Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

jueves, 26 de julio de 2012

Deseos Pecaminosos 6ª parte

           Llegó a casa un hombre diferente del que había salido. Entró en el cuarto de su hija, allí estaba, tan pequeña e inocente, con tanto por aprender.  Le besó la frente y salió en silencio, dejándola dormir plácidamente en su cunita. Se dirigió a su dormitorio. Su mujer también dormía, ajena a la realidad de su marido. Se quitó la ropa y se enredó en sus sábanas de franela. Se inclinó para besar a Lena, pero se quedó en el intento. Descubrió que no le nacía besarla.
Aún conservaba en su piel el olor de la piel de Laura. Una punzada con forma de remordimiento le acusó por haberla dejado allí, hermosa como lucía después del sexo, tapándose la humillación con las sábanas, por haber sido utilizada como una fuente de placer. La punzada se agudizó hasta dejarlo sin respiración. Saltó de la cama guiado por un impulso y cogió el móvil, tecleó tan rápido como pudo.
            Laura estaba tumbada en el sofá, no conseguía conciliar el sueño. Intentaba planear su venganza, la había humillado, dejándola allí de aquella forma después de un polvo olímpico. Se sintió cansada, estaba cansada de oírse gritar en silencio. Había llegado la hora de colgar los guantes.  Ella había empezado aquel juego, y había perdido. Lo mejor que podía hacer era retirarse con dignidad.
            El sonido del móvil la devolvió a la realidad. Era demasiado tarde para que alguien se acordara de ella.
Lo siento de verdad. No quería irme así, no podemos continuar con este juego. Mañana nos vemos en tu casa, lo siento.”
Laura volvió a leer el mensaje y consiguió rendirse ante el cansancio.
            Durante el día siguiente ambos estuvieron enfrascados en sus trabajos. Laura nadaba entre expedientes de casos sin resolver, entre juicios y falsos buenos y buenos malvados. Cirios, en cambio, navegaba entre exámenes, correcciones de trabajos y actas. Es bien sabido que en la docencia los finales de julio son matadores. Pero ambos, entre tanto y tanto, encontraban un momento para mirar el teléfono. No había mensajes, ninguno se atrevía a dar el paso. –Mejor me quedo con las disculpas y finalizo esta historia-. Pensaba Laura entre aliviada y decepcionada. –Vaya, está demasiado enfadada que no me escribe-. Pensaba Cirios en la otra punta de la ciudad.
            La jornada concluyó y Laura llegaba a casa, cansada, física y psicológicamente. Encontró una nota en la puerta: “Date la vuelta”, sonrió y al girarse vio a Cirios escondido detrás de un hermoso ramo de flores blancas.
-Es mi manera de pedirte disculpas.
Entraron en el piso y se relajaron en el sofá. Entre cerveza y cerveza, Laura se quejó de sus clientes y de los casos en los que tenía que defenderlos.
-A veces creo que me equivoqué de profesión, es frustrante defender la inocencia de alguien cuando sabes que es culpable. Va contra mi moral-. Se lamentaba.
-Ufff, pues si yo te contara que esta promoción de Derecho están en la ley del mínimo esfuerzo, escriben haber sin hache-. Ambos rieron.
-¿Qué va a pasar con nosotros? Tú tienes mujer e hija, y yo estoy cansada, bueno, mi corazón está cansado.
-No lo sé Laura.
Y el silencio se instaló entre ellos. Silencio que no sabían manejar. Ella se acercó y lo besó. Él intentó decir algo, pero Laura selló sus labios con un nuevo beso. Siguieron las caricias y la excitación iba en aumento.
-Ven, me apetece jugar. Dijo Laura con una sonrisa pícara en los labios.
Lo cogió de la mano y lo sentó en una silla de madera. Laura parecía divertida.
-¿Qué haces? Preguntó Cirios al ver que le tapaba los ojos.
-Shhhh. Escúchame, ahora voy a pegar en algunas zonas de tu cuerpo estas pegatinas que tienen un número impreso. Tú irás diciendo un número y yo  besaré esa zona. ¿Entendido?
Cirios estaba muy excitado, por el juego, por la espontaneidad de Laura, por poder escapar de la rutina y columpiarse en la luna.
-Uno. Comenzó.
Y ella le beso con delicadeza el lóbulo de la oreja.
-Seis. Continuó.
Laura recorrió con su lengua su torso moreno hasta que llegó a su pezón y lo mordió con una apasionada dulzura.  Cirios cada vez disfrutaba más con el juego.
-Nueve. Suspiró.
Y ella se introdujo el pene en su boca, saboreando el placer que notaba en él.
Cirios no podía moverse. Además de tener los ojos tapados, tenía las manos engrilletadas con unas cómicas esposas de pelo azul.
-Ahora jugaremos a frío o calor. Tú dices frío o calor y yo me encargo del resto. Ah, no te olvides de decir el número. Laura disfrutaba llevando las riendas del juego.
-Frío, cuatro.
Y Laura pasó un hielo por su cuello, a la vez que notaba como él se erizaba.
-Laura por favor, no aguanto más. Susurró.
Ella lo miró y se sentó encima de él, introduciéndolo dentro de su cuerpo. Ambos gimieron deseosos de placer. Le quitó la venda, pero no le soltó las manos.
-Esta vez mando yo. Le dijo al oído.
Y continuaron meciéndose uno dentro del otro, entre fluidos corporales, sudor y deseos pecaminosos, hasta que alcanzaron el placer.
-No se suponía que íbamos a poner punto y final. Preguntó Laura cuando estaban tumbados en el sofá.
-¿Tú quieres que dejemos de vernos?
-No Cirios, pero tampoco quiero destruir una familia.
-No te preocupes. No vas a destruir nada. La atrajo hacia él y la besó.
Siguieron juntos, cada vez las escenas de deseos pecaminosos se daban con más frecuencia. Sus cuerpos se atraían, se deseaban y se abandonaban al placer. Sus almas se extrañaban y anhelaban la presencia del otro en las noches de soledad.
            Una noche, Laura miraba nerviosa el teléfono. Hacía días que no sabía nada de Cirios, y tenía que darle una noticia que haría tambalear el mundo de ambos. No sabía cómo actuar, si llamarlo o esperar su llamada. Se tumbó en el sofá, cogió su portátil y abrió el Facebook. Cuatro invitaciones a eventos que eliminó sobre la marcha y un mensaje. El corazón se le encogió escondiéndose en algún lugar del que no volvería a salir jamás. El mensaje era de Cirios. –Por qué a través de Facebook-. Se preguntó.
“Hola Laura, siento mi ausencia de estos días, lo siento mucho. Mi mujer está sospechando algo. Ha descubierto los mensajes en el móvil. Creo que es mejor que dejemos de vernos un tiempo, hasta que la cosa se calme. Entiéndelo, tenemos una hija. Lo siento. Te quiero.”
Laura permaneció en silencio, no le contestó al mensaje. Todo había acabado como mismo empezó, a través de Facebook. Cerró el portátil y tomó una decisión. Se iría lejos por un tiempo, su trabajo podía ejercerlo en cualquier lugar. Por desgracia, la gente se metía en líos en todas las ciudades. Traería a su bebé al mundo ella sola, y a lo mejor algún día su camino y el de Cirios volverían a cruzarse.

