos, por sentir las mariposas en el estómago (aunque eso signifique que nos hemos tragado un insecto). Y ponemos el afecto en venta...entonces llega el primer amor, fugaz por su precocidad, en ocasiones eterno, por las cosas del destino, y nos deja una huella imborrable (para bien o para mal). Y con la primera grieta del corazón (aún soportable pero no reparable) nos preguntamos si volveremos a amar o peor aún, si habrá entre los millones de habitantes de esta bola que gira, alguien dispuesto a cortejarnos. Y continuamos con la búsqueda, desperdiciamos amor como clinex (que secan nuestras lágrimas) como hojillas de usar y tirar (que te cortan el alma) como chicles, que después de desgastarles el sabor, de masticarlos... escupes lamentándote del regusto amargo que te deja en la boca. Porque los amores no correspondido son agrios, acidulados, avinagrados, desagradables. Pero todo tiene solución, te lavas los dientes, te pones una tirita, te lames las heridas, compras otro orgullo, te disfrazas de autoestima y sales en busca de un nuevo amor (ya es una cuestión personal). Y te conformas con cualquier cosa, todo vale bajo el lema: "esta vez, si puedes, quiéreme". Y llamamos querer a qué, ¿a noches románticas paseando bajo la luz de la luna? ¿A tardes contándonos lunares? ¿A miradas largas y cómplices? ¿A remar hacia el mismo lado de la corriente cuando el río se pone en nuestra contra? ¿A dejar nuestra huella en el colchón de tanto amarnos? ¿A dolerle a la vida sin que nos duela ella? ¿A ser un secreto a voces? Y vuelves a fracasar y las grietas ya son demasiadas...y duelen, escuecen y te desesperas, y gritas, pataleas, lloras y te preguntas el por qué... Por qué yo no, por qué aquel otro sí, por qué si yo di...por que si me dijo que...y las preguntas tejen de melancolía un alma que sólo quería amar y ser amada...¿y ahora? ¿Se acaban las palabras? ¿Se escurren los sueños como la cera de una vela a medio consumir dentro de un corazón que aún conserva luz? Y escuchas sonar las teclas de un piano acompañadas por los acordes de una guitarra, y con cada acorde tú disminuyes, mermas, decreces, encoges, declinas, aminoras, reduces, te consumes...y antes de desaparecer te abrazas y lo entiendes, todo cobra sentido...era tu propio abrazo lo que llevabas toda la vida buscando en brazos ajenos...y te lamentas por ese derroche de emociones, por esas lágrimas desgastadas, por mendigar y alimentarte de migajas (cual paloma a la que le tiran pan y acelera el vuelo por picotearlo) y sólo te arrepientes de...de los besos que no te diste, de las caricias que no te regalaste, de no sonreirte al darte los buenos días... De no recordarte que tú y sólo tú, eres tu mejor amante.

jueves, 26 de junio de 2014

¡Ay, amor! hay amor, ahí, amor.

Llegaste a mi, lisonjera,
a amar mi cuerpo, 
con tu risa ligera.
Posaste en mi nido tu alma,
arrodillando mi esencia, 
soliviantado mi calma.
Ardía en mi tez el deseo,
me tumbó la pasión
sin rodeo.
Allí empezó el viaje de mi vida,
prendida a la candidez
que me dejó tu herida.
Ahora vago por el cielo,
donde no hay luna
ni amores ciegos.
Te busco en la noche,
te lloro en el día,
amanezco sola
y con el alma vacía.
¡Ay, amor fugaz!
Amor real.
¡Ay, amor sincero!
Amor sin te quieros.
¡Ay, amor de mi vida!
Amor sin medida.
¡Ay, amor! Hay amor, ahí amor

martes, 24 de junio de 2014

Huellas

Alguna vez escuché la expresión de: "no somos nadie". Quizá fue en algún tanatorio donde un anciano se lamentaba por la pérdida de su colega de partida de "dominó" con un: -Ay, señor, no somos nadie-. Puede que se lo oyera a algún depresivo: -Mierda de vida, no somos nadie-. O quizá no lo he oído en la vida y me estoy tirando el rollo. A mí me gusta pensar que somos huellas de niños al correr por la arena. De besos de chocolate. Huellas de pisadas en la nieve. Huellas de unas manos enredadas en un alma asustada. Huellas de unos labios de miel decorando unos senos sedientos de amor. Huellas de historias pasadas que dejan heridas. Huellas de nuevos y temidos romances. Huellas imborrables e insustituibles. Huellas de lo que no di, quizá por temor a revivir viejas huellas o por cobardía de inventar huellas nuevas. Huellas que han trazado lo que soy...pero quizá no de lo que quede por ser. Huellas, eso somos...huellas de un viejo libro con las letras desgastadas por las caricias de sus lectores. Huellas de la tinta de esa carta de amor que escribiste pero...pero no, no enviaste. Huellas de los versos que se quedan en el camino recitándole a la nada. Huellas que dejan un te quiero en susurros arropado por el eco que lucha por no acallarlo jamás. Huellas, infinitas huellas trazando el pergamino de tu alma. Luchando contra el olvido...olvido imposible de postergar porque está tejido por las huellas de tu andar.

