Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Antología de una prostituta 9


Se despertó y la buscó en la cama, pero sólo percibió su olor. Ella no estaba. Hizo un rápido barrido visual por aquel cuarto con número de satisfacción (sesenta y nueve) y creyó intuirla en la ducha al escuchar el agua caer. Se levantó y caminó hacia el baño. Se apoyó en el bastidor y observó (a través de la mampara) las perfectas carreteras de la autopista de su cuerpo. Aquella mujer lo enloquecía, hacía demasiado tiempo que nadie conseguía sacar lo mejor de él (y no referente al sexo) sino a despertar el flagelado corazón, sus emociones, el deseo que creyó dormido. De aquello hacía más de cinco años…Fue en la Facultad de medicina, cuando…

-¿Qué haces ahí? Preguntó Vicio, mientras jugueteaba con su dedo y le indicaba que se acercase a contemplar de cerca y con derecho a roce lo que admiraba desde la distancia. El médico dejó de pensar en su pasado y aceptó la petición indecente de aquella mujer, de aquella puta. Su puta, porque de algo estaba seguro, terminaría siendo suya.

            En las calles andaban todos agitados, estaban ansiosos por escuchar el discurso del nuevo Presidente y rezaban para que hiciera algo honesto (en un país lleno de corruptos) que los ayudara a salir de la crisis. Hasta el momento, la estampa que vendía España era la de millones de parados, cientos de desahucios, ministros que robaban y sindicatos que imitaban a los ministros. Hasta la familia Real había picado el anzuelo de la avaricia, pero claro, las pruebas se perdían, los jueces se compraban y las bocas se cerraban. Y así, los pobres seguían nadando en las arenas movedizas del fango que caía de los de arriba. Rodrigo se paseaba nervioso por el Salón de Actos donde tendría lugar su bautizo y tomaría el nuevo cargo. Repetía una y otra vez en su cabeza lo que debía decir y se prometió ser un hombre justo y honrado (aunque las causas por las que llegó hasta el cargo no lo fueran). Faltaban diez minutos para salir ante miles de personas, que esperaban con su ascenso, la salvación de sus miserables vidas. Pero Rodrigo antes de enfrentarse con su futuro necesitaba hacer una llamada.

            Entre burbujas de jabón y caricias se iban limpiando uno al otro. Suerte que el gel era comestible (es lo que tienen las tiendas eróticas, que ya todo te lo puedes comer) si no probablemente alguno habría acabado envenenado. Volvieron a hacer el amor, y esta vez lo sintieron así. Nada que ver con follar o el sexo duro al que él la tenía acostumbrada. Aquella mañana se despertó el lado más tierno del doctor masoquismo, quien sustituyó los latigazos por caricias, cambió las órdenes por deseos y la pasión por amor. Acaso, ¿era amor lo que sentía? No estaba seguro, pero sí sabía que Vicio había conseguido dominar a la bestia que se desbocó aquella noche, cinco años atrás. En cambio, el sexo es un juego de pareja, y a Vicio aquel repentino cambio, aquel amansamiento de su fiera no le gustó. Pero se dejó llevar, porque al fin y al cabo a nadie le amarga un dulce, siempre que el pastel sea un buen polvo (aunque en esta ocasión, integral).

El teléfono sonaba, al tercer bip saltó el contestador y así todas y cada una de las veces que lo intentó. Seis llamadas perdidas en el teléfono de un receptor ausente.

Se frotó la frente, tendría que enfrentarse a su pueblo, a su nación, su país sin saber la respuesta y ese silencio le daba más miedo que una posible Tercera Guerra Mundial.

            Salieron de la ducha y volvieron a tumbarse en la cama. Ese era el plan, vegetar y comerse a besos, como decía la canción de alguna cantante que había salido nueva al mercado. Pero algo la devolvió a la realidad, cuando miró su teléfono vio que tenía seis llamadas perdidas de Rodrigo y entonces cayó en la cuenta de que no le había dado ninguna respuesta. ¿Cuántos días llevaba encerrada en aquel cuarto que sólo olía a sexo con el médico?

-¿Ocurre algo? Le preguntó intrigado al ver que Vicio palidecía.