jueves, 19 de julio de 2012

La pena

La desolación la visitó cuando se instaló en su cama la pena. Llegó lenta y silenciosa, ataviada con un viejo vestido gris. Su cabello blanco y desaliñado hacía juego con su vestido. En su rostro pálido resaltaban dos medias lunas oscuras que le daban profundidad a sus ojos. Su mirada perdida te invitaba a perderte con ella en el abismo de la soledad y el vacío.
Ella dormía, o fingía hacerlo cuando sintió como la esperanza se disipaba, la abandonaba. La vio levantarse con cuidado de la cama, la esperanza la miró una vez más y de puntillas se alejó sin hacer ruido. Su larga melena castaña adornada con bucle y su hermoso vestido verde se mecían con el viento que entraba por la ventana. Su luz se difuminaba a medida que se alejaba y con ella se llevó todos sus sueños, ilusiones y esperanzas de tener una segunda oportunidad para ser feliz.
La esperanza y la pena se encontraron en el camino. Una se iba, tal vez para no volver jamás; la otra llegaba, tal vez para quedarse para siempre.
Tuvieron una pequeña conversación:
-Bienvenida. Le dijo la esperanza a la pena.
-¿Se ha dado por vencida? Preguntó apenada la pena.
-Sí. Cree que yo la he abandonado. Pero no es así. Simplemente no puedo estar donde no me quieren. Ha dejado morir su alma, y con ella sus sueños, ilusiones y esperanzas.
                La pena y la esperanza intercambiaron una última mirada y se encaminaros a su nuevo destino.
                La pena se instaló en su cama, se hizo un hueco en su vida, se acomodó en su mirada, borró su sonrisa y fue amueblando poco a poco su nuevo hogar, el corazón de aquella joven.
                Amaneció y sus verdes ojos despertaron con los primeros rayos del sol despuntando en el alto cielo. Se sintió algo extraña. Recordó el sueño que había tenido durante la noche; dos mujeres, una de gris, otra de verde; una se iba, otra venía…pero las imágenes estaban borrosas. Se miró al espejo y observó cómo su verde mirada había perdido brillo, sintió una punzada en el corazón y el abatimiento la golpeó de lleno en el alma. Descubrió lo que le ocurría, y también descubrió que no había sido un sueño. Desde ese día arrastra tras de sí una sombra gris, con dos lunas dibujadas bajo los ojos…

viernes, 13 de julio de 2012

Saboreando los veintisiete




           Llegan lentos, sigilosos, y se van acomodando casi sin hacerse notar. Llegan los veintisiete, con cada uno de sus días, de la mano de las semanas, seguido por los meses, encadenados a los años. Llegan y son bien recibidos con una taza de té.

Los recibo con tacón alto, rímel en las pestañas y perfume de coco. Tacón alto para sortear los obstáculos de la vida; rímel en las pestañas para desafiarla con la mirada; y perfume de coco para dejar huella a mi paso.