domingo, 22 de junio de 2014

lunes, 19 de mayo de 2014

Entrevista en la televisión




Aquí les dejo la entrevista que me realizaron el pasado viernes en el programa Canarias hoy de Televisión Canarias junto a Kiko Barroso, Director de Roscas y Cotufas, para hablar de mi segunda novela En tierra de demonios. A partir del minuto 30 podrán disfrutar de ella.






https://www.youtube.com/watch?v=uS7Ov1Vwk48#t=2285



miércoles, 30 de abril de 2014

Presentación de En tierra de demonios

El pasada miércoles 23 de abril (Día del libro) se presentó en el Real Club Victoria, mi segunda novela: En tierra de demonios, la presentación la llevó a cabo el escritor Antonio Cabrera Cruz. Quiero agradecer a todas las personas que estuvieron acompañándome ese día y a todos los que me están haciendo llegar sus críticas sobre el libro. Un escritor no sería nada sin sus lectores. GRACIAS.







lunes, 28 de abril de 2014

¿Cuánto dura el olvido?

 Bajó la escalera con paso vacilante. Los peldaños lloraban con cada pisada, haciendo crujir la destartalada madera. Encendió la luz. Un bombillo solitario, danzaba en el techo sujeto por un cable que anunciaba estar en las últimas (como todo en el lugar). Echó un vistazo al trastero, y sin una explicación lógica (dada su condición) la encontró. Caminó hacia ella. La bajó del tercer estante de la repisa. Sopló. Invitando al polvo a volar a otros reinos, lejos del palacio del olvido.  Se sentó en el suelo haciendo caso omiso de la protesta de sus articulaciones. La abrió y con ella los recuerdos dormidos. Una caja llena de cartas y fotos en blanco y negro, de un viejo amor que con el paso de los años, anidó más y más, calando en rincones del corazón que un simple mortal que no haya amado incondicionalmente, no sabrá jamás que existen. Abrió un sobre y extrajo un papel de su interior:
Junio, 1941
Amada mía, aún continúo en estos lares donde no crece la hierba. Donde el ser humano arrasa con la naturaleza y con la vida de sus compatriotas. Amada mía, pienso en usted cada noche que miro este estrellado cielo que mece la nada en la que ando inmerso. Cada vez que muere un soldado agradezco que Dios me haya salvado la vida, que me haya concedido una nueva oportunidad para regresar a usted. Siempre suyo, Nicolás.
Siguió revolviendo en la caja. Encontró su foto. Estaba de pie, con la mano derecha se agarraba la gorra y con la izquierda algo parecido a un rifle. Besó la imagen y se la acercó a su pecho. Otra carta.
Octubre, 1941
Amada mía, perdóneme estos meses de ausencia. El enemigo avanza con fuerza. El frío y el hambre están arrasando con el ejército. Se escuchan rumores de que esta guerra terminará pronto, y podré cambiar las trincheras por sus besos y caricias. No me olvide, amada mía. Siempre suyo, Nicolás.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de la anciana. Una anciana a quien el alzhéimer le había dado una tregua, dejándola recordar por última vez a ese amor que allá por mil novecientos cuarenta y uno, le pedía que lo esperase. De eso hacía más de cincuenta años, y allí permanecía, fiel a una promesa que seguía latente. Tal vez el alzhéimer no se cebó con ella. Quizá fue una estrategia del corazón, que le declaró la guerra a los recuerdos, ganándoles la batalla y sumiéndolos al olvido que no duele. Evitando algún atisbo de lucidez que ahondara en la llaga del desconsuelo. Continuó hurgando en su memoria con forma de caja de zapatos.
Diciembre, 1941
Amada mía, sigo vivo. Sigo vivo por usted. Saber que me está esperando me ayuda a sobrevivir en un país de muertos. Le estoy entregando los mejores años de nuestra vida a un patriotismo sin sentido. Cada día muero un poco, preso de esta leyenda de valentía. La echo de menos. Me pregunto qué hago aquí. Estoy emboscado en una misión donde mi único objetivo es salir con vida. Soy un mal soldado, pero es que la única guerra que yo quiero librar es con usted, amándonos en su cama en llamas. Puede que sea la última vez que le escriba. No deje de esperarme, por favor, amada mía. Siempre suyo, Nicolás.

Arrugó la carta. Envejeció súbitamente un poco más. Es lo que tiene el recuerdo, es traicionero y cala ahí, donde más duele. Donde quiere instalarse el olvido, fiel compañero de los enamorados no correspondidos o correspondidos en la distancia,  con caricias y besos ausentes. Pero a veces, el amor da segundas oportunidades. Se habían girado las tornas, al final fue él quien esperó por ella…Y su momento llegaba, respiraba con dificultad. Cerró sus ojos, y envuelta en los recuerdos, olvidó cuánto dura el olvido. Por fin se rencontrarían, aunque fuese en la otra vida.



jueves, 10 de abril de 2014

¿Quieres qué te diga una cosa?