-Clientes, ya sabes, trabajo a deshora y siempre estoy de guardia. Creo que deberías irte ya, no te cobraré estos días que hemos pasado juntos porque yo también los he disfrutado mucho, pero debo volver a mi vida, y tú a la tuya. ¿Cuántos pacientes has dejado morir en estos días?-. Felipe (que así se llamaba el matasanos) rió a carcajadas. He tenido una urgencia, señorita y la besó. –En serio, debes irte-. Aquel tono no le gustó. Estaba acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo y ahora lo estaban tirando como agua sucia. Tal y como llevaba él haciendo estos últimos años.

-No pienso irme, Vicio. Quiero que seas mía y dejes esta porquería de vida. Sabes qué me quieres, empecemos algo juntos. Siento algo muy fuerte hacia ti, eres la única persona que consigues sacar lo mejor de mí. Matar mis monstruos-. Vicio, se quedó helada, era el segundo hombre que le pedía abandonar la prostitución y empezar una vida a su lado. ¿Qué debía hacer? Por una lado estaba Rodrigo, era un buen hombre y tal vez terminaría siendo el nuevo presidente de España (aún no se había hecho eco de la noticia de que Rodrigo ya era el presidente del Gobierno, pues estaba ocupada firmando la paz entre sábanas) no lo quería, pero tal vez con el tiempo consiguiera amarlo. Por otro lado estaba él, Felipe. Le encantaba aquel hombre. Seguro de sí mismo, varonil y con unos hermosos ojos que te obligaban a perderte en un manantial de placer (aunque su último encuentro había sido más bien soso, a ella le gustaba que la odiaran en la cama y la amaran fuera de ella, le iba lo duro) y por último su profesión. ¿A quién quería engañar? A ella le gustaba ser puta, si no hubiese vendido pañuelos en los semáforos o cultivado tomates. Le encantaba que la llamaran y notar el deseo desde la otra línea, deseo por ella. La incertidumbre de quién se encontraría detrás de las puertas. Manos desconocidas tocándola, haciéndola disfrutar y notar el goce que ella proporcionaba en el otro. A veces no eran manjares los platos que llegaban a su cocina, pero otras era verdadero arte culinario…y así es la dieta, a veces lentejas y no te quejas. Le encantaría aceptar ser la mujer del Presidente, seguir viéndose con Felipe y conservar su trabajo de puta. Por qué era todo tan difícil, o tal vez no lo fuera. Recapacitó, si aceptaba ser la mujer de Rodrigo y su grupo de Gobierno descubría que era puta (se salvaría de que la lapidaran gracias a que no se recogía ese castigo en el código penal) y Rodrigo no se merecía una afrenta de ese tipo. Era un buen hombre, aunque fuese político. Pero, si aceptaba la propuesta de Felipe, con lo posesivo que era, tendría mucha menos vía libre para sus quehaceres sexuales, y es que el nombre de Vicio no lo eligió al azar, sabía cuál era su enfermedad.

-Vicio, contéstame. ¿Te vendrías conmigo?-. Aquellos hermosos ojos verdes brillaban y con ese brillo perdió su interés por él. ¿Dónde estaba el tipo duro que casi la conduce a perder la cabeza? No quería un peluche, eso podía conseguirlo con el Presidente, quería un macho, pero Felipe comenzaba a meter el rabo entre las patas.

-No, Felipe. No acepto tu propuesta. Lo siento, me gusta mi vida.

-¿Cómo? Pero seguirás atendiéndome, ¿verdad?

-No lo sé.

-¿Cómo que no lo sabes? Y la agarró por un brazo, despertando la fiera que llevaba dentro, esa que odiaba ser rechazado, el que marcaba territorio e imponía las normas y Vicio se dio cuenta de cuál era su talón de Aquiles y continuó provocándolo. Fue entonces cuando tomó la decisión que marcaría su vida, pero esa decisión sólo la sabría ella.

-Yo no te quiero, yo nunca querré a nadie, así que si en algún momento tengo hueco y tú un calentón te atenderé-. Abrió la puerta y lo invitó a salir.

Una vez sola encendió el televisor y allí estaba él, dando su primer discurso. Lo había hecho, había asesinado al antiguo presidente y él estaba al mando. Se llevó las manos a la boca. Cogió su teléfono y reenvió la llamada, saltó el contestador.

