Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Conversaciones con la luna

Desde que amaneció supo que ese día también iba a llorar. Cuando los primeros rayos de sol empezaron a entrar por el amplio ventanal que hacía de pared en su dormitorio maldijo al amanecer. Un nuevo día significaba seguir sintiendo, tener que aguantar otras quince horas de luz y desasosiego. Se había hecho amiga de la noche. Del silencio y la oscuridad. Se había hecho amiga del fin. Deseó estar aún más lejos de lo que estaba. Deseó volverse pequeña y desaparecer por completo. Miró como el sol nacía un nuevo día sin importarle como de larga hubiese sido la noche. Resurgía cada día brillando en lo alto sin importarle un carajo las sombras que pudiese haber en el resto del mundo. Deseó ser como el sol, nacer cada día como si fuera el primero y brillar allá en lo alto. Pero hay cosas imposibles, hay demasiadas cosas imposibles. Ella era más amiga de la luna, con la que solía tener largas conversaciones que quedaban en nada, porque el dolor lo llevaba ella por dentro. Huyese a donde huyese el dolor permanecería a su lado, hasta que se hiciese inmune o hasta que se acostumbrara a vivir con él. Hace muchos años pasó por ahí, metió al dolor en casa, lo sentó en el sofá y lo invitó a café, fue un gran error, porque desde aquel día, desde aquel inadecuado café, permanecieron juntos de la mano durante años. Ella creía ser feliz, lo tenía de su lado y ya no se volvería en su contra. Pero lo traicionó. Un día la felicidad le tocó en la puerta y la dejó entrar. Fue un tiempo hermoso, demasiado hermoso. Volvió a nacer la luz, las flores eran de colores y la música más pegadiza que de costumbre. Traicionó al dolor, le dio la espalda y llegó a decirle que no lo quería más en su vida, que había descubierto algo mejor. Él, sintiéndose traicionado, esperó paciente, porque sabía que más tarde o más temprano, la felicidad, mujer falsa y dañina que desaparece como por arte de magia, se iría y sólo quedaría él. Permanecería a su lado en cada noche de soledad y lágrimas, volvería con más fuerza, porque con el paso del tiempo los dolores del alma se vuelven más fuertes e imposibles de superar. Y llegó ese día, la alegría se fue con la música a otra parte y ella se quedó sola en una bonita casa en medio del desierto, rodeada de silencio y dolor. Y allí estaba él. Poco a poco se fue acercando hasta abrazarla y envolverla por completo en un ansiado abrazo de quien menos lo deseaba. Se rindió, se sumió al dolor y le prometió no volver a abandonarlo nunca. Él le prometió lo mismo, y el dolor jamás rompe sus promesas.
Como había augurado desde que vio los primeros rayos de sol, lloró. Lloró por ella y por él, más por él que por ella misma. Lloró por lo fácil que hubiese podido ser todo y lo complicado que resultó. Lloró por no ser escuchada, por no creer en su filosofía del amor. No hay rosa sin espina, no hay amor sin dolor, sin sacrificio y sin lucha. No hay amores fáciles, eso no son amores. El amor se tiene que luchar en la más temida de las guerras, para que cuando lo tengas entre tus manos sepas valorar y saborear cada una de las cosas que te puede aportar. Del amor no se puede huir, porque empezará a perseguirte y acabará encontrándote cuando menos lo esperes. Es mejor abandonarse a él, entregarse sin reservas, sin miedos y con pasión. Lloró por no haber sido correspondida. Lloró por el ayer, por el hoy y el mañana. Lloró por la hostilidad que recibía, porque la lapidaran por sus errores y su propio verdugo saliera impune de los suyos.
Se levantó de la cama, se puso una chaqueta encima del pijama y salió a pasear por los alrededores de su casa. Olía a humedad y a amanecer. A hierba fresca y a recuerdos. Ya había estado allí un año atrás, acompañada. Ya había paseado por las recónditas calles de aquel recóndito lugar, acompañada. La única vez que se fue lejos, acompañada.
Intentaría desmayarse emocionalmente y despertar cuando fuera de noche. Se calentaría un té y se sentaría en la terraza. Escucharía a los grillos y el suave balanceo de los árboles mecidos por el viento. Miraría a lo lejos pero no podría ver nada. La noche ocultaría las montañas que le hacían de escudo del mundo durante el día. Luego alzaría la vista al cielo y allí estaría ella, elegante y confidente de sus secretos, para que tuviera conversaciones, conversaciones con la luna.

viernes, 11 de enero de 2013

Por segunda vez

Ya había vivido esta escena. También estaba advertida. De nada le sirvió pelearse con el mundo, con sus amigas y conocidos cuando le repetían una y otra vez “volverá a dejarte, volverá a hacerlo”. Pero ella y su estúpida fe ciega quisieron seguir adelante, confiar en él y en el amor que creía que sentía por ella. Craso error. Ese amor no existía, era como un oasis en el desierto, como la fragancia de un perfume que te trae bellos recuerdos, como el agua que se escurre entre tus dedos dejándote esa sensación de frío en las manos, como la nada. Y ahora estaba sola, una vez más, enjugándose las lágrimas con su suéter desgastado. No quiso llamar a nadie, ¿para qué? Sólo escucharía reproches “te lo advertí.” “Jódete, por falta de decírtelo no fue.”  Y por más que le doliera reconocerlo tenían razón. Se creyó Aquiles en la guerra de Troya, desafiándolos a todos con su espada y su falsa creencia de inmortalidad. Así que decidió agachar las orejas, meter el rabo entre las patas y alejarse en silencio.
La maleta descansaba sobre la cama, abierta, dispuesta a recibir todos sus sueños frustrados, sus penas y recuerdos. Iba metiendo la ropa con cuidado, agotando hasta el último segundo, creyendo que ocurriría un milagro, que su teléfono empezaría a sonar, aparecería la imagen de él reflejada en la pantalla, descolgaría el teléfono y escucharía su voz, pidiéndole disculpas, pidiéndole que no lo abandonara y lo ayudase a solucionar sus problemas. Pero nada de eso ocurrió. Ese era su fallo, siempre había vivido soñando, creyendo que recibiría de los demás lo mismo que ella daba, pero la realidad era bien distinta y no podía culpar a nadie, ni siquiera a él. Ella había decidido amarlo incondicionalmente, darle todo lo que le pidió, si él no supo valorarla, si no quiso amarla, ella no tenía armas para enfrentar esa guerra.
Cerró la maleta con las escasas prendas que decidió meter en ella y muchos recuerdos que se quisieron colar. Desactivó el wathssap, canceló su cuenta de Facebook, y se despidió de su vieja vida.
La dulce voz de la azafata la obligó a salir de sus pensamientos. – ¿Desea tomar algo?-  Guardó silencio al ver las lágrimas de la joven pasearse a sus anchas por su linda cara. Giró nuevamente la cabeza hacia la ventanilla y siguió perdida entre las nubes que paseaban a su lado del avión. No tenía destino. Sólo cargaba con la tristeza de un pasado que pretendía quedarse de ocupa en su corazón.

martes, 1 de enero de 2013

Lazos de amor. Parte dos.

