Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

martes, 11 de junio de 2013

Tentación

-Quiero besarte-. Le dijo con voz ronca, brillo en los ojos y sudor en la piel. Transpiraba por sus poros el deseo que le despertó aquella cálida tarde de verano, cuando la vio pasar bajo el cielo anaranjado que comenzaba a darle la bienvenida al anochecer. Ella alzó la mirada escondida entre los mechones de pelo que le caían sobre el rostro, algo sonrojada, se mordió el labio inferior y dio un sorbo a la humeante taza de café que sostenía, temblorosa, por las ansias que desde las entrañas  la impulsaban a besar a aquel desconocido hombre con el que el destino la obligó a tropezar. Un hombre de piel morena y dientes blancos perfectamente alineados. Con una agilidad mental que la hacía tambalearse sobre sus propios pies, retándola a ser mejor que él en un juego inofensivo que amenazaba con volverse peligroso.
-No puedes, sería pecado. Estás casado.
-No lo sería, Dios cerrará los ojos-. Le susurró mientras le retiraba la melena de la cara y aprovechaba para acercarse un poco más a ella. Respirar su olor y notar como su cercanía le erizaba la piel.
-Yo no quiero besarte-. Mintió. Recuperando con esa mentirijilla piadosa la cordura y el control de sus pensamientos. Se irguió y con un decidido movimiento de cabeza apartó la cortina de pelo que le impedía mirarlo a los ojo.
La tensión ocasionada por el deseo latente entre ambos y el orgullo de ganar aquel estúpido pulso, creció.
Él era astuto, perro viejo. Dio un paso al frente a la vez que ella retrocedía. Se frenó. Estaba acostumbrado a que todas las mujeres cayeran rendidas ante su chulería y peculiar encanto. Ella, en cambio, estaba cansada de chulitos caza faldas y decidió terminar el juego. Avanzó decidida, enredó los dedos en su pelo y lo besó. Fue un beso corto pero intenso. Con el tiempo justo de mezclar sus sabores, de notar el calor del volcán, que latente, esperaba el momento justo de explotar.

Antes de que él pudiera reaccionar, le mordió el labio inferior y se alejó. Su silueta se fue desdibujando con hipnóticos contoneos, solo le quedó el dulce sabor de su boca y el amargo sentimiento de derrota.
 

martes, 28 de mayo de 2013

Siete hermanas bañadas en sal



Siete son los corazones,
que laten sobre el inmenso mar,
siete las hermanas,
que descansan bañadas en sal.
Unas más rebeldes,
amenazan con despertar,
y entre pequeños latidos,
su volcán ponen a trabajar.
Otras más sumisas,
descansan sin avistar,
el mínimo temor,
de su letargo querer despertar.
Siete porciones de tierra,
bailando en el océano están,
luna, mar, sol y paz,
acunan nuestra verdad,
del orgullo que se siente,
al pertenecer a esta hermandad.
Soy canaria y tengo alma de faycan.



