El
tiempo, el que todo lo cura, el que pone las cosas en su sitio, el que te
indica el camino. El tiempo, el más sabio de los consejeros, el que pasa
despacio y te enseña deprisa. El tiempo, el consejo en boca de todos y en
práctica de nadie. ¿Y si el tiempo se fuera de vacaciones? ¿Y si renegase de
la responsabilidad que le han colgado los humanos para escapar de sus propias
miserias, con la excusa perfecta para no poner en marcha el motor de su vida,
por ellos mismos, si no consolándose en que el tiempo se encargaría de hacerlo?
¿Y si se pusiera el tiempo en huelga?… ¿Aumentarían los suicidios? ¿Se mojaría
la arena de los relojes? ¿Pasaríamos a una dimensión de los sentidos y
emociones anclados en un mundo paralelo? ¿Y si no existe el tiempo? Le llovían
las preguntas mientras se peleaba con la caja de los recuerdos pasados que
amenazaban con más fuerza que nunca, ahora que ella estaba más fuerte que
nunca, con escapar y asomar su linda carita y contestarle que el tiempo se tomó
un tiempo y que los sentimientos no tienen fecha de caducidad. Se sentó sobre
la caja y empujó la tapa hacia abajo con su trasero, mientras los escuchaba
decir que nunca podría escapar de ellos, que no bastaba una mugrienta caja
de cartón con olor a humedad guardada en el altillo de un ropero. Que se
colarían en sus sueños y aparecerían disfrazados de un perfume, con la melodía
de una canción o el sonido de un mensaje. Que el tiempo no garantiza el olvido,
pero asegura el perdón. Que el tiempo no borra, graba a fuego. Se sintió
estafada. Debió leer la letra pequeña del contrato de la vida, aquella en la
que en cursiva dice: Los sentimientos no
tienen fecha de caducidad. Ella se negaba a perder la batalla contra el
tiempo y los recuerdos. Abrió el tercer cajón del mueble de la cocina,
sacó un mechero y le prendió fuego a la caja. Se sentó a ver como ardía e hizo
caso omiso de las amenazas y voces que
procedían del interior, augurándole, que hacía falta mucho más que tiempo y
fuego para deshacerse de los recuerdos.
Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.
martes, 18 de junio de 2013
martes, 11 de junio de 2013
Tentación
-Quiero besarte-. Le dijo con voz ronca, brillo en los
ojos y sudor en la piel. Transpiraba por sus poros el deseo que le despertó
aquella cálida tarde de verano, cuando la vio pasar bajo el cielo anaranjado
que comenzaba a darle la bienvenida al anochecer. Ella alzó la mirada escondida
entre los mechones de pelo que le caían sobre el rostro, algo sonrojada, se
mordió el labio inferior y dio un sorbo a la humeante taza de café que
sostenía, temblorosa, por las ansias que desde las entrañas la impulsaban a besar a aquel desconocido
hombre con el que el destino la obligó a tropezar. Un hombre de piel morena y
dientes blancos perfectamente alineados. Con una agilidad mental que la hacía
tambalearse sobre sus propios pies, retándola a ser mejor que él en un juego
inofensivo que amenazaba con volverse peligroso.
-No puedes, sería pecado. Estás casado.
-No lo sería, Dios cerrará los ojos-. Le susurró mientras
le retiraba la melena de la cara y aprovechaba para acercarse un poco más a
ella. Respirar su olor y notar como su cercanía le erizaba la piel.
-Yo no quiero besarte-. Mintió. Recuperando con esa
mentirijilla piadosa la cordura y el control de sus pensamientos. Se irguió y
con un decidido movimiento de cabeza apartó la cortina de pelo que le impedía
mirarlo a los ojo.
La tensión ocasionada por el deseo latente entre ambos y
el orgullo de ganar aquel estúpido pulso, creció.
Él era astuto, perro viejo. Dio un paso al frente a la
vez que ella retrocedía. Se frenó. Estaba acostumbrado a que todas las mujeres
cayeran rendidas ante su chulería y peculiar encanto. Ella, en cambio, estaba
cansada de chulitos caza faldas y decidió terminar el juego. Avanzó decidida,
enredó los dedos en su pelo y lo besó. Fue un beso corto pero intenso. Con el
tiempo justo de mezclar sus sabores, de notar el calor del volcán, que latente,
esperaba el momento justo de explotar.