Marta se levantó del sofá bajo la atenta mirada de su hija y su novio, medio hermano o cualquier clase de incesto que fuera aquello. Doret, la suegra de su hija, a pesar de prestarle atención, parecía estar más ocupada atusándose el pelo que en el estado físico, que más bien era malestar psíquico, de Marta.
En la cocina se encontró a un preocupado Paulino y un desconcertado Javier.
-Marta, me puedes explicar por qué no pueden ser pareja nuestros hijos.
Marta se dio cuenta de que Paulino no le había contado nada, tal vez no estuvo tanto tiempo inconsciente,  o tal vez creyó que era su deber contarle la verdad.
-Tan mal partido te parece mi hijo para casarse con Laura. Ya sé que ella ha ido a un colegio bilingüe o trilingüe, o no sé cuántas lingues porque a veces no sé ni en qué idioma habla la chiquilla. Mi hijo fue a un colegio público, igual que su padre y lo he educado en los pilares del sacrificio y el esfuerzo. Es un buen muchacho, tiene buenos valores y mucho futuro en la empresa familiar. Miró a Paulino esperando obtener un poco de solidaridad masculina, pero se encontró con un hombre ausente y distante que no estaba allí, o al menos no como debía estarlo.
-Javier, no tiene que ver nada con tu hijo, seguro que es un muchacho excelente…Javier la interrumpió. – ¿Es por lo que sucedió entre nosotros?
-Javier por favor, no tiene nada que ver con lo nuestro ni con que tu hijo haya ido o no a un colegio privado. Nuestros hijos son…
La puerta de la cocina se abrió. Una espectacular mujer entró molesta por la ausencia de su marido y por todo el circo que se había montado del que ella no era partícipe. Cada vez que Marta miraba a aquella mujer la odiaba un poco más. Odiaba su elegancia, su piel tersa, su cuerpo esbelto y que acariciara a Javier. En ese momento se le encendieron todas las alarmas. ¿Por qué le molestaba que lo acariciara? Llevaba más de veinte años sin verlo, ¿aún sentía algo por él? Volvió a visitarla un mareo inesperado. Se apoyó contra la encimera y respiró profundamente.
-Continúa Marta, qué es lo que sucede con nuestros hijos-. Javier estaba nervioso, una vena gorda le cruzaba la frente latiendo con violencia.
-No pasa nada, tan sólo ha sido una sorpresa para todos. Marta está aún asimilando que nuestra pequeña abandone el nido, y tu hijo también es muy joven. No hay que darle más importancia. Vamos al comedor y disfrutemos de la cena.
Marta agradeció que por una vez Paulino estuviera en el lugar que debía estar y no planeando en universos paralelos y a años luz de ella. Él siempre bromeaba diciéndole que se iba a Paulinolandia, donde todo era más fácil y bonito.
Durante la cena hablaron de temas banales. Cada vez que Laura y Marcos se hacían algún arrumaco Marta sentía como la comida se revolvía en su estómago. Cruzó varias miradas con Javier, miradas furtivas, que escondían secretos y deseos que creía olvidados. Doret parecía no enterarse de nada, comía con refinamiento, masticaba demasiado la comida y le dedicaba alguna mirada a su marido que a Marta se le antojó falsa. Agradeció que su hija decidiera pasar la noche en casa y no se fuera con su futuro marido.
-Mamá, ¿te apetece que nos hagamos una mascarilla en la cara y nos pintemos las uñas como hacíamos antes? Laura volvió a ser su niña, se parecía mucho a ella, aunque había heredado la mirada de su padre.
-Claro cariño.
Cuando Marta volvió a la cama se acurrucó junto a Paulino, tal vez para encontrar consuelo o tal vez para espantar el fantasma de Javier que se había instalado en ella.
-Tienes que hablar con ese hombre. Los chicos no pueden seguir juntos, por dios eso es pecado, debes hablar con él o lo haré yo mismo.
-Yo hablaré con él, esto debe acabar cuanto antes.
           
Respiraba agitadamente, él recorría su cuello con sus ardientes labios. El roce de su barba hacía que la invadiese un escalofrío por todo el cuerpo. Ansiaba su boca, quería sentir su humedad dentro de la de ella. Jadeaba y buscaba su mirada. Él le agarraba la cara con las dos manos y el deseo saliendo por los poros de su piel. La besó con tanta pasión que llegó a dolerle, el deseo le quemaba y le ardía por dentro. Su lengua se movía traviesa jugando con la suya. Comenzó a desabrocharle la blusa, de repente se sintió vulnerable, ya no era la joven atractiva de antaño, su cuerpo había experimentado cambios y la gravedad empezaba a adueñarse de ella sin piedad, pero él la tranquilizó con una mirada tierna cargada de hambre, de hambre por su cuerpo. Le mordió un pezón haciendo que ella soltara un ahogado y reprimido gemido, activando todas las terminaciones de su cuerpo que aún no habían despertado ante tanta excitación. Se acariciaron con manos torpes pero ansiosas por volver a descubrir lo que ya conocían. Desnudos uno junto al otro no se sentía tan vulnerable, él seguía siendo atractivo, pero los años también lo habían visitado, eso le dio seguridad y se sentó a horcajadas encima de él. –Dios Marta, cuántas noches he soñado con esto-. Esta frase la humedeció lo suficiente para deslizarse dentro y saciar el deseo que estaba experimentando su sexo. Salía y entraba de su cuerpo haciéndolo sudar y recordar que nadie lo cabalgaría como ella. Se acariciaban asegurándose de no dejar ninguna parte del cuerpo sin mimar. Él salió de ella provocándole un enorme vacío, con un movimiento violento y seguro la tumbó y la penetró. Marta gritó de placer y dolor. Lo agarraba por la cintura para sentirlo cada vez más adentro. –Marta, Marta, no volveremos a separarnos nunca-, y con esta última frase la condujo hasta el ansiado clímax que deseaba sentir desde que volvió a verlo.
-Marta, Marta, despierta, estás teniendo una pesadilla. No parabas de gimotear y moverte-. Paulino la miraba atolondrado por el sueño.
-Tranquilo, estaba teniendo un sueño, un mal sueño-. Le besó fugazmente la mejilla y se acurrucó en su lado de la cama, arropando junto a ella a la vergüenza y a la nostalgia.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Lazos de amor