              Saboreo los veintisiete y voy cosiendo retales del pasado. Lejos quedan los años de universidad y las noches en vela unidas a las tazas de café. Más lejos aún el instituto, los amores de pasillo, la rebeldía, la adolescencia y las hormonas revueltas. Casi como un lejano recuerdo está la etapa de primaria. Maestros que dejaron huella y otros que no consigo recordar.  Y por último, y casi como una ilusión que pasa por mi mente, flashes que realmente no recuerdo. Mis primeros pasos, la visita del ratoncito Pérez...

Y nuevamente los veintisiete, que se sientan silenciosos a mi lado en el sofá.

Huele a tarta, a cumpleaños, a sueños de futuro, a ilusiones y desilusiones. Huele a soplar las velas y pedir un deseo, que tal vez no se haga realidad.

Se oyen risas, se reciben buenos augurios, se sonríe y se dan las gracias. Te rodeas de mucha gente, de tu gente. Los observas y agradeces que formen parte de tu vida. Pero faltan personas, hay alguna ausencia. Se ensombrece mi rostro y me visita la nostalgia.

       Saboreo los veintisiete con la serenidad que te dan los años, con la resignación que adquieres con el sufrimiento y con la ilusión de lo desconocido. Un nuevo año con cada uno de sus días, de la mano de las semanas, seguido por los meses, encadenado de los años. Una nueva etapa por descubrir, con mucho que aprender y más aún por sentir.

      Saboreo los veintisiete y terminan de instalarse en mí. Los abrazo, les cojo de la mano y andamos juntos, ya que serán mis compañeros de viaje durante un año, con cada uno de sus días...

miércoles, 11 de julio de 2012

El Corazón

         
Detalle de corazón de sauce Foto de archivo - 8679308
        Había una vez un corazón herido y confundido que vagaba solitario por el bosque. Abatido se dejó caer en una roca que descansaba a la sombra de los pies de un árbol. El corazón suspiraba y se miraba las heridas. Los cortes en su cuerpecito rojo afeaban su saludable figura. De sus grietas emanaba sangre como agua de un río. El corazoncito cada vez estaba más pálido.
El árbol, viejo sauce que llevaba miles de años allí, plantado, y conocía mejor que cualquier otro elemento de la naturaleza de los dolores del corazón, le habló:
-Pequeño corazón, estás impregnando mis raíces de ese líquido pegajoso.
El corazón se sobresaltó al ver que el árbol le hablaba, se disculpó e intentó levantarse y buscar otro lugar para convertirlo en su lecho de muerte.
-Ese es tu problema corazón, a pesar de estar emanando sangre de tus heridas, decides levantarte y caminar para darme gusto a mí. Dijo el viejo sauce.
-Es que no me gusta molestar a nadie. Se disculpó el corazoncito.
-Por esa razón estás así de herido, por pensar en los demás y no en ti.
-¿Y cómo pienso en mí antes que en los demás? Preguntó intrigado el corazón.
-Es muy sencillo, debes sentirte bien tú, sin hacer sentir mal a los demás. Lo que no debes hacer es sentir bien a los demás pagando el precio de sentirte mal tú.
            El  corazón pensó en ello, llevaba toda su vida sintiendo amor, comprensión, dulzura, ternura y miles de sentimientos buenos por los demás, pero le gustaba hacerlo, era su naturaleza y sabía que en algún momento todo le sería devuelto.
-No, viejo sauce; yo doy amor y sé que recibiré amor.
-¿Eso crees? Hagamos una prueba, es hora punta y empezarán a pasar por aquí varios seres. Veremos quién te devuelve amor.
El corazón aceptó el trato, convencido de que haría entrar en razón al sauce.
El primero que pasó era un ser feo, su cara estaba tensa y parecía mal humorado.
-Hola. Le dijo el corazón.
El ser lo miró y siguió andando.
-Hola he dicho.
