Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

viernes, 19 de abril de 2013

El peso de la vejez



Reinaba el silencio en la enorme casa. Era algo extraño y a lo que le costaría
acostumbrarse. Olía a limpio, a desinfectante, y le molestó no percibir el olor a tostadas.
Jamás pensó verse en aquella situación de soledad y desamparo, toda su vida había creído que sería el primero en abandonar su nido familiar, por ello había trabajado duro, para dejarlo todo perfectamente atado. Pero no sucedió así, primero fue ella y luego ellos dos. Se sentó en la terraza y le crujieron las rodillas, se estaba haciendo mayor. Miró a su derecha, la silla estaba vacía, pero por un momento creyó verla allí, abstraída en su libro, con las gafas de pasta rosa y la vieja manta, a la que a ella le gustaba llamar “manti”, encima de sus muslos. También creyó escuchar a sus muchachos decirle, -nos vamos papá, regresaremos a la hora de cenar-, pero nada era así, la realidad era otra. Estaba, como cada tarde de sus últimos setenta y dos años, sentado en la terraza de su casa. Esa que lo había visto convertirse en esposo, padre, viudo y solitario. Ahora estaba solo. Observó el atardecer, sus cálidos colores, como el sol se despedía de una larga jornada iluminando su camino para dar paso a una hermosa e imponente luna que velaría por sus sueños. Deseó que fuera domingo, para tenerlos allí, si no a los dos, por lo menos a uno de ellos. Sonó el teléfono y maldijo su artrosis  cuando intentó levantarse rápido. Llegó a la pequeña mesa redonda situada junto a la chimenea, justo cuando este dejó de sonar,  y volvió a maldecir su artrosis. La voz de su hijo le reconfortó. –Hola papá, cómo estás, seguro que como un toro. Mira lamento decirte que no podré ir a almorzar el domingo. Tengo mucho trabajo y quiero terminarlo todo el fin de semana. Te llamo luego. Ah por cierto, Jaime me llamó, tampoco irá el domingo, creo que tenía una cita con una rubia despampanante compañera de la universidad, ya sabes como es…a alguien habrá salido. Bueno papá, ya hablamos-.
“Para volver a escuchar el mensaje pulse uno, para conservarlo pulse dos, para eliminarlo pulse tres”. Golpeó el auricular para finalizar la fría y molestosa voz de la mujer que vivía dentro de su teléfono. Se dejó caer en la mecedora, miró el calendario que había colgado encima de la chimenea, era martes. Contó mentalmente, tendría que esperar doce días para volver a tener compañía, verdadera compañía, porque su limpiadora, la que habían contratado sus hijos para que mantuviese en orden la casa, era una mujer de pocas palabras y tan veloz como una aspiradora, porque no se le escuchaba llegar ni marchar. Sólo dejaba la huella de su presencia, aquel desagradable olor a desinfectante y el plato de sopa dentro del microondas.
La echó de menos, a su compañera de viaje, esa que se montó una vez con él en el tren para recorres juntos el camino de la vida, pero el camino de ella terminó antes de lo que pensó, el pacto fue otro, él debía haberse marchado primero, pero Dios les jugó una mala pasada y una enfermedad degenerativa había acabado con su esposa años atrás, luego sus hijos crecieron y abandonaron el nido. Ley de vida, él también lo había hecho. Y ahora estaba solo, viejo y triste. Abatido por el peso de la edad, lo invadió la nostalgia, cogió el viejo álbum de fotos y comenzó a recordar. El viaje a la playa con sus hijos pequeños y su hermosa mujer con aquel vestido de flores posando con gracia para él. Las navidades, las caras de sus hijos soñolientos abriendo los regalos. Él, disfrazado de rey mago, el nacimiento de sus hijos…Sintió una punzada en el pecho, y la añoranza del pasado.
Con el álbum de fotos sobre su regazo, y una foto en la que aparecía su mujer con sus dos hijos en el séptimo cumpleaños de Jaime, lo encontró la limpiadora a la mañana siguiente. Su corazón no soportó el peso de la soledad y la ausencia de sus seres queridos, y recordando el pasado, se despidió de este con un último suspiro.