     Marta se miró al espejo y vio el reflejo de una mujer madura. Algunas líneas acariciaban su rostro sin restarle belleza, esa belleza que siempre la acompañó, que provocaba las calientes miradas de los hombres al verla pasar.
A sus cuarenta y nueve años empezaba a cuestionarse el sentido de su vida. Llevaba más de veinte años casada, con Paulino, un hombre adusto y apático que a pesar de su discapacidad para demostrar sus sentimientos la amaba locamente. Pero para ella nunca era suficiente. Ella quería corazones y flores, susurros de amor en medio de la oscura noche, miradas largas y tiernas y paseos a la luz de la luna. Por desgracia, Paulino no conocía de romanticismo ni de caricias que contaban secretos impronunciables. Había intentado ser un buen marido y un buen padre de una hija que no era suya.
Marta tenía una hija de veintidós años, fruto de su amor con Javier, el hombre que la enseñó a amar y a sufrir. Por quien pasaba las noches en vela empapando la almohada con sus lágrimas, el que le erizaba la piel con solo mirarla y el que la abandonó sin darle la oportunidad de contarle que estaba esperando un hijo.
Javier se fue con su padre a recorrer el mundo en busca de fortuna, y ella se quedó con una barriga y sin reputación. Pero apareció Paulino y la salvó de que las lenguas de las vecinas la lapidaran con sus chismes con los que acompañaban el buchito de café. De aquello hacía ya veinte años, y su pequeña princesa estaba a punto de presentarles a los padres de quien había elegido como marido.
            Se retocó el rímel y se dio unos pequeños golpecitos con las yemas de los dedos en los pliegues que se le habían formado alrededor de los ojos.
En la terraza la esperaba un impaciente Paulino con las manos en los bolsillos paseando de un lado a otro.
-¿Estás nervioso?
-Claro Marta, esa chiquilla es como mi hija, y se ha empeñado en jugar a las amas de casa con solo veinte años. ¡Válgame Dios! Debería ir a la universidad como cualquier hija de vecino.
-Es lo que ella ha elegido y pienso respetarla.
-Sinceramente Marta, ¿no te hubiese gustado terminar la carrera, viajar, vivir un poco, antes de verte envuelta entre fogones, pañales y compotas?
-Laura es lo mejor que me ha pasado en la vida. Miró al frente y esperó la llegada de su joven hija y su equivocado futuro.
El timbre asustó el silencio que se había instalado entre ellos. La animada voz de su hija los puso tensos, había llegado el momento de conocer a su futuro marido y a sus padres. De la mano de Laura entró un joven muchacho de físico atlético y unos dominantes ojos azules. Los seguía una extravagante mujer de unos cincuenta años, sin ninguna línea de expresión dibujada en la cara, señal de que había dado con un buen cirujano. De repente se sintió aún más vieja, fea e insignificante que al mirarse al espejo por la mañana. Su hija hizo las presentaciones con entusiasmo.
-Mamá, él es Marcos, mi futuro marido y ella es Doret, su madre. Se saludaron con efusivos besos y palabras de agradecimiento. –Mira mamá, ahí viene su padre-. Gritó la joven. Por el camino del jardín adornado con azahar y jazmín entró un atractivo hombre de cincuenta y cinco años, con el pelo corto y brillante por el reflejo de las canas. Sus ojos verdes resaltaban sobre su piel morena. Marta palideció, era él, era Javier, el padre de su hija, el amor de su vida y el progenitor de su futuro yerno. Se saludaron con dos torpes besos, no sabían cómo reaccionar ante aquel encuentro. Había tenido un hijo que estaba comprometido con su hija, quienes se amaban y estaban descubriendo sus cuerpos.
-Mamá estás pálida-. Fueron las últimas palabras que escuchó antes de derrumbarse en las manos de Paulino. Cuando despertó intentó incorporarse con rapidez ante las miradas preocupadas que la escrutaban.
-¿Te encuentras mejor? Le preguntó la madre de su yerno.
-¿Dónde está mi marido?
-Ha ido a la cocina con Javier.
Marta no necesitó saber la conversación que estaban teniendo los dos hombres de su vida. La relación de sus hijos no podía seguir adelante y ella se encargaría de separarlos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Huida hacia el Señor. 2ª parte.



 
Estaban sentados en el bar Madrid, famoso por la belleza de sus camareras y por la falta de recursos del dueño del local para facilitarles uniformes completos a sus empleadas.
Estaban envueltos en el humo de sus puros y saboreando el dulce Dambrui que les bajaba caliente por la garganta, ayudándolos a entrar en calor en aquella fría tarde de febrero. Mario observaba preocupado y extrañado a su amigo Luis. Llevaban allí más de una hora y aun no había intentado llevarse a su casa para usar de almohada a ninguna de las camareras.
-Mira quién viene por ahí. Señaló Mario a una mujer alta, rubia, con unas preciosas curvas, pechos firmes y redondos y culo respingón. Vestía el uniforme del local, sujetador negro, dos tallas más pequeñas que la suya, braguita a juego, en tamaño y color, y un delantal blanco y negro para tapar las vergüenzas.  Marta caminaba hacia ellos con una seductora sonrisa de actriz porno dibujada en sus labios. Luis apartó la cara cuando Barbie camarera intentó besarlo.
-Veo que tienes ganas de jugar al escurridizo. Le recriminó, molesta por el desplante.
-¿Recibes a todos tus clientes con besos? Preguntó Luis con sorna.
-No, y no creas que eres un simple cliente. Contestó herida.
-Sí lo soy cariño, ya te avisé de que no confundieras las cosas. Aquello que ocurrió no significó nada, dos adultos proporcionándose placer, nada más.
-Eso no fue lo que me dijiste cuando…Luis la interrumpió. –Nunca creas a un hombre cielo, casi siempre mienten, y ahora por favor haz bien tu trabajo y tráeme otra copa de Dambrui-, le sonrió y le guiñó el ojo.
Marta se alejó arrastrando a su dignidad consigo. Mario observó la escena, incómodo; estaba acostumbrado a ver a su mejor amigo despreciar a las mujeres después de habérselas follado, pero no pensó que le sucedería con Marta. Eran tal para cual, una pareja de guapos, viciosos, sin escrúpulos e inseguros en su fuero interno.
-Eh macho, no crees que te has pasado un poco.
-Bah, ya encontrará a otro. La cabrona está buena, tíos no le faltarán.
-Pero creía que con ella funcionaba, que te gustaba…si llevamos meses viniendo a este bar porque te la estabas follando.
-Ya, pero ahora soy otro hombre, ya no me gustan ese tipo de mujeres.
Mario lo miró con picardía y su amigo le golpeó el abdomen cogiéndolo por sorpresa. –Yo soy muy macho no te equivoques-.
-Ya, pero pensé que de tanto afilar la punta del lápiz-…ambos rieron. Tenían una gran amistad.
-En serio macho, qué te pasa.
-Que me he enamorado. Luis bebió un sorbo de Dambrui, sacó regaliz de una pequeña lata de la marca Juanola y se lo metió en la boca para restarle amargura a las últimas caladas del puro. Permaneció en silencio mirando al frente. En ese momento Mario supo que su amigo no bromeaba.
-Ven, te llevaré a un sitio.
Ambos salieron del bar, Luis conducía en silencio. Mario estaba expectante, nunca había visto aquel brillo en la mirada de su amigo, casi hermano. Llegaron a una calle oscura y apartada. Paró el coche y se bajó, aun sabiendo que no lograría ver nada. Mario lo siguió.
-Ahí dentro está la mujer de mi vida y yo la traje hasta aquí.
Mario no entendía nada.
-Vamos-, le dijo Luis. –Es una larga historia, te la contaré por el camino.
            Tras aquellos muros había una mujer con un hábito gris, rezando de rodillas, en una pequeña capilla. Le rezaba al señor para que le abriera las puertas de su reino y la ayudara a vivir en paz. Lo que no sospechaba la joven novicia era que se había convertido en la protagonista de la vida de alguien, dispuesto a hacerla dudar sobre sus votos. 

miércoles, 31 de octubre de 2012

Huida hacia el Señor. 1ª parte


            Viajaba en el taxi ahogando el llanto mientras sus lágrimas rodaban por sus mejillas. El taxista, un joven muchacho mujeriego y frío, acostumbrado a romper corazones de jovencitas que lloraban por su amor, se conmovió al ver a aquella preciosidad de pelo cobrizo y ojos verdes llorar con tanto dolor. Sintió una punzada de ira en el estómago al pensar que algún desconsiderado le hubiera roto el corazón. Quiso decirle algo, pero de su boca sólo saldría alguna burrada del tipo “morena ven que yo te quito las penas”. Así que decidió permanecer en silencio y observarla a través del espejo retrovisor.
-Lo siento-. Pronunció por fin la joven. Él estaba perdido en su belleza, el pelo le caía rebelde sobre los hombros, sus enormes ojos verdes estaban enrojecidos por el llanto y apagados por la tristeza.
-No se preocupe-. Le dijo mientras le tendía un pañuelo. –No creo que nadie merezca que una mujer tan bella sufra de esa manera-. Se arrepintió al instante de sus palabras y esperó su reacción a través del espejo. Ella lo miró e intentó devolverle una sonrisa.
-Gire a la derecha y pare donde pueda.
Luis se quedó frío cuando paró el taxi delante del Convento de Clausura de Las Monjas Marianas. Aquella mujer iba a entregar su alma a Dios para el resto de su vida. Era joven, apenas rozaba los veintitrés. Quiso acelerar y alejarla de ese lugar. Hacerle entrar en razón.
-¿Cuánto es? Preguntó Sonia sorbiendo por la nariz.
-Nada.- Contestó con voz ronca. – ¿Está segura de lo que va a hacer? Preguntó esperanzado.
Ella le devolvió una tierna mirada de auxilio y resignación. Suspiró y bajó del taxi. Luis permaneció allí, contemplando las grandes puertas de madera. Los muros de piedra que impedían ver el jardín que intuyó que habría tras ellos. Una anciana ataviada con el hábito de monja abrió el portón y Sonia desapareció.