-¿Qué quieres? No tengo tiempo que perder.
-Soy el Corazón, ¿cómo te llamas?
-Me llamo Egoísmo. ¿Qué quieres?
-Estoy herido, como puedes observar, ¿podrías ayudarme o hacerme compañía hasta que me muera?
El egoísmo rió a carcajadas. -No tengo tiempo, me voy a casa a dormir.
-Pero necesito ayuda. Insistió el corazón.
-Pues busca a otro, le grito el egoísmo mientras se alejaba.
El sauce sonrió y el corazón se sintió un poquito más pequeño. De lejos vio acercarse a otro ser. Este era hermoso, llamativo, cautivador…
-Hola, soy el Corazón. ¿Quién eres?
-Soy una reina.
-Una reina de qué. Preguntó el corazón sorprendido ante tanta belleza.
-De un gran palacio. Contestó ella convincente.
-¿Y cuál es tu nombre?
-¿Mi nombre?...dudó un momento.
-Es la mentira. Dijo el sauce. -Y no es reina de ningún palacio.
El corazón se entristeció.
-Podrías ayudarme, estoy herido.
-Sí claro. Dijo la mentira. –Ahora vengo.
Pero nunca apareció.
            De repente vio una sombra moverse entre los arbustos.
-¿Quién está ahí? Preguntó el corazón.
De entre los arbustos salió una ser cabizbajo, con la mirada perdida y algo tembloroso.
-Hola soy el Corazón, ¿quién eres?
-Soy, soy…soy el Miedo.
-Hola miedo, estoy herido. ¿Podrías ayudarme?
-Yo, es que, mmm. No puedo me da miedo.
-¿Miedo, de qué?
-No sé…Y sí te mueres, o y sí me enamoro de ti, y sí…Mejor me voy.
Y desapareció entre los arbusto como mismo había venido.
            Los latidos del corazón disminuían al ver que de sus heridas emanaba más sangre. Cuando se dio cuenta vio a otro ser a su lado, pero estaba tan decepcionado que no quiso dirigirse a él.
-Tú ganas sauce, me rindo.
El sauce se engrandeció creyéndose conocedor de todos los sentimientos de la naturaleza.
            El nuevo ser que estaba al lado del corazón era un poco extraño, andaba medio encorvada, sus cabellos estaban desaliñados, pero en su rostro había una gran luz.
-Hola, ¿qué te ocurre?
El corazón se sorprendió al ver que aquel ser se dirigía a él.
-¿No quieres hablarme?
-No. Contestó molesto el corazón.
-¿Por qué? ¿Te he hecho algún daño?
-Tú no.
-Entonces, ¿te lo han hecho otros?
-Sí.
-¿Y por haberte hecho daño otros, te enfadas conmigo? ¿Tu nombre es Injusticia?
-No, mi nombre es Corazón.
-Ah, pues pensaba que el corazón sería noble y daría amor.
-Pues no. Gritó el corazón enfadado.
Sorprendido vio como aquel ser se sentaba a su lado.
-¿Por qué te sientas, si quiero que te vayas?
-Porque soy así. Soy la Esperanza y creo que tú me necesitas.
El sauce se sorprendió al ver que aún había seres dispuestos a ayudar.
-¡Eres la Esperanza! ¡Eres buena! Gritó el corazón entusiasmado.
-Sí, lo soy, pero no sólo yo. También está la Comprensión, la Empatía, la Valentía y muchos más. Somos un gran grupo. Si quieres puedes venir conmigo y conocerlas.
El corazón estaba muy contento, y milagrosamente de sus heridas ya no salía sangre.
-¡Claro que iré! Perdóname por haber sido tan desagradable.
-No te preocupes, sospecho que antes te cruzaste con el Egoísmo, la Mentira y el Miedo.  Pero has sido valiente y has confiado en la esperanza.
La esperanza lo ayudó a levantarse.
-Siento haber mojado tus raíces, viejo sauce. Se lamentó el corazón.
Pero el sauce lloraba.
-¿Por qué lloras? Preguntó la esperanza.
-Porque me he dejado contaminar por el egoísmo, la mentira y el miedo, llegando a perder la esperanza.
-No te preocupes señor sauce, te has dado cuenta y ahora sólo tienes que volver a sentirme.
Y los tres se abrazaron. El corazón y la esperanza fueron a buscar a la comprensión, a la empatía y a la valentía, y todos juntos regresaron junto al sauce para establecer su hogar.