¿Una demostración de amor? ¿Acaso no era suficiente todo lo que le demostraba? Se pasaba la vida consintiéndolo, y a él lo único que se le ocurrió antes de darle las buenas noches, fue pedirle una demostración de amor pública.
Laura no salía de su asombro. Estaba cansada de estar sujeta a continuos exámenes que ponían a prueba la credibilidad de su amor. Estaba harta de escucharlo hablar de probabilidades y porcentajes en las relaciones humanas… ¡Claro qué había un cincuenta por ciento de posibilidades de que le fallase! También había otro cincuenta de que no lo hiciese. Pero eso no era suficiente. Él quería más. Próximo a soplar cuatro decenas en su cercano cumpleaños, quería como regalo otra prueba de su amor incondicional.
Llegó. Miró la fachada buscando un cartel que le indicase que estaba en el lugar correcto. <<Buenas noches, qué tal estás. Yo no muy bien…he estado dándole vueltas a eso de la demostración de amor, y estoy un poco cansada de este juego. Tienes tres opciones, creerte que te quiero, quedarte con la duda o no creértelo en absoluto. De tu mano lo dejo. ¡Ah, por cierto, sintoniza la 101.0!>> le dio a enviar al mensaje y entró en el local.
Un hombre de espesa barba le indicó desde una mesa que estaba en la habitación contigua, delimitada con amplias cristaleras, que se alegraba de verla con un guiño de ojos y el pulgar hacia arriba.
-Unos minutos de anuncios publicitarios y volvemos con el apartado del programa: ¿Quieres qué te diga una cosa?
El hombre se quitó los cascos y salió de la urna en la que estaba.
-Hola, Laura, encantado de volver a verte. ¿Estás preparada?
-Hola, Jaime, la verdad es que no estoy muy segura de querer hacer esto, pero… ¿Son muchos los oyentes de este programa?
El locutor soltó una sonora carcajada que a ella se le antojó estridente. Nada tenía que ver con la dulce voz que (parecía) tener cuando lo escuchaba tumbada en la cama de su habitación cada madrugada. Su ayudante les indicó que en breves minutos daría comienzo la sección.
-Sólo algunos millones, nada de lo que preocuparse. Bueno, como te expliqué el otro día, yo entraré en antena, explicaré en qué consiste esta sección y te presentaré como invitada. Tú nos contarás un poco de ti, y del por qué nos acompañas esta noche. Leerás tu historia y finalizaremos contestando a las preguntas de los oyentes que nos llamen. ¿Alguna duda?
 La cabeza le daba vueltas. ¿Estaba segura de lo que iba a hacer? Él le había pedido una declaración de amor pública y ella estaba cansada de su juego.
-Tres, dos, uno…dentro-. –Buenas noches, queridos oyentes, estamos otra madrugada más haciéndonos compañía en esta sección del programa: ¿Quieres qué te diga una cosa? Hoy nos acompaña una joven que se llama Laura y al parecer tiene algo que decirle a alguien. Buenas noches, Laura. Cuéntanos qué te trae por los estudios de Cadena en red, y quién es esa persona a quién tienes que decirle algo.
-Hola, si…bueno yo quería…-. Tenía la boca pastosa. Seca. Le ardían las mejillas. El locutor la animó a seguir con una sonrisa. –Bueno, yo estoy aquí porque tengo algo que decirle a mi novio.
-¡Oh, una declaración de amor! ¿Y cómo se llama tu novio?
-Rodrigo. Rodrigo Fleitas.
-Muy bien, pues adelante. Te escuchamos.
Cogió el aire suficiente para no tener que volver a hacerlo hasta que terminara de leer.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que no quiero volver a verte. No quiero saber de ti. De tu vida. De tus éxitos o fracasos. […]
El periodista la miraba con asombro, y en otro lugar de la ciudad, alguien, después de leer un mensaje y esbozar una sonrisa, sintonizó la emisora 101.0. Sonrisa que comenzaba a difuminarse con cálculos mentales de probabilidades y porcentajes de que una vez más le habían fallado.
[…] ¿Quieres qué te diga una cosa? Que se me acabaron los te quiero. La paciencia y la dulzura. ¡Qué se me acabó lo bueno! ¡Se te acabó lo bueno!
¿Quieres qué te diga una cosa? Que hasta aquí. […]