martes, 9 de abril de 2013

La fuerza de un sueño



La brisa del mar acariciaba su rostro. 
Llevaba allí sentada toda la noche, había tenido tiempo
de contar cada estrella que latía en el inmenso y oscuro cielo. Echó de menos a alguien, a la hermosa y brillante luna que la había acompañado otras noches de soledad e insomnio. El mar danzaba acompasado por el ir y venir de las olas que acariciaban sus pies. Esa era su fuente de inspiración, sentada a la orilla del mar escuchando su canto nocturno, pensaba en las imágenes más hermosas jamás pintadas. Muchos la tildaban de loca, otros de genio y era esto último lo que la había llevado a convertirse en una de las artistas más admiradas de la época.
Nalia vivía en un ático del bohemio barrio de Capri, en Italia. Era un barrio peculiar, en él convivían un gran número de habitantes llegados de los lugares más recónditos del mundo, tal vez por eso le gustaba a Nalia, porque sentía que estaba en varios sitios sin moverse de allí. En Capri podía ver la celebración del fin de año chino, el ramadán o una exhibición callejera de una película de Boliwood. Nalia no era de ningún lugar y de todos a la vez, su padre se había pasado la vida migrando de un país a otro y esto le había proporcionado una fuente inagotable de experiencias vividas. Ahora había decidido quedarse en Italia, tal vez porque allí conoció a su primer y único amor, o tal vez porque fue en esa ciudad donde cambió su vida para siempre.
El amanecer vino acompañado por el cálido relente de los días de verano. Se levantó de la arena caliente por el peso de su cuerpo y se dirigió a su casa para terminar los dos cuadros con los que se retiraría del mundo del arte. Esa sería la exposición que la llevaría a la cúspide de su carrera. Llegó a casa, se lavó los pies y una vez acomodada en su butaca se colocó con la boca un pincel entre los dedos pulgar e índice del pie derecho y otro de la misma forma en el izquierdo, y sobre el lienzo blanco empezaron a brillar colores cálidos y fríos, combinados con líneas curvas y rectas.
Una noche después de una perfecta cena en el Faraglioni, se dirigían a casa entre risas y miradas cómplices, irradiando felicidad por cada uno de los poros de su piel, Pierre le había pedido matrimonio y Nalia creía estar embarazada, la vida les sonreía y les enseñaba su cara más afable, cuando un mustang del 66 se atravesó en su camino y un conductor ebrio le arrebataba sus brazos y a Pierre, enseñándole a Nalia la cara más trágica de la vida. Después de cinco años de rehabilitación iba a cumplir uno de los sueños de Pierre, verla convertida en una exitosa pintora, y así sería, aunque de sus pies emanara sangre.


EN ESTE ENLACE PUEDEN ESCUCHAR LA HISTORIA CON EFECTOS ESPECIALES:

sábado, 30 de marzo de 2013

Dónde





Allá, en lo alto de tu montaña,
tras la cual se esconden mis recuerdos,
Ahí, en el interior de tu cumbre,
donde nacen, arden y mueren mis deseos.
Donde empieza la curva de mi ensueño,
y muere la pasión que esconde tu mirada.
Ahí, donde no somos nadie,
donde desnudos nos miramos el alma,
Dentro, donde fraguan nuestros retorcidos pensamientos,
donde envenenamos al ánima y satisfacemos al cuerpo.
Ahí, en la lascivia oculta de tu mirada angelical,
quiero pasar el resto de mis días,
acunado por el terciopelo de tu cueva,
donde el hastío de ti me mate lentamente.