sábado, 18 de mayo de 2013

Mensaje en una botella 3



Esperaba nervioso en la sala que le había indicado la eficiente secretaria de la editora. Era un lugar acogedor, una pequeña editorial que se había hecho famosa por descubrir a jóvenes y nóveles escritores que intentaban hacerse un hueco en la literatura. Pensó en Lucia, ella también estuvo sentada en aquella familiar sala, ansiosa, tal vez con su primera novela impresa dentro del bolso, con mariposas revoloteando en su estómago y un sueño por cumplir. Se la imaginó allí, sentada en aquel sillón de mimbre, con el balcón a su derecha desde el que podía ver la Avenida Marítima y el extenso mar. Le gustaba el mar y la luna, siempre los nombraba en sus novelas. Había pasado noches en vela leyendo sus obras y acrecentando con ello el deseo de encontrarla. Habían muchas flores en la estancia, geranios, jazmines y una orquídea, la orquídea era la flor preferida de Lucia, o eso intuyó en su novela, “Lazos de amor”, donde la protagonista era una joven musulmana que había huido de su país y de las rigurosas doctrinas religiosas que obligaban a las mujeres a doblegarse ante los hombres. La joven llegó a España y se cambió la identidad, abrió una floristería en la que solo vendía orquídeas, las más hermosas jamás vistas y que escondían el secreto del amor eterno.
-Señor, señor, ¿me escucha?
La voz de la secretaria lo trajo de vuelta al presente.
-La señora Margarita lo espera, ya puede pasar.
Avanzó por un pasillo y llegó al pequeño despacho. De pie, detrás del escritorio encontró a una mujer de unos cincuenta y siente años, con el pelo rubio cardado, gafas de pasta y un impoluto vestido rosa. Le tendió la mano y con un gesto le indicó que podía sentarse.
-Bueno, Jaime, cuénteme qué le trae por aquí y en qué puedo ayudarle. Mi nombre es Margarita.
-Encantado. Como ya le comenté en nuestra conversación telefónica, trabajo para el periódico “Al día”, sé que el catorce de febrero se cumplieron veinticinco años de la desaparición de la escritora peruana Lucia León. He leído sus obras y me gustaría hacer un reportaje acerca de ella y de su literatura. Tal vez usted pueda hablarme un poco de lo sucedido, de cómo la conoció y qué relación tenía con la escritora.
-¡Ay! Aquello me supuso una tragedia, querido, ya no solo económicamente porque a pesar de que no era una escritora conocida a nivel internacional, que lo hubiese llegado a ser, pero a nivel nacional tenía bastante éxito y nos hacía ganar una modesta suma de dinero con cada una de sus obras. Pero el dolor fue personal. Recuerdo que llegó aquí un tres de abril de mil novecientos ochenta y cinco, tendría unos veintiséis años. Entró en el edificio empapada, ya sabes que en abril aguas mil, y a todos nos sorprendió aquella mañana un torrente de agua que nos cogió desprevenidos y con el paraguas guardado en casa. Le di una toalla para que se secase. Era muy hermosa, tenía una larga melena negra y unos ojos brillantes cargados de sueños. Su manuscrito estaba mojado, lo traía dentro del bolso, pero aun así no quedó protegido de la lluvia. Lo pusimos a secar frente al ventilador mientras nos tomábamos una taza de té para entrar en calor. Charlamos durante más de una hora acerca de su libro y no tuve que leérmelo para saber que quería apostar por él, nació ahí una gran amistad, no solo profesional sino también personal. Las cosas le iban muy bien, tenía éxito en su trabajo y todo el mundo la quería, hasta que apareció él.
-¿Quién es él?
-Jaime, casualmente te llamas igual que él. Ese hombre fue su perdición. Se enamoró perdidamente. Pasaba noches en vela llorando por su ausencia. Un mal amor, él nunca la quiso, venía de vez en cuando a regalarle migajas que ella se comía con ansias. Luego volvía a desaparecer largas temporadas, pero regresaba con una orquídea y un lo siento, haciendo que ella cayera rendida ante su hechizo, hasta que desapareció y nunca volvió. Lucia dejó de escribir y se exilió en su casa y un día… ¡Ay! nunca podré perdonármelo.
-¿Qué ocurrió? Jaime estaba perdido en la historia de aquella señora.
-La noche del catorce de febrero de mil novecientos noventa trabajé hasta muy tarde, tenía la presentación del libro de Luis LLoret, una joven promesa por la que decidí apostar y aun sigo obteniendo beneficios. Cuando llegué a casa tenía varias llamadas de Lucia y un mensaje en el contestador: “solo quería darte las gracias y decirte adiós”. Le devolví la llamada al instante, insistí e insistí, pero ya no estaba, desapareció. Al cabo de unos años recibí esta carta-.
Margarita sacó del cajón un sobre amarillento por el paso del tiempo con olor a humedad. Se  la dio y comenzó a leer.
“Hola Margarita, querida amiga, siento mucho haberme ido así. Quise despedirme de ti pero no conseguí localizarte y no podía esperar más para huir del dolor en el que estaba atrapada y que tristemente me ha acompañado a todos los lugares a los que he huido. Cuando me marché estaba embarazada, no sabía qué hacer, Jaime me había abandonado para siempre y no podía soportarlo, di a luz sola una noche de invierno y entregué el bebé en un convento de monjas. Ellas me exigieron no volver a reclamarlo y yo a cambio les pedí que llamaran al niño igual que su padre. He cargado con ese peso todo este tiempo, ahora mi hijo tendrá seis años y nunca podré conocerlo. No volveré a escribir, ni a vivir, moriré en vida y pagaré por ese horrible pecado de abandonar a mi hijo y no luchar por él. Solo espero que haya sido feliz, aunque un hijo que se cría sin su madre jamás podrá ser feliz. Mis mejores deseos para ti y los tuyos, querida amiga”.
-Lo más que me impactó, es el lugar desde donde me envió la carta. Busqué esa dirección en internet y es un centro psiquiátrico que hay en el norte de la isla. Fui hasta allí pero no me dieron ningún tipo de información, al no ser familiar no me facilitaron ningún dato. Les enseñé la carta, la dirección del remitente y no sirvió de nada. Lucia gozaba de muy buena salud mental, ¿por qué iba a encerrarse en un manicomio?
-Por sentimiento de culpa, consiguió decir Jaime con la voz rota. Yo me crié en un convento de monjas, me adoptaron tres familias diferentes y todas acababan llevándome nuevamente con ellas porque no soportaban a un niño insensible que solo quería estar con su verdadera madre que lo abandonó una fría noche de invierno. Me llamo Jaime, ¿quiere más casualidades?
Ambos guardaron silencio.
-No puede ser cierto, eres el hijo de Lucia, cómo es posible que justo tú hayas decidido hacer un artículo de ella, ahora, cómo…
Jaime le enseñó el mensaje que encontró dentro de la botella una tarde en la playa. Las cosas no sucedían porque sí. El destino lo estaba empujando a encontrar a su madre. Pero, ¿para qué? Ella lo había abandonado, lo condenó al vacío existencial, a no sentirse querido. Tal vez por eso sus relaciones no funcionaban, nunca estaba presente, sino divagando por un mundo de fantasías, por su mundo de fantasías. No quería encontrarla, quiso odiarla, pero una fuerza imposible de controlar lo empujaba hacia ella, la misma fuerza que lo obsesionó desde que Conde, su perro, puso en su mano aquella botella con un mensaje del destino para él. Debía encontrarla.
Le dio las gracias a Margarita y se marchó. Antes de que saliera del edificio ella apreció tras él.
-Si necesita ayuda cuenta conmigo, querido, y no la juzgues, lo pasó muy mal.
Jaime la miró, guardó silencio y bajó la escalera dispuesto a escribir el final de la historia.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Huida hacia el señor 3