En la cabina de radio el aire pesaba. El locutor sabía que los índices de audiencia subirían aquella noche como la espuma. Tal vez, consiguiese ese anhelado aumento que llevaba años mendigándole a su jefe. En una habitación de la ciudad, las lágrimas de decepción, rodaban por unas mejillas a las que ya no les quemaba la sal.
[…] Hasta aquí porque no quiero quererte, sino amarte. No quiero saber de tu vida. Quiero estar en ella. Aquí o allá. En la luna o en Pekín, ¿qué más da? No quiero saber de tus éxitos. No de oídas. Quiero estar en ellos. Aplaudirlos. Sudarlos. ¡Sí, sudarlos! Juntos. Tampoco quiero estar en tus fracasos. ¡No, por supuesto que no! Lo que quiero es evitarlos. Olerlos antes de que surjan y patearles el culo si se acercan a ti.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que se me acabaron los te quiero porque le han dado paso a los te amo. ¿A los te amo? ¡Sí! Amarte con los ojos abierto o cerrados. En la distancia o aquí, pegados como parásitos. Chupándonos la sangre. Para bien. Nunca para mal. Parásitos de los buenos, de los que están en peligro de extinción. ¿Y la paciencia? También se me acabó. ¿Para qué la quiero? ¿Para esperarte? No la necesito. Paciencia: dícese de la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse.  ¡No! Definitivamente no necesito a la paciencia. Se puede ir con la dulzura (que repugna). Yo soy más de limón y sal. A veces hasta escuezo, pero lo soluciono poniéndole tequila a las heridas, que dan paso a tu sonrisa y a la mía, bailando al son de los acordes que nacen de las chispas que saltan con nuestras miradas.
¡Se me acabo lo bueno, sí! ¡Se te acabó…se nos acabó lo bueno! Porque ahora empieza lo mejor. La buena vida. La curva de la felicidad. La de las siestas largas, las caricias que desgastan y los besos que alimentan. Llegó la hora de escuchar canciones que nos hagan llorar por creer que todas cuentan nuestra historia.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que quiero correr contigo. Soltando lastres y amarras. Desnudándonos del pasado y poniéndonos la piel del presente. Riéndonos de las críticas y de los miedos. Del qué dirán y del qué habrán dicho.
¿Quieres qué te diga una cosa? Que será duro, difícil y en ocasiones se tornará imposible. Que lloraré. A lo mejor tú también. Y el desconsuelo será quien nos abrigue el llanto. Que tendremos que abrochar la esperanza (por si decidiese escaparse) y sembrar la ilusión. ¿Pero, quieres qué te diga una cosa? ¡Qué valdrá la pena! Por ti. Por mí. Por el mundo que nos verá bailar descalzos. Por la luna que iluminará nuestras noches…Por las flores que no nos regalaremos y los bombones que compartiremos. ¿Quieres qué te diga una cosa? Que las margaritas podrán descansar en paz. ¡Qué no tiemblen sus pétalos! No necesitaremos los: ¿me quiere, no me quiere? ¿Por qué me quieres, verdad? Da igual, no me lo digas. Las palabras se las lleva el viento…Y los hechos…los hechos pasan de moda. Que ahora estamos aquí, y mañana…mañana no sé. ¿Pero, quieres qué te diga una cosa? Que no quiero otra vida si no es contigo.
Terminó de leer y volvió a coger aire para contrarrestar el tono lila que había tomado su cara. Los sesenta segundos que componen un minuto se multiplicaron. El periodista tomó la palabra (algo escuetas para su profesión) que se redujeron a halagos por lo que acababa de escuchar. Su ayudante le indicó (levantando un cartel desde el exterior de la habitación de cristales) que las líneas estaban saturadas. Respondieron a las preguntas de los oyentes, y Laura agradeció las felicitaciones por su valentía y sus hermosas palabras. Él no llamó. ¿Seguía sin ser suficiente? Abandonó el estudio dos horas más tarde de lo previsto. Ya era noche cerrada. La humedad de las madrugadas de invierno se posó sobre ella. Una sombra la esperaba apoyada en una farola. Una sombra que fue tomando forma humana a medida que se acercaba. Allí estaba. Con los ojos hinchados de haber estado llorando, y con el alma hecha pedazos por no haber identificado el verdadero amor hasta ese momento.
-Perdóname. De las tres opciones elijo la primera. 