FIN


lunes, 2 de julio de 2012

Deseos pecaminosos. 5ª parte.


            Llevaba días pensando en aquel encuentro y recriminándose el comportamiento de estúpido que tuvo. A su edad, y que aquella jovencita lo manipulara de esa forma. No entendía su comportamiento, cada vez que ella estaba cerca perdía el control, sus deseos pecaminosos lo arrastraban y lo convertían en su esclavo. Lejos quedaba el Cirios melenas terror de las nenas de antaño, como solían llamarlo  sus amigos al ver que se llevaba a la cama a cualquier palo con falda que le menease la melena y que quedaban tan satisfechas que insistían en repetir. Pero se sentía mayor, tal vez oxidado. Había perdido práctica, se había acomodado y todo ello unido a la falta de pasión de su mujer y al tornado que era Laura, sentía que la situación lo superaba. La comunicación a través de las redes sociales continuaba. Ella, puro morbo, conseguía con cada mensaje quitarle el óxido de su miembro viril.
            Estaba decidido, quedaría con ella una vez más, le haría el amor salvajemente y luego desaparecería para siempre dejando sólo el rastro de una verdadera noche de pasión.
            A las nueve de la noche estaba frente al portal del piso de Laura, más arreglado de lo normal, más nervioso de lo habitual y con una botella de lambrusco en la mano. La puerta principal se abrió y subió hasta la tercera planta. La puerta del piso estaba entreabierta. Dentro olía a jazmín, había varias velas aromáticas encendidas y la voz de Amy Macdonals rompía el silencio. La mesa estaba preparada para dos al lado del balcón, que invitaba a unas vistas preciosas. La ciudad dormía en silencio engalanada con su vestido de luces. Arropando la mesa un mantel rojo, decorándola cubertería y vajilla de diseño. Buscó a Laura, y al verla salir de su dormitorio con aquel vestido rojo de gasa que dejaba ver que no llevaba ropa interior, tiró al suelo su armadura de super macho. Disimuló.
-Oh que detalle, has traído vino. Le dijo divertida mientras le quitaba la botella de las manos y la descorchaba con coquetería.
-Estás muy guapa. Consiguió pronunciar. Y ella le sonrió.
-¿Comemos? Preguntó ella indiferente creyendo que esa noche también tendría el mando.
            La cena transcurrió de forma agradable. Hablaron de cosas importantes y por un momento se olvidaron de los deseos pecaminosos y los unió la amistad, el cariño y la complicidad que si te descuidas conduce al amor. Del lambrusco no quedaba ni una gota. Reían sin motivo. Guardaban silencio y compartían miradas largas. Pero Laura se alertó, aquello era precisamente lo que no buscaba, de lo que quería huir. Así que subió la guardia y empezó con su juego. Acariciaba la pierna de Cirios por debajo de la mesa. Subía su pie y rozaba su entrepierna con delicadeza. Lo miraba con picardía y mordía las fresas con tanto deseo que se excitó ella misma. Viendo la incomodidad de él, verlo moverse en la silla, nervioso, torpe, hacía que ella más jugara, más poderosa se sintiera. Cirios la miró. Cuanto deseaba a aquella maldita mujer que le estaba haciendo perder la cabeza. De algún lugar resurgió su orgullo masculino, se levantó de golpe. Laura, sorprendida se puso tensa. Acababa de desatar la fiera y aquella noche había perdido la batalla. Cirios la levantó de la silla con violencia y le arrancó aquella gasa que sólo acariciaba su cuerpo. Viéndola allí desnuda frente a él ya no parecía tan peligrosa, tenía un cierto aire de fragilidad que lo excitó aún más. La volvió a mirar. Aquellos pechos turgentes que desafiaban la ley de la gravedad. Sus curvas, parecían estar esculpidas por el mismo Vincenzo Danti. Y era toda para él. Esa noche sería sólo suya, y después desaparecería dejando su olor en la almohada. La cogió en brazos y la llevó a la cama. La lanzó allí como si fuese una pluma. Laura estaba aturdida por aquella reacción. Pero a la vez húmeda y deseosa de ser tomada, maltratada sexualmente. Cirios se desnudó. Ella recorrió con sus ojos su cuerpo. Estaba fuerte. Había mejorado con los años. Su piel morena en contraste con su pelo rubio. El torso terso, las piernas musculosas. Un hombre, eso era lo que tenía delante. Un hombre con deseo, así lo demostraba su pene erecto. Se estremeció al mirarlo. El recorrió sus piernas y llegó a su lugar secreto, a su guarida. Lamiéndole su interior, bebiendo de ella. Laura jadeaba. Estaba a punto de alcanzar el climax y él lo notó por sus pequeñas contracciones. Pero no la dejó llegar. Esa noche mandaba él. Siguió recorriendo el mapa de su piel con su lengua. Mordió sus pezones, cada vez más rígidos y mordió su boca. Ella le susurraba que la penetrara.
- Shhh, relájate querida. Estamos en los entrantes. No quieras llegar tan rápido al postre. Te puede sentar mal la comida. Le susurró, evocando en ella los recuerdos de la última cita en el local chill out. Y haciéndola ver que había iniciado un viaje peligroso en el que no llevaría el timón del barco.
            Él seguía concentrado en hacerla disfrutar. Y cuando vio que se rendía al placer la penetró. Gritó. Laura soltó un grito ahogado y sumiso. Se rindió ante su hombría. Y él continuaba moviéndose dentro de ella, bailando con su sexo en su interior una danza suave, a veces más agresiva. Pero ante todo placentera. Los cuerpos de ambos se fundieron y se derritieron de placer. Se mordieron, clavaron sus uñas, gemían y cuando los cuerpos de ambos se tensaron, cuando sus ojos se quedaron en blanco fue cuando llegaron al éxtasis del placer. Sudorosos y con la respiración entrecortada permanecieron tumbados. El silencio se prolongó. Cualquier palabra podía estropear aquel apasionado momento. Se miraron. Cirios sintió verdadera ternura por aquella bella mujer que lucía aún más guapa después del orgasmo. Pero tenía que ser cauto. Detrás de aquel angelito podía encontrarse un demonio que quería llevarlo al infierno. Y él no podía permitir semejante descuido a su edad. La volvió a mirar. Se levantó de un solo movimiento y comenzó a vestirse. Laura seguía en silencio. No podía creer lo que estaba sucediendo.
-Buenos, ya hablamos por el Facebook. Le dio un beso en la frente y se marchó. Dejándola probar de su propia medicina. Laura, con el orgullo herido permaneció en silencio en su cama, tapándose sus vergüenzas con la sábana, ya que las del alma habían quedado al descubierto. Ella había comenzado el juego, y no le gustaba perder. La partida se le había complicado un poco, pero no estaba perdida.

La amistad

Esta poesía está dedicada a mis amigas, que las quiero y a él, ese amigo que ha reído conmigo y me ha secado las lágrimas, y que siempre, siempre está ahí.



Las amigas son el tesoro de Indiana Johns,
el petróleo de Alí Babá,
y un regalo de Dios.
A veces no están presentes,
pero tampoco permanecen ausentes.
Son locas, descuidadas,
son groseras y educadas.
Son angelitos del Señor,
 que cuidan del corazón,
de sus demás amigas,
en momentos de dolor.
A veces se enfadan,
pero no tardan nada,
en reconocer su error,
y pedir perdón.
Las amigas son diamantes en bruto,
que no hay que pulir,
son minerales de la tierra,
que te hacen sentir,
que por mucho que gire el mundo
 o te hagan sufrir,
siempre estarán dispuestas a hacerte sonreír.

lunes, 18 de junio de 2012

Deseos Pecaminosos, 4ª parte.