Los meses se le habían hecho eternos encerrada en aquel horrible lugar. Se equivocó al creer que en la casa de Dios encontraría la salvación a su dolor.  Había oído horribles historias de curas y monjas que abusaban o maltrataban a niños, pero esas historias le quedaban lejanas en el tiempo en forma de siglos pasados. Necesitaba creer en algo, agarrarse a algo en la cruel sociedad en la que vivía y creyó que arropada por la fe sanaría sus heridas, pero erró. Cómo podía sacar fuerzas cada mañana para levantarse si había descubierto que ni siquiera la senda del señor era honesta. Que la benevolencia, mansedumbre y ternura que nos vendía la iglesia era mentira. Se había condenado a sí misma a la clausura en un lugar más corrupto que la propia calle, con las decepciones del día a día y los golpes de la vida. Su rutina en el convento era orar y seguir los horarios de las demás hermanas, aun le faltaban dos meses para entrar en el periodo de noviciado, que consistía en un año de preparación intenso en el ámbito espiritual para poder tomar sus primeros votos. Permanecía el día dentro de su celda pidiéndole clemencia a Dios, ya no le rogaba que borraras las penas de su corazón ni que la ayudara a olvidar los dolores del alma. Ahora le pedía que le diera fuerza para sobrellevar el castigo que se había autoimpuesto. “Señor, tú también sufriste por la maldad ajena y no te rendiste. Ese era tu destino y tal vez este sea el mío. Dame fuerzas para continuar”.
Sonia decidió ingresar en el convento de Las Hermanas Marianas una tarde de invierno, cansada de que le apalearan el corazón, se burlaran de sus sentimientos o traicionaran su confianza, culpándola de cometer errores. No podía ni quería verse luchando en una guerra de palabras que no la conduciría a ningún sitio, tener que gritar para ser escuchada y que su propia voz solo le resonara a ella. Sin mirar atrás subió a un taxi que la condujo al lugar en el que se encontraba ahora. Nunca olvidaría los ojos del taxista cuando le preguntó si estaba segura de lo que iba a hacer, parecía que aquel apuesto joven sabía que con su decisión estaba suicidando el alma, pero dejando al cuerpo con vida para que sintiera dolor. Alguien tocó en su puerta, era la hermana Asunción.
-La madre superiora quiere que vayas a su celda.
-Gracias, hermana, ahora mismo voy.
Sonia sintió arcadas al saber que tendría que volver a encarar con esa horrible mujer, con el mismísimo demonio disfrazado de monja jugando a ser un ángel. La hermana superiora era una mujer de unos sesenta años con unos repulsivos gustos sádicos que quería que le saciase ella. Cansada de las dos monjas que le bailaban el agua, había encontrado en Sonia el candor de la carne inocente de la que ella necesitaba alimentarse para sentirse más viva.
-Pase-. Le dijo la monja cuando sintió que tocaban en la puerta de su celda.
-¿Quería verme madre?
La madre superiora sonrió con depravación al ver a la joven. Se levantó y le agarró con fuerza la cara pasándole la lengua por la boca. Sonia sintió deseos de empujarla, de golpearla hasta que aquel animal dejara de respirar. Pero tenía miedo, la hermana Asunción le había contado horribles historias de monjas que se habían resistido a sus vileza y habían acabado en el exilio o condenadas por sacrilegio. Así que aguantaba las aberraciones de aquel demonio, infligiéndose a si misma la penitencia. La puerta de la celda se cerró. La madre superiora se quitó el hábito, mutó la piel y se transformó en Belcebú y Sonia en su víctima.
Había oscurecido cuando regresaba a su mazmorra, la hermana Asunción la esperaba.
-Cierra la puerta, que no se enteren de que estoy aquí y no enciendas la luz-. Le dijo en susurros. –Te lo ha vuelto a hacer, ¿verdad?
Asunción también había sido víctima de las perversiones de la madre superiora. Ella se había criado en aquel lugar y no conocía cómo era la vida en el exterior. La abandonaron cuando era un bebé en la puerta del convento, fue criada por las hermanas de la congregación y víctima del ansia animal de la madre superiora.