Llegó a una gran sala con las paredes blancas y una imagen de la virgen María Inmaculada. Otras monjas la esperaban rezando. La Madre Superiora, una monja de avanzada edad exigente y mal humorada, comenzó a hablar.
-El primero paso, la postulación, consiste en un periodo de seis meses a un año, durante el cual  vivirás con nosotras, siguiendo nuestro horario, orando con nosotras y cumpliendo con los deberes y obligaciones de la vida religiosa. ¿Que dejaste un hogar y una familia? Pues ahora tiene un hogar nuevo lleno de corazones alegres y generosos y una nueva familia de compañeras amorosas que pronto llegarás a conocer y a amar. Todo esto es solo la centésima parte de la herencia que Cristo prometió a los que le siguen. ¿Que abandonaste posesiones materiales? Aun cuando esto implica cierto grado de sacrificio, tú ahora te encuentra libre para dedicarte enteramente a la obra del apostolado.
En seguida, si lo considero,  se te dará tu hábito religioso y un nuevo nombre: el de uno de los santos de Dios, así como el de su santa Madre. Entrarás luego en ese periodo formativo conocido como el noviciado, consistente en un intenso año de preparación espiritual para tus primeros votos. Durante este tiempo serás instruida en la vida espiritual, la santa regla y las obligaciones de tus votos. Al finalizar el año, si lo considero, tomarás tus primeros votos de un año y ocuparás tu lugar en el apostolado activo de la Congregación. Sea cual fuere tu deber, te esforzarás por recordar que tu santa regla es ser “las manos visibles de María trabajando en el mundo, esmerándose por ocasionar el reinado de justicia y verdad-.”
      Sonia se mareó, ya no había vuelta atrás. Había condenado su vida por decisión propia a la entrega del Señor, a quien amaba, pero nunca pensó morir en vida de aquella manera. Pero estaba a salvo, y eso la consolaba. Nadie podría volver a romperle el corazón. Jamás volverían a prometerle el cielo, bajarle las estrellas y columpiarla en la luna. Ahora, allí, en aquel convento tenía su corazón a salvo de los depredadores que se lo habían arrancado del pecho y deshecho a mordidas.
-¿Te encuentras bien?- Le preguntó la madre superiora.
-Sí, sólo cansada por el viaje.
-La hermana Asunción te acompañará a tu cuarto. Descansa, llora y despídete de tu vieja vida porque mañana empezarás tu nuevo camino por la senda del Señor.
Sonia caminaba hacia su cuarto acompañada de la otra monja. Miró la puerta que comunicaba con el jardín de la entrada y quiso salir corriendo. Pero su discapacitado corazón, así había quedado después del último golpe, le habló.
-Por favor hazlo por mí. No soportaré otra decepción. Ahí afuera se esconde la maldad. Nos seguirán haciendo daño. No huyas, necesito descansar.
Y Sonia decidió entregarse a una vida vacía pero sin riesgos.
            A kilómetros de allí, Luis aparcaba su taxi y entraba en el bar “La Parada”, no conseguía quitarse aquellos ojos verdes de su cabeza, la última mirada de auxilio de aquella mujer. Su teléfono vibraba en su bolsillo. Tenía una llamada. Era Marta, una mujer de curvas vertiginosas, lengua viperina y vicio en la piel. Una mujer demasiado fácil. Apagó el móvil. No quería sexo. Sólo quería volver a ver aquellos ojos verdes y estaba empezando a idear un plan.

miércoles, 24 de octubre de 2012

La mujer en el espejo



Se sentó frente al espejo y miró a la mujer que se reflejaba en él y le devolvía la imagen. Levantó su mano derecha y se acarició la mejilla, la mujer del espejo le devolvió el movimiento. Dos mujeres, un solo cuerpo, algo más que un alma, un alma perdida. ¿Por qué no conseguía identificarse con ella? Vestía su misma ropa, tenía la misma sonrisa forzada en el rostro, pero la mujer del espejo tenía brillo en la mirada. Agachó la cabeza, pero el chasquido de una lengua la obligó a alzar la mirada.
-Escúchame bien muchachita, sí tú, la del otro lado.
La mujer del espejo se refería a ella. Se quedó boquiabierta. ¿Estaría perdiendo la cordura? Era imposible que una imagen en un espejo estuviera hablándole.
-Cierra la boca, le dijo. Llevas demasiado tiempo pasmada. Arregla tu vida si quieres llegar hasta aquí, o piensas seguir regalando tristeza por donde quiera que pasas ¡Vive! Que la vida está llena de profetas sin profecías que cumplir, de destinos sin caminos y caminos sin destinos. Escribe tu propio cuento, inventa tu propia historia y vive sin temor al mañana-.
            La mujer del espejo era fuerte y decidida. No se dejaba contaminar por palabrerío que salía de cualquier boca que se creyera importante. Carecía de sentido de culpabilidad, se lo sacudía cuando no le era necesario y escuchaba atentamente la lección cuando tenía algo que enseñarle. Era segura y positiva. Pisaba con paso firme haciendo sonar sus pasos. No le temía a nada y era temida por el miedo. Sabía escuchar y hablar cuando era necesario. Sabía callar y aprender del silencio. Siempre permanecía serena ante cualquier fenómeno atmosférico de eso que llaman vida. Nada la hacía tambalearse y desconocía la palabra derrota. Era Aquiles en Troya pero sin talón de Aquiles.
En cambio la otra mujer estaba a años luz de su reflejo. Era insegura, miedosa, cobarde y maleable además de muchas otras cosas que la alejaban de la luz. Pero tenía una virtud, era capaz de ver sus fallos y quería cambiar, no sabía cómo, pero estaba decidida.