-Sí, acepto. Dime qué debo hacer.

La vida de Vicio va a dar un giro. Quiere vivir bien, acomodada. Quiere disfrutar del sexo y quiere volver a verlo, a él, a Felipe, pero no al tierno, sino al duro, al que la ata a la cama y la conduce por un peligroso camino donde la única parada es el placer. El que la amordaza y aún así le hace decir las palabras más sucias que jamás se hayan pronunciado. El que le infringía dolor, sí, pero vestido de goce. Tal vez, como decía su abuela, la avaricia rompa el saco, quizá, como solía vaticinar, más vale pájaro en mano que ciento volando, pero también recordó un dicho que se tatuó a fuego en el alma desde muy niña, quien no arriesga, no gana. Y ella quería ganar, y ganaría.

Pero Vicio no sabía lo equivocada que podía llegar a estar, y como la vida es capaz de sonreírte, acariciarte y mecerte en su cuna, para luego dejarte caer al vacío donde las lágrimas serán el consuelo.
 

lunes, 18 de noviembre de 2013

Antología de una prostituta 8



-Y no olviden que lo hago por el bien común de este país-. Entre abucheos y vitoreos (nunca llueve a gusto de todos) bajó de la tarima y se marchó. En la parte de atrás del edificio lo esperaba su chofer con el coche oficial. Algunos periodistas se acercaron a preguntarle acerca de su opinión en relación con la Ley Camelia.
-Lo que tenía que decir ya lo dije-. Y de malos modos se subió al coche.
La Ley Camelia consistía en privatizar todos los servicios que por derecho constitucional siempre habían sido públicos. Se llamaba así haciendo alusión al apellido de la ministra que la había propuesto. El país no tenía dinero y de alguna forma había que recaudarlo. La educación y la sanidad pasarían a manos de empresas privadas y a no ser que fueses rico o tuvieras trabajo (y teniendo en cuenta el aumento de los parados, tener trabajo era considerarte rico) serías analfabeto o morirías de un estornudo.
Subió al coche, su chofer le cerró la puerta. Bordeó el vehículo, subió en él, se aseguró de que los espejos retrovisores estuvieran bien regulados. Encendió el contacto y…
            Amaneció a su lado. ¡Qué noche! Aún la saboreaba. Se relamía de gusto y se regodeaba en el deleite del placer que le había proporcionado. Volvió a amanecer acompañada. De nuevo se saltó sus propias normas. Tentada por la lujuria, seducida por el dinero y rendida ante él. Lo miró. Dormía. Le gustaba aquel hombre y perdida en las grietas de su piel, recordó una vez más, para recrearse, la noche que habían pasado.
-Llevo llamándote dos días.
-¿Acaso tengo que estar a tu disposición?
Vicio aparentaba seguridad, aunque le temblaban las piernas. ¿Miedo? ¿Deseo? –No eres mi único cliente. Es más, creo que te dije que no volvería a darte un servicio.
Se abalanzó sobre ella y la agarró por los brazos.
-Vas a ser mía. ¿Has oído? ¡Mía! ¿Cuánto quieres? ¿Mil? ¿Dos mil? ¡Dime!
-¡Suéltame! Eres un maniaco. ¡No quiero tu asqueroso dinero!
La besó. Para cerrarle la boca a aquella puta mal criada y mal agradecida que lo embrujó con la pócima que bebió de su entrepierna y a la que se había vuelto adicto. Borracho, quería vivir embriagado por sus fluidos y nadar en ellos.  Ella le correspondió al beso. Apasionado, luego dulce. Se miraron, perdiéndose uno en el otro. Vicio abrió como pudo, seducida, ardiente y satisfecha de poder volver a sentirlo, a gozarlo. Cerraron la puerta tras de sí. Vicio dejó caer el bolso y se abandonó a sus brazos, cediéndole el control de su cuerpo. Con manos expertas se desvistieron y frente a frente, en igualdad de condiciones, piel con piel, invitaron al placer a unirse a ellos.