-Sonia, tienes que salir de aquí, hija mía. No mereces estar pasando por esto. No sé cómo es el mundo ahí afuera, pero seguro que no tan cruel como lo que estás pasando ahora.
-¿Y cómo? Si no nos permiten salir de aquí. Este es mi destino, tal vez tengo que pagar por los pecados que he cometido o por el daño que le haya podido ocasionar a alguien. Es mi penitencia.
-Nadie merece pagar una penitencia de este tipo, hija mía, quien único debe decidir nuestro castigo es Dios, y eso lo hará cuando entres en su reino.
Sonia se abrazó a la hermana Asunción y lloró, implorándole a Dios que le mostrara el camino para salir de aquel infierno. Le prometió que si la ayudaba haría todo lo posible para que la madre superiora pagara por sus horribles pecados. Las sorprendió el amanecer tras una larga noche ideando un plan para ponerle fin a aquel infierno con nombre de cielo.
Luis llevaba tres meses dando palos de ciego, había ido al convento haciéndose pasar por periodista con la excusa de admirar la labor que realizaban esas mujeres encomendando su vida a Dios y quería hacer un reportaje, pero siempre le daban la misma contesta a través del interfono: “La madre superiora está enferma de gripe y a penas puede hablar, otro día será”.
-Pero tío, eres imbécil, cómo crees que te van a dejar entrar. Es un convento de clausura, además no creo que les interese que vaya ningún periodista a levantar la liebre. A saber qué cosas ocurren ahí adentro.
-No seas capullo, Mario, es un convento de monjas, qué cosas pueden ocurrir más que rezar y condenar su vida al vacío absoluto.
-Joder, Luis, te hacía más inteligente. Los curas y las monjas son los mayores pederastas y proxenetas que ha habido en la historia. Visten su inmoralidad con un disfraz y aplacan sus remordimientos rezando un padre nuestro. Remóntate siglos atrás, a la época de la Santa Inquisición, cuando los miembros de la iglesia condenaban a muerte a los que consideraban herejes.
-Eso no significa que todas las personas que estén dentro del mundo religioso lo sean.
-No, Luis, no estoy intentando decir que tu querido amor platónico de quien no sabes ni el nombre sea una de ellas, solo quiero que entiendas que no es todo “amor amor” en el mundo de la fe. Tengo la solución, ¿quieres acceder al convento? Hazte pasar por alguien que quiere hacer un jugoso donativo a su congregación, te aseguro que te recibirán con las puertas abiertas, tú podrás encontrarte con tu querido angelito y yo me daré el gusto de demostrarte que son unas vividoras que igual que la mayoría de la sociedad se mueve por dinero y si no el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Mario siempre había sido un nihilista y descreído de toda ideología religiosa. Su padre fue educado en un colegio de curas, sin embargo era un hombre agnóstico y amante de la ciencia, por lo que desde niño mamó la aversión de su padre hacia la teología, adoptándola como suya y llevándola a cabo.
-Pero a mí ya me han visto, tengo la sensación de que a pesar de que se comunicaban conmigo a través del interfono, estaban mirando por la ventana a ver quién era.
-Eso dalo por hecho, no te preocupes. ¿Para qué están los amigos? Iré yo, tú me acompañarás con la excusa de que quiero que la prensa haga un reportaje acerca de mi donativo.
-Pero, ¿qué dinero piensas donar?
-Tranquilo, les diremos que queremos hacer un donativo, que nos gustaría saber qué proyectos llevan a cabo y ver el convento. Cuando tú hayas encontrado a tu princesita y la rescates de su mazmorra nos iremos diciéndole que haremos una trasferencia bancaria y desapareceremos como por arte de magia.
-Tío, eso es una estafa, es retorcido.
-A ver, ¿tú quieres encontrar a Cenicienta? Pues es la única opción que tienes.
-Vale, vale. Nunca he tenido escrúpulos y no voy a empezar a tenerlos ahora.
El sol empezaba a salir, el destino fraguaba a favor de ambos, los planetas se alineaban, pero por el camino, la batalla se apropiaría de alguna vida.