Antes de que él pudiera reaccionar, le mordió el labio
inferior y se alejó. Su silueta se fue desdibujando con hipnóticos contoneos,
solo le quedó el dulce sabor de su boca y el amargo sentimiento de derrota.
martes, 28 de mayo de 2013
Siete hermanas bañadas en sal
Siete
son los corazones,
que
laten sobre el inmenso mar,
siete
las hermanas,
que
descansan bañadas en sal.
Unas
más rebeldes,
amenazan
con despertar,
y
entre pequeños latidos,
su volcán
ponen a trabajar.
Otras
más sumisas,
descansan
sin avistar,
el mínimo
temor,
de
su letargo querer despertar.
Siete
porciones de tierra,
bailando
en el océano están,
luna,
mar, sol y paz,
acunan
nuestra verdad,
del orgullo
que se siente,
al pertenecer
a esta hermandad.
Soy canaria
y tengo alma de faycan.
sábado, 18 de mayo de 2013
Mensaje en una botella 3
Esperaba
nervioso en la sala que le había indicado la eficiente secretaria de la
editora. Era un lugar acogedor, una pequeña editorial que se había hecho famosa
por descubrir a jóvenes y nóveles escritores que intentaban hacerse un hueco en
la literatura. Pensó en Lucia, ella también estuvo sentada en aquella familiar
sala, ansiosa, tal vez con su primera novela impresa dentro del bolso, con
mariposas revoloteando en su estómago y un sueño por cumplir. Se la imaginó
allí, sentada en aquel sillón de mimbre, con el balcón a su derecha desde el
que podía ver la Avenida Marítima y el extenso mar. Le gustaba el mar y la
luna, siempre los nombraba en sus novelas. Había pasado noches en vela leyendo
sus obras y acrecentando con ello el deseo de encontrarla. Habían muchas flores
en la estancia, geranios, jazmines y una orquídea, la orquídea era la flor
preferida de Lucia, o eso intuyó en su novela, “Lazos de amor”, donde la
protagonista era una joven musulmana que había huido de su país y de las
rigurosas doctrinas religiosas que obligaban a las mujeres a doblegarse ante
los hombres. La joven llegó a España y se cambió la identidad, abrió una
floristería en la que solo vendía orquídeas, las más hermosas jamás vistas y
que escondían el secreto del amor eterno.
-Señor,
señor, ¿me escucha?
La
voz de la secretaria lo trajo de vuelta al presente.
-La
señora Margarita lo espera, ya puede pasar.
Avanzó
por un pasillo y llegó al pequeño despacho. De pie, detrás del escritorio
encontró a una mujer de unos cincuenta y siente años, con el pelo rubio
cardado, gafas de pasta y un impoluto vestido rosa. Le tendió la mano y con un
gesto le indicó que podía sentarse.
-Bueno,
Jaime, cuénteme qué le trae por aquí y en qué puedo ayudarle. Mi nombre es
Margarita.
-Encantado.
Como ya le comenté en nuestra conversación telefónica, trabajo para el
periódico “Al día”, sé que el catorce de febrero se cumplieron veinticinco años
de la desaparición de la escritora peruana Lucia León. He leído sus obras y me
gustaría hacer un reportaje acerca de ella y de su literatura. Tal vez usted
pueda hablarme un poco de lo sucedido, de cómo la conoció y qué relación tenía con
la escritora.
-¡Ay!
Aquello me supuso una tragedia, querido, ya no solo económicamente porque a
pesar de que no era una escritora conocida a nivel internacional, que lo
hubiese llegado a ser, pero a nivel nacional tenía bastante éxito y nos hacía
ganar una modesta suma de dinero con cada una de sus obras. Pero el dolor fue
personal. Recuerdo que llegó aquí un tres de abril de mil novecientos ochenta y
cinco, tendría unos veintiséis años. Entró en el edificio empapada, ya sabes
que en abril aguas mil, y a todos nos sorprendió aquella mañana un torrente de
agua que nos cogió desprevenidos y con el paraguas guardado en casa. Le di una
toalla para que se secase. Era muy hermosa, tenía una larga melena negra y unos
ojos brillantes cargados de sueños. Su manuscrito estaba mojado, lo traía
dentro del bolso, pero aun así no quedó protegido de la lluvia. Lo pusimos a
secar frente al ventilador mientras nos tomábamos una taza de té para entrar en
calor. Charlamos durante más de una hora acerca de su libro y no tuve que
leérmelo para saber que quería apostar por él, nació ahí una gran amistad, no
solo profesional sino también personal. Las cosas le iban muy bien, tenía éxito
en su trabajo y todo el mundo la quería, hasta que apareció él.