Él, buen amante, gran jugador en el sexo, siempre tenía un as bajo la manga. La sentó en una silla, le vendó los ojos y le amarró las manos. Vicio, expectante y excitada, esperaba lo que vendría después. Lejos quedaba el miedo que le tuvo alguna vez. Notó algo frío. Lo necesitaba. Él le pasaba un hielo por su cuerpo, ¿para calmar su ardiente deseo? ¿Para encender aún más la candela? Circulaba por las carreteras de su cuerpo, soplaba y lamía. Frío, calor, frío, calor…Gemidos. Le abrió las piernas. La acarició allí, donde erupcionaba el volcán, donde la lava empezaba a notarse. Más gemidos.
Los músculos de Vicio se contraían y se relajaban. Estaba al borde del orgasmo que le proporcionaría el jugueteo del hielo en su vagina. Se retiró. La dejó con las ganas. Ella se removió molesta en la silla. Intentaba adivinar, agudizando el oído, dónde podría estar, qué estaría planeando. Entonces lo notó. Duro, excitado, ansioso de ella. Jugaba con sus labios. Ella abrió la boca y lo chupó. Ahora gemía él. Se lengua recorría una y otra vez aquel tesoro que la llevaba tan lejos. La respiración del médico aumentaba. La agarró del pelo y la puso de pie. Lamió su boca y probó su propio sabor. Vicio permanecía con las manos atadas y los ojos vendados. Deseaba sentirlo dentro.
-Entra, por favor.
-Shhh, no seas viciosa, querida.
Comenzó a acariciarla con una pluma. De pie, en medio de la habitación, conseguía erizarle la piel. Y cuando menos lo esperaba, llegó. Le golpeó con el látigo en el culo. ¡Dios! Tres veces, ¿por qué estaba excitada? Aquel maniaco le estaba golpeando. Cuatro, cinco… ¡Dios cómo le gustaba!
-¡Arrodíllate!
Vicio se arrodilló como pudo. Aún le quemaba el culo. Comenzó a juguetear con sus pezones y notó como le ponía unas pinzas.
-Pero qué coño…
-Shhh, o voy a tener que amordazarte, y quiero oírte gritar.
Las pinzas le proporcionaban pequeñas descargas eléctricas. Intuyó que él tendría un mando porque cesaban y aumentaban a destiempo. Las descargas le recorrían el cuerpo y morían en su clítoris.
La inclinó. Quedó a cuatro patas en el suelo. Se colocó detrás y sació sus ansias. Las de ambos. Sacudidas, embestidas y descargas eléctricas en los pezones la llevó al clímax, uno de los mejores orgasmos que había sentido nunca.  Se dejaron morir en el suelo. Silencio.
            Policías, bomberos, ambulancias, periodistas y curiosos fueron llegando al lugar. La policía científica acordonaba la zona. El presidente de España acababa de volar por los aires. Su coche explotó cuando se disponía a salir del aparcamiento del hotel donde acababa de dar el último discurso de su vida. La gente (de clase media y baja) comenzaba a esperanzarse. Tal vez, junto con el presidente, desaparecería la miseria en la que estaba inmerso el país.
            Rodrigo miraba las noticias. Sabía que había llegado el momento, su momento. Él era el sucesor. Tomaría el poder, el mando, la presidencia de su país. Pensó en Vicio. Deseó que aceptara su propuesta. Tal vez ya hubiese visto las noticias. Quizá lo llamara para hablar de lo sucedido y aceptar ser la mujer del nuevo presidente de España. Pero Vicio aún andaba perdida en el atentado de placer que sufrió su cuerpo durante la noche, entre besos de queroseno y dinamita para el corazón. Se haría eco de la noticia. Una noticia que requería una respuesta, La toma de una decisión. Sacrificar unas cosas y beneficiarse de otras. Pero, ¿qué puede ocurrir cuando tomas la decisión equivocada? ¿Y si tomas dos decisiones de forma paralela? ¿Cuánto tiempo se puede llevar una doble vida sin ser descubierta? Se abren nuevos caminos para Vicio, acompañados de riesgos y equivocaciones.



lunes, 28 de octubre de 2013

Entrevistas

Aquí les dejo la entrevista que me realizaron las chicas de El Secreter la pasada semana por si desean escucharla. y de paso les invito a que escuchen su programa porque es muy interesante.
También les dejo el enlace del programa La plaza, de Este Canal, donde también me entrevistaron y me lo pasé genial.