viernes, 5 de octubre de 2012

La cara del mal

            Entró en aquel cuarto oscuro y su piel se erizó. Un escalofrío recorrió su cuerpo, haciendo que se estremecieran partes que ya no recordaba, que había dejado de sentir como suyas. Las voces exteriores que se colaban a través de las paredes en forma de susurros le robaban la calma. No sabía cómo había acabado allí, tal vez su desesperación por no encontrar respuesta a todas las dudas que cada mañana le daban los buenos días y terminaban convirtiéndolos en un conjunto de horas inaguantables que se teñían de angustia y ansiedad, la habían empujado al abismo de la soledad y la desesperación. En ese preciso momento se dio cuenta de que su mundo no estaba de patas arriba, en ese preciso momento, cuando no tenía salida, que estaba  a punto de ritualizarse en aquella secta que la conduciría al demonio, a quien ella misma vendería su alma, era cuando veía que su mundo no era tan negro como ella lo pintaba, que habían huecos esperando ser coloreados del color que ella decidiera. Pero ya era tarde. La puerta se abrió. Un hombre con una túnica negra caminó hacia ella con paso decidido. No le gustaba su cara, se fijó en su mirada, estaba vacía y carecía de brillo, sus pupilas estaban dilatadas dándoles oscuridad y profundidad a sus ojos. Apartó la mirada, parecían un pantano en el que podías perderte si seguías mirándolos.
-¿Estás lista? Preguntó el hombre, sabiendo de antemano que nadie, jamás, se había retirado en el último momento.
-No, creo que lo dejaré para más adelante. No me siento preparada. El patriarca de aquella gran familia robotizada y con el cerebro seco, enrojeció furioso.
-No puedes abandonar ahora, todos tus hermanos han acudido a tu ceremonia de bautismo. No querrás hacerles ese feo. Quiso transmitirle serenidad.
            Martina dudó, quería huir, ser feliz, sacudirse los dolores y las penas del alma, secar sus lágrimas mientras corría por un mundo que se había olvidado de ella. Pero en lugar de eso, agachó la cabeza y se dejó guiar por el pastor de un rebaño discapacitado en el arte de pensar. Subió al altar y miró con asombro a todas aquellas personas que parecían el mar negro con aquellas túnicas iguales a las de su pastor, que asentían con fervor a todo lo que les decía su amo. Una arcada puso en movimiento sus neuronas y la batidora en la que se había convertido su cabeza en los últimos meses empezó a batir y a batir.
-¿Es esto lo que quiero para mí? Se preguntó alarmada. ¿Ser una pieza más de este puzle inhumano carente de decisión? ¿Ser una marioneta a la que le mueven los hilos en contra de su voluntad? Volvió a mirar a la masa negra que se derramaba ante sus ojos. Quiso hablar pero no le salían las palabras, había perdido la voz. Se había perdido ella. Todos continuaban en trance, haciendo algo parecido a rezar. El patriarca se acercó y le puso la mano en la frente.
-Hija mía, hoy recibirás la bendición de tu padre frente a tus hermanos. Que la fuerza divina se pose en ti. Todo a su alrededor empezó a dar vueltas, oía gritos de alabanza a Dioses que no conocía, sintió caer sobre su cabeza un líquido caliente y espeso que empezó a escurrir por su cara tiñéndola de sangre. La masa cada vez gritaba más fuerte, gritaban su nombre. El líder de la manada enfurecida, bebía el mismo líquido que le acababa de verter sobre su cabeza. Bebía sangre. Reía y elevaba sus brazos al cielo invocando a algún ser más cercano de lo maligno que de lo divino.
-Ya eres una de las nuestras. Dijo el ser malvado con una sonrisa de dientes amarillos manchados de rojo.
            Ella miró a sus semejantes, ahora formaba parte de esa religión prostituida, donde Dios no distinguía entre el bien y el mal, y en ocasiones se iba de copas con Lucifer. Se sintió a años luz de todos ellos. Quiso dejarse morir y así lo hizo. Se derrumbó, cayendo al suelo, cuerpo inerte, muerto en vida. Muertas sus ilusiones, sus deseos y sueños. Muerta ella, quién deseaba ser y no logró. Asesinada su esencia y su magia.
Mientras vagaba, tal vez por el submundo, esperando a que Caronte se apiadara de ella y la guiase por las sombras del río Aqueronte sin pagar, oía un estridente sonido que le indicaba su nuevo destino. Se fue acercando hacia él, cada vez lo oía más cerca, hasta que le resultó imposible de soportar. Extendió su mano y pulsó un botón que terminó con el incesante pitar de algún objeto. Abrió los ojos con miedo por lo que estaba a punto de descubrir. Y se sorprendió; le dieron la bienvenida sus sábanas de franela rosa, sus cortinas blancas con lazos y la luz del sol entrando a través de la ventana. Se levantó de un salto y se miró al espejo. Seguía siendo ella. Solo fue una pesadilla, una horrible pesadilla que la había acercado a la realidad. Corrió feliz por la casa, hacía muchos meses que no sentía esa sensación, y descubrió algo; por muy negro que viese su mundo, siempre, siempre habría huecos en blanco deseosos de ser pintados de un bonito color. Y entendió que tocar fondo no es hundirse, sino coger impulso para volver a subir. Y decidió vivir su vida amándose a si misma, ya que nadie lo haría con tanta sinceridad y amor como ella.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Lágrimas de lluvia

 -Estoy decidida.
-¿Cuándo lo decidiste?
-Hace mucho.
-¿Dónde estaba yo el día de esa decisión?
-Hace mucho que dejaste de estar.
Tras una absurda conversación solo quedaba ante ellos una amplia carretera que los conduciría a caminos diferentes una vez llegaran a su destino. Una carretera oscura, que temía a la noche, una carretera que parecía encogerse cada vez que el cielo se iluminaba con uno de sus rayos. Una carretera mojada por las lágrimas del cielo derramadas sobre ella. Una simple capa de alquitrán...

-Creo que deberíamos volver a intentarlo.
-¿Ahora? Sabes cuánto tiempo llevo esperando escucharte decir eso, sabes cuántas noches me he dormido sintiendo las caricias de mis lágrimas. No, ya no hay segunda oportunidad, gracias por la cena y por la velada, que llegó tarde, pero al menos llegó. Esto no ha sido una cita, ha sido el ejemplo de que todo gira en torno a tus deseos. Se acabó está decidido.
-Mi amor. Le dijo mientras le ponía la mano en el muslo haciendo que se estremeciera de deseo por él. La visitó el recuerdo, sus manos acariciándola, manos de las que ella estaba enamorada...su respiración sobre su cuello, su olor y la suavidad de su piel...volvió en sí, nada, ningún recuerdo debía hacerla cambiar de opinión.
-Ya no soy tu amor, le dijo mientras le retiraba la mano del muslo lentamente, para sentirla por última vez.

La luna luchaba contra los rayos y las lágrimas del cielo. Intentó hacerse notar, brillar y con su presencia ablandar el corazón de aquella mujer que tanto había sufrido, pero que estaba a punto de sufrir aun más. Deseó acercarse a ella, susurrarle al oído que a veces hay que amar, perdonar y olvidar. Quiso columpiarla en ella, arroparla y sanar sus heridas, pero ella era la luna, y su única misión era brillar y teñir de romanticismo los paseos de los enamorados a la orilla del mar. No podía cambiar el destino.
La carretera empezó a estrecharse, las curvas jugaban a esconderse y a hacerse más difíciles de encontrar. La lluvia los acompañaba cayendo en el cristal con furia.
-Sabes que me quieres, no te sigas haciendo la dura, he aprendido la lección.
El corazón de Sandy empezaba a ablandarse y él lo sabía. Sabía el poder que ejercía sobre ella, unas cuantas frases cargadas de culpabilidad y esa noche dormiría enredada en sus brazos después de hacerle apasionadamente el amor. La echaba de menos, eso no podía negarlo, su olor, su forma de bailar dentro de su cuerpo con delicadeza. La furia que desataba la primera explosión de placer en ella y su metamorfosis en una tigresa en celo. La deseó, como no la deseaba desde hacía meses.
-No insistas, esta noche solo me llevarás a la puerta de mi casa. No entrarás a mi cuarto y no me enredaré en tu cuerpo. Parecía que le había leído el pensamiento.
La agresividad de la lluvia los puso en tensión a los dos. Aminoró la marcha, no solo por precaución, empezó a intuir que Sandy hablaba en serio y quiso prolongar el regreso a casa. Tenía que hacerla cambiar de opinión y lo conseguiría, solo necesitaba unos minutos más.
-Sandy, yo te quiero. No sé que me pasó, creí...
-No sabes qué te paso, yo te diré lo que te pasó y tiene nombre y apellidos.
-No es lo que crees, siempre juzgando, era una simple compañera.
-Si ya, da gusto tener compañeras a las que meterles la lengua hasta la campanilla.
-Eso fue un error...y me arrepentiré toda mi vida.
La discusión empezaba a calentar el ambiente, la lluvia se enfurecía con cada uno de sus reproches, la carretera se volvía invisible...
-Ese error te va a salir muy caro, llevas dos meses desaparecido, probablemente cometiendo errores con ella y mientras tanto en mi interior está...Un bache los distrajo de la conversación y centraron su atención en la carretera.
-En tu interior qué, crees que yo no me siento mal, que en mi interior no sufro las cosas.
-En mi interior está creciendo un hijo tuyo. Gritó desesperada Sandy mientras explotaba en llanto. La miró perplejo, fue un solo segundo, un segundo en el que apartó la vista de la carretera. El coche se salió de la calzada, intentó frenar pero perdió el control de la dirección, dieron varias vueltas de campana, chocaron contra un muro y después silencio...
Abrió los ojos con dificultad, estaba mareada. Oía voces, la trasladaban en una camilla...”a quirófano tres”, escuchó con dificultad, se cerraron unas puertas e hicieron mucho ruido. Algo entró en su cuerpo, primero un pinchazo, luego oscuridad...Después, aun no se sabe...su último recuerdo, él.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Soñar