miércoles, 27 de marzo de 2013

A quién deben amar los hombre



Las despedidas están teñidas de todas las emociones sentidas por el ser humano, las hay de todos los
gustos, voluntarias y forzadas. Sin embargo, todas dejan la misma sensación de vacío y melancolía. Las más dolorosas son las forzadas. Cuando debes mirar a alguien a los ojos, ojos que ahora te parecen más hermosos y profundos, y observas en ellos el desconcierto de no entender qué está pasando. Esto te provoca una punzada en el corazón. Te planteas si estás haciendo lo correcto. Pero te convences de que sí. Siempre es mejor una despedida a tiempo que una mirada de decepción. Y ahí, convencido por ese falso argumento, dices adiós. Te tiembla la voz, te sudan las manos y tus ojos se van ahogando en una cascada de lágrimas que amenaza con salir descontrolada. Lo observas a él, su cara se ha desfigurado, la ha atrapado el dolor y lo desforma por momentos. A pesar de que has dicho adiós no te mueves, sigues ahí, estático. Realmente no quieres irte, sabes que desde el momento que te des la vuelta, todo habrá acabado, se habrán roto todos los lazos. Adiós a los besos al amanecer, a los paseos por la orilla del mar en invierno, mientras la brisa helada intentaba enfriar tu cálido corazón. Adiós a las jornadas de pescas, a tumbarte junto a él en la hamaca, abrazados, mientras esperaban impacientes la captura de algún pez. Adiós a los chistes, a las caricias, adiós a esconderse. Pero es mejor así. Lo ves llorar y lloras tú también. Te vas alejando mientras la conciencia te golpea una y otra vez llamándote estúpido por dejar escapar la felicidad, por echarlo de tu vida…
Roberto y Luís llevaban dos años trabajando juntos como Director y adjunto de una importante empresa de marketing, ambos eran apuestos, divertidos y profesionales. Trabajaban codo con codo y conseguían las mejores campañas publicitarias, pero no eran el tema de tertulia durante el café por sus éxitos profesionales, más bien por lo atractivos y deseables que eran para las mujeres de la empresa.
-¿Has visto la camisa que llevaba puesta Roberto? Dios como le marcaba esos pectorales-. Comentaba Lucía, la recepcionista.
-Y qué me dices de Luís, esa barba de tres días, esa cabeza afeitada al cero…Comentaba Margarita, la secretaría de Luís.
-Siempre van juntos, seguro que son unos ligones empedernidos que van por ahí encandilando a chicas bobas como ustedes y luego si te he visto no me acuerdo.
Todas miraron a Julia, siempre estropeaba sus fantasías con algún comentario fuera de lugar.
Lo cierto es que la realidad se alejaba mucho de lo que pensaban de ellos. No sólo eran atractivos, además poseían una gran sensibilidad, eran cariñosos y amables. Y se amaban. Se amaban a escondidas por los pasillos, en el cuarto de la fotocopiadora, en el baño… Se miraban y se decían innumerables frases de amor jamás escritas. Se intercambiaban papeles lentamente, para disfrutar del roce fugaz de sus manos, roce que les erizaba la piel, que les estremecía el corazón y ponía en alerta sus sentidos, desbocando el frenético deseo de acariciar cada escondite de su cuerpo.
Así empezó todo, con miradas furtivas, sonrisas ingenuas que realmente escondían un toque de malicia. Luego pasaron a trabajar durante horas y quedarse solos en la oficina, los besos, las caricias mientras innovaban nuevas estrategias de diseño, terminando juntos en casa de Roberto, explorándose, disfrutando uno del otro y dejando en el cajón de la mesilla de noche la conciencia de Luís.
-¿Otra noche de duro trabajo?-. Preguntó mimosa Amanda, la novia de Luís.
-Sí otra noche dura, me voy a la cama-. Y sin mirarla a los ojos se sumergió en el edredón de pluma, intentando absorber el olor de Roberto, que aún permanecía en su cuerpo.
-Pero es que ya no tienes tiempo para mí, todo es Roberto, Roberto, la empresa…Y yo me pasó las horas muertas en esta inmensa casa. ¡Ya ni me tocas!
-Amanda por favor, estoy cansado.
-Siempre estás cansado-. Replicó ella harta de haber pasado a un segundo plano.
Los sentimientos crecían y la vida de Luís se ponía patas arriba enamorado de un hombre, él que siempre se había considerado un macho, él que había enamorado a cuanta mujer quiso, él que tenía una novia perfecta, una casa perfecta y un trabajo perfecto. Pero se había vuelto a enamorar, de alguien no tan perfecto, de un hombre.
Y los problemas empezaron a surgir, Amanda lo recibía cada noche a las tantas con una tormenta de reproches, Roberto le exigía más, no quería ser el otro, el amante de un homosexual reprimido que seguía fingiendo amar a su novia, de la que tal vez nunca estuvo enamorado. En la empresa empezaban los rumores…
-Ay madre, ay madre, lo que he visto-. Chismoseaba Lucía.
-Suéltalo ya, qué ha pasado, no habrás visto entrar a mi hombre con una mujer-. Preguntaba nerviosa Margarita.
-Resulta que iba yo como siempre en mi mundo, cantando por el pasillo, cuando pasé por el cuarto de la fotocopiadora y escuché risas, y claro como a mí no me gusta perderme ningún chiste entré sin llamar.
-¿Y?-. Preguntaban las demás nerviosas.
-Pues que de un brinco se separaron Luís Y Roberto y a juzgar por sus caras y su comportamiento estaban demasiado pegados y cariñosos.
-¿Y qué pasó luego?-. Cuéntanos, exigía Margarita.
-Luego cogieron las fotocopias y Luís salió como alma que lleva el diablo.
-Dios mío, mi hombre es gay. Tanto tiempo arreglándome frente al espejo cada mañana para llamar su atención, los escotes, las faldas y sin causar ningún efecto. No soy yo, es él-. Se consolaba Margarita.
Rumores, peleas con Amanda y su negativa a aceptar la realidad de que amaba a un hombre como jamás había amado a una mujer, descubrir sensaciones, caricias y pasiones que nuca pensó que existieran lo hicieron comportarse como un hombre y arreglar la situación. Los hombres aman a las mujeres, así que dimitió, arregló las cosas con su adorada novia y se despidió de Roberto.
Las despedidas están teñidas de todas las emociones sentidas por el ser humano, las hay de todos los gustos, voluntarias y forzadas. Sin embargo, todas dejan la misma sensación de vacío y melancolía…