          
   Y el ansiado mensaje llegó. Lo leyó varias veces y se sintió segura de sí misma por el efecto causado. Rió nerviosa y alegremente al ver que temía que quisiera chantajearlo. No lo había pensado, sólo se divertía y lo estaba logrando.
            La casa olía a jazmín, le encantaban las velas aromáticas. De fondo se escuchaba la voz de Amy Mcdonald cantando Your time will come., mientras ella paseaba en lencería por la casa barajando que modelito ponerse. Quería impresionar, pero no parecer desesperada. Se decidió por un vestido blanco, ni muy largo ni muy corto. NI muy ceñido ni muy holgado. Con la medida perfecta para impresionar, pero no provocar. Se terminó de arreglar su hermosa melena castaña y se aplicó carmín rojo en sus gruesos labios. Se miró, estaba satisfecha de lo que veía. Sus enormes ojos color miel estaban brillantes por la emoción, igual que un niño cuando despierta la noche de navidad.
            Sentado en aquel exótico local miraba la decoración. Amplios sillones con asimétricas formas decoraban el lugar. Las cortinas blancas y las lámparas de pie hacían que fuera más acogedor. La penumbra, sombra débil entre la luz y la oscuridad, parecía poder tocarse ante aquellas velas que desprendían sugerentes y tentadores olores. La música, de la mano de la decoración, daba un aspecto chillo out al local.
Cirios miraba nervioso el reloj. Habían quedado a las nueve y eran las nueve y media. Los pensamientos en su cabeza habían tomado el mando. –Y si no viene-, -Será todo esto un macabro juego de esa joven mujer que con los años ha embellecido-. Le torturaba la duda.
Pensó en Lena, su esposa. Se sentía un poco culpable. Ella creía que su correcto esposo estaba jugando al pádel. Desesperado por la tensión de la situación le pidió la cuenta al camarero. Apenas  había tomado un sorbo del daiquiri de piña y coco que pidió. Justo cuando se decidía a levantarse del sillón en forma de mano que lo sujetaba, Laura hizo su aparición con la misma elegancia que una actriz de cine desfilando por la alfombra roja, segura de que recibirá un Oscar.
-¿A dónde vas con tanta prisa? Le preguntó penetrando en sus asombrados ojos azules, sintiendo que podía llegar a beberse su alma con la fuerza que derrochaba aquella mirada.
-Habíamos quedado a las nueve, señorita, y son las diez menos veinte. Intentó bromear para esconder su impresión y nerviosismo.
Se saludaron con dos cordiales besos en las mejillas, aunque ambos empezaban a notar el calor invadir su cuerpo sin haber probado una gota de alcohol.
Hablaron durante dos horas, ambos se pusieron al día de la vida de su acompañante. Ambos maquillaron la parte que deseaban ocultar de su rutina y enfatizaron en la que querían destacar. Pasado ese tiempo el alcohol de los daiquiris empezó a calentar el ambiente. Cirios miraba deseoso las torneadas y morenas piernas de Laura, que al sentarse, voluntariamente había dejado a la vista recogiéndose algo más de lo normal el vestido. Laura lo miraba. Estaba excitada, era un efecto secundario que le producía el alcohol y que acentuaba la cercana presencia de su antiguo profesor. Empezó a sentirse húmeda y le gustó esa sensación. Ese calor acariciando sus zonas secretas, el hormigueo que la empujaba a acercarse a él y llevar su mano hasta esa humedad. Hizo un cambio de piernas que hubiese envidiado la misma Sharon Stone en Instinto Básico. Esos segundos, ese sencillo juego de piernas hizo que Cirios sintiera como toda la sangre de su cuerpo se le concentraba en la parte media baja. Ambos estaban deseosos de tocarse, arrancarse la ropa y arañarse la piel. Morderse con rabia, por todo el tiempo perdido, por las ausencias y por aquel macabro juego de deseos pecaminosos. Laura quiso ser jinete y cabalgar sobre aquella fiera que veía despertar por su erección, ya imposible de disimular, y los ojos enrojecidos por el deseo y la pasión.
-Hace calor. ¿No crees? Le preguntó Laura mientras se acariciaba el escote y se llevaba el dedo índice a la boca. A aquella carnosa boca, con labios en forma de corazón, que tanto le había hecho disfrutar. De repente ya no estaba Laura ante sus ojos. No Laura la mujer, si no Laura la niña, la de antaño, que con sutileza se acariciaba mientras él aclaraba sus falsas dudas en aquel despacho de la Facultad de Derecho. Aquella niña que despertó el animal que lleva dentro y la embistió salvajemente alimentando el deseo de aquella joven.
Perdido en aquel recuerdo no se dio cuenta que ya Laura no estaba frente a él. Ahora su aliento, el de ella, erizaba el escaso bello de su nuca. Le apretó el muslo y la deseó para él esa noche. Esa y todas las que estuvieran por venir. De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo haciéndolo estremecerse, la voz de Laura, tan sensual, le susurraba algo al oído que no comprendió hasta que la vio salir por la puerta del local.
-Shhh, relájate querido. Estamos en los entrantes. No quieras llegar tan rápido al postre. Te puede sentar mal la comida. Hasta la próxima. Le besó el cuello y se levantó. Cuando había avanzado escasos pasos se volvió, -invitas tú-. Le guiñó un ojo y se fue con una amplia sonrisa, sabiendo quién marcaba las normas de aquel juego.
En aquel mundo, su mundo, el de ambos, qué más daba la cuota de locura que Cirios había decidido pagar por aquel juego. Sólo tenía una cosa clara. Seguiría jugando.