Era un gran orador. Aquellos, que embelesados lo escuchaban narrar con lujo de detalles las experiencias jamás vividas, dirían que era un hombre de mundo. Podía describir un amanecer y conseguir que se dibujara ante tus pupilas, con sus cálidos colores bañando el mar. Transmitía, con convicción, cada uno de los hechos que relataba, como una tarde de otoño con el cielo anaranjado, el olor a humedad causado por las primeras lluvias que empapaba la tierra. El aire frío recorriendo tu cuerpo y colándose por las costuras de la ropa. Tenía un don para transmitir imágenes que convertía en historia, imágenes que no había visto, porque él era ciego. Jamás vio un amanecer, nunca observó sentado en el banco de algún parque como las hojas secas de algún lustroso árbol se despedían de él lanzándose al vacío, para luego ser parte del viento y viajar a otros lugares arrastradas por esa fuerza de la naturaleza. Aun así, si te sentabas a su lado y le pedías que te contara cómo brilla la luna en el alto cielo, era capaz de describirte: Es un hermoso círculo blanco que se impone en el cielo haciéndoles perder el brillo a las estrellas, pero no su belleza. Se derrama sobre el mar en forma de manto blanco que le da claridad a los náufragos perdidos en medio del inmenso océano. Pero no debemos olvidar que él, era ciego.
MORALEJA: No dejes de soñar aunque no veas hecho realidad lo que sueñas.

lunes, 27 de agosto de 2012

Tabú

Ya lo cantaba Mecano por aquella época…”nada tienen de especial, dos mujeres que se dan la mano, el matiz viene después, cuando lo hacen por debajo del mantel…”  Y en aquella situación estaban ellas. Dos mujeres con la sensibilidad a flor de piel, con fuego que les ardía en el pecho y convertía en brasas sus corazones. Cuerpos deseosos de descubrir a su semejante, a la que veía tan distinta. Pero no podían, era pecado, dos mujeres experimentando el placer sexual, conocedoras mejor que ningún hombre de lo que podía satisfacerlas.
Y en la oscuridad absoluta de la noche, sumergidas en las paredes de la habitación, enredadas entre las sábanas, ajenas al mundo y el mundo ajeno a ellas, se redescubrían en cada beso, en cada caricia que les erizaba la piel llevándolas a conocer la electricidad. Entre miradas tiernas y largas, besos y susurros llegaban al orgasmo angelical para ellas y sucio para la sociedad. Cuando salía el sol se quitaban el disfraz de amantes clandestinas, de quien sólo era testigo la luna, que las observaba sin juicio ni reproche, y se disfrazaban de amigas heterosexuales, infelices por fingir ser lo que se esperaba de ellas.  Y un día tras otro, en el trabajo o en las cenas con amigos, sus miradas huidizas se cruzaban y se decían mucho sin hablar.
El tiempo pasaba, el amor crecía y las ganas de disimular disminuían. Pero no podían salir a la calle y gritar a los cuatro vientos que eran dos mujeres que se amaban sin reserva ni culpabilidad.
-No podemos seguir así. Comentó Julia una noche después de hacer el amor, mientras fumaban en la penumbra del cuarto veintiséis de un hotel de carretera, donde solían esconderse para saciar las ansias de sus sexos.
-Y qué propones que hagamos. ¿Salir y contarlo? Perderíamos nuestros trabajos, nuestros amigos y nuestras vidas. Julia, vivimos en una sociedad con la mente aún en la dictadura.
-Susana he conocido a un hombre. Le gusto y quiere formar una familia, tiene un buen trabajo en el ejército. Me ha pedido que me case con él y he aceptado. Susana guardó silencio durante unos segundos.
-¿Y nosotras? Preguntó Susana con voz temblorosa.
-Ya no habrá nosotras, es mejor así. Se vistió y salió del cuarto veintiséis con lágrimas en los ojos.
Los años pasaron. Julia se casó y tuvo un hermoso bebé. Susana continúo su vida en soledad colaborando con los más necesitados. Rara vez coincidían por la calle, y si lo hacían miraban hacia otro lado. Aún, cuando se veían en la lejanía, mariposas recorrían sus muslos, calentaban su sexo y aceleraban su corazón. Siempre se amarían, porque el verdadero amor es para siempre.
Una mañana de octubre, el cielo gris parecía predecir una catástrofe natural, el viento arrastraba con todo, dejando las calles limpias y desiertas. Julia caminaba deprisa, refugiándose del frío. Se quedó paralizada al ver de lejos a una mujer, que a pesar de su estado se intuía que había sido hermosa. Llevaba la cabeza cubierta por un gorro de lana, que dejaba ver que no tenía pelo. Su extrema delgadez le impedía caminar erguida y de su tez había desaparecido el color y el brillo. Pero a pesar de ese deterioro supo al instante que era Susana. Se acercó temblorosa. El silencio se instaló entre ellas y las palabras no hicieron falta. Se abrazaron y lloraron juntas. Susana estaba enferma de cáncer, no tenía ninguna posibilidad de vivir. Sus días se consumían con la misma velocidad que lo hacía ella. Julia abandonó a su marido, que nunca fue un príncipe azul, pero si un sapo. Y pasó los últimos días de Susana, a su lado, con su verdadera princesa. Ahora, años después, cuando la sociedad tiene la mente demasiado abierta, cuando ser gay, lesbiana o bisexual es la moda del siglo veintiuno, puedes ver a una anciana señora poner flores cada sábado en la tumba del amor de su vida, en la que se puede leer:  requiescat in pace una mujer, amiga y amante verdadera. Susana Navarro Fuentes. 1969-1999.

El amor nunca es un tabú


viernes, 17 de agosto de 2012

A veces, de vez en cuando...