-¿Quién
es él?
-Jaime,
casualmente te llamas igual que él. Ese hombre fue su perdición. Se enamoró
perdidamente. Pasaba noches en vela llorando por su ausencia. Un mal amor, él
nunca la quiso, venía de vez en cuando a regalarle migajas que ella se comía
con ansias. Luego volvía a desaparecer largas temporadas, pero regresaba con
una orquídea y un lo siento, haciendo que ella cayera rendida ante su hechizo,
hasta que desapareció y nunca volvió. Lucia dejó de escribir y se exilió en su
casa y un día… ¡Ay! nunca podré perdonármelo.
-¿Qué
ocurrió? Jaime estaba perdido en la historia de aquella señora.
-La
noche del catorce de febrero de mil novecientos noventa trabajé hasta muy
tarde, tenía la presentación del libro de Luis LLoret, una joven promesa por la
que decidí apostar y aun sigo obteniendo beneficios. Cuando llegué a casa tenía
varias llamadas de Lucia y un mensaje en el contestador: “solo quería darte las
gracias y decirte adiós”. Le devolví la llamada al instante, insistí e insistí,
pero ya no estaba, desapareció. Al cabo de unos años recibí esta carta-.
Margarita
sacó del cajón un sobre amarillento por el paso del tiempo con olor a humedad.
Se la dio y comenzó a leer.
“Hola Margarita, querida amiga, siento
mucho haberme ido así. Quise despedirme de ti pero no conseguí localizarte y no
podía esperar más para huir del dolor en el que estaba atrapada y que
tristemente me ha acompañado a todos los lugares a los que he huido. Cuando me
marché estaba embarazada, no sabía qué hacer, Jaime me había abandonado para
siempre y no podía soportarlo, di a luz sola una noche de invierno y entregué
el bebé en un convento de monjas. Ellas me exigieron no volver a reclamarlo y
yo a cambio les pedí que llamaran al niño igual que su padre. He cargado con
ese peso todo este tiempo, ahora mi hijo tendrá seis años y nunca podré
conocerlo. No volveré a escribir, ni a vivir, moriré en vida y pagaré por ese
horrible pecado de abandonar a mi hijo y no luchar por él. Solo espero que haya
sido feliz, aunque un hijo que se cría sin su madre jamás podrá ser feliz. Mis
mejores deseos para ti y los tuyos, querida amiga”.
-Lo
más que me impactó, es el lugar desde donde me envió la carta. Busqué esa dirección
en internet y es un centro psiquiátrico que hay en el norte de la isla. Fui
hasta allí pero no me dieron ningún tipo de información, al no ser familiar no
me facilitaron ningún dato. Les enseñé la carta, la dirección del remitente y
no sirvió de nada. Lucia gozaba de muy buena salud mental, ¿por qué iba a
encerrarse en un manicomio?
-Por
sentimiento de culpa, consiguió decir Jaime con la voz rota. Yo me crié en un
convento de monjas, me adoptaron tres familias diferentes y todas acababan
llevándome nuevamente con ellas porque no soportaban a un niño insensible que
solo quería estar con su verdadera madre que lo abandonó una fría noche de
invierno. Me llamo Jaime, ¿quiere más casualidades?
Ambos
guardaron silencio.
-No
puede ser cierto, eres el hijo de Lucia, cómo es posible que justo tú hayas
decidido hacer un artículo de ella, ahora, cómo…
Jaime
le enseñó el mensaje que encontró dentro de la botella una tarde en la playa.
Las cosas no sucedían porque sí. El destino lo estaba empujando a encontrar a
su madre. Pero, ¿para qué? Ella lo había abandonado, lo condenó al vacío
existencial, a no sentirse querido. Tal vez por eso sus relaciones no
funcionaban, nunca estaba presente, sino divagando por un mundo de fantasías,
por su mundo de fantasías. No quería encontrarla, quiso odiarla, pero una
fuerza imposible de controlar lo empujaba hacia ella, la misma fuerza que lo
obsesionó desde que Conde, su perro, puso en su mano aquella botella con un
mensaje del destino para él. Debía encontrarla.
Le
dio las gracias a Margarita y se marchó. Antes de que saliera del edificio ella
apreció tras él.
-Si
necesita ayuda cuenta conmigo, querido, y no la juzgues, lo pasó muy mal.
Jaime
la miró, guardó silencio y bajó la escalera dispuesto a escribir el final de la
historia.
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