sábado, 9 de junio de 2012

Deseos Pecaminosos 3ª parte


 


Llevaba toda la noche memorizando las grietas del techo. El reloj que reposaba en la mesa de noche marcaba las tres de la madrugada. Su mujer descansaba a su lado ajena a su insomnio, a sus preocupaciones, a su ansiedad y a sus deseos pecaminosos. Hacía tres días que había recibido aquel mensaje, aquella frescura de Laura al escribir lo hizo viajar en el tiempo. No había encontrado el momento oportuno para descargarse el video, y la espera lo estaba matando. Pero debía ser cauto, de Laura podía esperar cualquier cosa, desde una actitud dulce hasta la trama más diabólica que podías imaginar. Intentó convencerse, probablemente sería alguna postal de gusanito.com, en el que le diría que se alegraba de volver a coincidir con él en la vida. Y con ese pensamiento volvió a dejarse acunar por los brazos de Morfeo en un dulce balanceo.
            Laura leía en su cama, eran las tres y media de la madrugada y no conseguía dormir. Desde el día que envió aquel mensaje su amigo el insomnio la había vuelto a visitar. Intentaba concentrarse en la lectura, una novela negra que narraba los asesinatos en serie que realizaba una hermosa dama a sus amantes, los enamoraba con aquella belleza fuera de lo normal y con su fragilidad de mujer desvalida los hombre caían rendidos a sus pies. Luego, cuando descubrían sus artes sexuales, eran incapaces de abandonarla, y la seguían hasta el fin del mundo si era necesario, o al menos hasta el fin de su mundo, porque todos acababan muriendo en circunstancias extrañas donde la única responsable era ella, aunque nunca dejara ninguna huella. A Laura le fascinaba esa mujer, como podía calcular sin margen para el error los asesinatos de aquellos hombres después de seducirlos y no tener remordimientos. Empezó a atraerle el mundo oscuro, llevar una doble vida, ser una respetada abogada durante el día y por la noche una malvada mujer que asesinaba a hombres después de hacer el amor con ellos. Clavarles un cuchillo, sentir la sangre caliente en sus manos, ver la última expresión de auxilio que se dibujaría en la cara de sus víctimas. Aquella mujer, la protagonista de la novela, debía sentirse muy poderosa por tener el don para decidir cuando alguien debe dejar de respirar. A pesar de la apasionante trama que leía no conseguía concentrarse en la lectura. Miles de preguntas rondaban en su cabeza. -¿Por qué no me ha contestado? ¿No ha causado ningún efecto en él? ¿Habrá cambiado como lo he hecho yo?-. Se preguntaba. Intentó dormir, tenía que madrugar. Estaba inmersa en un importante juicio que requería todos sus sentidos al cien por cien.
            Eran las diez de la mañana, la universidad estaba desierta, sin alumnos gritones por los pasillos o profesores enfadados por el bajo rendimiento de los jóvenes universitarios. Cirios saludó al vigilante de la facultad con prisa deseoso de llegar a su despacho y abrir el ansiado video. Le había costado mucho que su mujer entendiera que tenía que ir a la universidad a preparar unos exámenes de recuperación de Historia del Derecho para los alumnos de primero.
            Llegó a su despacho, lo recibió el silencio y la tranquilidad de un sábado. Abrió el ordenador y por fin apretó en la ventana de descargar archivo. La descarga se le hizo eterna. Por fin pudo visualizar aquellas imágenes y sus ojos no daban crédito a lo que veían.
            Laura siempre había sido una alumna modelo en sus años de universidad, todos los profesores admiraban su excelente comportamiento, entrega y dedicación por sus estudios. A pesar de todas estas virtudes hubo una profesora con la que tuvo serias dificultades. Eva Labriega,  profesora de Derecho Romano, no se lo había puesto nada fácil. No logró aprobar esa asignatura hasta quinto curso, a pesar de ser una asignatura de primero. Prometió vengarse, y de una forma algo sutil lo logró.
            Cirios se acomodó en su silla, subió el volumen del ordenador y resignado contempló el mini documental que debió ser destruido años atrás. Decidió tomárselo con filosofía y disfrutar viendo aquellas imágenes que tanto le hizo disfrutar en su momento.
Durante su amorío con Laura había sido testigo de los abusos de una de sus compañeras de profesión, Eva Labriega. Vio como Laura sufría día tras días por la exigencia sin fundamento de aquella profesora con mala praxis. Ella había decidido vengarse y él hechizado por el embrujo de aquella joven decidió ayudarla. Una noche, se colaron en la universidad como dos delincuentes intentando no ser vistos por el guardián. Entraron en el despacho de Eva e hicieron el amor desenfrenadamente. Ella, sentada sobre la mesa de su profesora, con las piernas abiertas se masturbaba delante de la cámara que lo grababa todo. Luego Cirios se acercaba, y probaba su jugo, dulce, ardiente, adictivo. Ambos miraban a la cámara con malicia. La cogió por las caderas y la atrajo hacia él, penetrándola con tanta fuerza que la hizo gemir de dolor y de placer. Cuando terminaron descansaron abrazados en el sillón de cuero que tenía la profesora en su despacho, dejando esparcidos por el suelo todos los trabajos, exámenes y documentos de la desagradable mujer. Parecía una estúpida venganza, pero no era estúpida si se tenía en cuenta que Eva Labriega tenía Trastorno Obsesivo Compulsivo con el orden y la pulcritud, y probablemente cuando viera su despacho en aquellas condiciones tendría un ataque de ansiedad y pasaría días en casa sin aparecer por la facultad.
 Mientras volvían a sus respectivos coches habían acordado destruir el video, los recuerdos debían quedar sólo en su memoria, pero no en formato digital con posibilidad de ser usado en contra de alguno de los dos. Laura había prometido borrarlo. Cuando le devolvió la cámara no había rastro de que aquello hubiese sucedido. Lo que él nunca pensó es que Laura  no era tan buena como imaginaba. Atónito, sorprendido y muy excitado borró el video de la carpeta de descargas. Abrió el Facebook y escribió un mensaje. –Querida Laura, debo felicitarte, me has dado un golpe bajo. Has refrescado mi memoria más de lo que imaginé. Creía que ese video había sido destruido, veo que te subestimé. Creo que es hora de que nos veamos y pongamos las cartas sobre la mesa. No sé si pretendes chantajearme con sacar a la luz este material o sólo quieres divertirte. Han pasado algunos años y veo que ambos hemos cambiado. Deme cita señorita letrada porque necesito asesoramiento. Un beso y que pase un buen día-.
            Con los dedos temblorosos por lo que acababa de ver y por lo que estuviera por venir Cirios envió el mensaje, consiente que ya no volvería a dormir tranquilo. Ahora tendría que esperar a que Laura moviera ficha.