A veces, de vez en cuando, no entendemos nada. A veces, de vez en cuando, nos rompen el corazón sin pensar si tenemos otro de repuesto. A veces, de vez en cuando, nos mienten sin saber que la mentira viene precedida de la verdad. A veces, de vez en cuando, las palabras y las acciones no van de la mano, se sueltan, perdiéndose en un mundo en el que es imposible volverse a encontrar. A veces, de vez en cuando, le damos a alguien lo que no se merece y no merece lo que le damos. A veces, de vez en cuando, las palabras dejan de ser hermosas al oído transformándose en un ruido irreconocible para el cerebro humano. A veces, de vez en cuando, las promesas dejan de tener valor, se quedan olvidadas en palabras pronunciadas un día, en el que el alma estaba embelesada por el amor. A veces, de vez en cuando, los recuerdos son inolvidables y quieres olvidar los recuerdos. A veces, de vez en cuando, se nos cae el antifaz con el que mirábamos la vida, nadie es lo que dice ser, nadie hace lo que prometió, y lo dicho y prometido se van por el desagüe de tu corazón y descubres que nada es para siempre y siempre es para nada. Y entonces, de vez en cuando, se cae en un lugar oscuro que nos reconforta y del que no queremos salir. Asomamos la cabeza, pero no nos gusta lo que vemos y nos volvemos a sumergir en la historia que deseamos vivir, en la que nos vendieron y compramos sin ticket de devolución, y nos quedamos con lo que no es nuestro, regalando lo que nos pertenecía, nuestra esencia. A veces, de vez en cuando,  todo se soluciona con una mirada larga, un abrazo y una frase: “todo irá bien”. A veces, de vez en cuando, hay tanto por decir…y nada por hacer.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Cerrando capítulos


 


El sonido de la puerta al cerrarse le anunció que acababa de quedarse sola ante aquella situación. Su mejor amigo, aquel que durante dos meses había acudido a su llamada de auxilio, se había marchado y dejó en su lugar sabios consejos que con dolor debía poner en práctica. Sentada en el suelo, abrazando sus rodillas recordaba la conversación.
-Dafne por favor, necesito que esos preciosos ojos verdes dejen de llorar de una vez. Llevas dos meses ahogándolos en lágrimas. Por favor, pon de tu parte. Le dijo preocupado al ver que aquella situación se le estaba yendo de las manos a la dulce Dafne.
-No puedo, no lo entiendes. Cómo aprendo ahora a vivir sin él. Yo lo quiero, quiero estar con él. Me prometió que estaríamos siempre juntos. Me pidió tantas cosas, las mismas que ahora no está haciendo por mí.
-Dafne, tú no puedes pretender que haga las mismas cosas que haces tú por él.
-Pero es lo correcto, mi cabeza no consigue procesar que me pidan que luche, que tenga paciencia, y mil cosas más y que luego me dejen de esta forma. ¿Acaso yo no soy merecedora de que luchen por mí? Repetía entre sollozos.
-Tienes que aprender que todos mienten. Te ha mentido, a él ya no le interesa estar contigo, por las razones que sean, pero no le interesa y tú tienes que aceptarlo. Lo único que estas haciendo con tus insistentes llamadas es alargar tu agonía. No va a volver. Olvídate de sus explicaciones, de sus miedos, inseguridades…cuando hay verdadero amor eso se supera, cuesta pero se supera. Sencillamente se acabó el amor por su parte, y debes asumirlo. Claro que eres merecedora de que luchen por ti, pero él no lo hará. Deja de esperar. Le dolía tener que ser tan duro con ella, pero estaba viendo como en dos meses se había deteriorado física y emocionalmente esperando por alguien para quien ella ya no era importante.
-No lo voy a superar nunca, no puedo, no puedo. Y se abrazó a él, buscando el consuelo que llevaba meses esperando. Lloró, lloró con tanta fuerza que pudo sentir como se le desgarraban pequeñas fibras de su frágil corazón. Fibras que tal vez cicatrizarían, pero siempre estarían ahí para recordarle lo doloroso que era jugar al juego del amor.
-Dafne sabes que me quedaría contigo pero tengo que irme, Martina me espera, además tengo que quedarme con el niño. Se sintió culpable por tener que dejar a su amiga allí, en aquel estado. Pero peor aún se sentía al ver que no era ni la sombra de lo que había sido. Había dejado de ser una mujer feliz, risueña, ocurrente, valiente…convirtiéndose en una joven asustada del mundo, de lo que estaba por venir, de lo que dejaba atrás…no sonreía, no tenía ilusión por nada. Se estaba marchitando como una hermosa flor expuesta al sol sin un poco de agua que saciara la sed de sus raíces. –Escúchame, tienes que empezar a darte órdenes. Cada vez que sientas deseos de llamarlo, de escribirle, envíate la siguiente orden, “No, esto no es bueno para mí, esta persona no me quiere”, tu parte racional tiene que anular a la emocional. Por favor, no te dejes morir. Le dio un tierno beso en la frente y se fue, cerrando la puerta a su espalda, con un terrible dolor por el estado en el que veía a su mejor amiga.
            Ahora que estaba sola en aquella casa donde cada rincón le recordaba a él, a Jose.  Después de repetir en su cabeza una y otra vez la conversación de su amigo, su salvador, el que corría en su rescate cada vez que lo llamaba, a cualquier hora y escuchaba paciente su dolorosa historia de desamor con objetividad y le daba duros consejos cargados de sabiduría, ahora había llegado el momento de tomar las riendas de su vida. Se levantó del suelo y escribió un mensaje de texto: “este mensaje intento escribírtelo con la mayor serenidad que puedo…”  Cuando terminó de escribir, leyó lo que había puesto, ya no le quedaba más por decir ni por hacer, estaba intentando cerrar un capítulo de su vida, un capítulo que le habían obligado a cerrar en contra de su voluntad. Se dirigió a su habitación y sacó de debajo de la almohada la foto con la que llevaba dos mese durmiendo. En ella se veía a Jose tumbado en la cama, dejando descansar el peso de su precioso cuerpo sobre el brazo derecho, con una sudadera gris y cara de interesante. La miró una vez más, la besó y la metió en una caja de madera, -te deseo lo mejor-, murmuró. Junto a la foto guardó un llavero plateado con forma de corazón y piedrecitas rosas, un imán de nevera en el que se podía leer love, un pequeño colgador adornado con un hada, un libro y millones de recuerdos. Lo único que no metió en la caja fue un llavero, era una bola lila con un nudo marinero. Jose se lo regaló el día de su primer beso, una noche en la que él se quedó trabajando hasta tarde y ella fue a visitarlo. Entre risas y coqueteos empezaron a jugar con el llavero y él tomó la iniciativa de besarla. Desde ese día el llavero y el recuerdo de ese primer y mágico beso la acompañan. De eso hacía dos años y diez meses exactamente. Guardó la caja de los recuerdos en el fondo del armario. Fue hasta su escritorio y se escribió una carta a sí misma.
El amor se acaba y duele. Nuca atiende a nuestros deseos, es caprichoso y egoísta. El que abandona tiene sentimiento de culpa, el que es abandonado se revuelca en su dolor como un animal en el fango. El que abandona tiene nuevos proyectos en mente donde no cabe la persona del pasado, el que es abandonado tiene que construir nuevos proyectos sin la presencia de quien creía que estaría siempre en su vida. El peso del fracaso ensombrece el camino. Pero al final siempre queda una canción que cuenta tu historia, un color que describe tu estado de ánimo, un recuerdo que te persigue, el amor que sientes por él y no quiere en su vida y  lo que deseas que se te escurre entre los dedos…y llegados a este punto sólo te queda llorar por lo perdido, por lo que deseaste  y por lo que ya no volverás a tener nunca. A él.
-No culpes a nadie Dafne, él no debe culpa de que lo convirtieras en el sentido de tu vida, y ahora sin él no le encuentres sentido a nada. Se dijo.
Cogió la carta que se había escrito a sí misma y la pegó en el espejo de su dormitorio. Ahora sólo tenía una opción. Aliarse con el tiempo.