lunes, 7 de abril de 2014

Cascabeles para el corazón

-¿Y por qué, mamá?
-¿Porque así, siempre, sabrás dónde está cuando lo hayas perdido?
-¿Y si los pierdo pero no suenan? ¿Cómo sabré dónde están?
-Confiando, cariño. Hay respuestas que sólo obtendrás confiando.
Las gotas de lluvia chocaban contra el cristal emitiendo un pequeño sonido. Gotas suicidas que venían a poner fin contra su ventana. O tal vez, gotas víctimas del homicidio de unas nubes que las arrojaron al vacío sin contemplación. Se acurrucó un poco más. Sólo cinco minutos. Volvió a recordar aquella conversación.
-¿Confiando? ¿Y cómo se confía? ¿Cómo sabré cuando estoy confiando? Todo esto es muy complicado.
-Pequeña, sabrás que estás confiando porque te lo dirá el corazón. Hará sonar los cascabeles.
-¿Pero, y si no suenan?
Su madre la miró. Le acarició la cabeza. Le besó la frente, y se durmió. Para siempre.
Creció intentando escuchar los cascabeles de su corazón. Maduró a base de ensordecedores tintineos de unos cascabeles desprogramados para el amor. Mala suerte, lo llamaban sus amigas. Pero ella sabía que había algo más. Tal vez su pobre corazón era discapacitado. Quizá, debería llevarlo a algún doctor que lo curase. Descartó el cardiólogo. Su dolencia no era física. Recordó a su madre. Sólo tenía once años cuando murió. –Confía-. Se repitió. ¿En qué o en quién?-. Miró al techo.   -Mándame un señal, mamá-. Un rayo iluminó la habitación. –La verdad que esa señal me ayuda poco, eh-. Otra ruptura. ¿Más o menos dolorosa? ¿Culpa de ella o culpa de él? Dejó de pensar. Tampoco le dolía tanto. Todas acababan igual. Con un tenemos que hablar…no eres tú soy yo…es que no estoy preparado para enamorarme…creo que eres más de lo que me merezco… ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ser mala? Su amiga Paola siempre se lo decía: -A los tíos hay que darles caña, cuando se lo pones todo fácil se cansan. ¿Por qué crees que yo y mi Javi llevamos tantos años? Pues porque si él dice que quiere blanco yo le doy negro. Si quiere pan, le doy bizcocho. Es así, amiga mía. Trátalos mal, y de tu mano comerán-. ¿Deshumanizarse? Aceptó el desafío. Total, la bondad sólo la había conducido al sufrimiento, quizá la soberbia, el egoísmo, y la desdicha (porque alguien deshumanizado es desdichado) le asegurarían el amor eterno.
Las gotas caían con más fuerza. El cristal de su ventana aguantaba, con estoicismo, los golpes de la naturaleza. Miró el cielo. Un inmenso vientre gris pariendo lágrimas. Lo vio. En el alféizar de su ventana había un gato, gris también, mojado y con tristeza en la mirada. Ladeó la cabeza cuando la vio. Aruñó la ventana con su pequeña patita, invitándose a pasar. Suplicando cobijo. Marta la abrió. Volvió a cerrarla. Puede que dejando al gato fuera, mojado, con el frío calándole los débiles huesos de su vertebrada columna, y con el hambre gritándole desde el fondo de su barriga gatuna, comenzaría su proceso de deshumanización. Le dedicó una última mirada al gato. Este, sabiéndose abandonado, lanzó un pequeño maullido. –Te perdono-. Escuchó Marta. –Los gatos no hablan, estúpida-. –Los gatos no, pero los cascabeles del corazón, sí-. Barrió su habitación con una rápida y temerosa mirada. ¿Estaba oyendo voces? –Confía-. Dijo un eco lejano. Abrió nuevamente la ventana, cogió al gato, que temblaba (como gelatina ante la presencia de un cuchillo) y lo arropó con una manta. Calentó leche y se la dio. El gatito, agradecido, lamía el cuenco y le correspondía a su salvadora con pequeños maullidos. Marta miró su cuello. Llevaba un collar con dos cascabeles y una placa con un número de teléfono y un nombre (intuyó que el del gato) ya que esperaba que su dueño no se llamara: “Garfield 22”. Cuando los espasmos del animal cesaron, y hecho un ovillo se durmió, llamó al número que aparecía en su collar.
-¿Sí?
-Hola, ¿eres…Garfield 22?
-¡Oh, por favor! ¿Dígame que lo ha encontrado?
-Sí, he encontrado a su gato. Estaba en mi ventana hace un rato. Si lo desea podría darle mi dirección y recogerlo.
-¡Claro! Tomo nota.
Marta observaba al gatito dormir. Lo envidió. Había alguien que se preocupaba por él. Que notaba su ausencia. Que lo echaba de menos y salía, en plena tormenta, en su busca. Había alguien que le había puesto una placa para que siempre pudieran localizar a su dueño. Deseó ser gato. Tal vez debía suicidarse y reencarnar en felino. Con su suerte, seguro que la pondrían en un almacén a cazar ratones, rodeada de gatos callejeros. Desechó la idea.
Sonó el timbre. En el rellano había un joven apuesto. Con rostro de preocupación.
-Hola, soy Andy. Muchas gracias por llamarme. ¿Y Garfield?
Marta lo invitó a pasar. Fue al salón y cogió una manta rosa que envolvía al gato.
-Debe ser un gato con súper poderes para causar tanto alboroto por perderse-. Andy notó ironía en su tono.
-Los tiene. Me hace feliz.
-Pues será el único ser vivo que lo consiga.
Andy volvió a mirarla. Vio su reflejo. Sabía qué tenía razón. Sobreprotegía a un gato porque nadie lo había protegido nunca a él. Y se conformaba con la sumisión de aquel animal que se mostraba agradecido sólo con que le pusieran de comer y le rascaran la barriga. Su existencia se le antojó insípida.
-¿Me invitas a un café? Así podría contarte muchos de sus súper poderes.
Marta dudó. El gatito se despertó y al moverse entre la manta hizo sonar sus cascabeles. Una voz, procedente del más allá, o del más adentro, le recordó…Confía.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Una historia mágica