viernes, 8 de junio de 2012

Cuando se acaba el amor



     Sentada en medio del inmenso salón metía todos y cada uno de sus recuerdos en una caja de cartón. Se había prometido no llorar, o por lo menos intentarlo. Estaba de duelo, velaba a alguien que aún seguía con vida, pero no en la suya. Poco a poco, con algo de dejadez introducía todas sus pertenencias. Miraba de vez en cuando hacia la puerta, mantenía la esperanza de verlo entrar, correría hacia ella, la abrazaría y le pediría perdón. Perdón por no darle lo que se merecía, perdón por no valorar todo lo que había hecho por él, perdón por estar ahí en cada uno de sus fallos, esperando paciente, y en cambio él, a la primera de cambio, se alejaba de ella sin una explicación, con un simple "estamos mal" pero sin hacer nada para solucionarlo. Dáfne se odió, por no entender por qué la dejaba, por no haber recibido lo dado, por haber estado a su lado, atendiendo sus súplicas y recibir tanta indiferencia. -Tenía otra, no le cabía la menor duda, o sencillamente había dejado de amarla-, se repetía continuamente. Era la única explicación que podía encontrar a echar por la borda dos años de una hermosa relación, con sus dificultades, pero hermosa. Y ahora estaba allí, sentada en el salón mirando la puerta, esperando a alguien que no llegaría.
     No cumplió su promesa. Lloró, lloró tanto que por un  momento sintió que se le desgarraba el alma. Lloró por la falta de amor, porque la dejara en la estacada, a ella que nunca lo dejó caer, a ella que siempre pensó en él antes que en ella misma.
     Los últimos objetos de escaso valor fueron introducidos en la caja con pena. Ya no había nada más a su alrededor. Se levantó del suelo y miró por la ventana. La vida seguía su curso, ajena a su dolor. ¿Cómo podía seguir el mundo girando mientras ella se rompía en pedazos? ¿Cómo podía él continuar con su vida y dejarla así? ¿Acaso carecía de conciencia? Se maldijo, no era la primera vez que pasaba por aquello, en un pasado no muy lejano, la cameló, la enamoró y la dejó, igual que hacía ahora.
     Vagó por la casa, atesorando cada momento vivido en ella, enriqueciéndose de todas las experiencias. Lo amó tanto, seguía amándolo con locura hasta el extremo de llegar a odiarlo, porque sólo cuando se ama mucho se puede llegar a odiar con la misma intensidad.
     Caminó hacía la puerta, volvió la vista hacia atrás, por sus ojos pasearon miles de recuerdos, cenas romanticas en aquel salón, noches de película abrazados en el sofá. Sexo desenfrenado y apasionado. Conversaciones, momentos de complicidad. Sencillamente amor. Suspiró por última vez y cerró la puerta, dejando a su espalda la mejor época de su vida.