http://www.estecanaltv.com/en-este-momento/



http://elsecretermueblecultural.blogspot.com.es/2013/10/lanzarsepor-que-no.html

Antología de una prostituta 7



Amaneció, y por unos instantes dudó de dónde estaba. Los rayos del sol entraban perezosos por el amplio ventanal con vistas al frondoso bosque que bordeaba la casa. Miró a su derecha y lo vio allí, dormido, después de una noche de sexo en la que la escena del tequila podía considerarse un preliminar. Lo inspeccionó, era guapo. El prototipo de hombre del que podría enamorarse. Maduro, atractivo, que le proporcionaba buen sexo. ¿Sería gracioso? Aún le quedaban unas cuantas horas para descubrirlo.
-Buenos días, princesa.
-Buenos días, teniente.
-No me digas eso que sabes lo que ocurre-. Y tanto que lo sabía, durante la noche, entre caricias, besos y sexo duro, le llamaba teniente y se daba cuenta de cómo aumentaba la fogosidad de aquel hombre que parecía insaciable.
-Nos espera un gran día, así que sacúdete la pereza.
-Sí, teniente-. Y él saltó sobre ella y comenzó a besarle el cuello, bajando por el meridiano de sus pechos, avanzando por el ombligo y muriendo en su entrepierna. Suspiros.
            Desayunaron en la terraza que daba a la piscina. Los tres invitados se sentaron en silencio y con la vista perdida. Probablemente aún les quedaría alguna neurona borracha. A Leopoldo Cintras Fría le sonó el teléfono, y tras una breve conversación en árabe, colgó y le hizo un gesto a Rodrigo. Este, le susurró al oído que si no le importaba ausentarse. Vicio asintió.
-Con permiso-. Dijo haciendo gala de sus buenos modos. Rodrigo le retiró la silla y ella se alejó. Aprovechó para perderse en el inmenso jardín. Al cabo de un rato y tentada por la curiosidad, se acercó a la zona donde estaban reunidos su cliente y los tres terroristas (como ella los llamaba). Escondida entre los rosales (para no ser descubierta en su hazaña de espía y torturada por aquellos malvados, a saber qué le harían a las mujeres noveleras). Los escuchó hablar en español, por suerte para ella que temía que lo hicieran en árabe y no enterarse de nada.
-No poder seguir país tuyo así. Muy malo, tu país. Tú escucha nuestra propuesta y ganar mucho dinero. Tu país mejor, tú más poder…todos ganar.
La curiosidad de Vicio aumentaba, qué estaría proponiéndole aquella panda de locos. España estaba mal, no había más que verla a ella, convertida en puta para sobrevivir, y con el tiempo, casi que por gusto (el dinero es goloso y el sexo adictivo).
-Pero no puedo traicionar a mis compatriotas, a mi país.
-Sí poder, sí poder. Tus compatriotas no son de fiar. Nadie sabrá que tú saber esto. Todo secreto, controlado. الله يكون معك ، أنت قلبي ، والكلمة والفكر.
-¿Qué pretenden hacer?
-Mañana cuando el presidente del gobierno terminar de dar  rueda de prensa, cuando gente marchar, nosotros no queremos muertos, no querer heridos. Uno de mis hombres poner bomba en coche presidente, cuando él subir y poner en marcha…PUUUMM…muerto. Tú tener el poder, nosotros pagarte mucho bien si tú poner de nuestra parte.
Rodrigo se pasó la mano por el pelo. Quería llegar a la presidencia pero no estaba seguro de querer llegar así. Aunque el dinero, el poder…ese diablo con aureola, alas y sonrisa encantadora…
-Acepto-. Y todos alzaron sus copas y brindaron.
Vicio no se podía creer lo que acababa de escuchar. Iban a asesinar al presidente (que realmente se lo merecía porque se había encargado de asesinar los sueldos y trabajos de los españoles) pero, ¿no era mejor obligarle a dimitir o algo así? Menos mal que a ella le quedaban algunas horas allí y al siguiente día, cuando el presidente volara por los aires, se habría acabado aquel peculiar cuento de hadas con algún que otro troll.