Eran de colores. Algunas tenían círculos. Otras estrellas, y las más atrevidas, purpurina. Haciendo gala de la fiesta que celebraban en ese momento. Al menos ella visualizaba así a las mariposas que revoloteaban, hiperactivas, en su aparato digestivo.
Un poco de rímel, al ritmo de la música. Dejó de cantar, en su inglés particular, la canción de Bruce Springsteen “The River” (that sends me down to the river tonight down to the river my baby and I oh down to the river we ride) para ponerse carmín. Dos toquecitos en los labios y posturita en el espejo. Miró el reloj. Las siete y media. Las mariposas volvieron a hacer acto de presencia. En media hora, en menos de media hora por fin podría…
Se levantó del sofá y agarró a su fiel compañero de los últimos tiempos. Ese que lo apoyaba y en quien se apoyaba él. Pero era un compañero silencioso, frío y poco empático. Aunque seguro y fiel. Anduvo, junto a él, por la casa. Abrió la puerta derecha del ropero, donde estaban las camisas. Cogió una. No le importó el color. Abrió la puerta izquierda. Cogió un pantalón. Incoloro para sus ojos. Daba igual. Se aseguró de que fuese largo. Aún hacía frío. Se vistió y salió en su busca, dispuesto a mirar la vida con los ojos del corazón.
(Tres meses atrás)
            Navegaba por la red aburrida, hastiada y abatida. – ¿No hay nadie normal en este mundo?-Pensó. -Sólo quiero conocer a alguien que sepa escuchar. Que mire la vida con otros ojos. ¿Seré yo la complicada?-. Entró en el foro “Locos por las letras”, estaban comentando el libro “El laberinto de la felicidad” de Francesc Miralles y Alex Rovira. Un libro que te invitaba a hacer un viaje interior de la mano de la protagonista Ariadna, una mujer de treinta y tres años perdida en un laberinto donde, para escapar, debía hallar respuestas a las cuestiones existenciales que dormían en su interior: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿para qué vivo? Había opiniones de todos los gustos, pero en especial le llamó la atención el comentario de alguien que se llamaba: veoatravesdetusojos.com, hacía una reflexión acerca de quiénes somos, haciendo hincapié en que somos un solo ser y todos estamos conectados desde que venimos a este mundo, rompiendo esta magia cuando nos alejamos de nuestro centro y caemos en las manos del ego. Pensaba exactamente igual ella. Lo agregó al Messenger y comenzaron así una rutina de conversaciones nocturnas, que comenzaron con temas literarios y terminaron por dejar hablar al corazón. Citas que ambos esperaban, ansiosos, cada noche. Citas que hacían que el corazón diera un vuelco cuando abrían el ordenador y al iniciar sesión aparecía un círculo verde que les indicaba que el interlocutor estaba listo para dar y recibir.
-¿Por qué no nos ponemos cara de una vez?-. Insistió ella, deseosa por poder estar cerca de ese joven que aceleraba los latidos de su corazón y enlentecía el recorrido de las agujas del reloj, que vagas, trabajaban durante el día.
-Porque tal vez no te guste. O Quizá, no te mire como tú quieres que lo haga.
-¡No seas estúpido! No quieres conocerme, es eso, ¿verdad?
Y como dice el dicho: tanto fue el cántaro a la fuente que se enamoró del agua.
Llegó primero. O eso intuyó. No la vio por ningún lado. Tampoco podía. Llevaba su seña de identidad. Una flor roja (al menos esperaba que el florista que se la vendió lo hiciera de ese color, él sólo podía confiar). De repente lo sintió (al miedo). Muy cerca. A su lado. Demasiado cerca. Dentro de su pecho. Quiso huir. Tanteo a su alrededor. ¿Dónde estaba su fiel compañero?
            Cada vez estaba más cerca. Ufff, no sólo le revoloteaban las mariposas en el estómago. También le sudaban las manos y le fallaban las rodillas. Su abuela, que Dios la tuviera en los reinos de la gloria, le diría que estaba enferma. La arroparía en la cama y le traería un caldo, hasta que el virus se fuera. Pero ella tenía otro virus. Difícil de curar y en ocasiones letal. Sufría de amor irracional, tal vez la peor de las dolencias de esa enfermedad. Miró el reloj. Las ocho y diez. Iba con retraso. ¿Y si se cansaba de esperar y se marchaba? Comenzó a correr.
            Encontró a su amigo. Lo agarró fuerte. Se levantó y se dirigió a la salida. Huir. Huir. Era lo que debía hacer. Aquello no estaba bien. ¿Una cita a ciegas? Nunca mejor dicho (en su caso). Debía escapar de allí y quedarse con el recuerdo de sus conversaciones. De esas mágicas noches. No quería escuchar una falsa excusa, pretextos carentes de sentido que alejaban a la gente de él. Se abrió la puerta. Entró como un rayo, a la misma velocidad que él salía. Chocaron. Su fiel compañero se tambaleó. Cayó al suelo. Ella encima de él. Era ella. Olía a vainilla. Su seña de identidad.
-¡Perdone!-. Le dijo nerviosa. Entonces la vio, la flor roja.
-¿Eres tú? ¿Eres Mika?
-Sí, soy yo. ¿Eres Luz?
-Sí-. Respondió excitada. -¿Eres ciego?
-Sí. Ya has descubierto mi secreto. Ese que tanto insistías en descubrir y en ocasiones desconfiaste de que tuviera una doble vida.
-¡Oh, chico! Es que te ponías tan misterioso cada vez que te proponía una cita.
Mika, rió. Siempre conseguía hacerlo reír. Ella lo miró a los ojos. Unos ojos que no miraban hacia ningún lado pero que escondían la belleza de lo desconocido.
-Ahora entiendo lo de: veoatravesdetusojos.com. ¿Te gustaría ver a través de los míos?
-¿Te gustaría a ti ser mi guía en este desdibujado mundo?
No hizo falta respuesta. Se agarraron la mano. Ella para guiarlo, él para ser guiado. Y juntos para recorrer el camino del amor incondicional.