jueves, 26 de julio de 2012

Deseos Pecaminosos 6ª parte

           Llegó a casa un hombre diferente del que había salido. Entró en el cuarto de su hija, allí estaba, tan pequeña e inocente, con tanto por aprender.  Le besó la frente y salió en silencio, dejándola dormir plácidamente en su cunita. Se dirigió a su dormitorio. Su mujer también dormía, ajena a la realidad de su marido. Se quitó la ropa y se enredó en sus sábanas de franela. Se inclinó para besar a Lena, pero se quedó en el intento. Descubrió que no le nacía besarla.
Aún conservaba en su piel el olor de la piel de Laura. Una punzada con forma de remordimiento le acusó por haberla dejado allí, hermosa como lucía después del sexo, tapándose la humillación con las sábanas, por haber sido utilizada como una fuente de placer. La punzada se agudizó hasta dejarlo sin respiración. Saltó de la cama guiado por un impulso y cogió el móvil, tecleó tan rápido como pudo.
            Laura estaba tumbada en el sofá, no conseguía conciliar el sueño. Intentaba planear su venganza, la había humillado, dejándola allí de aquella forma después de un polvo olímpico. Se sintió cansada, estaba cansada de oírse gritar en silencio. Había llegado la hora de colgar los guantes.  Ella había empezado aquel juego, y había perdido. Lo mejor que podía hacer era retirarse con dignidad.
            El sonido del móvil la devolvió a la realidad. Era demasiado tarde para que alguien se acordara de ella.
Lo siento de verdad. No quería irme así, no podemos continuar con este juego. Mañana nos vemos en tu casa, lo siento.”
Laura volvió a leer el mensaje y consiguió rendirse ante el cansancio.
            Durante el día siguiente ambos estuvieron enfrascados en sus trabajos. Laura nadaba entre expedientes de casos sin resolver, entre juicios y falsos buenos y buenos malvados. Cirios, en cambio, navegaba entre exámenes, correcciones de trabajos y actas. Es bien sabido que en la docencia los finales de julio son matadores. Pero ambos, entre tanto y tanto, encontraban un momento para mirar el teléfono. No había mensajes, ninguno se atrevía a dar el paso. –Mejor me quedo con las disculpas y finalizo esta historia-. Pensaba Laura entre aliviada y decepcionada. –Vaya, está demasiado enfadada que no me escribe-. Pensaba Cirios en la otra punta de la ciudad.
            La jornada concluyó y Laura llegaba a casa, cansada, física y psicológicamente. Encontró una nota en la puerta: “Date la vuelta”, sonrió y al girarse vio a Cirios escondido detrás de un hermoso ramo de flores blancas.
-Es mi manera de pedirte disculpas.
Entraron en el piso y se relajaron en el sofá. Entre cerveza y cerveza, Laura se quejó de sus clientes y de los casos en los que tenía que defenderlos.
-A veces creo que me equivoqué de profesión, es frustrante defender la inocencia de alguien cuando sabes que es culpable. Va contra mi moral-. Se lamentaba.
-Ufff, pues si yo te contara que esta promoción de Derecho están en la ley del mínimo esfuerzo, escriben haber sin hache-. Ambos rieron.
-¿Qué va a pasar con nosotros? Tú tienes mujer e hija, y yo estoy cansada, bueno, mi corazón está cansado.
-No lo sé Laura.
Y el silencio se instaló entre ellos. Silencio que no sabían manejar. Ella se acercó y lo besó. Él intentó decir algo, pero Laura selló sus labios con un nuevo beso. Siguieron las caricias y la excitación iba en aumento.
-Ven, me apetece jugar. Dijo Laura con una sonrisa pícara en los labios.
Lo cogió de la mano y lo sentó en una silla de madera. Laura parecía divertida.
-¿Qué haces? Preguntó Cirios al ver que le tapaba los ojos.
-Shhhh. Escúchame, ahora voy a pegar en algunas zonas de tu cuerpo estas pegatinas que tienen un número impreso. Tú irás diciendo un número y yo  besaré esa zona. ¿Entendido?
Cirios estaba muy excitado, por el juego, por la espontaneidad de Laura, por poder escapar de la rutina y columpiarse en la luna.
-Uno. Comenzó.
Y ella le beso con delicadeza el lóbulo de la oreja.
-Seis. Continuó.
Laura recorrió con su lengua su torso moreno hasta que llegó a su pezón y lo mordió con una apasionada dulzura.  Cirios cada vez disfrutaba más con el juego.
-Nueve. Suspiró.
Y ella se introdujo el pene en su boca, saboreando el placer que notaba en él.
Cirios no podía moverse. Además de tener los ojos tapados, tenía las manos engrilletadas con unas cómicas esposas de pelo azul.
-Ahora jugaremos a frío o calor. Tú dices frío o calor y yo me encargo del resto. Ah, no te olvides de decir el número. Laura disfrutaba llevando las riendas del juego.
-Frío, cuatro.
Y Laura pasó un hielo por su cuello, a la vez que notaba como él se erizaba.
-Laura por favor, no aguanto más. Susurró.
Ella lo miró y se sentó encima de él, introduciéndolo dentro de su cuerpo. Ambos gimieron deseosos de placer. Le quitó la venda, pero no le soltó las manos.
-Esta vez mando yo. Le dijo al oído.
Y continuaron meciéndose uno dentro del otro, entre fluidos corporales, sudor y deseos pecaminosos, hasta que alcanzaron el placer.
-No se suponía que íbamos a poner punto y final. Preguntó Laura cuando estaban tumbados en el sofá.
-¿Tú quieres que dejemos de vernos?
-No Cirios, pero tampoco quiero destruir una familia.
-No te preocupes. No vas a destruir nada. La atrajo hacia él y la besó.
Siguieron juntos, cada vez las escenas de deseos pecaminosos se daban con más frecuencia. Sus cuerpos se atraían, se deseaban y se abandonaban al placer. Sus almas se extrañaban y anhelaban la presencia del otro en las noches de soledad.
            Una noche, Laura miraba nerviosa el teléfono. Hacía días que no sabía nada de Cirios, y tenía que darle una noticia que haría tambalear el mundo de ambos. No sabía cómo actuar, si llamarlo o esperar su llamada. Se tumbó en el sofá, cogió su portátil y abrió el Facebook. Cuatro invitaciones a eventos que eliminó sobre la marcha y un mensaje. El corazón se le encogió escondiéndose en algún lugar del que no volvería a salir jamás. El mensaje era de Cirios. –Por qué a través de Facebook-. Se preguntó.
“Hola Laura, siento mi ausencia de estos días, lo siento mucho. Mi mujer está sospechando algo. Ha descubierto los mensajes en el móvil. Creo que es mejor que dejemos de vernos un tiempo, hasta que la cosa se calme. Entiéndelo, tenemos una hija. Lo siento. Te quiero.”
Laura permaneció en silencio, no le contestó al mensaje. Todo había acabado como mismo empezó, a través de Facebook. Cerró el portátil y tomó una decisión. Se iría lejos por un tiempo, su trabajo podía ejercerlo en cualquier lugar. Por desgracia, la gente se metía en líos en todas las ciudades. Traería a su bebé al mundo ella sola, y a lo mejor algún día su camino y el de Cirios volverían a cruzarse.