            El sol se había escondido  y Vicio recogía sus cosas mientras recordaba lo acontecido durante aquellas veinticuatro horas. Después de la conversación que no debía haber oído, pero escuchó; la mañana transcurrió normal, ella fingió no saber nada y se dejó hacer. Llegaron las otras putas (debía admitir que sin clase) e hicieron felices a los invitados. Por suerte para ella no tuvo que compartir su caché de puta de alto standing porque su dueño aprovechó que sus huéspedes estaban entretenidos para secuestrar a Vicio y continuar bebiendo de ella tequila.
Rodrigo entró en el dormitorio.
-Llegó a su fin. Espero haberte hecho sentir cómoda.
-Sí, muchas gracias, Rodrigo. Ha sido todo muy interesante. Algo fuera de lo común.
-Me gusta tu verdadero acento, no ese forzado deje sudamericano. Aunque cuando me dices papi…ufff.
-Bueno, es sólo por trabajo, ya sabes los hombres  se vuelven locos si les hablas así.
-Vicio, ¿no te gustaría dejar este mundo? No va con tu elegancia, con tu saber estar.
-Claro, algún día lo dejaré…pero por ahora, como está el país es imposible encontrar otro trabajo que no sea este.
-¿Y si te propongo quedarte como mi mujer? Sólo tendrás que hacer lo que has hecho estos días. Complacerme, ser dócil, elegante, y te daré todo lo que desees y más.
-¿Quieres qué sea tu puta a jornada completa?
-No lo llames así. Quiero que seas mi mujer. Voy a ascender en pocos días y un buen hombre con un buen cargo, necesita una buena mujer a su lado. Así saldrías de la calle.
Y tanto que iba a ascender y rápido, pensó ella.
Era una buena propuesta. Saldría de la prostitución y tendría todo lo que siempre ha deseado. Era tentador y tal vez con el tiempo llegara a amar a aquel hombre. Había dejado de soñar con príncipes azules, Walt Disney se olvidó de fabricar el suyo. Estaba cansada de callejear por las calles del olvido. De ser una vendedora ambulante de caricias y besos. Pero, ¿y si lo que había escuchado no salía bien y se veía implicada? Tenía que ser astuta y eso se le daba muy bien.
-Dame algunos días, Rodrigo. Te prometo que antes de que aceptes tu nuevo cargo tendré una respuesta-. De esta forma podría ganar algo de tiempo y ver qué cabezas cortaban después de que el presidente del gobierno se desintegrara en mil pedazos.
-Vale, lo entiendo, pero por favor, piénsatelo.
Se despidieron con un suave beso. Las veinticuatro horas habían concluido y Vicio se marchó.
            En la otra punta de la ciudad un licenciado en medicina y con un maletín verde llamaba incasablemente a una puta de la que se había enamorado. Obsesionado por volver a verla y nervioso por comprobar que llevaba veinticuatro horas con el teléfono apagado, decidió esperarla delante del cuarto sesenta y nueve de aquella penosa pensión.
Vicio, ya en el taxi, encendió el móvil. Sesenta y dos llamadas del mismo número. –Los hay muy desesperados-. Bromeó consigo. –Como si no hubiera más putas-. Tal vez eso cambiaría, las llamadas a deshora, la disponibilidad continua. Recordó la propuesta de Rodrigo, cada vez la convencía más.
El taxi paró frente al hostal, Vicio pagó y se permitió el lujo de dejarle propina. Al bajar del coche percibió una figura masculina apoyada en el alféizar de la puerta de su habitación. Se lamentó. No tenía el cuerpo para mambo, estaba cansada y sólo quería dormir.  Al acercarse a la entrada descifró al enigmático hombre que la esperaba. Era él, era el médico. El hombre que la hacía estremecerse con una mirada. El masoquista, al que le gustaba jugar duro. Al que drogó y dejó en la puerta de su casa inconsciente. Permanecieron en silencio. Él se acercó, Vicio retrocedió. Se había jurado no darle más un servicio. Pero, ¿y si le daba el último servicio a él y se despedía de esta profesión saliendo por la puerta grande y cortando orejas? Sí, sería su último servicio y no volvería a ver a ese hombre que la volvía loca, pero terminaría haciéndole daño. Sí, lo haría y luego aceptaría la propuesta de Rodrigo.
Pero como todo en la vida, las decisiones que tomamos pueden dar un giro inesperado, y lo que debería haber sido se esfuma con el viento, poniéndonos ante nuevos retos. ¿Será Vicio capaz de afrontar lo que le depara la vida? Lo que está claro es que no será lo que ella imagina.