https://www.youtube.com/watch?v=nAB4vOkL6cE

lunes, 3 de marzo de 2014

Los hombres también lloran

[…] Siempre tuya.
Arrugó el papel y lo lanzó contra el suelo. Una miserable carta a modo de despedida para decirle que lo abandonaba.
[…]Querido Luis, siento usar este medio tan cobarde para decirte esto. Llevo tiempo dándole vueltas y he llegado a la conclusión de que […]
Paseaba nervioso por el salón. Marcó su número.
“El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura”.
-¡Maldita sea!
Nunca imaginó, cuando salió de casa aquella mañana, después de dormir abrazados y amanecer uno al lado del otro, fundidos en el deleite del placer, después de los te quiero… que al regresar encontraría una nota. Una miserable nota cargada de verdades que le demostraban la mentira que había sido su vida.
[…] Estoy enamorada de ti. Eso no lo dudes. Por eso debo alejarme. Te quiero demasiado, tanto que me quema por dentro. No sé cómo demostrarte cuánto te amo. Perdona mi ignorancia, pero no sé hacerlo mejor. Creo que te mereces […]
-¿Enamorada? ¿No se supone que el fin es permanecer al lado de la persona amada?
Al otro lado del teléfono seguía respondiéndole la automatizada voz del contestador. Necesitaba oírla. Tal vez fuese una broma. ¡No podía abandonarlo así!
[…] Algo mejor. Mejor que yo. Que pueda dedicarse enteramente a ti. Sin miedos ni complejos o limitaciones. Sé que tal vez te duela. Por ti, por mí. No quiero que sufras. Yo estaré bien, y tú pronto encontrarás a alguien que te quiera […]
-¿Alguien qué me quiera? Yo quiero que me quieras tú. ¿Miedos? ¿Complejos? ¿Limitaciones? ¿Qué se le había pasado por la cabeza? Tal vez hubiese otro. Sí, esa era la explicación más lógica.
[…] de verdad. Me voy en paz porque me llevo un trocito de ti muy dentro y que permanecerá conmigo de por vida […]
-¿Un trocito de mi? Me deja, ¿y pretende que me crea que no me olvidará jamás?-. Su furia aumentaba.
[…]Sólo espero que tenga tus ojos. Siempre tuya.
-¿Qué tenga mis ojos? ¿Acaso estaba…? ¿Voy a ser padre y me abandona?

Luis lloraba en la soledad de una casa con olor a abandono, con sonido a engaño y sabor de impotencia, la pérdida de la mujer a la que amaba y del hijo que no conocería, pero que tal vez tuviera sus ojos.