   Que Alá esté contigo 
 لله يكون معك ، أنت قلبي ، والكلمة والفكر

miércoles, 16 de octubre de 2013

Antología de una prostituta 6



Supo que tenía malas copas en el momento en el que empezó a resultarle interesante la conversación de aquellos terroristas. Adivinó, que estaba contenta, cuando las caricias de su cliente, el Teniente Coronel del Estado, le resultaban placenteras. Aceptó, que los cuatro o cinco Martini que había bebido estaban jugando en su contra cuando todos, incluso aquellos que permanecían estáticos, daban vueltas a su alrededor.
La noche había estado a la altura de sus expectativas, caviar, música en directo, vino, gente de renombre del Gobierno español y secretos de Estado que comenzaban a desvelarse cuando el alcohol, fiel enemigo de los mentirosos, empezaba a hacer efecto. Como ya le había anunciado su dueño, (durante veinticuatro horas) todo aquel hombre que sirviera buen vino y tuviera a su lado a una mujer hermosa, era respetado. Esa noche volvió a cambiar su identidad, no era correcto que la mujer (aunque fugaz) de un alto cargo del país se llamara Vicio, así que por tercera vez a lo largo de su corta vida, fue nuevamente bautizada.
-Esta noche te llamarás Martina-. Le propuso. Vicio aceptó de buena gana, no le suponía precisamente un problema llamarse Lola, Pepa o Martina. –Pero te seguiré susurrando al oído Vicio, porque esta noche saciarás el mío.
Mientras recordaba esa conversación (con dificultad por las copas de más) empezó a sentirse húmeda. Rodrigo no estaba mal para sus cincuenta años, ella estaba caliente, él era un vicioso y de recompensa quinientos euros. ¡Era su día de suerte! ¡Y qué mal le sentaban las copas!
El tintineo de una cuchara chocando contra algo de cristal hizo que todos los presentes se volviesen hacia el que demandaba protagonismo.
-Quiero hacer un brindis por el anfitrión de esta fiesta y por el golpe que está por darse. Porque todos merecemos una España mejor, digna y de la que nos sintamos orgullosos. Una España vegetariana,  sin tanto chorizo.
Todos aplaudieron al joven revolucionario que planeaba algo contra alguien que ella prefirió no saber. Entre menos mierda le salpicara mejor olería, dado que aquellos planes olían muy mal.
La gente empezó a marcharse, ebria, a altas horas de la noche. El presidente del gobierno marroquí, Mohamed IV; Alwaleed Bin Talal, uno de los jeque árabes más ricos del mundo y Leopoldo Cintra Frías, el actual ministro de las FAR subieron a sus respectivas habitaciones borrachos como cubas.
-Mamacita, ¡qué ganas tenía de un poco de intimidad! Debo decirte que esta noche te has portado reina, haciendo gala de los buenos modos, de esa elegancia-. Parecía el perro de Pavlov, salivando al ver su comida, al verla a ella, pensó Vicio (a quien el alcohol la ponía graciosa).
-Y Yo papacito, yo quería que la parranda acabara harto rato para ser tuya.
Entre besos apasionados subieron la elegante escalera. Llegaron al dormitorio, cerraron la puerta y continuaron con su fiesta privada.
La experiencia es un grado, no cabe duda. Rodrigo, con manos expertas, de buen amante la fue desnudando. Primero, con los dedos suaves, fue acariciando la espalda que aquel elegante vestido le dejaba al descubierto. La seda satinada del escote caía sobre su pecho insinuando lo justo para obligarte a perderte en los misterios que se hallarían tras la tela. La parte inferior caía larga y ligera casi hasta el suelo, dejando  las transparencias del vestido adivinar unas torneadas y estilizadas piernas. Poseído por la excitación le arrancó el vestido de un solo tirón. Vicio se lamentó, por los mil quinientos euros que le había costado aquel trozo de tela (a él) aunque era a ella a quien le dolía, cuatro cifras había pagado, ¡cuatro! Impensable para su cartera.