viernes, 31 de enero de 2014

Antología de una prostituta 11

Vicio entró al tanatorio y le robó protagonismo al muerto. Como solía sucederle, las miradas murieron en ella. Despertando el deseo de los hombres y la envidia de las mujeres. Con paso lento pero no vacilante, se acercó a los familiares y les mostró sus condolencias. Había muerto Pepito, el dueño del hostal, con quien tenía un pequeño trato. Ella le alegraba los días (a veces era suficiente un contoneo o algún beso), y él no le cobraba por el cuarto sesenta y nueve. ¿Qué sería ahora de ella? Pensó al verlo allí. Tieso. Amarillento. Muerto.
La viuda la miró con cara de pocos amigos. No la conocía, y no entendía qué hacía allí aquella mujer tan llamativa, tan perfecta. ¿De qué conocía a su marido? Vicio la compadeció. Por su pérdida y por lo perdida que estaba en cuanto a los gustos de su ya difunto marido.
-¡Vicio!-. Se volvió al escuchar su nombre.
-Hola, Guillermo. ¿Qué tal estás?
-Bueno, llevándolo. Quería comentarte algo. Como sabrás, mi tío te tenía cariño. Así que el viejo me pidió antes de morir que te regalase la habitación. Es tuya. Una herencia. Debes ser muy buena en eso que haces de…
-¡Puta! Guillermo. Puedes decirlo, no me vas a ofender. ¿Hay papeles? ¿Lo dejó por escrito?
-No, Vicio. ¿Cómo iba a dejar por escrito en su testamento que le dejaba una habitación a una puta?
-Bueno, entonces no es mía. Pero seguiré usándola, si es la voluntad de tu tío. Estaré algún tiempo sin pasar por allí. Cuídame mi pequeña propiedad.
-Oh, ¡qué lástima! Te echaré de menos. Pensé que tal vez me harías feliz, como a mi tío.
-Guillermo, por favor, no le restes protagonismo al muerto. Ya heredaste el hostal. No pretendas tenerlo todo.
Y con su particular soberbia de gran dama de la calle, se alejó taconeando.
         Rodrigo paseaba nervioso por el salón mirando una y otra vez la hora.
-Jefe, si sigue mirando el reloj, el tiempo se declarará en huelga.
-Ya debería estar aquí. Tendría que haber ido a buscarla. Pero se empeñó en venir sola. Es una mujer muy independiente. Es fantástica.
-Tendrá que serlo, jefe, para que usted haya decidido que sea su mujer. La mujer del Teniente General del Estado.
-Lo es.
La pita de un coche le indicó que por fin había llegado. Rodrigo salió, le pagó al taxista y abrió la puerta de su amada.
-Hola, querida. Estaba ansioso por tu llegada.
-Hola, Rodrigo. Me alegro de volver a verte. Al fin estoy aquí.
-Vayamos dentro. Le diré a tu guardaespaldas que se encargue de tu equipaje.
-¿Tengo una niñera?-. A Vicio no le gustó la idea de estar vigilada constantemente. Tendría que renegociar ese aspecto con su amante.
-¿No querrás andar por ahí sola? Ahora eres la mujer del Teniente General del Estado. Debes estar protegida.
Entraron al gran salón, en el que ya había estado, y lo vio. Vio a su última presa. Aquel hombre que conoció en la calle Molino de Viento. El mismo hombre que fue mal atendido por una vulgar mujercilla aspirante a puta. El mismo a quien ella le quitó el mal sabor de boca, demostrándole que aún hay mujeres expertas en proporcionar placer. ¿Sabría Rodrigo algo de lo ocurrido?

-Martina, él es Cuco. Tu guardaespaldas. Cuco, ella es Martina, mi mujer-. Dijo con orgullo.
-Encantado, señorita.
¿Señorita? ¿Se hacía el sueco? Entonces Rodrigo no sabía nada.
-Hola, mucho gusto.
-Espero que hagan buenas migas. Cuco, tienes que proteger a esta mujer. No sé qué haría sin ella.
-Por supuesto, jefe. No lo dude.
-Rodrigo, cariño, me gustaría darme un baño.
-Claro, querida. Le diré a Margarita que te lo prepare.
         Sola, dándose un baño de espuma. Con música relajante y vino, se preguntaba ¿qué broma le estaba gastando el destino? ¡Cuco su guardaespaldas! ¿Hacer buenas migas? Demasiado tarde. Habían hecho mucho más que eso. Le hizo una mamada mientras conducía y luego tuvieron sexo en un descampado. ¿Se podía considerar buenas migas? Intuía que lo sucedido y tenerlo tan cerca no traería nada bueno.
-¿Has terminado, querida?
-Sí, enseguida estoy.
Vicio salió de la bañera. Se secó y sin vestirse fue hasta su dormitorio, comunicado directamente con el baño. Sabía que debía complacer a su nuevo y permanente hombre.
-Mira, he traído unas cositas-. Vicio sacó del bolso un tubo de chocolate con avellanas y dos dados. En un dado estaban las partes del cuerpo: orejas, labios, cuello, pezón, clítoris y pene. Y en el otro las acciones que debías realizar: lamer, chupar, mordisquear, acariciar, masajear y soplar.
-El juego consiste en lanzar los dados y ver qué debes hacer y en qué zona del cuerpo. Por ejemplo-. Vicio tiró los dados. – Debes lamerme el pezón. Pero antes tienes que untarme chocolate con este pincel.
-¡Joder, querida! Me has puesto a tono. Y esto otro, ¿para qué es?
-Esto son vales sexuales. Mira, este pone: Vale canjeable por una mamada en un lugar público. Si tú lo firmas y me lo das, yo deberé complacerte. Tengo tres meses para hacerlo. Lee aquí: Caduca a los tres meses.  
-Querida, supe desde el primer momento que serías la mujer de mi vida.
-Entonces, ¿jugamos?
-Lanza esos dados, nena.
         Cuco fumaba en el jardín. Estaba molesto. Sabía que su jefe se la estaría tirando. A ella, a su Vicio. A la puta que lo volvió adicto aquella noche…se estremeció al recordarlo. Y ahora debía protegerla y ser leal a su jefe. ¿Podría mantener esa fidelidad? ¿Querría ella que se repitiese lo de aquella noche? Descartó la idea. Era la mujer de su jefe, ¡y puta! ¿Lo sabría Rodrigo? Tal vez la conoció así y se enamoró de ella. Eso no era tan difícil. ¿Se había enamorado también él? Iba a ser complicado tenerla tan cerca sin arrancarle la ropa.
(Calle La Naval)
         Felipe llegó al hostal. –Cerrado por duelo-. Leyó. Seguro que se murió el viejo. Chasqueó la lengua. Quería verla. ¿Dónde demonios estaría? No tardaría en descubrirlo, y de una forma un tanto peculiar.