Ven, ponte esto-. Le indicó Rodrigo, enseñándole un conjunto negro de gasa compuesto por una camisilla totalmente transparente pero con bordados alrededor del pezón y un tanga a juego. –Ahora, paséate por la habitación-. Le dijo mientras se sentaba y la observaba complacido. Tras varios paseos, Vicio, advirtió que el Teniente se estaba masturbando y se excitó. Comenzó a bailar al ritmo de la música que sonaba sólo en su cabeza haciendo que los decibelios imaginarios se transformasen en cálidos grados reales. Se acariciaba como deseaba que él lo hiciera y continuaba con su danza, la curva de su cadera al girar, su vientre plano que se alargaba cuando subía los brazos y se revolvía el pelo. Los pechos, tersos, de pezones duros. ¡Paró! Rodrigo, que quería convertir la noche en eterna y no en cinco minutos de placer ocasionados por sí mismo, puso fin al monosexo que estaba manteniendo. Se dirigió hacia ella y bailaron juntos. Sin música supieron acompasar el ritmo de los cuerpos.  Ella iba poco a poco desabrochándole los botones de la camisa y le gustó descubrir lo que ya intuía. Un torso musculoso, con la huella de la edad, pero bien cuidado. Empezaba a sentirse cada vez más atraída por los hombres maduros, por el buen sexo que le proporcionaban, o tal vez, como leyó alguna vez en alguna revista, padecía algo llamado “gerontofilia”.  Le daba igual, ya eran muchos los clientes que habían pasado por su cuerpo; jóvenes, vírgenes, sádicos, parlanchines, precoces, maduros…Ella había ido descubriendo que estos últimos eran sus preferidos, probablemente porque sus expertas manos sabían afinar la guitarra que era su cuerpo y hacer sonar los mejores acordes.
Desnudos, en igualdad de condiciones, recorrían los senderos del placer.
-¿Cuál es tu bebida favorita?
-El tequila, papi.
Rodrigo se levantó y se dirigió al mueble bar del que disponía en su dormitorio. Sacó una botella de tequila, sal y limón.
-Deseo concedido, princesa. Vamos a jugar a un juego. Yo pondré en zonas de tu cuerpo tequila, sal y limón y te lo quitaré con mi boca, luego intercambiamos los papeles. Bebiendo uno del otro.
Vicio se humedeció aún más, se acercó y lo besó. ¡Comenzaba el juego!
Rodrigo la tumbó en la cama, puso sal en ambos pezones, limón en el agujero de su ombligo y tequila entre sus pechos. Bebió y succionó de ambas zonas. Vicio, gimió. Repitió la jugada. Sal en el lóbulo de su oreja, limón en sus labios y…-Abre la boca-. Le ordenó mientras Rodrigo desde la suya le pasaba un trago de tequila. –Ahora me lo tienes que devolver-. Y así lo hizo ella. Bebió de su boca, se aderezó del lóbulo de su oreja y le lamió los labios. Una última vez. Le abrió las piernas, puso limón en el interior de uno de sus muslos y sal en el otro. Se tumbó y dejó caer tequila desde la botella por su clítoris, y como si de una fuente se tratase bebió. Bebió hasta saciar a Vicio que llegó al orgasmo satisfecha por el ardor que le generaba el alcohol y la calidez de su lengua. No se intercambiaron los papeles, porque Rodrigo entró en ella (más embriagado por el deseo que le provocaba aquella  mujer que por el propio tequila). Le agarró las manos con fuerza y se las colocó por encima de su cabeza y siguieron bailando sincronizados por la música que sonaba en sus cabezas, a veces lenta, otras más rápida, que culminó con un Rodrigo satisfecho que se dejó caer sobre ella, saciada también. Aquel hombre, Teniente General del Estado, se había comportado como un eficiente militar en la guerra del sexo. Llegaron las caricias, las prohibidas caricias. Pero aquel cliente no era como los demás, él había pagado un servicio de veinticuatro horas. Dormiría a su lado, le proporcionaría el sexo y las caricias que desease. Al siguiente día continuarían con sus quehaceres, volverían los terroristas y más putas (habría que desvelar si con clase o sin ella) y un acontecimiento que tal vez cambiaría el rumbo de la vida de Vicio, tal vez, porque a veces y sólo a veces el destino es caprichoso.